Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


lunes, 6 de junio de 2022

Lectura: Lo que hay de Sara Torres

 


Es inevitable que lo que leemos engarce con nuestras vidas, como si leer entrañase la predisposición a que el flujo de la novela irrigue en lo cotidiano. Mientras leo “Lo que hay”-primera novela de la poeta Sara Torres-, J. me recomienda un documental titulado “Alén” -palabra galega que designa el “más allá”- cuyo tema es la muerte y sus rituales, por lo que iniciamos una conversación sobre cómo afecta a nuestras sociedades el desprenderse, de manera paulatina, de los rituales de los que nos habíamos dotado para afrontar la muerte y el duelo. La asociación de estos rituales con lo religioso parece alejarnos, cada vez más, de los mismos, con lo que es posible que también estemos renunciando a nuestras herramientas para vivir la muerte del otro, del ser querido, sin dotarnos de otras. En la lectura me preguntaba si este libro no sería sino una liturgia, un ritual de la escritora/protagonista para asimilar la muerte de la madre, con sus aledaños de enfermedad, corrupción del cuerpo querido y de los recuerdos asociados a él. De algún modo, mientras nos conduce por su duelo, nos va dando claves sobre los duelos duelos propios -los que han sido y los que serán-.

A su vez, también el duelo de la protagonista por la muerte de su madre se entrevera con otro, el de la pérdida de la amante. Subyace ahí la culpa: el de la madre no es un duelo exclusivo, sino que está atravesado por otras emociones de pérdida. Algo que supone una especie de infidelidad-un concepto que sobrevuela y sobre el que se reflexiona de manera recurrente en la novela-. Sin embargo, nos preguntamos si esto es coincidencia o si acaso muerte y amor no son más que el haz y el envés de una misma hoja. Al fin y al cabo, el cuerpo es ese instrumento del que nos servimos, pero del que la enfermedad y el deseo nos convierten en siervas. Particularmente, me parece natural que esos duelos coincidan en el tiempo y, en cierto modo, se regulen. La vida habitualmente haya los mecanismos para topar el dolor y que no nos asole. En este caso el uno y el otro se topan.

Esa culpa que subyace desde la primera frase de la novela tiene, a mi parecer, una dimensión más plena, la de la tensión entre la narradora y el deseo de las otras, la exigencia sobre su persona. Conviven ahí la hija que la madre querría, la pareja que su pareja querría e incluso la amante que la amante querría. La narradora se debate en la culpa por no satisfacer y encarnar el deseo de las otras, lo cual implicaría la renuncia a su propio deseo. Esto, a su vez, va enlazando con otro concepto interesante que se plantea, la cuantificación del amor. Qué amor es más intenso y mejor según su categoría ¿El amor de una hija a su madre, el amor de la relación socialmente aceptable, el amor de la amante? A cada categoría se le supone un valor que no establecemos nosotras- nuestro deseo se construye con materiales prestados- y, en cierto modo, los convierte en excluyentes, como en una monogamia de los afectos.

Ocurre en algún momento durante el proceso de pérdida -cuando lo reconocemos del todo irreversible- que nos sabemos despojadas del cuerpo amado, pero también del conflicto. Sólo nos queda el amor que sentimos como un absoluto, en la integridad del concepto. La pregunta a solventar durante el duelo es qué hacer con ese amor sin objeto. El objetivo quizás sea transitar la culpa.

Esta es una novela del cuerpo, del deseo y de la pérdida. Acompañar a Sara por los vericuetos de su duelo, en este ejercicio de honestidad que es la novela, resulta además un placer estético. Su narrativa poética dota a la historia de la imprescindible pausa. Porque es el lenguaje preciso de la poesía el que abre la posibilidad, el que la dota de amplitud. El que nos llena los ojos de luz en la Barceloneta y nos deja en la boca el sabor de las amantes. Y, por momentos, no sabemos si leemos a Sara o la somos…. ¿Qué más podemos pedir que lo que hay?

“El fuego que irrumpe no viene de fuera, está adentro, en el texto de la carne”.

 


miércoles, 3 de enero de 2018

RESUMEN



Abrir una carpeta titulada "2017" y hallar un único, solitario y triste escrito...


 El Espantapájaros de Maruja Mallo

A veces pareciera que la vida avanza subrepticiamente, un temblor que nos recorre sin asomo. Cada cuerpo una tierra. Lo estéril, lo fértil: oscilaciones frente al vacío. Lo punible de la propia condición. 

Vertebradas de cansancios, de enfermedad, de ira. Desalojar la tripa del vientre incorrecto. Llevar una lágrima clavada como un anzuelo. Boquear retorciéndote dentro del cubo de un pescador, sin llegar a expirar. Vivir, agonizar.

Y luego está esa cosa, LA GRIMA, incontinente, voraz. Como un roedor subiéndote por las piernas. 

