Blog sobre libros donde voy dejando mis lecturas de poesía, novela y cualquier texto literario que me haya interesado, para extender la conversación que mantenemos con los libros durante la lectura.
Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
Adoro esa película. El texto podría ser simplemente una excusa....
Estaba el Amor sentado en un banco. Llevaba la cabeza cubierta con un bombín, y sus temblorosas manos no paraban de jugar con el pomo de su bastón. De vez en cuando sacaba el reloj del bolsillo de su chaleco, e impaciente comprobaba la hora. Se sentía desentrenado. Tenía la molesta sensación de que aquella gente que pasaba por delante suya, y lo veía sentado en aquel banco, lo miraba con el escaso interés que en aquella época despertaban las formas anacrónicas, o los elementos fuera de lugar. En aquellos tiempos avanzados, en una sociedad en la que el fracaso se consideraba algo punible, un obstáculo manifiesto al progreso, y a la supervivencia de la especie, el concepto de amor romántico había sido aniquilado. Los emparejamientos eran programados, para que su único destino final fuera el éxito. No se podía permitir que las emociones, e incompatibilidades entre la pareja lastrasen el futuro de la familia. Los emparejamientos fallidos constituían una tara y un boicot al sistema. Ahora todo se había simplificado. A base de exhaustivos análisis genéticos y neurológicos, uno podía encontrar fácilmente a su alma gemela. Claro está que se habían extirpado el romance, y la aventura de la conquista. Pero por otro lado también se había acabado con el desamor, el desengaño, y el dolor de la ruptura. El sistema había resultado ser infalible. Apenas existía un cinco por cien de fracasos, y éstos en personas previamente desequilibradas, con escasa empatía, incapaces de establecer vínculos permanentes con los otros.
Por todo esto el Amor se sentía desentrenado. Todos los días se dirigía sin esperanzas a la oficina de empleo, en busca de una ocupación adecuada para él. Ya no existían corazones solitarios, ni expectantes, ni soñadores…Era algo insólito que alguien llegara a la adolescencia sin que le hubieran asignado a su media naranja. Las bases de datos bullían en constante búsqueda de coincidencias. A veces sucedían pequeños imprevistos, como que el resultado final emparejase a dos personas con una gran diferencia de edad, o del mismo sexo (esta última circunstancia era muy contraria a la finalidad última del sistema, que no era otra cosa que la supervivencia de la especie, y del sistema social imperante). Los científicos no se explicaban porque a veces se producían estas incoherencias en un método con tan alto grado de fiabilidad, pero afortunadamente siempre existían más opciones de emparejamiento para eses individuos. Se les recetaban fármacos y complementos hormonales -aparte de realizárseles un férreo seguimiento- para evitar las asperezas y los conflictos que pudiesen derivar de unos caracteres “no al 100% compatibles”.
El caso es que aquella mañana el Amor había recibido un chivatazo de su colega el Destino, cuando se habían encontrado en la cola que se formaba cada día ante la oficina de empleo. Le comentó que hacía días que se venía apercibiendo de una incongruencia en el continuo espacio-tiempo. La irrupción de uno de aquellos acontecimientos a los que antiguamente se solía denominar como “efectos mariposa”. Concepto inexistente en la actualidad, donde cada paso, cada decisión, cada aliento, era concienzudamente programado de antemano para que nunca derivasen en un obstáculo para el sistema. Como Destino que era, sabía de buena fuente que el amor era la esencia de aquel acontecimiento. Por lo que le advirtió estuviera preparado y atento, no fuera a ser que estuviera tan desentrenado que dejara escapar esta oportunidad. Según el Destino, el acontecimiento tendría lugar a lo largo de ese día, en aquel parque, en el que el Amor esperaba.
Era domingo, y las parejas proliferaban sobre la hierba paciente. Todas tenían en sus rostros aquella apariencia cómoda, satisfecha, y-para ojos inexpertos-casi feliz. Sin embargo para él no eran más que rostros vacíos, a los que se les habían sustraído los rasgos del arrobamiento y el éxtasis, con los que solían vestirse ante el milagro del amor. Faltaba el ensueño, y el elemento animal, pasional, irracional…Y sí, lo tenía claro, él siempre se había considerado un sentimiento irracional. Puro milagro. Ahora se sentía rebajado a un nivel de cotidianeidad que consideraba insultante. Sí, la mayoría de la gente se emparejaba, casi en su totalidad de forma permanente, pero él lo sabía, a pesar de lo que manifestase el sistema, el mundo podía ser un lugar más lógico, pero era un lugar carente de amor. Chasqueaba la lengua y movía su cabeza de lado a lado, negativamente. Aquel era un mundo del que se había descartado el elemento humano. Y él se consideraba el más humano de todos los conceptos.
