Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


domingo, 19 de junio de 2011

EXTRAÑARTE

Al amarte
Todo se hace extraño
Los días
Los cielos
Los pasos
Mis huellas
Los ojos de los perros que me miran
Las voces implacables del asfalto
La serena caída de la lluvia
La rosacea cadencia del atardecer

Mi cuerpo
es extraño
Esta tormenta de sensaciones
es extraña

Todo se extraña
en esta lujuria
de quererte
y no tenerte
De hablarte
y no decirte
De dejar pasar los días
en tu ausencia

Sólo tu presencia
pondrá las cosas
en el lugar correspondiente
Llenará los vacíos
que hay en cada hueco
Restaurará en el silencio
la magia de los nombres
Devolverá a los perros
la voz de su ladrido
Y ninguna de mis huellas
será inmerecida

Ya no será en vano la espera
Ya no inquietará mi mano la muerte
Y juntos tomaremos el pulso de los vientos

Las olas
Las infatigables olas
Las olas
condenadas a la galera de lo efímero
Las olas
amarradas a sus remos
Olas
de aire y de espuma
Olas
de inquieta belleza
Olas
tan diferentes las unas de las otras
Cientos
miles
infinitas
olas

Así es este amor
Cambiante
embravecido
y en constante devenir
Pero siempre el mismo amor
Como siempre el mismo mar

viernes, 17 de junio de 2011

EL LENGUAJE SECRETO DE LAS NUBES

Fotografía: Yauheni Attsetski



Llueve....



Cuando llueve me gusta mojarme. Alzar mi rostro hacia el firmamento para observar las formas imprevistas de las nubes, mientras se deshacen de su deliciosa carga, sobre mi piel sedienta y marchita. Me compadezco de la gente con paraguas. Obstáculo artificioso entre el ser y el cielo, nos transforma por momentos en animales subterráneos, en tortugas indolentes con el techo a cuestas. Sólo me gustan los paraguas cuando son refugio de amor, como un abrazo unificador sobre nuestras cabezas.
Estos días no llueve. El sol se muestra radiante y primaveral. Sólo la fresca e impetuosa caricia del viento, mitiga un poco el calor. Muy de vez en cuando asoman pequeñas hilachas blancas y brillantes, que parecen arrancadas, con los dedos, de la madeja vaporosa de una nube más grande. Ya comienzo a extrañar la lluvia. El golpeteo tenue sobre mi ventana. La música de su lenguaje singular y misterioso, todo hecho de gotas, hablándole a las raíces de mi cuerpo. Sólo yo sé del secreto que se esconde en su código cifrado.
Cuando descubro en el cielo una nube recién nacida, la miro con ojos emotivos, y soplo. Cruzo los dedos para que mi aliento colabore y que disfrute de una vida larga. Si una nube vive lo suficiente puede llegar a abarcar el mundo…… Mientras hago esto, le doy mis instrucciones. Señalo en un mapa imaginario el lugar a donde debe dirigirse. Para llegar hasta él es preciso caminar por los sueños arraigados en siete noches(creo que son los inuits los que miden las distancias en sueños...). Luego le describo con gestos que moldean el aire, los rasgos de aquel a quien deben buscar, de aquel a quien amo. Susurro contra el viento palabras incendiadas y versos extasiados. Le pido que lo proteja, y que lo bese en los párpados. Y luego la dejo ir, triste pero esperanzada.

Yo sé que este ritual que narro, tiene su contrapartida del otro lado. Que él también invoca a los vientos cada vez que ve florecer una nube. Que trata de dirigirla hacia mí con el baile de sus manos. Que inscribe pequeños hálitos de palabras y en cada una de ellas deposita un beso ardiente…

Por eso llevo días invocando a los dioses paganos de la lluvia. Y tiemblo de deseo cada vez que intuyo la presencia de alguna nube. Por eso la próxima vez que las vea aproximarse, negras y tempestuosas, cargadas de (su) humedad, correré hacia allí donde nacen las olas. Me despojaré de mi vestiduras y aguardaré desnuda hasta que estalle el aguacero. Y dejaré que empape mi piel con esos signos mágicos del lenguaje de la lluvia. Aquellos que él y yo hemos pactado. A los que el resto del mundo permanecerá, inevitablemente, ciego.