¿Hasta dónde llega el asco? ¿Tiene, acaso, límites? ¿Cómo sacudírselo?

Nos hallamos frente a ese algo inabarcable, sin capacidad para construir un dios que lo CONTENGA.
De una suntuosidad tal que no tiene centro, ni espina dorsal, ni esqueleto sobre el que ponerse en pie. Tanta informidad, tanto anhelo.

¿Se puede restañar la herida de la locura?

¿Quién no padece la enfermedad del viento?

jueves, 17 de septiembre de 2015

SOBRE LO RARAMENTE MENSURABLE



Pienso “la luz cae sobre las cosas”, pero enseguida rectifico. No es que la luz caiga, sino que hoy “la luz se arroja sobre las cosas”. Y esa clarividencia, ese vértigo que la luz trasplanta con delicada mano (la luz siempre es delicada, mimosa, tierna… incluso en el haz que nos ciega)de su pecho a nuestro pecho, es el milagro que mensura el instante. El instante…esa arritmia en las manecillas del reloj.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

ESCUCHAS II



El sonido de los grillos es cosa de las noches de la infancia, porque en realidad creo que jamás volvemos a escuchar a otros grillos, sino que los que hoy cantan rozando sus patitas, la una contra la otra, son los mismos grillos de cuando éramos niños.  Esto sucede a menudo con la escucha. Ciertas voces como la de la lluvia contra el cristal, o el rumor de la caracola sobre la que colocamos la oreja, suceden siempre enla niñez. Son como esas estrellas que contemplamos en el cielo pero que quizás ya no existen. Una luz que viaja desde atravesando el pasado hasta nuestro asombro. Ha de ser que el asombro no madura, que jamás se hace adulto. El asombro o es niño, o no es.

martes, 11 de agosto de 2015

ESCUCHAS



Él era sobre todo una oreja. Una gran oreja en la que mi pensamiento se volcaba. Como una cuenca sobre la que la lluvia cae, torrencialmente, y encaja perfecta y hecha río. Por mucho que yo imaginase sus ojos, el extrañamiento de la luz sobre ellos, las dos gitanas caracoleando en sus pupilas. Por mucho que construyese o deconstruyese a partir del pilar de su nariz aquella actitud siempre envalentonada de su rostro. Por mucho que buscase el trazo un tanto infantil de aquellos brazos nerviosos cuando hablaba. Por mucho que el sexo, la sonrisa, el beso, la broma, la ternura, el desplome. Por encima de tantas y tantas cosas, él era fundamentalmente una oreja. Una gran oreja. Dispuesta, entregada, sensible. La oreja perfecta para tantas cosas que ya nunca le diría.

martes, 21 de julio de 2015

EL GESTO DE VOLVER






como música venida
hacia el silencio
cada cosa tiene
su gesto de irse

Del libro Formas de decir lluvia 


Cada cosa tiene su gesto de irse, pero ¿existe un gesto de volver?. El gesto de nacer, el gesto de morir, pero ¿qué hay del gesto del regreso?. La lluvia sabe, la lluvia es un perenne regreso. Pero tiene al regresar ese gesto de nacer, y nos renace. No puedo precisar la fecha en la que dejé de publicar en el blog y en la que dejé de visitaros. Quizás porque borré muchas entradas con poemas que se incluyeron en mi libro. Sí, en todo este tiempo publiqué un libro titulado Pequeña oportunidad de arder que fue una experiencia hermosa, y me deparó una amistad, la de Gabriel Viñals, cosa más hermosa todavía. Y a finales de mayo salió Formas de decir lluvia,  libro por el que me siento muy afortunada, puesto que la edición es impecable, bonita, el editor encantador, y el prólogo lo firma mi querido Gabriel. 
Pero a lo que íbamos, ¿cómo volver? Si he pasado meses en un torbellino político, emocional, padeciendo una especie de afasia. Sin embargo regresar a la escritura es natural. Basta una palabra para comenzar a hilar. Pero regresar al blog es regresar a la gente. Se trata de hilar algo más que palabras...Así que después de darle vueltas he decidido publicar lo que estoy escribiendo en este momento, aunque probablemente inacabado, aunque distinto a lo que suelo escribir, aunque no sé si formará parte de nada...Pero así el regreso será ante todo un gesto natural...casi lluvia 




Querida mía a querido mío




Amarte es
alimentarse de nieve.
Aplaca la sed, no el hambre:
me digo víbora
dando cuenta de sí misma

deflagración del bajo vientre

pervivencia
alrededor de un agujero
de aire enviciado.

Comer la nieve, comer la nieve
en el instante de cuajar

como la moribunda
confundo la salvación
con la mano que aplica el paliativo.


Masticar la nieve,
cielo
troceado

¿puede tu piel
palidecer hasta la luz?

y amar sea este desvanecerse
en tu

desvanecer.