Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


lunes, 5 de septiembre de 2011

CANCION DEL ALBA


After the Rain I



 After the Rain II de Nanoo-G





La flor
apenas sabía gran cosa del mundo
Su única certeza
era el peso de aquella gota de rocío
que al alba amanecía sobre sus pétalos

La flor
sabía de amor

domingo, 4 de septiembre de 2011

CAÍDAS


Imagen: Daria Endresen


De pequeña me enseñaron
que al caer debía poner las manos
para mitigar el golpe
Pero nunca me dijeron
que las manos no encuentran asidero
ni apoyo
cuando la zancadilla nos la pone el amor
Y que no hay nada capaz de frenar
a los amantes en su caída

Por lo que siempre acabo
rodando por los suelos
con el corazón cosido a moratones
y una flor de sangre
abriendo sus pétalos
sobre mis rodillas

Al menos cuando niña
mi abuela acudía sonriendo
para hacerme las curas
y dibujaba estrellitas de cromer
en el cielo de mis piernas magulladas

Ahora mis heridas
sin estrellas que las taponen
anhelan la quemazón 
y el burbujeo
del agua oxigenada





Cromer: Sustancia parecida al betadine que mi abuela utilizaba para curar mis heridas.
Agua oxigenada: Sustancia similar al alcohol puro, pero más débil. Sobre la herida parecía burbujear, y producía como una quemazón, o picor. Mi abuela solía decir que cuánto más picaba más rápido curaban.
Mi abuela también tenía otros métodos para curarme. Como los baños de clorina, que eran unos polvos que disolvía en el agua hirviendo y despues administraba sobre la herida por mediación de una gasa que antes había empapado en ellos. Y una sustancia amarilla que se llamaba terramicina, con la que había que untar la herida y dejar que secara al aire. Pero estos dos sólo los empleaba en caso de que la herida tuviese peor pinta de lo habitual.Una vez(no creo que tuviera más de seis años)me caí con toda la cara(por no colocar las manos a tiempo) en la superficie de una carretera que estaba sin asfaltar. Y tuve heridas que me cubrieron casi uno de los lados de mi cara. Así que durante varias semanas mi abuela religiosamente me sometía a los baños de clorina y me empastaba la cara con terramicina. He de decir en su favor que no me quedó ninguna marca de aquello. No conozco a nadie cuya abuela le sometiera a baños de clorina. Quizás se tratara de un saber especial...

viernes, 2 de septiembre de 2011

HISTORIA DE LUCÍA. 2-La marca de los soñadores



Imagen: cortesía de Emma Gunst






Al nacer, la pequeña Lucía tenía la marca de los soñadores sobre los ojos, lo que hizo que la tía Marga se santiguara tres veces la primera vez que la vio. Porque la tía Marga era de aquellas personas que confunden la marca de los soñadores con la marca de los locos. Suele pasar, es algo bastante común.... 
La marca de los soñadores son dos sombras oscuras sobre los párpados. Éstas indican que los ojos que las portan son más susceptibles a las imágenes del sueño, que a las imágenes de la realidad. Hecho que no suele suponer gran problema durante la infancia, porque todos los niños suelen tardar mucho en ser conscientes del suelo que tienen bajo los pies. Pero los que tienen la marca siguen sin ser conscientes de ello una vez llegada la edad adulta, lo que los inhabilita para llevar una vida corriente, única cosa que la tía Marga hubiese deseado para la pequeña Lucía. Por eso se pasaba la vida asediándola con frases como esa de las musarañas y otras por el estilo, como “pero espabila nena que estás en la inopia”, o “tienes la cabeza repleta de pájaros”. Pero, su favorita sin duda era, “siempre andas con la cabeza en las nubes”. Lucía se preguntaba cómo podía andar con la cabeza en las nubes si cuando miraba para el cielo, siempre le parecía que estaba lejísimos de su cabeza. Y todo el mundo sabe que las nubes viven en el cielo, durante gran parte del año. Y cuando no están en el cielo, nadie sabe dónde están. Y a los que dicen saberlo se les acusa de ser portadores de la marca de los locos....