jueves, 16 de junio de 2011

SOBRE CONVERGENCIAS Y COMUNIONES

Quiero quebrar todas las líneas de tu piel deslavazada
y colorearte más allá de tus márgenes
(Como hacíamos con los plastidecores cuando éramos niños)
Restañar tus perfiles hasta que te hagas sangre
y columpiarme en tus aristas
TAN ALTO
como para abrir con la alegría de mis pies los párpados del cielo

Y que ya no haya límites en nuestras convergencias

Quiero el viento verde de tu aliento en mi boca
la voz salada de tus versos en mi oído
Y sentir que el mar se ha instalado definitivamente en mí
Como si hasta ahora no hubiese sido más que la carne vacía
de una caracola carente de sonido

Quiero tu olor desnudo
Combatiente de mil batallas
Sudores
Fragores
Secreciones
Heridas
……
La irrupción violenta
en mi galaxia
del astro incandescente de tus ingles

Y volatilizar de una vez por todas
ese “casi”
de esa comunión “casi” perfecta
De la que en ocasiones me hablas…

miércoles, 15 de junio de 2011

GENTES MENGUANTES


Al despertarse aquella mañana, la noche anterior se le precipitó encima, aplastándola con el peso de sus imágenes. De repente, sin él, su lecho le pareció inmenso. Como un océano blanco de sábanas y pliegues, en el que ella era un solitario albatros con el ala rota. Fue consciente de que sus palabras de ayer habían sido duras, perversamente amargas. Pero sólo buscaba una reacción, ser para él como esa patada que te despierta del sueño. Él la había mirado con aquellos ojos insondablemente tristes, desprovistos de luz y de vida-unos ojos que parecían haber decidido morir hace tiempo-, lo que había acabado por enervarla. Le había gritado que recogiera sus cosas y se marchara, que no soportaba verle más. Él, con aquel modo indolente que tenía para ejecutar cualquier acto, sacó la bolsa del armario y comenzó a llenarla con sus ropas. Afuera la tormenta arreciaba, era el inicio de la ciclogénesis explosiva con la que los informativos habían estado bombardeando toda la semana. Durante la tarde incluso se habían reído juntos del pánico de las gentes, quienes colapsaban los supermercados, con sus carros humeantes de alimentos, como si se encontraran a las puertas de la más inminente amenaza nuclear. Habían imaginado que todo aquello no era más que una estrategia de los supermercados para disparar las ventas. Así como quienes argumentaban que la gripe A había sido un bulo de los laboratorios farmacéuticos para llenarse los bolsillos con la venta de vacunas. Y ahora no podía establecer la cadena de hechos que los había llevado desde esas carcajadas cómplices, a aquel intercambio de palabras lacerantes. Ella era La Estocada de Nevers. Directa y limpia al entrecejo. Al finalizar cada una de sus frases veía siempre aquella gota de sangre sostenida en el pentagrama de su frente. En otro tiempo habían sido como Nevers y Lagardere, defendiéndose del mundo, espalda contra espalda. Conscientes de que aquella acción bélica a la desesperada podía costarles las vidas. Sin embargo, finalmente, habían vuelto sus espadas para atacar el flanco del otro. Siempre terminan siendo demasiado fugaces las alianzas perpetradas contra el mundo.
Habían decidido que pasaría la noche en el sofá. Y ahora bendecía la ocasión que le brindaba la tormenta que le había retenido. Aun estaría a tiempo de pedirle perdón, restablecer la concordia y celebrar la paz con sus sexos. En ese momento él entró en la habitación, y sin siquiera mirarla, recomenzó a preparar la maleta. Ella dijo su nombre, pero él no pareció escucharla. Continuó ensimismado en la tarea de separar camisas y calcetines. De pronto sintió que un vértigo la sacudía, como ese vacío que nos sobreviene durante el sueño. Porque ella pensaba que en los sueños nunca caemos, sino que es el vacío el que cae en nosotros. Y le pareció que él se hallaba muy lejos, a una distancia imposible de abarcar con una mirada. Se incorporó en la cama. Desde aquella posición, la figura de él, asomando a través de la puerta entreabierta del armario, le pareció la de un gigante. Se puso de pie, y miró a su alrededor, ¡le pareció que apenas se levantaba un palmo sobre el lecho! Volvió a llamarle, gritó su nombre, pero él ni se inmutaba, y mucho menos se volvía a mirarla. Ella dirigió una mirada a su alrededor y le pareció que toda la habitación había aumentado su tamaño. La lámpara del techo semejaba ahora tan lejana como el sol, gravitando en un cielo de escayola. Se volvió, y allí en el