Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 14 de septiembre de 2023

Lectura: La mala costumbre de Alana S. Portero

 



Durante las últimas semanas he leído tres libros que me entusiasmaron: La mala costumbre de Alana S. Portero, Martinete del Rey Sombra de Raúl Quinto y A parte fácil de Ismael Ramos. Creo que estos tres libros tienen en común lo poético como eje por el que transita lo narrativo. Quizás no sea extraño al tratarse de autores que también escriben poesía, pero si lo poético es un elemento común es, a la vez, singular, porque cada voz tiene identidad propia, algo que quizás no siempre se concreta de manera tan efectiva en textos de carácter estrictamente narrativo.

Hoy dejo aquí mi lectura de La mala costumbre, de Alana S. Portero, un libro que, me parece, es necesario leer. Creo que hay que agradecerle a Alana que lo haya escrito y toda la honestidad que destila su palabra. Pasaron varias semanas desde que lo he leído, así que esta es ya la síntesis de una lectura reposada.

La voz narrativa es eficaz y próxima por lo que, enseguida, una se sumerge en la historia que la protagonista nos cuenta en primera persona. Este libro me dejó la sensación de que todas las adolescencias se parecen, en tanto que suponen una búsqueda de la identidad que se sustenta en el reconocimiento de los otros. Si esto es así, toda esa angustia existencial, la necesidad de referentes y de integración grupal o la sensación de soledad de la adolescencia, debe profundizarse hasta lo extremadamente doloroso en el caso de las adolescencias trans. Así nos lo hace sentir Alana que durante la novela nos hace el regalo de cedernos la piel de la protagonista (¿su piel?) y sus miedos. Aquí los otros son su familia, sus vecinas y vecinos, e incluso el propio barrio de San Blas que para mí encarna otro personaje en la novela. A la protagonista la vemos expresar su identidad a través de los sueños y expectativas que toda adolescente tiene. También la vemos dudar, frustrarse y renegar de sí misma. Apremiada por la realidad, la observamos construir armario tras armario.

Es a través de lo onírico que se expresa a la perfección en lo poético,  que ella se integra en la bondad y la belleza de la que es parte. Ella crea su imaginario y se reconcilia consigo misma en las figuras de esas referentes que nos va presentando a medida que transcurre en la novela y que, en ocasiones, están dotadas de atributos místicos que favorecen que nosotras también las reconozcamos. Como dije al principio, creo que hay que leer esta novela dura y bella, también esperanzadora. Si esta sociedad tiene una deuda con las personas trans, algo de lo que no hay duda, leer libros como La mala costumbre nos pone en el camino correcto para comenzar a repararla. Además del placer que supone porque, repito, Alana S. Portero nos está haciendo un regalo al escribirla y tenderla hacia nosotras….

Por cierto, el final es redondo y toca otra de las cuestiones fundamentales, más si cabe en los márgenes por los que esta novela discurre: los cuidados.


martes, 19 de julio de 2022

Lectura: Las malas de Camila Sosa Villada.


 

 

“Las malas”, de Camila Sosa Villada era una lectura pendiente y pospuesta. Ese libro del que lees artículos, del que te hablan y sabes que leerás, pero que olvidas, quizás porque, a estas alturas, no crees que existan lecturas impuestas u obligatorias, sino más bien te dedicas a las lecturas placenteras. Así que una huye un poco de ese “tienes que leerlo”, no porque no confíe en el criterio de la recomendación, sino que, en realidad, una también reconoce que existe cierto placer en lo fortuito, en caer en la lectura a destiempo o en un tiempo propio e insospechado. Todo esto para decir que este esbozo es, quizás, algo extemporánea, pero no haber llegado ahora.

He leído “Las malas” con fruición, entusiasmo, placer hedonista y conmoción. Lo he leído después de “Ustedes brillan en lo oscuro” -un libro de relatos de Liliana Colanzi que merece una relectura antes de hablar de él- y he sentido que los libros se daban el relevo de algún modo, aunque uno sea novela y otro relato, aunque los temas sean tan distantes. Existe cierta escritura al otro lado del Atlántico en la que la palabra se desprende de sus limitaciones, se dimensiona ya no sólo en lo poético, sino en lo extraordinario, en lo onírico. Y puedes estar leyendo una novela como Las malas, basada en la propia experiencia de la autora, Camila Sosa, y la comunidad de travestis con la que convivió parte de su juventud, y no extrañarte cuando lo onírico se entrevera con la realidad, es más, eso onirismo dota de intensidad esa realidad a la que nos transporta. La hace, de algún modo, más manifiesta.

Es a través de esa palabra desposeída de imposición que Camila Sosa nos muestra la dureza de las vidas llenas de violencias de unas mujeres que se vuelven invisibles para sobrevivir y cuyas cartas están marcadas con la derrota, su destino es la enfermedad o una muerte temprana, el oprobio de una sociedad que sólo les permite crecer a los márgenes, pero, como esas flores que a veces crecen en las lindes del camino o la carretera, son capaces de abrirse a la belleza. Esto también nos lo cuenta Camila Sosa a través de una prosa a veces desgarrada, otras delicada, incluso sutil, pero también festiva y opulenta por momentos. La narradora logra que empaticemos con la tragedia de cada uno de los personajes que nos va mostrando, pero, sobre todo- o al menos yo lo sentí así- nos hace empatizar cuando son felices, cuando se lanzan a la esperanza, cuando tejen las redes que las sostienen en su fragilidad y precariedad. Porque es a través de esa fragilidad que se abren a nosotras. Porque ahí, por la herida, es que penetra el daño, pero también la dicha.