Una vez se le ocurrió pedirle a los pájaros de su cabeza que agitasen sus alas todos a un tiempo, y así la izasen bien alto, hasta posarla en una nube. Quizás si se pusiese a caminar haciendo el pino, podría hacerse una idea de lo que la tía Marga quería decir cuando la acusaba de “andar con la cabeza en las nubes”. Lo que sucedió es que ella nunca fue capaz de hacer el pino, por mucho que se pasó tardes enteras ensayando contra una pared. Además, por mucho que suplicaba, los pájaros de su cabeza se negaban a volar. Es más, ni siquiera tenían la cortesía de comunicarse con ella para darle una respuesta negativa. A veces pensaba que, o bien eran unos pájaros bien groseros, o pertenecían a una especie rara, hasta exótica, pues debían pasarse la mayor parte del año hibernando, como unos osos que había visto en un documental de la tele.
A la tarde solía ponerse triste y suspiraba imaginando lo hermoso que debía ser andar con la cabeza en las nubes. Por lo que Lucía, sin sospecharlo, se pasaba las horas construyendo andamios de sueños con los que trepar hasta los cielos.

A pesar de esto,  nunca se consideró una niña desafortunada-o quizás por causa de todo esto-. A pesar de ser una pequeña solitaria. A pesar de las reprimendas de la maestra reprochándole su constante falta de atención. A pesar de la perpetua vigilancia de la tía (A)Marga -como ella misma la llamaba para sus adentros, secreto que compartía entre risas con el tío Emilio-. A pesar de que su abuela siempre salía en su defensa con aquella frase tan misteriosa que siempre parecía tiznarle la boca “déjala ya Margarita, ¿no ves que su madre se paso todo el periodo de su gestación mirando al mar?”.

Lucía no había conocido a sus padres y apenas le habían hablado de ellos. Pero con los cabos sueltos de las conversaciones que había podido sorprender a hurtadillas entre su tía y su abuela, había acabado por tejer las historias más rocambolescas acerca del origen de su existencia. Una de las más curiosas era aquella en la que Lucía se veía como la hija de un Cíclope. A esta conclusión había llegado de muy niña tras ver la imagen de Urano en un libro de ilustraciones. Imagen que se entrelazó de inmediato con los jirones de oraciones en las que le había parecido sorprender que su padre, tenía un único ojo refulgente, con el que era capaz de guiar a los barcos, para que no se estrellasen en su camino hacia la costa. Y esa misma noche ella había tenido un sueño en el que un ser gigantesco que se erguía en medio del mar, con la actitud de un coloso y un gran ojo de fuego, emitía una señal que la guiaba a un lugar bien seguro entre sus brazos. Tampoco era de extrañar que su padre fuera un ser mitológico pues-por culpa de una imagen que había visto en el mismo libro- ella estaba totalmente segura de que su tía Marga era una de las tres Parcas. Y como estaba indeleblemente escrito en el árbol genealógico de la familia, su tía Marga y su padre eran hermanos. Quizás aquí deberíamos hacer una pausa para reprender al tío Emilio, que a sabiendas de la fecunda imaginación de la pequeña Lucía, la inducía a perfeccionar su lectura con libros sobre mitología y leyendas, con la dudosa intención de estimular aquella particularidad de la niña que él consideraba un don, pero los otros tenína por un gran defecto. Según su tía Marga, aquellas sombras en los ojos serían su perdición.

HISTORIA DE LUCÍA. 1-Con la cabeza en las nubes o sobre el sentido literal


Imagen: Mariana Palova





En enero publiqué aquí un relato bastante largo, pero que finalmente no acabó de cuajar. He pensado muchas veces en rehacerlo, porque, a pesar de eso, me parecía que estaba poblado por una serie de personajes encantadores que podrían dar lugar a una bonita historia. Así que, finalmente, he decidido desmontarlo, e ir publicándolo por partes con la idea de montar una ficción en cadena. O como poco una serie de bonitas escenas.....Quien al final de la primera escena se quede con ganas de saber más del personaje principal, también puede encontrar algo sobre ella, en la siguiente entrada del blog   Las cosas de Lucía  





De ella todos decían que tenía la cabeza en las nubes. Ya de niña la tía Marga la reprendía constantemente por “estarse pensando en las musarañas”. Cosa que a ella no dejaba de extrañarle. Porque, por lo que a ella le constaba, no había visto una musaraña en su vida como, para colmo, estarse pensando en ellas. Así que un buen día fue junto a su tío Emilio, quien se pasaba las horas pertrechado en su castillo de libros -así solía denominar la tía Marga, con un tono no exento de retintín, a las torres de libros y polvo que se apilaban cual caóticas babeles en el cuarto del tío Emilio, y que mediante un misterioso engranaje conseguían por los pelos mantener el equilibrio de sus endebles estructuras. A Lucía se le ocurría que algo tenía que ver con el polvo que se iba acumulando sobre ellas, porque el Tío Emilio nunca dejaba entrar a la tía Marga, cuando ésta aparecía en la puerta esgrimiendo su temido plumero- y asomando su graciosa y leónida cabeza por entre dos de aquellas almenas, le pidió muy cortesmente que le explicase qué eran las musarañas. El tío Emilio-quien no gustaba de los deleites de la conversación, pero que a la vez adoraba a la pequeña Lucía casi tanto como a sus libros-se levantó de su silla recopilando todas  sus reservas de paciencia, y casi automáticamente se dirigió a la sección de los libros que se apilaban por estantes, es decir al lugar donde se hallaba su enciclopedia. 