fondo, sobre la mesilla, vio algo que le sugirió una idea. Comenzó a caminar sobre la cama, donde las sábanas y la manta se esparcían en sinuosas dunas, cuya superficie trataba de vencer ayudándose de sus manos. Pero cuando se sentía a punto de coronar la cima, de nuevo se resbalaba hacia abajo, y tenía que volver a empezar. Así que buscó alrededor y vio en uno de los laterales una abertura entre las sábanas. Se escurrió a través de ella, y comenzó a deslizarse sintiendo la tela blanca sobre sus espaldas, y de pronto no le pareció tan liviana como habitualmente, sino que se sintió oprimida por el peso de tanta blancura. Continuó reptando, con el vientre pegado al colchón y al cubrecama, divisando a lo lejos la luz que le indicaba el camino que tenía que recorrer. Por fin, tras lo que a ella le pareció una eternidad, su cuerpo se deshizo de las sábanas. Al incorporarse miró hacia atrás, temiendo por un momento que él ya se hubiera marchado. Continuaba allí. Suspiró aliviada. Ahora quedaba lo que le pareció lo más duro: tratar de trepar por la almohada. Lo intentó por varias veces, y, finalmente, consiguió subir. Había sido más fácil de lo que había pensado. Lo difícil era mantener el equilibrio sobre ella, pues cada dos por tres se resbalaba o su cuerpo se inclinaba hacia los lados. Extendió los brazos como cuando en la escuela se subía a la barra de equilibrios, y respiró hondo antes de continuar la marcha. Al llegar al final se dio la vuelta, se puso de rodillas, y agarrándose con fuerza a la almohada, descolgó su cuerpo. Comenzó a balancearse ligeramente, y a la de tres se dejó caer sobre la mesilla que estaba a una corta distancia. En la caída se hizo daño en un pie, y se estuvo un rato antes de poder levantarse. Miró hacia él, y vio que ya no le restaba demasiado tiempo para acabar de preparar la maleta. Así que corrió hacia su objetivo, que no eran otro que las llaves del coche de él, que descansaban en la mesilla, y comenzó a empujar con todas sus fuerzas. Calculó que con un pequeño esfuerzo, el manojo de llaves caería al suelo, y con el ruido que harían al golpearlo-porque él tenía un montón de llaves, algunas que abrían cerraduras de casas o puertas que ya no existían-él acabaría por volverse y por fin la vería. Empujó, y empujó, hasta que por fin sintió como las llaves cedían y eran engullidas por la fuerza de la gravedad. Justo a tiempo porque parecía haber acabado de hacer la maleta, tan solo le faltaba cerrarla. En efecto, se interrumpió al escuchar el sonido, y se dirigió hacia la mesilla para ver qué lo había provocado. Entonces, antes de mirar hacia ella, se percató de que las llaves estaban en el suelo, y se agachó a recogerlas. Por un momento sus ojos parecieron posarse sobre ella, pero enseguida se dirigieron hacia abajo. Ella volvió a llamarle, con todas sus fuerzas, y a él su voz debió parecerle similar al zumbido de una mosca, porque le dirigió un manotazo, que la hubiese golpeado gravemente de no ser que tuvo los reflejos suficientes para precipitar su cuerpo sobre la mesilla. Con frustración vio como él se levantaba de nuevo, y sin más le dio la espalda. En un último arresto de coraje, comenzó a bajar de forma temereraria por la mesilla, utilizando como apoyo las juntas de los cajones. Aquello le llevó mucho tiempo. Tanto, que cuando apenas unos centímetros separaban sus pies del suelo, escuchó el ruido de las maletas al cerrarse. Sin reparar en la distancia, saltó, y apenas sintió el dolor que en su pie derecho había dejado la caída anterior. Comenzó a correr. Decidió acortar distancias, tomando el camino de debajo de la cama. Miró hacia arriba y vio las tablas del somier, reparó en que alguna parecía a punto de romperse, tendría que buscar otras que las reemplazaran. Cuando ya escuchaba el ruido de la puerta de la habitación al abrirse, salía de nuevo a la superficie. Al llegar a ella se la encontró cerrándose en sus narices. Ahora sí que ya nada podía hacer. Se apoyó en ella, rendida, golpeándola con aquellos débiles nudillos que nunca nadie podría escuchar. Sintió deseos de llorar, pero de pronto se dio cuenta que su mano izquierda estaba tocando algo. Suspiró de alegría. Aquello no era otra cosa que el picaporte. Había recuperado su tamaño, y ahora sí, podría abrir la puerta y correr hacia él para pedirle perdón. Entonces pudo escuchar un sonido que llegaba de la calle. Era el motor de un coche que se alejaba, a gran velocidad.

