Blog sobre libros donde voy dejando mis lecturas de poesía, novela y cualquier texto literario que me haya interesado, para extender la conversación que mantenemos con los libros durante la lectura.
Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
Juan Ramón Jiménez
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miércoles, 30 de marzo de 2011
DELIRIO
Sentía un horrible dolor de cabeza. Allí, tumbada, con los ojos cerrados. Presentía la luz a mi alrededor como la promesa de una estocada. Y yo ya no traía yelmo, ni escudo. Me sabía desnuda, y en algún momento de la noche debió escurrírseme la sábana. Sentí un infantil pudor hacia la habitación. Traté de recordar…
La noche anterior, tras ahogarme en alcohol, él me trajo a cuestas hasta casa. Luego, en mi habitación, caballerosamente me había quitado los zapatos y los vaqueros. Cuando ya me creía dormida y arropada, antes de que saliera definitivamente por esa puerta, me alcé sobre la cama y terminé de arrancarme la ropa. “No te vayas-le dije-No me dejes pudrirme sola. No esta noche. Mañana será un buen día para comenzar a hacerlo”. Me miró con aquellos ojos satánicos. Hace tiempo que olvidé la letra del exorcismo que un día me enseñó mi abuela. También en algún momento de mi vida he extraviado el camino hacia aquel bosque, donde nacen las castañas de las brujas…. No hay antídoto para el amor. Lo sabía. Él también. “No te hagas esto princesa”, dijo mientras sus ojos se tornaban tristes. “Pues entonces ayúdame a morir. Ahógame la boca con los asfódelos de tus besos y espera a que caiga sobre mí la noche eterna”. Sin más se volvió, y se dirigió hacia la salida. “Tú tenías que ser mi caballero andante. Lo prometiste. ¿Quién me defenderá ahora de las hordas enemigas? ¿Quién?...”. Por única respuesta escuché el sonido de la puerta al cerrarse. Entonces mordí el polvo.
Durante toda la noche estuvo sonando el móvil. Sabía que era él, que no sería capaz de dormir tranquilo tras mis amenazas de matarme. Llamaba para confirmar que todavía seguía viva. Vano consuelo. Decidí no contestar para que sufriera un poco imaginando las ciento una maneras que podía escoger para suicidarme, que, cuidadosamente, una vez había anotado con buena letra en un cuaderno.
Al despertar temo la herida de la luz. La llegada de un nuevo día que me traiga tu ausencia. Siento los párpados tensos. Como a punto de reventar. ¿Y si a partir de este momento me convierto en un ser sin párpados?. Ya nunca jamás podré conciliar el sueño. Decido dejar pasar la luz por una pequeña rendija. Quema. Sobre todo quema la piel que ya no está. “Tan sólo en la oscuridad puedo atraer tu imagen hacia mí”. Tengo una gran experiencia en soliloquios. Puedo inventar las palabras que tú no dices. “Te quiero, pero a veces olvido. Ya no habrá más dragones en tu sueño”. “Ni tampoco demonios de las estepas. Prométemelo”, contesto. Enarbolar la bandera de una promesa… El pañuelo que llevas anudado en tu lanza está lleno de desgarrones por el uso. Me quedo dormida acodada en las gradas, observando la justa en la que vas perdiendo…
Por fin tras este último sueño consigo abrir los ojos. Los clamores del tambor todavía retumban en mi cabeza. Tengo el cuerpo entumecido y me cuesta horrores moverme. Es como si mis miembros continuaran dormidos, casi inertes. Noto un molesto picor en la nariz y trato de recuperar mi mano para rascarme. Algo me lo impide. Siento una soga alrededor del cuello de mi mano. Si hago fuerza tengo la sensación de que puede quebrarse. Levanto la cabeza y observo como mi cuerpo está inmovilizado por un sinfín de diminutas cuerda. “¡Ay no!-me digo-me he reencarnado en Gulliver en el país de Liliput”. Están tan tensas que a pesar de su tamaño no consigo moverlas. “Sólo es cuestión de tiempo que los soldados vengan a buscarme”, me digo ridículamente. Pero siento como si unos diminutos pies anduvieran sobre mi cuerpo. Alguien se pone a gritar en mi vagina. “Eco, ecooo..” Me hace cosquillas y por primera vez en mucho tiempo me río. “¿Qué haces estúpido? ¿No ves que eso no es una cueva?”, escucho que dice otra voz. Esos pasitos sobre mi piel me erizan el vello. Por un momento temo que se trate de una invasión de arañas velludas, y hasta me parece ver unas patitas negras que se aproximan hacia mi, y ya coronan la cumbre de mi seno derecho. Pienso en el asta de una bandera coronando mi pezón, y…..¡Ay! Es tan solo una “M”. Mayúscula. Me mira. No tiene ojos y me mira.