En un libro como este es difícil obviar el patriarcado, la sociedad inquisidora, a los hombres que ejercen la violencia sobre aquellas a las que reconocen indefensas. Son muchas las formas de opresión, de burla y de maltrato. Afortunadamente, existen otros hombres, incluso hombres sin cabeza, que también contribuyen a que estas mujeres puedan ejercer la esperanza. Porque el libro, me gusta pensar, va de eso, del derecho a ejercer la esperanza. Porque es la imposición de la heteronormatividad la que crea la mirada diferente e inquisidora, pero, en realidad, todas nos parecemos mientras soñamos. 


lunes, 6 de junio de 2022

Lectura: Lo que hay de Sara Torres

 


Es inevitable que lo que leemos engarce con nuestras vidas, como si leer entrañase la predisposición a que el flujo de la novela irrigue en lo cotidiano. Mientras leo “Lo que hay”-primera novela de la poeta Sara Torres-, J. me recomienda un documental titulado “Alén” -palabra galega que designa el “más allá”- cuyo tema es la muerte y sus rituales, por lo que iniciamos una conversación sobre cómo afecta a nuestras sociedades el desprenderse, de manera paulatina, de los rituales de los que nos habíamos dotado para afrontar la muerte y el duelo. La asociación de estos rituales con lo religioso parece alejarnos, cada vez más, de los mismos, con lo que es posible que también estemos renunciando a nuestras herramientas para vivir la muerte del otro, del ser querido, sin dotarnos de otras. En la lectura me preguntaba si este libro no sería sino una liturgia, un ritual de la escritora/protagonista para asimilar la muerte de la madre, con sus aledaños de enfermedad, corrupción del cuerpo querido y de los recuerdos asociados a él. De algún modo, mientras nos conduce por su duelo, nos va dando claves sobre los duelos duelos propios -los que han sido y los que serán-.

A su vez, también el duelo de la protagonista por la muerte de su madre se entrevera con otro, el de la pérdida de la amante. Subyace ahí la culpa: el de la madre no es un duelo exclusivo, sino que está atravesado por otras emociones de pérdida. Algo que supone una especie de infidelidad-un concepto que sobrevuela y sobre el que se reflexiona de manera recurrente en la novela-. Sin embargo, nos preguntamos si esto es coincidencia o si acaso muerte y amor no son más que el haz y el envés de una misma hoja. Al fin y al cabo, el cuerpo es ese instrumento del que nos servimos, pero del que la enfermedad y el deseo nos convierten en siervas. Particularmente, me parece natural que esos duelos coincidan en el tiempo y, en cierto modo, se regulen. La vida habitualmente haya los mecanismos para topar el dolor y que no nos asole. En este caso el uno y el otro se topan.

Esa culpa que subyace desde la primera frase de la novela tiene, a mi parecer, una dimensión más plena, la de la tensión entre la narradora y el deseo de las otras, la exigencia sobre su persona. Conviven ahí la hija que la madre querría, la pareja que su pareja querría e incluso la amante que la amante querría. La narradora se debate en la culpa por no satisfacer y encarnar el deseo de las otras, lo cual implicaría la renuncia a su propio deseo. Esto, a su vez, va enlazando con otro concepto interesante que se plantea, la cuantificación del amor. Qué amor es más intenso y mejor según su categoría ¿El amor de una hija a su madre, el amor de la relación socialmente aceptable, el amor de la amante? A cada categoría se le supone un valor que no establecemos nosotras- nuestro deseo se construye con materiales prestados- y, en cierto modo, los convierte en excluyentes, como en una monogamia de los afectos.

Ocurre en algún momento durante el proceso de pérdida -cuando lo reconocemos del todo irreversible- que nos sabemos despojadas del cuerpo amado, pero también del conflicto. Sólo nos queda el amor que sentimos como un absoluto, en la integridad del concepto. La pregunta a solventar durante el duelo es qué hacer con ese amor sin objeto. El objetivo quizás sea transitar la culpa.

Esta es una novela del cuerpo, del deseo y de la pérdida. Acompañar a Sara por los vericuetos de su duelo, en este ejercicio de honestidad que es la novela, resulta además un placer estético. Su narrativa poética dota a la historia de la imprescindible pausa. Porque es el lenguaje preciso de la poesía el que abre la posibilidad, el que la dota de amplitud. El que nos llena los ojos de luz en la Barceloneta y nos deja en la boca el sabor de las amantes. Y, por momentos, no sabemos si leemos a Sara o la somos…. ¿Qué más podemos pedir que lo que hay?

“El fuego que irrumpe no viene de fuera, está adentro, en el texto de la carne”.

 


miércoles, 3 de enero de 2018

RESUMEN



Abrir una carpeta titulada "2017" y hallar un único, solitario y triste escrito...


 El Espantapájaros de Maruja Mallo

A veces pareciera que la vida avanza subrepticiamente, un temblor que nos recorre sin asomo. Cada cuerpo una tierra. Lo estéril, lo fértil: oscilaciones frente al vacío. Lo punible de la propia condición. 

Vertebradas de cansancios, de enfermedad, de ira. Desalojar la tripa del vientre incorrecto. Llevar una lágrima clavada como un anzuelo. Boquear retorciéndote dentro del cubo de un pescador, sin llegar a expirar. Vivir, agonizar.

Y luego está esa cosa, LA GRIMA, incontinente, voraz. Como un roedor subiéndote por las piernas. 

¿Hasta dónde llega el asco? ¿Tiene, acaso, límites? ¿Cómo sacudírselo?

Nos hallamos frente a ese algo inabarcable, sin capacidad para construir un dios que lo CONTENGA.
De una suntuosidad tal que no tiene centro, ni espina dorsal, ni esqueleto sobre el que ponerse en pie. Tanta informidad, tanto anhelo.

¿Se puede restañar la herida de la locura?

¿Quién no padece la enfermedad del viento?