Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


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lunes, 4 de abril de 2011

A-M-O-R

Una pequeña A como una mosca deambulaba por la comisura de sus labios. Yo dije “tienes algo ahí”. “¿Dónde?”-preguntó él llevándose la mano al pelo con aquel gesto tan encantador. “Ahí”, y mi dedo tembloroso se aproximó al páramo vedado de su boca. La A obediente, con sus esqueléticas patitas, se posó con donaire en mi yema. La sostuve contenta frente a sus ojos y el dijo “es simplemente un escarabajo” y sin más cerró los ojos como quien pide un deseo y sopló con fuerza. Aquella A de resplandecientes cabellos, alzó el vuelo, sin que yo tuviera tiempo de sacar del bolsillo el pañuelo para decirle adiós.

Otro día mientras jugábamos a piedra-papel-tijeras, vi como una elegante M se posaba en sus nudillos, y sin más comenzó a gimotear.

- “¿Qué te ocurre pequeña M?”-le dije.

-“Yo estaba tan tranquila cosiendo en mi casa, entretenida con la labor que descansaba sobre mis rodillas-comenzó a explicar entre hipos- cuando ante mis ojos pasó una A de resplandecientes cabellos, así que sin pensármelo un segundo me fui en pos de ella. Pero ahora ya hace días que la he perdido de vista y tampoco puedo hallar ya el camino de retorno a mi hogar. Así que creo que en todos los libros no debe existir una M tan desdichada como yo”.

-“Conozco a la A de quien me hablas. Hace unos días la sostuve por un segundo en mi dedo, pero de pronto vi como se agarraba a las crines del viento-la verdad que aquí le mentí y no me atreví a decir el nombre del verdadero culpable de aquella huída-, quien se la llevó a horcajadas. Si lo deseas yo puedo soplar tan fuerte que en un día ganes la distancia que te lleva de ventaja, y así puedas reunirte finalmente con ella”

-“¿De verdad, de verdad, de verdad…?-y mientras esto decía tan alegre estaba que no paraba de hacer cabriolas sobres sus nudillos. Entonces él algo debió sentir sobre su mano derecha, porque parpadeó dos veces y con su izquierda aplastó a la pequeña M mientras ejecutaba uno de aquellos espectaculares saltos. La vi apenas una huella sobre su piel, que el separó con sus uñas, recogió con la punta de sus dedos y terminó por echarla al polvo. “No sé que pasa últimamente con los bichos”-me dijo. Nada respondí por temor a parecer sentimental.

Nos sentamos recostados contra la pared mientras observábamos fenecer la tarde. Yo fingía alisar mis cabellos cuando le vi prender un cigarro. Su humo sinuoso arrojaba al aire figuras misteriosas, que más bien me parecían una provocación. De pronto entre ellas vi florecer una O, perfecta e ingrávida. Me miró por entre sus pestañas y se dirigió a mí del siguiente modo:

-“¿Habrás visto, por casualidad, una M que llevo largo tiempo buscando?”

-“Sí-respondí- pero por desgracia, cuando esa M se encontraba en el grado máximo de su expresión, la vi dar un traspiés-volví a mentir-, y caer al suelo. Seguramente ahora estará recorriendo el mundo bajo la suela de algún zapato”.

-“¡Oh!, y que será ahora de mí…”-no bien acababa de pronunciar estas palabras cuando vi emerger su mano, que la sacudió por los hombros y sin más se desintegró, tropezando el humo de su cuerpo etéreo contra mis párpados. “Perdona-dijo él-no me di cuenta de que tu no fumas”


El último día entre las vides jugábamos al “tu la llevas”. Teníamos los cabellos entreverados de pámpanos y la tarde era fresca bajo las sombras de las cepas, quienes sostenían su preciada cúpula cual cariátides. Los racimos estaban florecidos y se antojaban deliciosos y pesados. Él era más rápido que yo y no tardó en atraparme entre sus brazos. Por un momento pensé que iba a besarme, pero algo me distrajo de la carne apretada de sus labios. Ante mí, encima de nuestras cabezas, había un hermoso racimo de uvas moradas. Sobre una de aquellas pulpas sorprendí la tierna figura ensortijada de una R.

-“Hola-me dijo-¿habrás visto pasar por aquí una O de garganta tan profunda que se diría que comunica con el otro lado de la tierra?”

-“Sí, la he visto.¿ No me dirás que la andas buscando?”

-“En el momento en que nací alguien me dijo que pasaría por aquí. Así que desde ese día la estoy esperando”-respondió de forma melancólica

-“Pues siento decirte que has esperado en vano, porque cuando la tuve ante mis ojos, ambas vimos pasar unas nubecillas juguetonas y con cola de trapo, así que encontrando su piel similar a la de ellas, la contemplé partir, confundiendo a aquellas con su rebaño. Y sin más se extravió en el cielo”

-“Así que finalmente, tras esta larga espera, nunca pasará por aquí”-se compadeció

-“No te apenes ensortijada R, quizás algún día la veas regresar a ti en forma de lluvia”

En estas estábamos cuando vi como sus dedos tomaban el racimo sobre nuestras cabezas y justamente arrancando la uva donde estaba posada la R la introdujo en su boca, y la horadó sin compasión con sus afilados dientes. Entre sus labios asomó un hilillo de jugo que yo, en mí desesperación, confundí con la sangre inocente de aquella letra. Entonces sí que su boca se aproximó de modo irreverente a la mía, pero envalentonada me desentendí del beso de sus labios, y eché a correr siguiendo el ejemplo de aquellas letras que por alguna razón que no comprendía se habían dispersado antes de encontrarse. Y decidí buscar lejos de él aquel lugar a donde pensé se dirigía aquella pequeña A, de cabellos resplandecientes, que un día había visto asomar entre las comisuras de su boca, y el confundió con un escarabajo.