En el cielo comenzaron a agruparse las nubes, formando corrillo. Venían con los lomos pintados de gris. Le pareció un buen síntoma, puesto que los efectos mariposa solían venir acompañados de revoltosas circunstancias meteorológicas. De pronto la vio. Enfrente, sentada en un banco, rodeada de papeles amontonados, había una joven que escribía frenéticamente. No podía verle el rostro, porque los largos cabellos le caían sobre él, a modo de velo. Las líneas de su cuerpo parecían quebradizas, como si se fueran a desvanecer al tacto de una mano. Pensó que estaba toda hecha de espuma. De pronto comenzó a llover, y los folios que rodeaban a la joven alzaron el vuelo. Ésta se levantó y corrió desesperanzada detrás de ellos. De pronto el Amor sintió un vértigo, y se supo perdido, extraviado. Y perdió la conciencia….
Un joven salió de entre las sombras, y comenzó a correr, él también, tras los folios que se desperdigaban. Pronto el parque estuvo vacío, sólo se podía ver la figura de aquellos dos jóvenes que descoordinados se movían sobre el césped, con sus ropas empapadas. De pronto ella se paró bajo la lluvia, y miraba fijamente aquellas hojas con manchones de tinta. Él se le acercó, silencioso, se metió los folios debajo de la cazadora, por si hubiera alguno que aun pudiera salvarse. Ahora estaba enfrente de ella, que por fin se había apartado los cabellos del rostro, en el que destacaban dos ojos grandes, verdes, titilantes de sueños, y de lágrimas.
-No llores-dijo él-. Quizás no todo esté perdido.
-Y tú ¿quién eres?-contestó ella recelosamente
-Alguien que observa cómo vienes aquí, a escribir, cada tarde.
El rostro de ella se destensó.
-Quizás tengas razón, y no todo esté perdido…-contestó.
Comenzaron a caminar, juntos, despacio, bajo la lluvia. Ella no paraba de mirarse las manos que sostenían aquel zafarrancho de papeles arrugados. Él, tenía los brazos en torno al pecho, protegiendo aquellos pocos folios que había rescatado. Si al menos uno sólo se conservara intacto….-pensaba.
Se dirigieron a la marquesina de los músicos y allí se limitaron a contemplar como el agua caía. En silencio. Quizás fuera a causa de la lluvia, pero podían sentir como un campo magnético se forjaba a su alrededor. Aquel silencio los cercaba, como si fuera un abrazo, envolviéndolos. Ella sentía su respiración, su aliento caliente, sobre sus cabellos mojados. Él podía olerlos, permanecía clavado en aquella humedad. Soñaba con meterlos en su boca, lamerlos, secarlos a besos. Pero nada decía. El cuerpo de ella parecía pequeño, liviano. Temería destruirlo con sus brazos, con su peso. Sin embargo se la imaginaba maleable como una duna. Quería enterrarse en ella. Asfixiarse la boca con su arena. Pero nadie decía nada. La lluvia se incrustaba contra el hierro forjado de la marquesina, como si fuera música. La joven se balanceaba ligeramente, y se imaginaba que él la tomaba, y bailaban, bailaban, bailaban….con la misma cadencia de la lluvia. Ni siquiera sabían sus nombres. Sin embargo se imaginaba bailando con el joven sin nombre. Pero dejó de llover y aquel campo magnético que los había mantenido inmóviles pareció desvanecerse, como si sólo hubiese sido un obstáculo creado por su imaginación. Ella comenzó a caminar, alejándose, como quien va a la deriva, y no puede evitarlo. Él la tomó por el hombro y susurró: Espera…Se volvió y vio como él se abría la cazadora, y extraía un montón de folios arrugados. Se los ofreció, y ella comenzó a examinarlos, con ansiedad. Por fin halló uno en el que la tinta permanecía intacta. Se le llenó la boca con una sonrisa.
-Este es el principio. Justo lo que necesitaba. A veces-le dijo entusiasmada- lo más difícil es encontrar un principio. Afortunadamente, gracias a ti, no se ha perdido.
-Entonces ¿volverás? ¿Mañana volverás a escribir a este parque..?- preguntó titubeante.
-¡Sí!-exclamó. Entonces cogió el folio, y doblándolo lo introdujo bajo su camiseta, allí donde su corazón, y se alejó, mientras el joven la observaba, hasta que su silueta acabó por perderse en la lejanía. Al llegar a casa, sacó el folio. Lo desdobló y lo colocó cuidadosamente sobre la mesa. Comenzó a pasar a limpio….
“Estaba el Amor sentado en un banco. Llevaba la cabeza cubierta con un bombín, y sus temblorosas manos no paraban de jugar con el pomo de su bastón. De vez en cuando sacaba el reloj del bolsillo de su chaleco e impaciente comprobaba la hora….”
