Sin duda soy una mujer desgajada
Escindida
Rota
Impotente presencio
como mi lengua contradice
lo que habla mi boca
Si mis pasos se dirigen al norte
mi sombra se alarga hacia el sur
Y mis pies titubean a ambos márgenes
del desfiladero abrupto que es mi sexo
En cuyo fondo alcanzo a ver
la palpitante cinta azul
de un pequeño río solitario
Muñeca dividida soy
Cada imagen viva es velada
por un rostro de humo sobre un paño
Tuve piedad
y me arrodillé frente a él
En el único acto de amor
de mi vida
sequé su sudor
gota a gota
Esa es toda mi culpa
ese es mi destino
Verónica soy
Blog sobre libros donde voy dejando mis lecturas de poesía, novela y cualquier texto literario que me haya interesado, para extender la conversación que mantenemos con los libros durante la lectura.
Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
Juan Ramón Jiménez
miércoles, 18 de mayo de 2011
lunes, 16 de mayo de 2011
17 DE MAIO:DÍA DAS LETRAS GALEGAS (Conto: Serafín o paxaro de papel)

Imaxe: Bego Raposo
Para festexar o día da nosa lingua, estiven facendo cábalas. Tiña un poema na mente dunha das máis nomeadas poetas galegas, pero como xa fai tempo que perdín aquel libro, e non fun quen de topar o poema en internet, ao final decidín publicar algo meu...Gústame este conto porque foi o primeiro dos que escribín en galego que tras rematalo me fixo pensar que non estaba mal de todo. Gústame tamén polo modo espontáneo no que xurdiu. Pero sobre todo coido que me gusta, porque é un texto-homenaxe aos soñadores...E creo que Galicia é unha terra chea de xente desa rara especie...Así que aparte da persoa a quen vai adicado este contiño, adícollo tamén a tódolos soñadores que coñezo(independientemente da lingua que falen. Eu persoalmente suscribo a frase de Marilar Aleixandre, quen falando de ela mesma dí que "ten a lingua partida"...) que afortunadamente son moitos. Bicos e boa festa
A Bego Raposo, por amiga amada, e por inspirarme coa sua foto para compoñer este relato
Polo de agora, Serafín descoñecía que él era un paxaro de papel. Os demáis non. Os seus compañeiros eran perfectamente conscientes de que só formaban parte da instalación dun artista local. O que acontecía é que Serafín era un soñador, un tolo que confundía as cóxegas da brisa co vento infausto arrancándoo da terra, e un leve tremer de as coa senlleira sensación do voo. Tan só se mirara cara o chan, Serafín se decataría de que sempre o separaba a mesma distancia de aquel lenzo de pizarras amontoadas, e que un arame umbilical o mantiña unido a elas por toda a eternidade. Os demáis lle repetían que quitara a venda dos ollos, pero él por máis resposta se limitaba a pechalos e sentir o abrazo quente do sol pendurado do ceo. Repetíase para si que él era fillo desa luz que se derramaba con pracer polas suas carnes brancas, feridas de gracia. E para él o mundo remataba con aquel campo de frores que se amosaba con xúbilo hata onde alcanzaba a sua vista. Él que tivera unha vida tan breve e ainda por riba descoñecía o que era a beleza, sentia o carozo do seu corpo encherse cunha risa amarela, verde, laranxa…Neses momentos coidaba que ia estoupar coma un arco da vella e en certo modo iso non tería importancia. As veces un regato de nenos se estrelaba entre as frores e os seus gritos remedaban os cantos das sereas, dalgún modo presaxio do que sería a sua perdición. “Que llueva, que llueva la virgen de la cueva…” Así os cativos conxuraban ós deuses paganos da tormenta, porque as nais agoraban aquel como un ano de seca e xa tremaban pensando nas tan temidas restriccións. E ainda que ó principio se asustara un pouco cando vira que ás margaridas lles arrincaban as cabezas, admirouse de ver como con elas facían alegres coroas de frores, que fermoseaban os cabelos das nenas. Incluso comezou a soñar que él era unha desas frores que coroaba algunha daquelas ninfas preguiceiras.
Aconteceu que un día, mentres continuaba a soñar esperto, o ceo por fin reventou nun mar de bagoas mornas, que asolagaron tanto os campos, como a bandada de paxaros brancos. As gotas de choiva golpeaban con forza a prumaxe de Serafín que se sentiu renacer, como se cada gota lle insuflara sangue ó seu corazón de papel e, incluso, podía escoitar o seu latexo batendo en cada pinga derramada. Mentres pensaba no errados que andaban os outros cando lle repetían que eles non tiñan corazón, ia paseniño a fundirse nun mar de luz, e soubo que por fin se topaba no regazo da nai que nunca coñecer.
