Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 14 de septiembre de 2011

HUMANIDAD

Imagen: Daria Endresen



A veces a tu cuerpo
le duelen todas las heridas del mundo
Dura sólo un instante
hasta el carozo
y luego escupes contra el otro sus pepitas


lunes, 12 de septiembre de 2011

Y EL BESO QUE NO LLEGA


Imagen: Larissa Kulik


Apenas con un gesto,
un roce,
el aliento humedeciendo tus labios,
y siembras en mi boca
la semilla del beso

Prende en mi lengua
la raíz
El tallo emerge
radiante de saliva
Una flor de pétalos rosados
eclosiona entre mis dientes
fervorosa

Sobre nuestras cabezas
el cielo suelta amarras
El espectro de un arco iris
se queda enredado
en una red de fina lluvia
hasta que se diluye...

Y el beso que no llega....

Me agarro a la línea del horizonte
para no caer
y me trago la flor del beso
con raíz
tallo
y espinas

Ahora
lentamente se pudre
en un charco de mi estómago



viernes, 9 de septiembre de 2011

CANCIÓN DE OTOÑO

Música de otoño por Bárbara Bezina




Esto lo escribí este mediodía mientras estaba en la peluquería....



Un pájaro joven
vino a posarse sobre una rama
E hinchando su plumaje
por primera vez cantó

En ese preciso instante
el otoño derramó su hálito
sobre el cristal del cielo
Y el árbol que le servía de escenario
mudó el rumoroso ropaje
por la desnudez del vaho

En el candor de su juventud
el ave creyó que el suyo
era un canto asesino
a cuyo compás de muerte
perecían las hojas
deslizándose por el tobogán de la brisa
hasta  el cementerio de hierba

Una lágrima como una estrella
palpitó en los ojos
del pájaro
y el silencio se ahuecó un nido
en la caridad de su garganta

Y allí se quedó
A vivir para siempre




 II

Pasaron los días
Los meses
Las estaciones
Los años
La juventud
Y todo lo que quedó
fue el amor
encallado en una roca














QUIÉN NO TEME AL OGRO FEROZ



 Imagen sustraída de la web




En el sótano de nuestra casa vivía el Ogro Feroz. Pero este era un inquilino al que, por lo general, nosotros olvidábamos, hasta que de pronto un día lo encontrábamos sentado a nuestra mesa. Muchas veces esta circunstancia nos sobrevenía en pijama, así que vestíamos nuestros batines de seda, y quemábamos unas ramitas de incienso, para dar ambiente. Siempre nos hemos jactado de ser unos excelentes anfitriones. Tú preparabas un té que yo decoraba con una nube, aparentemente inmaculada, pero en cuyo corazón palpitaba una imprevista tormenta, que descollaba dentro de la taza en tenebrosos relámpagos. Entonces nos mirábamos temerosos, pues el Ogro Feroz siempre ha sido famoso por su irritabilidad. Y expectantes veíamos como una chispa anidaba entre las ramas secas de su mirada, que enseguida crepitaba en un espectacular fuego. Las volutas de humo herían nuestros ojos, por lo que no podíamos evitar lagrimear. Cosa que acababa de enfurecerle. Sus rugidos hendían el techo sobre nuestras cabezas y las paredes temblorosas, se agrietaban de pavor. La casa se nos venía abajo. Nuestra bonita lámpara de cuentas se despatarraba contra la mesa de cristal, rompiéndose al amor de la cresta de una ola. Ondeando una bandera blanca, acabábamos por pedir clemencia, abrazados y arropados en un beso, mientras nuestras mantas salían volando por las ventanas. De tal modo, exhaustos, nos quedábamos dormidos.

A la mañana siguiente despertábamos sobre un mar de escombros, y permanecíamos atentos, y en quietud, con nuestros oídos vueltos hacia los pasos del Ogro Feroz. Todo parecía en silencio, el Ogro Feroz de nuevo se había recluido en el sótano, y con una sonrisa cómplice le pasábamos la llave al candado. Ahora sólo nos tocaba enfrentar la reconstrucción de nuestro hogar, sintiéndonos más cansados que en la ocasión anterior, aunque nada de esto le confesábamos al otro. Lo curioso es que en eses momentos nunca conseguíamos recordar quién de los dos se había dejado la puerta del sótano abierta... 

jueves, 8 de septiembre de 2011

ESPINAS

Imagen del fotógrafo gallego Vari Caramés





Lo ignoras todo de mí
El modo en el que la sonrisa
asciende hasta mi boca
El ímpetu del aire
al encallar en mi cuerpo
El lugar de mi ser
en el que expira
la gota de luz

Con hilachas de nubes sueltas
le tejo un vestido al cielo
Mas todo es en vano

El otoño de mis ojos
es sólo tibia lluvia
contra esa ventana
que tú nunca abres



OTOÑO

Imagen: Nanoo-g


¿Cuántos cielos conviven en un cielo de otoño?

¿Cuántos rumores cantan en la voz de la hoja seca?


HISTORIA DE LUCÍA. 5-Botellas que devuelve el océano

Imagen: Grete Sterne





Al Hombre del Faro

“Durante esta última semana se insubordinaron los vientos. Al escucharlos golpeando mi ventana le he dicho a mi hermano Emilio que los metiese en cintura, y se ha echado a reír. En un mar de cieno, las inmensas olas abrían tanto la boca-hasta que pude ver al fondo unas amígdalas oscuras, infectadas-que temí que, de un mordisco, arrancaran el cielo de cuajo. Espero que con este tiempo ningún barco descarrilara en tu isla…..”