Sufrió un colapso. Sus familiares de inmediato la llevaron al hospital. Mientras, ella, en un estado de semiinconsciencia y delirio, tuvo una iluminación. “La vida no es más que aire. Aire que se escapa”- pensó al sentir cómo éste, poco a poco, huía de sus pulmones. Podía precisar cómo se iban secando dentro de su caja torácica. “La vida no es más que agua. Nadie sabe hacia dónde fluye…”-pensó después. Se le ocurrió que cuando acabaran por secarse, serían como un pellejo, quizás sólo una costra abandonada entre las costillas. Pero, afortunadamente, llegó un médico joven que le practicó una incisión en el cuello, y lo penetró con un tubito para que el aire retornara a su cuerpo, y con él la vida. Al examinarla el médico concluyó que tenía algo que le atoraba la garganta. Cogió un artilugio metálico en forma de pinza y con cuidado extrajo un cuerpecillo negro, que no paraba de moverse, y revolverse, como si fuera un parásito de escurridizas patas. El médico, henchido, lo mostró como si fuera un premio, o una medalla. Sus familiares se miraron horrorizados. Aquello era nada más y nada menos que un “TE QUIERO”. Así, en letras mayúsculas. Y era de uno de esos especímenes de “TE QUIERO” más rabiosos. De los que no paran de agitarse y abrir la boca. De aquellos cuya sola mordedura es infecciosa, y se pasan el día hablando con aquel tono de voz tan empalagoso, que convierte las estrellas en simple azúcar. Pero enseguida el médico tuvo que dejar a su presa sobre la bandeja, porque ya por la boca asomaban las patas de nuevos ejemplares....
En algún momento de aquel proceso de extracción, entre “TE QUIERO” y “TE QUIERO” sus familiares perdieron la cuenta. Parecería que tenía el cuerpo a punto de reventar de tantos “TE QUIERO”. En realidad el médico dictaminó que había sido un auténtico milagro que no explosionara. Aquellos “TE QUIERO” eran pura dinamita. Permanecería unos días en observación para investigar el origen de tan curiosa infección.
Se quedó de mala gana. Para ella estaba claro el origen de aquella enfermedad, pero no le apeteció decir nada ante sus familiares. Sin duda aquellos eran los “TE QUIERO” que se le habían quedado dentro, cuando ya no pudo decírselos a él, porque se había ido. En un principio, se encerró en su casa de lágrimas, y pensó que su corazón se anegaba de odio. Pero con el tiempo, sintió como el amor retornaba. Como regresaban los recuerdos desterrados. Como su nombre se rehacía en su boca. Como su dedo daba empujoncitos al balancín de su sonrisa. Y entonces fue cuando el primer “TE QUIERO”, le floreció en el velo del paladar. Le pareció un acto inútil declamarlo contra las paredes. Pensó en zambullirlo en la bañera, y empujarlo hasta el fondo para que se ahogara. Pero era de esas mujeres que no reniegan del amor, aun en la ausencia del ser amado. Por lo que con el tiempo su cuerpo fue invadido por un ejército de “TE QUIERO”. Eran tan revoltosos, y montaban tanto barullo que no la dejaban descansar por las noches. En algunas ocasiones se apiadaban de ella. De las ojeras en las órbitas de sus ojos. De los bostezos deshilachados en su boca.... Entonces con voz melodiosa la acunaban, cantándole una nana en pos del sueño. Y se dormía soñando con el amor perdido, que ahora tenía el rostro de la niebla…..Como en ese mismo momento, sobre la cama del hospital.
Esa noche, por algún descuido, la puerta del laboratorio había quedado abierta. Circunstancia que aquellos “TE QUIERO”, que descansaban panza arriba sobre la bandeja, aprovecharon para huir de él. Al principio lo hicieron en fila india, pero, haciendo honor a su fama de indisciplinados, los “TE QUIERO” pronto rompieron la formación y se desperdigaron aleatoriamente por el hospital. Como tenían la costumbre de meter la nariz en todo, entraron en las habitaciones en las que dormían los enfermos.
Uno de los “TE QUIERO” se posó sobre la frente de un niño, que dormía inquieto porque al día siguiente lo iban a operar. Y entre sueños pudo sentirlo como el beso tranquilizador de su madre.
Otro voló hasta los labios de una mujer mayor, enferma de alzheimer. Por un momento en un destello regresó a ella el recuerdo luminoso de un amor de juventud.
Un hombre, que afrontaba pacientemente las horas previas a su muerte, recibió un par de ellos sobre sus manos ya exánimes. En su estado de inconsciencia fueron para él el consolador perdón de aquella hija con la que llevaba tantos años sin hablarse.
Dos enfermeras que se amaban en secreto, sin atreverse a admitirlo, los sintieron rebotando en sus oídos. Creyendo cada una que aquella era la confesión de la otra, acabaron fundiéndose en un acalorado y apasionado primer beso.
Aquella noche en aquel hospital, por extraño que pueda parecer, se dio la singular circunstancia de que Eros doblegó a Tánatos. Lástima que la chica permanecía dormida, sin conocer el milagro al que había dado origen. Ignorando que, finalmente, un "TE QUIERO" nunca se dice en vano.