Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


Mostrando entradas con la etiqueta historia desde dos lados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historia desde dos lados. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de septiembre de 2011

DESDE SU LADO (LO QUE ÉL SOÑÓ)


Imagen: Bárbara Bezina





El soñó que….

Vivíamos en una casita encantadora, sobre la cima de un acantilado. Al pie del acantilado había una hermosa playa, siempre solitaria, como en perpetuo idilio con el invierno. Allí nosotros recolectábamos conchas, y con ellas dibujábamos las constelaciones de la noche, sobre la tierna arena. Nos adormilábamos en ellas, acunados por los brazos del océano, con las orejas repletas de olas. Soñábamos con flores submarinas, y con leones de fuego.  Nos dedicábamos a estudiar el lenguaje de las aves marinas. De vez en cuando viajábamos a la ciudad para presentar los informes que redactábamos en relación a nuestros estudios.

Pero un día, mientras contemplábamos abrazados como el sol se ponía con desgana tras la línea del horizonte, el mar pareció erguirse, lentamente,  como si Neptuno omnipotente, hubiese comenzado la ardua tarea de ponerse en pie. Sobre él un enorme barco zozobraba, y con un crujido desesperado, lo vimos partirse en dos. Cayendo ambas partes, con gran estrépito, de nuevo sobre las aguas, que enseguida se las tragaron. El mar continuaba alzándose, como queriendo abrazarse con el cielo. Alto, muy alto, hasta que de pronto, como si el arco hubiese llegado a su máxima tensión, se lanzó hacia delante, disparado como una flecha en pos del acantilado, donde le aguardábamos nosotros. 

La gran ola se comió la playa, y llegó hasta el pueblo vecino, donde devoró por igual, casas, coches, enseres, personas...  Cuando se retiró se llevó en su regazo miles de cuerpos. Ahora el acantilado apenas levantaba un palmo sobre el mar. 

Con el tiempo las aguas se llenaron de peces tropicales,  de hermosísimos colores, y especies desconocidas. Tenían la piel luminiscente de algunas clases de algas. Uno podía verlos moverse entre las aguas, sobre todo durante la noche, en la que refulgían con un brillo que parecía motearte los ojos, sus colores se prendían a tu visión, y uno continuaba viéndolos, aun minutos después de dejar de mirarlos. Entre ellos también se podía ver cadáveres flotando, con los ojos abiertos, y la expresión de sorpresa que había dibujado en su rostro la gran ola.  Al estudiar su comportamiento se comprobó que los peces tropicales se alimentaban de los cadáveres. Esto consternó a las gentes que temieron que los peces se acostumbraran al sabor de la carne humana, y atacasen a los vivos. Pero se obtuvieron pruebas de su docilidad, ya que en realidad eran como una especie de limpiadores del océano, que sólo ingerían alimentos previamente muertos. La gente decidió no eliminarlos, con la esperanza de que algún día, con su colaboración, los fondos de aquel mar estuviesen por fin limpios del vestigio de aquella tragedia. Y uno pudiera asomarse a sus aguas sin temor a encontrarse unos ojos que desde el fondo parecían acusar a aquellos que habíamos tenido la suerte de sobrevivir. 

Mientras tanto continuaban las tareas de reconstrucción del pueblo.  Y yo me afanaba por terminar las obras de nuestra casita. La mayoría de las noches dormíamos al raso, con el cielo sobre nuestras cabezas, y añorábamos los tiempos en los que amoldábamos nuestros cuerpos a las constelaciones de conchas, que ahora debían mirar hacia nosotros desde el fondo del mar. Pero llegó el momento que se agotó el material, y tuve que ir al pueblo vecino, para poder terminar el tejado. Allí me encontré con un antiguo amor, que callejeaba por los puestos del mercado. No sabría decir por qué, pero sentí un impulso irrefrenable de seguirla. La llamé, pero ella miró hacia atrás, y al verme aceleró el paso. No entendí por qué huía de mí. Pero continué mi camino tras ella, porque tenía algo vital que preguntarle, aunque si tuviese que hacerlo en aquel  instante no hubiese encontrado las palabras. La seguí hasta el límite del pueblo, y una vez allí, ella se paró, como si hubiese una ley no escrita, que le impidiese continuar. 

-¿Por qué huyes?-le pregunté. ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de cuando nos conocimos y hablábamos horas y horas por teléfono?

Entonces me miró triste y dijo

-¿Es que no te das cuenta?¿Acaso estás ciego? Aquella no era yo…

Y ahí me percaté de que en efecto no era ella, sino tú. A quien no había vuelto a ver desde el día en el que abrazados sobre el acantilado nos golpeó la gran ola, con tal fuerza que se rompió nuestro abrazo, y yo no pude sujetarte.

Las tareas para reconstruir la casa han cesado. Ya no necesito un techo sobre mi cabeza. Ahora me paso las noches volcado sobre el mar, mirando los peces de colores, a ver si gracias a su luz puedo encontrar tu rostro entre los cadáveres flotantes. No sé que ocurriría si eso sucede. En realidad siento una especie de alivio, cuando un cadáver que está de espaldas se da la vuelta, y compruebo que su rostro no es el tuyo. Me consuelo pensando que quizás tú no eres una más en ese mar que se ha convertido en un inmenso panteón. O que, tal vez,  por un extraño efecto de la ola, tu cadáver en vez de flotar ingrávido, descansa bajo la arena. Allí donde, debido al efecto luminiscente de los peces, a veces me parece ver el brillo de las constelaciones que nosotros dibujábamos con conchas.