lunes, 13 de junio de 2011

POEMAS QUE ATRAVIESAN EL OCÉANO


La imagen es regalo de Miriam...


A Miriam
, porque la entrada de hoy en su blog derivó en esta idea...Y sobre todo por ser espejo que propaga la luz..


Ella moraba junto al mar. En una solitaria casita con el tejado de pizarra. Vivía sin compañía alguna, pero aun así no sabía lo qué era tener miedo, porque cada noche dormía acunada por el sonido de las olas, y entre los protectores brazos del viento. Aquellos eran sus mejores amigos, la única familia que conocía. Y siempre, hasta entonces, había pensado que no necesitaba más….

Una mañana, imponiéndose al bramido de una tormenta, la despertó un golpeteo intermitente, sobre el cristal de su ventana. Se levantó sobresaltada, y corrió a ver qué motivaba aquella perturbación. Al abrir las contras la sorprendió la figura frágil de un pájaro de papel, tembloroso y medio muerto de frío. Lo tomó en sus manos y dejó que se acurrucara entre ellas. Exhalando sobre él su aliento, consiguió que entrara de nuevo en calor. A medida que se recuperaba, el avecilla iba extendiendo sus alas, que hasta ese momento permanecían plegadas. Pronto la chica pudo ver que había algo escrito sobre ellas. Lo leyó y en sus ojos florecieron unas lágrimas. Ella nunca antes había llorado. La chica desconocía que a quien no ama, no le sobreviene el llanto… Recogió con un dedo una de aquellas lágrimas y la llevó a su boca. Su sabor era salado, lo que le hizo estar agradecida, porque tampoco nunca antes había tenido el mar en sus ojos.
Aquel que había venido a su ventana no era otra cosa que un poema, que se había hecho pájaro para atravesar los mares….

A la tarde por fin hubo escampado, y la chica y al pájaro salieron a dar un paseo por la playa. Ella iba descalza, con los cabellos sueltos, y llevaba puesto un vestido rojo. El pájaro volaba sobre sus pasos, de vez en cuando se paraba encima de sus huellas y comenzaba a cantar alegremente. Pero la mayoría de las veces, descendía hasta el hombro de la chica, y posándose sobre él, desplegaba sus alas al sol, para permitir que sus rayos pudiesen pendular sobre los versos escritos en ellas.

A la mañana siguiente llegó otro pájaro. Este venía húmedo de océano y viento. Por lo que el primer pájaro y la chica se esforzaron en hacerle entrar en calor, pues temían que fuese demasiado tarde. Por momentos parecían perder la esperanza, y el primer pájaro recostaba la cabeza sobre su pecho, buscando el latido. Y aunque fugaz y débil, su corazón continuaba sonando, así que agitando rápidamente las alas, la encomendaba para que redoblaran los esfuerzos. La chica buscaba entre todos sus alientos aquellos que le parecían más cálidos, y los proyectaba sobre aquel cuerpecillo de papel, del que parecía haberse ausentado toda vida. Cuando rondaban el mediodía por fin abandonó su rigidez y sus alas comenzaron a desplegarse. La chica pudo al fin leer los versos escritos en ellas. Y una gran sonrisa se posó en su rostro.
El primer pájaro revoloteaba contento, finalmente se acercó al segundo pájaro, y se saludaron juntando sus picos.