-Emilio, Emilio-preguntó un buen día Ángela-.Si en el mar no existen carreteras ¿cómo los barcos saben el camino a seguir? 

Emilio cogió un tomo de la enciclopedia, y le mostró en un mapa las rutas marítimas. Ángela, quien solía tomarse las cosas muy al pie de la letra-pero de un modo muy particular-, o a pie del trazo en este caso, creyó que los océanos estaban surcados por raíles, y, por consiguiente, los barcos navegaban sobre ellos, de un modo similar al que hacen los trenes. Por eso, para Ángela los barcos descarrilaban. Y se acostumbró a expresarlo de esa manera, aunque en los tiempos en los que escribió estas letras ya sabía que aquel mar de raíles sólo había sido producto de su imaginación infantil.


“A veces cuando acostada sobre mi cama me cuesta agarrarme al sueño, me pregunto si tendrás miedo en la noche oscura. Me cuesta imaginar una soledad más desalentadora. Aquél que vive en un punto del  inmenso océano, equidistante de cualquier lugar. No sé si en mar abierto uno se siente libre, o por el contrario siente que no existen muros más infranqueables que los de una cárcel de viento y agua. Recuerdo que cuando era niña le pedí a mi hermano Emilio que me mostrase en el atlas la ubicación de la Isla del Faro. Él, como siempre muy diligente, me lo mostró, además de enseñarme varias fotografías del faro y de la isla. Me sorprendió el hecho de que estuviera completamente cubierta de vegetación y árboles, pues yo solía imaginármela muy árida e inhóspita. Quizás porque, según comentaba la gente, allí sólo iban a parar los maleantes. Ante la imagen de aquel vergel no pude evitar exclamar “esa isla no ha de ser otra cosa que un dragón dormido. Esperemos que un día de estos no se despierte y comience a escupir fuego por la boca”. Emilio me miró maravillado, y luego me contó que se suponía que bajo la isla  existía una falla volcánica. Y que la formación de la misma había sido producto de una erupción anterior, hace millones de años. Después de semejante revelación, me pasé semanas sin dormir. Temerosa de que precisamente al dragón se le ocurriera regresar de sus sueños, cuando el único habitante de la isla era mi Hombre del Faro.”

El día que volvió del muelle, tras ver al Hombre del Faro, su madre preguntó.

-¿Y cómo es esta vez el Hombre del Faro?

-Parece un buen muchacho- contestó el padre

Al escuchar estas palabras, Ángela recordó aquello que su padre le decía para animarla a comer, pues siempre había sido una niña de poco apetito. 

-Come. Sólo si comes te convertirás en una mujer fuerte y hermosa. Y sólo así conocerás al buen muchacho con el que habrás de casarte.

En esas ocasiones Ángela lo miraba risueña y con voz sentenciosa contestaba.

-Está bien, comeré. Pero no me pidas que me alimente

A lo que el padre irrumpía con una carcajada. Porque de ese modo era como antaño contestaba su tía Esmeralda, quien a los ochenta años había decidido ponerse en huelga de hambre hasta la muerte, pero sin dejar de comer

“Hoy he soñado que venías, o que yo iba…No sabría decirte. Pero estábamos juntos en un bosque, en el que los árboles eran tan altos, como guardianes que nos mantenían a salvo del cielo. Entonces tú te quitabas los ojos de sus cuencas-cosa que en el sueño parecía de lo más natural-,que en tus manos  tenían la apariencia de dos canicas, y los ponías sobre los míos. Por primera vez vi el mundo a través de ellos, y sentí que la vida me entraba por los ojos, como si hasta ahora hubiese permanecido ciega a las cosas que uno ha de ver. Como si de repente mi mirada se hubiera vuelto porosa”

Desde que vio al Hombre de Faro, cuando Ángela-como tenían por costumbre-permanecía junto a su padre en la barca sobre la que ambos se dedicaban a coser redes, se quedaba como perpleja, observando el mar. Entonces no seguía el compás de las canciones que él cantaba, y era incapaz de poner hilo en la puntada. El padre la reprendía suavemente, o trataba de ganarse su atención mediante chanzas. Lo que él ignoraba era que Ángela, en eses momentos, se encontraba ensayando la mirada del Hombre del Faro.


A la muerte de su padre, El Hombre del Faro se convirtió en la nube en la que encalló su cometa, tras haberse roto el sedal.
 

Adquirió la costumbre de escribirle pequeños mensajes, que cuidadosamente metía en una botella junto a un puñado de conchas que escogía entre las más hermosas y originales, y luego arrojaba al mar. Desconocemos el paradero de la mayoría de ellos, y, sinceramente, dudamos que ninguno llegara a alcanzar la costa de La Isla del Faro. Pero algunos eran devueltos a la playa, escupidos sobe la arena por alguna ola. Estos fragmentos pertenecen a unos cuantos que había recuperado su hermano Emilio, y que conservó con amor, escondidos entre sus libros. Jamás le habló a nadie de ellos, ni siquiera a la misma Ángela. Hasta el día en que se los dejó leer a la pequeña Lucía.