-Perdona por lo de antes-me dice-todas las “G” carecen de seso.
-¿Una “G” en mi vagina? Debe ser lo más cerca que he estado de hallar el famoso punto con ese nombre-respondo más que para la “M”, para mí misma.
-Te equivocas. No hay ningún punto que se llame “G”. Los puntos que yo conozco sencillamente se llaman puntos. Y si ese punto del que hablas es tan famoso, debería conocerlo-dice como si se dirigiera a un auditorio invisible.
-Olvídalo. No tiene importancia. ¿Podrías decirme que haces sobre mi pecho? Resulta un poco molesto.
-Perdona. Vengo de muy lejos y no conozco estas tierras. Me he adelantado para anunciar la visita de su majestad nuestra augusta letra “A” y el rey consorte la letra “B”.
“Que imaginación tan parca es la mía-me digo-. La A y la B son esposos..Vaya obviedad. Al menos parece que se trata de un régimen matriarcal…”
No bien acababa de pronunciar las anteriores palabras cuando se escuchó el sonido estruendoso de unas trompetas, y el grueso de lo que me pareció un ejército comenzó a asomar ordenadamente a la altura del ombligo. Pronto me percaté de que estaba allí el abecedario en pleno. Tanto minúsculas, como mayúsculas, negritas, e incluso no faltaban las cursivas. De pronto aquella masa compacta, como respondiendo a alguna señal acordada, que yo no pude percibir, se separó en dos hebras. Y por el centro vi asomar dos letras de porte majestuoso. Por supuesto se trataban de sus augustas majestades “A” y “B”, que en verdad tenían un aspecto regio. “A” me recordaba bastante a la Reina de Corazones de “Alicia en el País de las Maravillas”, y temí de un momento a otro escuchar su voz chillona pronunciando la conocida sentencia “Que le corten la cabeza”. Lamenté todavía más el tener la manos atadas, pues entendí que mi cuello necesitaba en aquellos momentos unas caricias tranquilizantes. Decidí esperar en silencio hasta que algunos de los dos consortes me dirigiese la palabra, pues es sabido que a los reyes no les gusta que le dirijan la palabra previamente a que ellos lo hagan.
-Y bien…?-dijo la reina “A”, dirigiéndome una mirada que encontré bastante veleidosa.
-Y bien…?-repitió el rey “B”
-Y bien…?-repetí yo un tanto intimidada. Los ojos de la reina me parecían capaces de prodigar centellas por doquier.
-¿Qué tienes que decir en tu favor, jovencita?-dijo recobrando la serenidad
-Pues…¿es necesario que llame a un abogado?-pregunté
-No digas tonterías. Sabes bien que venimos en son de paz-dijo-Hace tiempo que teníamos programada esta visita, pero el viaje es tan largo, y su majestad “B” es tan perezosa….
-Y a qué se debe tan grande honor hacia mi persona-había decidido que sería mejor para mi cuello seguirles el juego.
-Y aún lo pregunta!!!-dijo la reina y estalló en una sonora carcajada, a la que se unió el grueso de su séquito, como bien indican todos los libros de protocolo- ¿Acaso ignoras la grave falta que has cometido?
-¿Yooooo?-exclamé bastante sorprendida
-Ah! Mira que eres atolondrada, chiquilla. ¿Voy a tener que recordarte a ti, el olvido al que nos has condenado?
-¿Cómo?
-Tú antes componías bonitos poemas. Nos tratabas con mimo y nosotros gozábamos vistiendo la tinta de tus versos. Pero ahora, lo único que trazas son lamentos y amenazas.
-¿Qué puedo hacer, si es que amo, y el amor ahoga mi voz?
-Pero al principio escribiste hermosos cantos de aurora…
- En aquellos tiempos disfrutaba corriendo descalza sobre la hierba. Pero finalmente el amor me devolvió olvido ¿no es justo que os haya olvidado también yo a vosotras?
-Te equivocas, no es cuestión de justicia. Es simplemente cuestión de temas, y a nosotras el desamor nos parece un tema tan bueno como el amor.
-Siento contrariaros, pero me cuesta horrores escribir. Las palabras parecen haber abandonado mi pluma, para siempre.
-Sin embargo para escribir un decálogo enumerando ciento una maneras de matarte sí que tienes tinta….
-Ahí lo que utilicé es la tinta de la desesperación, pero en esa-ya os lo he dicho-he acabado por ahogarme.