Aquella tarde los dos pájaros volaron delante de ella, quien los perseguía pizpireta, a veces corriendo, en ocasiones a saltos. Atravesaban las nubes, dejando en ellas las huellas de sus delicadas formas. Y en los cabellos blancos se quedaban prendidas las letras de los versos de sus alas. Cuando se cansaban volvían junto a la chica, y se apoyaban en cada uno de sus hombros. Entonces ella caminaba despacio, para no enturbiar aquella paz recién recobrada. En ese preciso momento la tarde decidía morir…

En días sucesivos se repitió el mismo ritual. La única diferencia es que dejó de llover, y los pájaros ya no llegaban en estado tan lamentable. Siempre parecían reconocerse, o esperarse…Todos con su correspondiente poema sobre las alas.

Ahora, en sus paseos por la playa la acompañaba una bandada completa de pájaros, que cincelaban el cielo con sus alas. Eran tantos los que dejaban las letras de sus poemas dormidas sobre las nubes, que un buen día llovieron versos sobre la arena. Pero, cada vez con más frecuencia, la chica acababa sus paseos, inmóvil junto a la orilla, con la vista perdida en un punto lejano del océano. Finalmente, en una ocasión preguntó:

-¿Dónde está vuestro lugar de procedencia? ¿Quién es el que os ha enviado junto a mí?

Pero por única respuesta ellos desplegaban sus alas versadas al cielo.

Con el tiempo percibieron que la chica parecía cada vez más melancólica, y ya no corría junto a ellos, sino que se limitaba a mirar al horizonte, dejando que las olas bañaran sus pies descalzos. Los pájaros se entristecían al verla tan nostálgica. Una tarde se miraron los unos a los otros y como quien ejecuta una movimiento marcial, todos a un tiempo se posaron en la espalda de la chica, y sujetándola con sus picos por el vestido rojo, agitaron con fuerza sus alas, hasta que comenzaron a elevarse. Al principio la chica se revolvió nerviosa, al notar como el suelo se esfumaba bajo sus pies, pero pronto se supo segura por encontrarse al cobijo de sus amigos. Intuía que estos, aun a riesgo de perder la vida, nunca la dejarían caer. Viajaron durante días por encima del océano, y las aves comenzaron a dar muestras de fatiga. De vez en cuando alguna corriente de aire compadeciéndose de ellas les decía:

-Frágiles y hermosos pajarillos de papel, que sin duda por amor soportáis una carga demasiada pesada para vuestras alas, dejad que os empuje durante este tramo del camino en el que afortunadamente somos compañeros de viaje.

Y durante parte del trayecto, los pájaros podían descansar y se dejaban conducir plácidamente por la fuerza del viento.

-Tristemente aquí nuestros caminos se bifurcan. Quisiera sosteneros hasta el final de vuestro viaje, pero como viento que soy no tengo más voluntad que la de mi propio corazón, y este me conduce a otra parte…

Entonces los pájaros de papel tenían que continuar con aquella dura tarea que se habían impuesto. La chica no tenía miedo, sólo maldecía a aquella nostalgia que había impulsado a sus amigos a iniciar un vuelo tan peligroso. De vez en cuando, alguna nube también se apiadaba, y mullendo sus carnes, les permitía reposar sobre ella, pero durante ese tiempo la travesía transcurría muy lentamente.