“Las novelas, los libros de poesía, los cuentos, en definitiva cualquier ficción, se sienten más a gusto apilados en torres”- solía decir el tío Emilio-“Sin embargo, el saber encorsetado de las enciclopedias, las gramáticas, los diccionarios, los ensayos… se sienten fuera de lugar si no están tras el enrejado de una estantería..”-.

Desfilando su dedo por aquellos lomos negros con altivas letras de dorados trazos, acabó por pararse en uno en el que resplandecía una M como la grupa de un camello. Lo cogió con gesto seguro y fue agitando las páginas hasta que encontró la que buscaba. Con voz grave pero ausente de telarañas, comenzó a leer de aquel modo que siempre dejaba a la pequeña Lucía presa de la mayor fascinación. “Los sorícidos (Soricidae), conocidos vulgarmente como musarañas, son una familia de mamíferos placentarios del orden Soricomorpha”. La pequeña Lucía abrió de tal modo las oscuras galernas de sus ojos que el tío Emilio no pudo evitar emitir una carcajada estruendosa, como una ráfaga que se estrella contra el membrete de una ola. Dejó el libro en el único espacio deshabitado de aquella mesa y tomándola en brazos la puso de pie sobre su silla. Señalando una fotografía que entre las páginas abiertas mostraba la imagen de un animalito tan pequeño que cabía holgadamente en la palma de una mano, el tío Emilio pronuncio las mágicas palabras “eso que ahí ves es una musaraña”. Así que la pequeña Lucía retuvo esta imagen con fuerza dentro de su cabeza y salió de la habitación de su tío contenta a mares, porque ahora sí podía pensar en las musarañas y darle la razón a la tía Marga. Pues sabía que no había nada en el mundo que hiciera más feliz a la tía Marga que el hecho de que los demás le dieran la razón.

jueves, 1 de septiembre de 2011

DESDE SU LADO (LO QUE ÉL SOÑÓ)


Imagen: Bárbara Bezina





El soñó que….

Vivíamos en una casita encantadora, sobre la cima de un acantilado. Al pie del acantilado había una hermosa playa, siempre solitaria, como en perpetuo idilio con el invierno. Allí nosotros recolectábamos conchas, y con ellas dibujábamos las constelaciones de la noche, sobre la tierna arena. Nos adormilábamos en ellas, acunados por los brazos del océano, con las orejas repletas de olas. Soñábamos con flores submarinas, y con leones de fuego.  Nos dedicábamos a estudiar el lenguaje de las aves marinas. De vez en cuando viajábamos a la ciudad para presentar los informes que redactábamos en relación a nuestros estudios.

Pero un día, mientras contemplábamos abrazados como el sol se ponía con desgana tras la línea del horizonte, el mar pareció erguirse, lentamente,  como si Neptuno omnipotente, hubiese comenzado la ardua tarea de ponerse en pie. Sobre él un enorme barco zozobraba, y con un crujido desesperado, lo vimos partirse en dos. Cayendo ambas partes, con gran estrépito, de nuevo sobre las aguas, que enseguida se las tragaron. El mar continuaba alzándose, como queriendo abrazarse con el cielo. Alto, muy alto, hasta que de pronto, como si el arco hubiese llegado a su máxima tensión, se lanzó hacia delante, disparado como una flecha en pos del acantilado, donde le aguardábamos nosotros. 

La gran ola se comió la playa, y llegó hasta el pueblo vecino, donde devoró por igual, casas, coches, enseres, personas...  Cuando se retiró se llevó en su regazo miles de cuerpos. Ahora el acantilado apenas levantaba un palmo sobre el mar. 