-No te preocupes, para eso estamos nosotras aquí. Hemos decidido darte una oportunidad y para ello vamos a sacrificarnos. No se trata de una renuncia,sino un advenimiento.
-La verdad es que anoche debí beber demasiado, porque ahora no entiendo una palabra.
-No te preocupes, tú limítate a mantener tu boca abierta..
Me dispuse a obedecer, sintiendo con el rabillo del ojo que aquello todo era un sueño, y sólo era cuestión de dejarse llevar. Vi entonces como “A”, conducida gentilmente por “B”, se dirigió a mi cuello, escaló no sin esfuerzo el páramo de mi barbilla, y se aproximó a mi boca. Una vez allí, tras haber besado a “B” de un modo que me pareció demasiado fogoso para unos labios reales, se arrojó en pos de mi garganta, gritando “Jerónimooooo”, lo cual, dicho sea de paso, me pareció tan solo una excentricidad más de mi subconsciente. De inmediato “B”, imitó a “A”. Y no transcurrió mucho tiempo antes de que el resto del séquito se zambullera sin miedo en aquel océano negro. Yo las sentía, rodar, agitarse, tropezarse las unas con las otras. Me pareció que aquella debía ser una situación harto incómoda para los augustos consortes, que seguramente tendrían algún pie o mano arrimado a sus reales posaderas. Poco a poco las letras se iban arracimando, ocupando la totalidad de mi tráquea y la últimas ya se apilaban desde las amígdalas al velo del paladar. Comenzó a faltarme el aire, y traté de toser para expulsarlas, pero parecían agarrarse con sus pies y sus manos. Entonces supe que si no hacía nada por arrojarlas fuera, acabaría por morir asfixiada. Fue en ese momento cuando me desperté.
Aunque ya no estoy dentro del sueño, siento que el nudo sigue ahí. Es el amor que me atenaza el cuello. Me lo toco y me extraña no sentir esa rugosidad del lazo. Los peores nudos son los que no tienen ni forma, ni imagen. Si tienen forma se pueden desatar. Si tienen imagen siempre se puede comprar una goma de borrar. Recuerdo las palabras de la reina. El desamor es un tema tan bueno como el amor. Cojo mi cuaderno y arranco las hojas donde un día anoté las ciento una maneras de suicidarse. Comienzo a escribir todo lo que ha acontecido durante la noche. Ya no puedo parar. Dejo de ser una barca varada en la playa. Una pequeña lengua de mar se desliza sobre la arena, y comienza a lamerme las costuras. De vez en cuando me llevo la mano al cuello y me parece percibir que el nudo está un poquito más suelto. Quizás sólo un milímetro. Pero por un milímetro se empiezan a recorrer las grandes distancias.
lunes, 24 de enero de 2011
EL CORO

Aquella tarde se percibía un gran revuelo entre las palabras. Durante la mañana, con gran solemnidad, se había promulgado un bando por el cual se las informaba de que, después de un tiempo en blanco, “El Poeta” había recibido súbitamente la visita de la muy noble dama Inspiración y había sido tal la impresión que esta le había causado que enseguida una pasión de desbordante caudal había anegado su corazón. Asimismo se las conminaba a que se mantuviesen alerta y a disposición del Poeta, por si este requiriese su presencia.
Sin duda todas entre las palabras eran conscientes de la importancia de su labor, porque sólo a través de ellas “El Poeta” era capaz de achicar el agua sobrante y mantener a flote y latente su vigoroso pero sensible corazón. Y aunque yo no me considero quien para poner en duda la nobleza de su proceder, he de matizar que la causa de tan grande revuelo no era esa, sino otra que tenía más que ver con la coquetería que con el altruismo.
Era gracioso verlas, como un manojo de nervios, revolotear de un lado para otro revisando sus tocados, perforando sus labios con carmín, ensayando seductoras posturas ante el espejo. Algunas, tras haberse perfumado concienzudamente las axilas, incluso se habían abrillantado con el fin de aparecer resplandecientes, para con su luminosidad llamar de un modo irrevocable la atención del poeta. Porque de todas era sabido que “El poeta” era, entre todos los seres (aparte de los niños), el único capaz de hacer cantar a las palabras. Y todas las palabras desde que eran muy chiquititas soñaban con cantar, pues sabían que era esa la labor en la que mejor lucían. Así que aquella profusión de ungüentos, pelucas, bordados y alhajas iba encaminada a la consecución de una única y atildada ambición: formar parte del coro del poeta.
