Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


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miércoles, 28 de septiembre de 2011

GOTEO






Nudillos de agua apremian el cristal de esta noche
corro hacia ti manchada de deseo





Ven a mí como lluvia de verano
y vete
Olvidado sobre mi cuerpo
olor a tierra mojada





Vísteme de agua
Resbala sobre mi piel una y otra vez
Y luego dejémonos secar al sol






Fui lluvia sobre ti
y en la tierra caliza de tu cuerpo
germinó una flor blanca





Llenémonos como copas hasta arriba
Y luego
el uno contra el otro
brindemos




viernes, 2 de septiembre de 2011

HISTORIA DE LUCÍA. 2-La marca de los soñadores



Imagen: cortesía de Emma Gunst






Al nacer, la pequeña Lucía tenía la marca de los soñadores sobre los ojos, lo que hizo que la tía Marga se santiguara tres veces la primera vez que la vio. Porque la tía Marga era de aquellas personas que confunden la marca de los soñadores con la marca de los locos. Suele pasar, es algo bastante común.... 
La marca de los soñadores son dos sombras oscuras sobre los párpados. Éstas indican que los ojos que las portan son más susceptibles a las imágenes del sueño, que a las imágenes de la realidad. Hecho que no suele suponer gran problema durante la infancia, porque todos los niños suelen tardar mucho en ser conscientes del suelo que tienen bajo los pies. Pero los que tienen la marca siguen sin ser conscientes de ello una vez llegada la edad adulta, lo que los inhabilita para llevar una vida corriente, única cosa que la tía Marga hubiese deseado para la pequeña Lucía. Por eso se pasaba la vida asediándola con frases como esa de las musarañas y otras por el estilo, como “pero espabila nena que estás en la inopia”, o “tienes la cabeza repleta de pájaros”. Pero, su favorita sin duda era, “siempre andas con la cabeza en las nubes”. Lucía se preguntaba cómo podía andar con la cabeza en las nubes si cuando miraba para el cielo, siempre le parecía que estaba lejísimos de su cabeza. Y todo el mundo sabe que las nubes viven en el cielo, durante gran parte del año. Y cuando no están en el cielo, nadie sabe dónde están. Y a los que dicen saberlo se les acusa de ser portadores de la marca de los locos....

Una vez se le ocurrió pedirle a los pájaros de su cabeza que agitasen sus alas todos a un tiempo, y así la izasen bien alto, hasta posarla en una nube. Quizás si se pusiese a caminar haciendo el pino, podría hacerse una idea de lo que la tía Marga quería decir cuando la acusaba de “andar con la cabeza en las nubes”. Lo que sucedió es que ella nunca fue capaz de hacer el pino, por mucho que se pasó tardes enteras ensayando contra una pared. Además, por mucho que suplicaba, los pájaros de su cabeza se negaban a volar. Es más, ni siquiera tenían la cortesía de comunicarse con ella para darle una respuesta negativa. A veces pensaba que, o bien eran unos pájaros bien groseros, o pertenecían a una especie rara, hasta exótica, pues debían pasarse la mayor parte del año hibernando, como unos osos que había visto en un documental de la tele.
A la tarde solía ponerse triste y suspiraba imaginando lo hermoso que debía ser andar con la cabeza en las nubes. Por lo que Lucía, sin sospecharlo, se pasaba las horas construyendo andamios de sueños con los que trepar hasta los cielos.

A pesar de esto,  nunca se consideró una niña desafortunada-o quizás por causa de todo esto-. A pesar de ser una pequeña solitaria. A pesar de las reprimendas de la maestra reprochándole su constante falta de atención. A pesar de la perpetua vigilancia de la tía (A)Marga -como ella misma la llamaba para sus adentros, secreto que compartía entre risas con el tío Emilio-. A pesar de que su abuela siempre salía en su defensa con aquella frase tan misteriosa que siempre parecía tiznarle la boca “déjala ya Margarita, ¿no ves que su madre se paso todo el periodo de su gestación mirando al mar?”.