Con el tiempo las aguas se llenaron de peces tropicales,  de hermosísimos colores, y especies desconocidas. Tenían la piel luminiscente de algunas clases de algas. Uno podía verlos moverse entre las aguas, sobre todo durante la noche, en la que refulgían con un brillo que parecía motearte los ojos, sus colores se prendían a tu visión, y uno continuaba viéndolos, aun minutos después de dejar de mirarlos. Entre ellos también se podía ver cadáveres flotando, con los ojos abiertos, y la expresión de sorpresa que había dibujado en su rostro la gran ola.  Al estudiar su comportamiento se comprobó que los peces tropicales se alimentaban de los cadáveres. Esto consternó a las gentes que temieron que los peces se acostumbraran al sabor de la carne humana, y atacasen a los vivos. Pero se obtuvieron pruebas de su docilidad, ya que en realidad eran como una especie de limpiadores del océano, que sólo ingerían alimentos previamente muertos. La gente decidió no eliminarlos, con la esperanza de que algún día, con su colaboración, los fondos de aquel mar estuviesen por fin limpios del vestigio de aquella tragedia. Y uno pudiera asomarse a sus aguas sin temor a encontrarse unos ojos que desde el fondo parecían acusar a aquellos que habíamos tenido la suerte de sobrevivir. 

Mientras tanto continuaban las tareas de reconstrucción del pueblo.  Y yo me afanaba por terminar las obras de nuestra casita. La mayoría de las noches dormíamos al raso, con el cielo sobre nuestras cabezas, y añorábamos los tiempos en los que amoldábamos nuestros cuerpos a las constelaciones de conchas, que ahora debían mirar hacia nosotros desde el fondo del mar. Pero llegó el momento que se agotó el material, y tuve que ir al pueblo vecino, para poder terminar el tejado. Allí me encontré con un antiguo amor, que callejeaba por los puestos del mercado. No sabría decir por qué, pero sentí un impulso irrefrenable de seguirla. La llamé, pero ella miró hacia atrás, y al verme aceleró el paso. No entendí por qué huía de mí. Pero continué mi camino tras ella, porque tenía algo vital que preguntarle, aunque si tuviese que hacerlo en aquel  instante no hubiese encontrado las palabras. La seguí hasta el límite del pueblo, y una vez allí, ella se paró, como si hubiese una ley no escrita, que le impidiese continuar. 

-¿Por qué huyes?-le pregunté. ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de cuando nos conocimos y hablábamos horas y horas por teléfono?

Entonces me miró triste y dijo

-¿Es que no te das cuenta?¿Acaso estás ciego? Aquella no era yo…

Y ahí me percaté de que en efecto no era ella, sino tú. A quien no había vuelto a ver desde el día en el que abrazados sobre el acantilado nos golpeó la gran ola, con tal fuerza que se rompió nuestro abrazo, y yo no pude sujetarte.

Las tareas para reconstruir la casa han cesado. Ya no necesito un techo sobre mi cabeza. Ahora me paso las noches volcado sobre el mar, mirando los peces de colores, a ver si gracias a su luz puedo encontrar tu rostro entre los cadáveres flotantes. No sé que ocurriría si eso sucede. En realidad siento una especie de alivio, cuando un cadáver que está de espaldas se da la vuelta, y compruebo que su rostro no es el tuyo. Me consuelo pensando que quizás tú no eres una más en ese mar que se ha convertido en un inmenso panteón. O que, tal vez,  por un extraño efecto de la ola, tu cadáver en vez de flotar ingrávido, descansa bajo la arena. Allí donde, debido al efecto luminiscente de los peces, a veces me parece ver el brillo de las constelaciones que nosotros dibujábamos con conchas.




Si existen incoherencias en este texto, puede estar motivado por el hecho de que se basa en un sueño. He tratado de reproducirlo, tal y como me lo contaron. Aunque, evidentemente, las palabras son mías, también esa historia de las conchas que forman constelaciones sobre la arena, y el final. El resto pertenece al sueño.

DESDE MI LADO(LO QUE YO IMAGINÉ)


Imagen sustraída de la red. Desconozco el autor






Dormido pareces frágil, muy frágil. Tanto que si te soplo, temo que tu cuerpo se desprenderá del tallo del lecho, esparciéndose en infinidad de ingrávidas volutas, que se pegarán a la falda de los vientos, como la flor del diente de león. O si te toco, tu imagen hecha de agua, se turbará en el cuenco, perdiendo todo el color y el contorno, hasta volverse transparente. Tan solo una bandada de pequeñas burbujitas, con las alas abiertas, darán testimonio de tu anterior presencia. 

Cuando duermes, casi diría que te sueño.  

La sábana se deslizó sobre tu cuerpo, hasta caer a los tobillos, y allí se quedó, como si aquel fuera su último arresto de pudor. El tobillo vetado se inviste ahora del magnetismo de lo oculto. Como en los tiempos de nuestras bisabuelas en los que los hombres suspiraban por la visión de esa zona prohibida de la mujer. A veces echo de menos esos tiempos, y no por el veto, sino por el valor del tobillo. Ni un centímetro de tu piel debería de perder valor. El deber de mi mirada es naufragar en tus tobillos. Acerco mis dedos a la sábana,  siento la suavidad de su tacto. Siempre me ha resultado curioso el comportamiento de las sábanas, tan frescas, y fragantes en el lecho vacío, y a la vez tan adherentes y permeables al calor del cuerpo, hasta que alcanzan el equilibrio perfecto con nuestra temperatura. Quizás no exista tela más humana, más perfecta segunda piel. 