Por fin llegó el día en el que divisaron la costa, y los pájaros junto con la chica comenzaron a descender. Ya algunos eran apenas capaces de agitar sus alas, así que los que aun tenían arrestos de energía redoblaron su esfuerzo para impedir que su preciosa carga se precipitase bruscamente hacia el suelo. La chica pudo ver la línea de la costa, sinuosa, como la espalda de una mujer. Las lenguas del mar saboreando la arena. Los bancos de peces como diminutas y plateadas sombras moviéndose al unísono, obedeciendo las órdenes de un cerebro común. Ya apenas estaban a unos metros del suelo, cuando las aves sintieron como se quebraban sus alas y lo único que pudieron hacer fue echar una última ojeada para calcular la distancia y comprobar con alivio que la chica no se haría daño, y que estaba definitivamente a salvo. Ella sintió brevemente el vértigo y la velocidad de la caída. De inmediato fue la arena entrándole en la boca, en los ojos, en las veniales heridas que su abrieron en su cuerpo al golpearse. A continuación un ruido sordo, mate, apenas perceptible, que se repetía una y otra vez. Se volvió lentamente, presa de un doloroso presentimiento. Y al erguir la cabeza inevitablemente se encontró con los cuerpos exánimes, de los pájaros de papel, descansando al fin sobre la playa. Estuvo tratando de reanimarlos, uno a uno, hasta que terminó por rendirse. Ya no había rastro de los versos que alguien, en un tiempo no muy lejano, había escrito sobre sus alas. Durante horas permaneció en silencio, encogida, con el rostro cubierto de lágrimas, parecía que el mar ya no quería abandonar sus ojos. Sólo hasta que escuchó un sonido de pasos sobre la arena consiguió apartar la mirada de los aquellos cuerpos inermes.

-¿Quién eres? ¿Por qué lloras?-dijo una voz de hombre

-Ya no recuerdo quien soy-respondió la chica con voz entrecortada-Lo único que tengo claro es el motivo por el que lloro. Mis lágrimas se vierten sobre estos pájaros de papel que hace tiempo se acercaron a agitar los versos de sus alas junto a mi ventana. Y por fin, gracias a ellos, conocí qué es aquello que llaman amor….¿Y tú, quien eres?-dijo volviendo su rostro hacia él.

-Yo sólo soy el poeta-contestó- Y también hace algún tiempo que las olas del mar-quienes son incapaces de ocultar un secreto-me contaron que al otro lado del océano vivía una chica solitaria, que no conocía lo que era el amor. Aquello me puso muy triste, porque la misión del poeta es llevar el amor a todos los rincones del mundo. Por todo esto cada día di vida con mis versos a un pájaro de papel ,al que enviaba a surcar los mares para que buscase a esa chica, con el fin de dejar un poso de amor en su corazón. Comenzaba a preocuparme porque ninguno de los pájaros había regresado. Temía que no hubiesen llevado a cabo su misión.

-Ah!- se sorprendió la chica- ¿Entonces eran tus versos los que mis amigos portaban en las alas?

-Sí, y como puedo comprobar cumplieron su cometido con total satisfacción. Tus ojos están llenos de amor, por lo que su muerte no habrá sido en vano.

-Pero yo siento un agujero aquí en el pecho, que sólo el agitarse de sus alas podría llenar-contestó la chica tristemente. –Murieron por mí. Porque yo quise atravesar el océano, para encontrarte...

-Has de saber, muchacha, que la poesía nunca muere. Que siempre habrá un verso que llene el hueco que otro verso deja al aniquilarse. Que la poesía está en el movimiento de los árboles, y en el rayo de sol que se aplasta contra el mar. Que pueden extinguirse todos los poetas, pero siempre habrá poesía, al menos hasta que no se seque la última gota de amor en el corazón del último hombre, o siempre que haya un espejo para propagar la luz. ¿Ves?-entonces cogió una pluma y un tintero que llevaba en su bolso y tomando uno de los pájaros de papel que reposaba yermo sobre la arena, comenzó a escribir en él. De inmediato la vida regresó a aquel cuerpo que comenzó a revolotear alrededor de la chica. Casualmente el pájaro escogido era el primero que había llegado hasta su ventana, y los ojos de la chica comenzaron a resplandecer con nuevas lágrimas, en las que el poeta reconoció un matiz muy distinto. Por lo que decidió hacer una excepción y reescribir todos los versos que alguna vez había escrito sobre el cuerpo de aquellos pájaros, con el único fin de aquella desconocida chica supiera lo que era el amor.

Así que, uno por uno, ante aquellos ojos, los devolvió a la vida.

viernes, 10 de junio de 2011

FILOSOFÍA DE LAS ALMOHADAS

-En cuanto a Eros, prefiero la animalidad a la sofisticación-dijo Flavia mientras se volvía con lentitud hacia él. Escapando la blancura de su seno izquierdo a la impavidez de la sábana-. Las espinas de la rosa, ¿qué son sino el subterfugio de la flor que fue, antes de ser atrapada en el concepto de belleza?