Lucía no había conocido a sus padres y apenas le habían hablado de ellos. Pero con los cabos sueltos de las conversaciones que había podido sorprender a hurtadillas entre su tía y su abuela, había acabado por tejer las historias más rocambolescas acerca del origen de su existencia. Una de las más curiosas era aquella en la que Lucía se veía como la hija de un Cíclope. A esta conclusión había llegado de muy niña tras ver la imagen de Urano en un libro de ilustraciones. Imagen que se entrelazó de inmediato con los jirones de oraciones en las que le había parecido sorprender que su padre, tenía un único ojo refulgente, con el que era capaz de guiar a los barcos, para que no se estrellasen en su camino hacia la costa. Y esa misma noche ella había tenido un sueño en el que un ser gigantesco que se erguía en medio del mar, con la actitud de un coloso y un gran ojo de fuego, emitía una señal que la guiaba a un lugar bien seguro entre sus brazos. Tampoco era de extrañar que su padre fuera un ser mitológico pues-por culpa de una imagen que había visto en el mismo libro- ella estaba totalmente segura de que su tía Marga era una de las tres Parcas. Y como estaba indeleblemente escrito en el árbol genealógico de la familia, su tía Marga y su padre eran hermanos. Quizás aquí deberíamos hacer una pausa para reprender al tío Emilio, que a sabiendas de la fecunda imaginación de la pequeña Lucía, la inducía a perfeccionar su lectura con libros sobre mitología y leyendas, con la dudosa intención de estimular aquella particularidad de la niña que él consideraba un don, pero los otros tenína por un gran defecto. Según su tía Marga, aquellas sombras en los ojos serían su perdición.

HISTORIA DE LUCÍA. 1-Con la cabeza en las nubes o sobre el sentido literal


Imagen: Mariana Palova





En enero publiqué aquí un relato bastante largo, pero que finalmente no acabó de cuajar. He pensado muchas veces en rehacerlo, porque, a pesar de eso, me parecía que estaba poblado por una serie de personajes encantadores que podrían dar lugar a una bonita historia. Así que, finalmente, he decidido desmontarlo, e ir publicándolo por partes con la idea de montar una ficción en cadena. O como poco una serie de bonitas escenas.....Quien al final de la primera escena se quede con ganas de saber más del personaje principal, también puede encontrar algo sobre ella, en la siguiente entrada del blog   Las cosas de Lucía  





De ella todos decían que tenía la cabeza en las nubes. Ya de niña la tía Marga la reprendía constantemente por “estarse pensando en las musarañas”. Cosa que a ella no dejaba de extrañarle. Porque, por lo que a ella le constaba, no había visto una musaraña en su vida como, para colmo, estarse pensando en ellas. Así que un buen día fue junto a su tío Emilio, quien se pasaba las horas pertrechado en su castillo de libros -así solía denominar la tía Marga, con un tono no exento de retintín, a las torres de libros y polvo que se apilaban cual caóticas babeles en el cuarto del tío Emilio, y que mediante un misterioso engranaje conseguían por los pelos mantener el equilibrio de sus endebles estructuras. A Lucía se le ocurría que algo tenía que ver con el polvo que se iba acumulando sobre ellas, porque el Tío Emilio nunca dejaba entrar a la tía Marga, cuando ésta aparecía en la puerta esgrimiendo su temido plumero- y asomando su graciosa y leónida cabeza por entre dos de aquellas almenas, le pidió muy cortesmente que le explicase qué eran las musarañas. El tío Emilio-quien no gustaba de los deleites de la conversación, pero que a la vez adoraba a la pequeña Lucía casi tanto como a sus libros-se levantó de su silla recopilando todas  sus reservas de paciencia, y casi automáticamente se dirigió a la sección de los libros que se apilaban por estantes, es decir al lugar donde se hallaba su enciclopedia. 

“Las novelas, los libros de poesía, los cuentos, en definitiva cualquier ficción, se sienten más a gusto apilados en torres”- solía decir el tío Emilio-“Sin embargo, el saber encorsetado de las enciclopedias, las gramáticas, los diccionarios, los ensayos… se sienten fuera de lugar si no están tras el enrejado de una estantería..”-.

Desfilando su dedo por aquellos lomos negros con altivas letras de dorados trazos, acabó por pararse en uno en el que resplandecía una M como la grupa de un camello. Lo cogió con gesto seguro y fue agitando las páginas hasta que encontró la que buscaba. Con voz grave pero ausente de telarañas, comenzó a leer de aquel modo que siempre dejaba a la pequeña Lucía presa de la mayor fascinación. “Los sorícidos (Soricidae), conocidos vulgarmente como musarañas, son una familia de mamíferos placentarios del orden Soricomorpha”. La pequeña Lucía abrió de tal modo las oscuras galernas de sus ojos que el tío Emilio no pudo evitar emitir una carcajada estruendosa, como una ráfaga que se estrella contra el membrete de una ola. Dejó el libro en el único espacio deshabitado de aquella mesa y tomándola en brazos la puso de pie sobre su silla. Señalando una fotografía que entre las páginas abiertas mostraba la imagen de un animalito tan pequeño que cabía holgadamente en la palma de una mano, el tío Emilio pronuncio las mágicas palabras “eso que ahí ves es una musaraña”. Así que la pequeña Lucía retuvo esta imagen con fuerza dentro de su cabeza y salió de la habitación de su tío contenta a mares, porque ahora sí podía pensar en las musarañas y darle la razón a la tía Marga. Pues sabía que no había nada en el mundo que hiciera más feliz a la tía Marga que el hecho de que los demás le dieran la razón.