Me paro, decido dejarla ahí, donde a ella le place. 

Te miro, tan desnudo como una estatua. Las  piernas relajadas, ligeramente flexionadas, cubiertas por una fina pátina de vello. El sexo laxo, aniñado, sin el mínimo atisbo de su fuerza, y aun así, en su flacidez, me turba su virilidad. Quizás sólo el que ama entiende que la fragilidad también es viril. Me sorprende lo oscura que es tu piel, a mí, quien siempre adoró la palidez. Sólo el resplandor de la luna, que nos espía a través de la ventana abierta, se cierne sobre tu rostro, invistiéndolo de su claridad. Atravieso ese cerco de luz con mi mano, y me admira el hecho de que no esté frío. Siempre pienso que el halo lunar ha de ser frío. Quizás porque es el astro de la noche, y las noches han de ser frías, para que los cuerpos se busquen. Toda tu vida parece concentrarse en tu pecho, en esa respiración acompasada de tus pulmones-tus brazos ligeramente enlazados a su alrededor, como si quisieras preservarla-. Se hincha como un instrumento de viento, para desgranar al expirar una melodía. Mientras duermes, tu respiración tiene la cadencia de la brisa deslizándose entre las ramas de los árboles. A veces parece que arrecia, y su ritmo se hace más rápido, y más fuerte. Como si estuvieras furioso. De vez en cuando tus labios se abren para gruñir alguna palabra. Es apenas un balbuceo, como si durante el sueño perdieras la facultad del lenguaje. O quizás recuperas el lenguaje de los niños, durante la época en la que estos le inventan nuevos nombres a las cosas, antes de que comiencen a llamarlas con los nombres de siempre.  Tan vulnerable en tu animalidad, que sé que si ahora fuera a la cocina, y tomara un cuchillo, con la intención de clavártelo en el pecho, nada podrías hacer para impedírmelo, y acabaría bañándome en tu sangre. Tan desnudo que hasta te has desvestido de la conciencia, que es siempre la última prenda que nos quitamos. Y si te gritase, con fuerza, para despertarte, aun tardarías un instante en volver a vestirla, porque siempre le cuesta un tiempo regresar de esos mundos en los que ahora habita. La gelatinosa sustancia del sueño. Insípida y a la vez potenciadora del sabor, del golpe en el paladar. Inaprensible, y acreedora de todos los tactos, de la mayor de las consistencias, la más rotunda de las presencias. A veces en la vigilia, la emoción no nos golpea tan fuerte. No sentimos el fuego durante el beso, ni el desgarro ante la pérdida. Es después, cuando vamos dotando de sensaciones a esos momentos. En nuestra memoria hacemos crepitar al beso, y dotamos de filo a las lágrimas de nuestra pérdida. A veces, en la vigilia, pareciera que estamos dormidos. A veces, al recordar, ensoñamos lo vivido…….

A tu vera, ella se agita. Me levanto, para protegerme en la sombra. La veo desplazarse hacia tu lado del lecho, titubeante. Bosteza. Todavía tiene los ojos cerrados pero me temo que no tardará mucho en despertarse. Por lo que, con rapidez, me deslizo con mi cuerpo pegado a la pared, hasta que me acerco a la ventana, y tras volverme un momento a mirarte(ya sé que corro ciertos riesgos al hacer esto, pero este anhelo es más fuerte que yo), me introduzco por ella. La misma ventana que utilizo para escabullirme de su sueño y venir a verte. La misma que me dejo abierta cuando, tras acostarme a tu lado, comienzo a dormir….

miércoles, 31 de agosto de 2011

HAY UNA QUE ESCRIBE....


Imagen: Edna Romero




Hay en mí una que rabia
Que se revuelve
Que aúlla
Que se sacude sopapos en la cara
y se arranca los pelos de raiz
sin temor a la calvicie
Que se mete los dedos sin piedad
hasta vomitar palabras
para satirizar a los ángeles
Que escupe vinagre
en las heridas abiertas
Y exhibe
sin decoro
su inmundicia
y la desnudez
de sus alforjas
Una que forja una espada con su canto
Mientras colecciona heridas en la garganta
Y corazones a puñados