Si existen incoherencias en este texto, puede estar motivado por el hecho de que se basa en un sueño. He tratado de reproducirlo, tal y como me lo contaron. Aunque, evidentemente, las palabras son mías, también esa historia de las conchas que forman constelaciones sobre la arena, y el final. El resto pertenece al sueño.

DESDE MI LADO(LO QUE YO IMAGINÉ)


Imagen sustraída de la red. Desconozco el autor






Dormido pareces frágil, muy frágil. Tanto que si te soplo, temo que tu cuerpo se desprenderá del tallo del lecho, esparciéndose en infinidad de ingrávidas volutas, que se pegarán a la falda de los vientos, como la flor del diente de león. O si te toco, tu imagen hecha de agua, se turbará en el cuenco, perdiendo todo el color y el contorno, hasta volverse transparente. Tan solo una bandada de pequeñas burbujitas, con las alas abiertas, darán testimonio de tu anterior presencia. 

Cuando duermes, casi diría que te sueño.  

La sábana se deslizó sobre tu cuerpo, hasta caer a los tobillos, y allí se quedó, como si aquel fuera su último arresto de pudor. El tobillo vetado se inviste ahora del magnetismo de lo oculto. Como en los tiempos de nuestras bisabuelas en los que los hombres suspiraban por la visión de esa zona prohibida de la mujer. A veces echo de menos esos tiempos, y no por el veto, sino por el valor del tobillo. Ni un centímetro de tu piel debería de perder valor. El deber de mi mirada es naufragar en tus tobillos. Acerco mis dedos a la sábana,  siento la suavidad de su tacto. Siempre me ha resultado curioso el comportamiento de las sábanas, tan frescas, y fragantes en el lecho vacío, y a la vez tan adherentes y permeables al calor del cuerpo, hasta que alcanzan el equilibrio perfecto con nuestra temperatura. Quizás no exista tela más humana, más perfecta segunda piel. 

Me paro, decido dejarla ahí, donde a ella le place. 

Te miro, tan desnudo como una estatua. Las  piernas relajadas, ligeramente flexionadas, cubiertas por una fina pátina de vello. El sexo laxo, aniñado, sin el mínimo atisbo de su fuerza, y aun así, en su flacidez, me turba su virilidad. Quizás sólo el que ama entiende que la fragilidad también es viril. Me sorprende lo oscura que es tu piel, a mí, quien siempre adoró la palidez. Sólo el resplandor de la luna, que nos espía a través de la ventana abierta, se cierne sobre tu rostro, invistiéndolo de su claridad. Atravieso ese cerco de luz con mi mano, y me admira el hecho de que no esté frío. Siempre pienso que el halo lunar ha de ser frío. Quizás porque es el astro de la noche, y las noches han de ser frías, para que los cuerpos se busquen. Toda tu vida parece concentrarse en tu pecho, en esa respiración acompasada de tus pulmones-tus brazos ligeramente enlazados a su alrededor, como si quisieras preservarla-. Se hincha como un instrumento de viento, para desgranar al expirar una melodía. Mientras duermes, tu respiración tiene la cadencia de la brisa deslizándose entre las ramas de los árboles. A veces parece que arrecia, y su ritmo se hace más rápido, y más fuerte. Como si estuvieras furioso. De vez en cuando tus labios se abren para gruñir alguna palabra. Es apenas un balbuceo, como si durante el sueño perdieras la facultad del lenguaje. O quizás recuperas el lenguaje de los niños, durante la época en la que estos le inventan nuevos nombres a las cosas, antes de que comiencen a llamarlas con los nombres de siempre.  Tan vulnerable en tu animalidad, que sé que si ahora fuera a la cocina, y tomara un cuchillo, con la intención de clavártelo en el pecho, nada podrías hacer para impedírmelo, y acabaría bañándome en tu sangre. Tan desnudo que hasta te has desvestido de la conciencia, que es siempre la última prenda que nos quitamos. Y si te gritase, con fuerza, para despertarte, aun tardarías un instante en volver a vestirla, porque siempre le cuesta un tiempo regresar de esos mundos en los que ahora habita. La gelatinosa sustancia del sueño. Insípida y a la vez potenciadora del sabor, del golpe en el paladar. Inaprensible, y acreedora de todos los tactos, de la mayor de las consistencias, la más rotunda de las presencias. A veces en la vigilia, la emoción no nos golpea tan fuerte. No sentimos el fuego durante el beso, ni el desgarro ante la pérdida. Es después, cuando vamos dotando de sensaciones a esos momentos. En nuestra memoria hacemos crepitar al beso, y dotamos de filo a las lágrimas de nuestra pérdida. A veces, en la vigilia, pareciera que estamos dormidos. A veces, al recordar, ensoñamos lo vivido…….

A tu vera, ella se agita. Me levanto, para protegerme en la sombra. La veo desplazarse hacia tu lado del lecho, titubeante. Bosteza. Todavía tiene los ojos cerrados pero me temo que no tardará mucho en despertarse. Por lo que, con rapidez, me deslizo con mi cuerpo pegado a la pared, hasta que me acerco a la ventana, y tras volverme un momento a mirarte(ya sé que corro ciertos riesgos al hacer esto, pero este anhelo es más fuerte que yo), me introduzco por ella. La misma ventana que utilizo para escabullirme de su sueño y venir a verte. La misma que me dejo abierta cuando, tras acostarme a tu lado, comienzo a dormir….