A mí, lo que realmente me causaba mayor admiración era verlas afinar sus voces, pues al hacerlo a su modo descordinado y caótico, me recordaban mucho a los sonidos en los que prorrumpe la naturaleza. Cuando las escuchaba, un grito desgarrador anidaba en mi pecho y para no arrojarlo a los cielos e interrumpir el improvisado ulular de las palabras, tenía que deshojarlo en templadas lágrimas que al caer inflingían heridas al suelo, naciendo de cada herida una flor.
Por aquellos tiempos era yo un fauno asilvestrado (muy lejos del fauno cortesano que en un futuro llegué a ser) que había creado un tosco instrumento de cañas para imitar el aullar del viento. Pero era inquieto y a la vez carente de imaginación, de resultas que lo que era mi dicha era a la vez mi desgracia, pues si bien tenía el don de amaestrar los sonidos era a la vez incapaz de proporcionarles un nuevo orden e inevitablemente caía en el aburrimiento. Así fue como un buen día, mientras perseguía las voces del bosque, llegó a mí la alegre algarabía de las palabras y sin más me tumbé en la hierba, con la flauta silente a mi lado abandonada.
Posteriormente pude comprobar que si bien las palabras generalmente eran presas de la más grande alegría y liviandad, eran a la vez capaces de ahondar en la más profunda tristeza. Y entonces a su alrededor enmudecían las fuentes y las ramas de los árboles pendían sin hojas. En eses momentos incluso el cantar de los pájaros me producía dolor. Entonces cogía mi flauta y comenzaba a trenzar melodías tan alegres que las palabras dejaban de estar cariacontecidas y se ponían a bailar la extraordinaria danza perdida, que habían aprendido de las olas.
Pienso que ellas confundían la melodía de mi flauta con el frufru del aire al deslizarse entre las hojas de los árboles, pues nunca me pareció que advirtieran mi presencia.
Durante todo aquel tiempo yo había comprendido que aunque cada palabra tenía por sí misma una sonoridad única, vibrante y bella, era en los momentos en los que unas se conjugaban con las otras cuando esta sonoridad se multiplicaba, alcanzado cotas de sonido de insólita hermosura. Y si esto sucedía durante la noche, se podía percibir como en el oscuro cielo la luna goteaba su brillo más silenciosa.
Y al fin llegó el día en el que se publicó el bando que las puso a todas al filo del infarto. En un primer momento tras la lectura del mismo un gran silencio se ahuecó en el bosque. Pero pronto el nerviosismo cundió en todas que se pusieron a repicar cual campanas. Era en verdad aquel un delicioso espectáculo.
Pude ver como las que tenían fama de más astutas comenzaron a revolotear alrededor de los demostrativos y las preposiciones, pues al parecer las tonalidades de estas eran casi imprescindibles para la ejecución de la melodía y tenían la esperanza de que por proximidad y de rebote el poeta las terminase empleando. Para mí era indudable que palabras como algoritmo, rúbrica, paspartú y diáspora tenían coloratura de soprano. Sin embargo palabras como elefante, cohete y alameda se sentían más cómodas en la de contralto. Pero era esto no más que una apreciación personal.
De pronto sentí como si una corriente de aire se deslizase a nuestro alrededor y a medida que esta se iba desplazando, los rostros de las palabras se tornaron de una mayor gravedad. Pensé llegado el gran momento en el que el poeta había cogido la pluma y pronto comprobé que no andaba equivocado, puesto que aquellas entre las palabras que debían ser las escogidas de pronto aparecieron vestidas con sus mejores galas, que consistían en unos sofisticados trajes de negra tinta, con una marca de luz allí donde tenían el corazón. Me pareció que aquellos vestidos les sentaban mejor que su propia piel.
Así que cuando por fin todas las voces habían sido seleccionadas y llegó el definitivo momento en el que elevaron sus cantos al cielo, la naturaleza vibró y sentí como por un instante la tierra giraba en el sentido correcto. Pero aquel sonido que nos envolvía en su abrazo, aunque nuevo no dejaba de resultarme familiar y también yo lo sentí como una nueva piel que se pegaba a mí mejor que mi propia piel. Así que en un impulso cogí mi flauta de caña, que de nuevo en el suelo descansaba silente y comencé a tocar, acompañando la melodía que conformaban las palabras en los labios del poeta. Y se abrieron los cielos para regalarnos su lluvia que, con su rítmico golpear la tierra, también cantaba. Las estrellas de la noche se nos unieron entonando sus arpas. Y el aire se llenó de ronroneantes aleteos de pájaro. Incluso pude escuchar crecer la hierba. Entonces supe que todo el universo es música y que cada día la naturaleza nos habla. Lo trágico es que mientras los oídos de los hombres no estén preparados, el mundo enmudece.
Suerte que yo sólo soy un fauno durante un tiempo muy asilvestrado…
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