Ilustración: Marta Álvarez
Para El Maquinista Ciego
Ayer, con las prisas(y como mi portátil está en la UVI, y en casa no puedo conectarme) se me olvidó poner que este breve relato es para Sisu, porque fue ella la que en un comentario creó la imagen de este relato en mi cabeza.Quizás mi cerebro funcione de una manera extraña, pero este comentario
"(y a comer y a caerse de nuevo con ilusión! –malo será que no haya quien nos quiera tras el golpe y nos dibuje estrellitas de cromer sobre las heridas ;))", provocó en mí esa imagen de alguién volcando las estrellas del cielo, sobre el regazo de otro alguien....De ahí la historia. Lo del Hombre del Saco surgió mientras escribía, y me pareció que ese podía ser un buen título. Beso, Sisu
La niña lloraba porque amaba las estrellas y no entendía que estuvieran tan lejanas y distantes, cuando eran tan hermosas. En aquellos tiempos, si había una cosa que me disgustaba, era ver que la niña estaba triste. Así que tomé el cielo entre mis brazos y lo incliné ligeramente, sobre su regazo. Una a una fueron cayendo las estrellas. Rodaban ligeras sobre la superficie oscura, arrancando alegres destellos con sus puntas. Poco a poco, el vestido de la niña se fue llenando de luz. Las estrellas, juguetonas- y muy excitadas por verse libres- comenzaron a corretear como centellas. Se subían por los brazos de la pequeña, haciéndole cosquillas. Adoraba verla reír. Se ciñeron en una corona alrededor de sus cabellos negros, para que ella jugara a ser una princesa de cuento. Y yo, diligentemente, acepté el papel de bufón. La niña quería música, y las estrellas, acercándose a sus oídos, le cantaban una canción que hablaba del alba de los tiempos, en un lenguaje que sólo los pájaros y los niños entienden. Pero al salir el sol, la niña se acordó del mar y sus tumultuosas olas, todas vestidas de espuma. Y dijo que quería hacerles una visita. Yo, con tiento, le dije que era toda una descortesía hacia sus invitadas las estrellas, irse aun no habiendo finalizado la velada. Pero la niña se puso a patalear, y a chillar, diciendo que sería muy desgraciada si en esos momentos no podía ver el mar. Quizás todo esto tuviera que ver con el hecho de que durante el día, las estrellas no brillaban y tenían una aspecto muy similar al de cualquier piedra. Pero quizás me equivoco en mi razonamiento. Y en realidad este cambio, se debía, sencillamente, a su carácter voluble, y un tanto caprichoso. El caso es que la niña se fue, sin más, dejándome con mi disfraz de bufón, sentado sobre un montón de rocas. Pensando en cómo me las iba a ingeniar para devolverle las estrellas al cielo.
En las primeras páginas de los periódicos de aquel día se habló de un extraño fenómeno. De repente, sin pedir permiso, el cielo se había apagado, hasta quedarse como un lienzo negro. En ese momento, los niños que dormían en sus camas, se despertaron, y fueron corriendo a refugiarse entre las sábanas de sus padres, pues semejante oscuridad espoleaba sus miedos. Entre ellos hubo una niña que tuvo la ocurrencia de decir, que durante la noche el Hombre del Saco había subido hasta el cielo y secuestrado a todas las estrellas. Sus padres rieron encantados ante tal ocurrencia. Pero a mí no me hizo mucha gracia convertirme de ese modo en semejante personaje