Á tardiña, a unha de aquelas cativas que conxurara os deuses paganos da choiva, sorprendeuna a tristeza cando descubriu como a antes esplendorosa bandada de paxaros brancos se convertira nunha estática galaxia de papel enrugado. Só un dos seus compeñentes sobreviviu ó aguacero cás as despregadas coma un cruceiro. Entón con coidado a rapaza lle arrancou o cordón umbilical e cun golpe certero empurrouno cara o ceo.
A nos gústanos pensar, que aquel foi o primeiro voo de Serafín, o paxaro de papel.
viernes, 13 de mayo de 2011
TU NOMBRE
Hace poco he descubierto
el placer de escribir tu nombre
Y el resto de las letras
que trastabillan el alfabeto
enmohecen descartadas
contra la pared
aguardando la hora
del juicio final
Sólo a las que conforman tu nombre
soy capaz de mirarles el rostro
Y permitir que se perfilen
en el mar quebrado de mi lengua
Con mis ojos extraviados
en la cólera de no tenerte
el placer de escribir tu nombre
Y el resto de las letras
que trastabillan el alfabeto
enmohecen descartadas
contra la pared
aguardando la hora
del juicio final
Sólo a las que conforman tu nombre
soy capaz de mirarles el rostro
Y permitir que se perfilen
en el mar quebrado de mi lengua
Con mis ojos extraviados
en la cólera de no tenerte
domingo, 8 de mayo de 2011
RESOLUCIÓN
No quiero vivir como si ya estuviera muerta,
NO
Ni como si el azar de mis días
ya estuviera pactado
Sé que cuando llego a casa
me espera el lecho caliente
unos brazos protectores
la serena aventura
de compartir el silencio
Pero eso no me define
NO
Lo que me define es este pie derecho
al que le sigue este pie izquierdo
Y no se detienen…
El universo no para de expandirse
¿Quién me va a pedir que me quede quieta?
NO
Ni como si el azar de mis días
ya estuviera pactado
Sé que cuando llego a casa
me espera el lecho caliente
unos brazos protectores
la serena aventura
de compartir el silencio
Pero eso no me define
NO
Lo que me define es este pie derecho
al que le sigue este pie izquierdo
Y no se detienen…
El universo no para de expandirse
¿Quién me va a pedir que me quede quieta?
SUEÑO
A él
Tuve tu boca
Tus dientes
Tu lengua deslizándose
en la mía
Tu saliva
Tu silencio
hilvanado al mío
Tu tacto
reventándome
los dedos
El peso de tu cuerpo
sobre mí
TODO DE AIRE
Aun así
pude sentir
tu veneno
Y ahora
se expande
furiosamente
por mi sangre
Tuve tu boca
Tus dientes
Tu lengua deslizándose
en la mía
Tu saliva
Tu silencio
hilvanado al mío
Tu tacto
reventándome
los dedos
El peso de tu cuerpo
sobre mí
TODO DE AIRE
Aun así
pude sentir
tu veneno
Y ahora
se expande
furiosamente
por mi sangre
viernes, 6 de mayo de 2011
MI VIDA EN VERSO
Probablemente soy una Electra atípica
Yo siempre he querido matar a mi padre
y que mi madre se follara a otros
(simplemente por placer)
Pero esas cosas no pasan
al menos NO en familias como la nuestra
de las de supremacía del apellido paterno
orgasmo masculino
y cabeza de familia
(Lo cual es siempre sinónimo
de familia descabezada)
Curiosamente de niña yo iba para santa
pero un buen día me enteré de que eso implicaría
dejar de tener clítoris
aceptar que sólo hay una verdad
hacer la señal de la cruz cuando se me cruzara un gato negro
en el camino
Y sencillamente dejé de aplicarme
Y dedicarme a escribir textos sacrílegos
incendiarios
de esos que te abren directamente las puertas del infierno
y hacen que las viejas te escupan
cuando pasas a su lado
Ahora aquí estoy
cubierta de su saliva corrosiva
Yo siempre he querido matar a mi padre
y que mi madre se follara a otros
(simplemente por placer)
Pero esas cosas no pasan
al menos NO en familias como la nuestra
de las de supremacía del apellido paterno
orgasmo masculino
y cabeza de familia
(Lo cual es siempre sinónimo
de familia descabezada)
Curiosamente de niña yo iba para santa
pero un buen día me enteré de que eso implicaría
dejar de tener clítoris
aceptar que sólo hay una verdad
hacer la señal de la cruz cuando se me cruzara un gato negro
en el camino
Y sencillamente dejé de aplicarme
Y dedicarme a escribir textos sacrílegos
incendiarios
de esos que te abren directamente las puertas del infierno
y hacen que las viejas te escupan
cuando pasas a su lado
Ahora aquí estoy
cubierta de su saliva corrosiva
jueves, 5 de mayo de 2011
CUPIDO
Imagen: Mi Ruruk
Cada noche, en lo más profundo del sueño, viajaba hasta su cuarto…
No podía precisar cuándo había comenzado, pero deducía que aquella secuencia tenía relación con la presencia del gato negro, que desde hacía unos meses la rondaba…
Una tarde, al regresar del trabajo, con el cansancio acumulado sobre sus caderas, se lo encontró recostado sobre el alfeizar de su ventana. Al percatarse de su presencia se irguió, imitando en apostura a las esfinges, y la miró desde la efervescencia de su brillantes ojos amarillos. Ella pensó que aquellos ojos poseían la respuesta a una pregunta nunca formulada. Y cuando se sentía a punto de descifrar el secreto de aquella mirada, el gato serenamente apartó la vista, para fijarla en algún ser invisible. Condenándola a la nada…
A partir de aquel día, solía encontrarse al gato recostado en su ventana, enredado en los últimos rayos de sol. Con los que parecía jugar como si se trataran de las hebras desprendidas de un ovillo de lana.