-Mira-contesto Mauro acercando el dedo a la piel de Flavia, justo allí donde se resolvía la curvatura del pecho-, blanco sobre blanco. La impavidez de la sábana, contra tu palpitante palidez… Sin embargo no dudo en cuál de las dos se inclina a recogerse la luz. Tu seno resplandece con idéntico fulgor a la luna. Pero en este caso no hay ningún sol fuera que le conceda su brillo. La luz procede directamente del corazón que descansa en el interior de tu pecho.

-El corazón es el vestigio del animal que algún día fuimos. Antes de aquel hombre que le puso nombre a las cosas. Se dice que el verbo se hizo carne, pero lo que nadie cuenta nunca, es que después la carne retornó al verbo…

-Sí, aquel hombre sacrificó la libertad de la especie por jugar a ser dios. No pensó en que los demás también querríamos jugar a ser dioses….Pero bueno, tal día como hoy yo he encontrado mi manera de jugar a ser dios- deslizó su dedo hacia el centro del pecho de Flavia, acariciando con él el oscuro pezón, que a continuación comenzó a desperezarse- Soy dios despertando a Adán a la vida….Y dictamino que esta es la figura geométrica perfecta acerca de la que discutían los griegos.

-A eso me refiero precisamente…Retornar a esa amor previo al concepto. Ese amor antes de la perversión de las formas.

-El amor no es más que una ruptura en el equilibrio del universo. Una excepción. Cuando en una mañana sin nubes, me encuentro en el cielo límpido y azul la presencia rezagada de la luna, siempre pienso en el amor. Esa rebeldía de la luna transgrediendo las normas es superior a cualquier milagro de los que hablan las escrituras…

-En eso Eva fue mucho más lista que Adán-interrumpió Flavia

-Yo a ti siempre te he considerado una chica lista. Una discípula aventajada de Eva..

-Gracias-contestó Flavia mostrando sus relucientes dientes en la batalla encarnizada de una sonrisa-…Eva debió pensar que este era un universo absurdo si para respetar su equilibrio había que dejar que la manzana cayera del árbol, para que seguidamente se pudriera. Mejor arrancar la manzana y morderla antes de que sus jugos se perdieran…

-Mírate, estás ahí, hermosa. La almohada sobre la cama. Tu codo sobre la almohada. Y tu cabeza reposando delicadamente sobre la mano en la que termina tu codo. Sin duda el universo está en equilibrio-y diciendo esto comenzó a descender, sumergiéndose en aquel mar de sábanas debajo de las cuales el cuerpo desnudo de Flavia descansaba.

-¿Qué haces?-rió ella

-No podemos permitir tanta armonía…He de arrancar la manzana antes de que caiga del árbol, y estos deliciosos efluvios se pierdan para siempre-y una vez dicho esto, ya no hablaron más….

miércoles, 8 de junio de 2011

CORRUPCIÓN

Con una hoja de silex
rasgas la tela de mi mortaja
y me desprendes del envoltorio
Igual que a un caramelo
que te introduces en la boca

Me chupas
Me lames
Me arrancas todo ornamento con los dientes
Me haces girar cual peonza
con la punta de tu lengua
Me pones cara el norte
Me pones cara el sur
Igual que a una veleta
de la que eres el viento

Yo era Lázaro
hasta que me levantaste
Aldonza Lorenzo
hasta que en tu delirio
me llamaste“Dulcinea”
Maullido de gatita negra
hasta que encontraste en mi diafragma
el rugido selvático de la pantera
Y cándida Blancanieves
hasta que me erigiste en pérfida madrastra
toda vestida de cuero


Sólo tú
me devuelves a mi cuerpo de los diecisiete años
Libre de pecado
con todos los orificios vírgenes
y sus secreciones contenidas

INMACULADO

Para cada nuevo día
llenar mi boca con tu pecado
abrir con tus dedos todos mis orificios
dejar vía libre a mis secreciones

Hasta contaminar mi cuerpo
de nuevo adolescente
con la santísima corrupción de tu carne

NO

No dejes ni un centímetro de piel para los gusanos…
Ni un solo rincón de mi alma consagrado a dios…