Aquel verano se presentó caluroso, y pronto necesitó abrir la ventana para dormir. La primera noche cuando estaba separando las contras, se asustó al ver rasgada la oscuridad por el fulgor impávido de las dos pupilas amarillas. Se llevó la mano al pecho para calmar a su corazón. Después se rio, con la misma risa cantarina que las hadas le conceden a los niños, en la primera ocasión en que descansan en el regazo de sus madres, y que van perdiendo a medida que crecen y permanecen menos tiempo entre sus brazos. Contenta pensó que aquella era una noche hermosa, puesto que dos estrellas se habían dignado a visitarla. Y acarició el lomo lustroso, elástico, que en aquella caricia pareció arrancarse al cieno de la noche.
Cuando volvió a acostarse no la sorprendió ver la silueta negra asomar por la ventana entreabierta, y deslizarse como una sombra, silenciosa, hasta la silla que se encontraba junto a su cama. A medida que sus párpados se entrecerraban, invadidos por el cansancio, se sintió afortunada, porque probablemente era la única persona en el mundo a la que velaba un ángel negro…
Los sueños transcurrían todos de manera similar. Se veía a si misma en su lecho, y de repente, como respondiendo a la llamada de alguien, sus ojos se abrían. Entonces se incorporaba, se deslizaba hacia un lateral de la cama, y estiraba sus piernas fuera de los límite de la misma, posando sus pies descalzos sobre el suelo. En aquellos momentos se volvía para contemplar, siempre con la misma sensación de sorpresa distante, como su cuerpo permanecía sobre las sábanas, dormido, con la inconsistencia de una cáscara vacía, de una marioneta a la que le han cortado los hilos. Con paso firme se dirigía hacia la puerta en cuyo umbral, iluminado por una luz cuya procedencia ignoraba, veía al gato negro que la miraba de modo irresistible, como instándola a que lo siguiera. Al salir tras él, hacia la calle, se encontraba en un barrio desconocido, muy distinto al suyo. El suelo empedrado con pequeños adoquines, en nada le recordaba al asfalto descascarillado de su calle. Las casas bajas, de piedra algunas, otras, la gran mayoría, pintadas de alegres colores. Las farolas antiguas, de bronce, coronadas por delicadas tulipas de cristal satinado. Entonces el gato se volvía y la miraba apremiante. Se había parado frente a una casa de dos plantas y color violeta. El gato se subía a la ventana del segundo piso y ella con endiablada agilidad lo imitaba. Como si su sola presencia hubiese bastado para dotarla de sus mismas habilidades. Siempre al compás del gato, se introducía por la ventana entreabierta. Invariablemente, cada noche, la estancia aparecía inundada por el resplandor de la luna. Miraba a su alrededor y no sabría decir por qué, pero aquella habitación con sus muebles, prendas de ropa colgando negligentemente y los vinilos de colección desperdigados por los alrededores del tocadiscos, le hacían pensar en los restos de un naufragio. “Quizás los restos del naufragio de una vida”-se decía.
Después de ese pensamiento miraba el lecho, donde descubría una figura inocentemente dormida, ignorante de esa presencia que cada noche venía a visitarla. Bajo las sábanas se dibujaba el cuerpo de un hombre. A descubierto sólo se hallaba su rostro, hermoso y pálido bajo el influjo lunar. Se quedaba un rato contemplándolo, arrobada. Entonces iba a sentarse en una silla próxima a la cama, y el gato negro corría a recogerse en su regazo. No tardaba mucho en quedarse traspuesta, hasta que en la hora próxima al amanecer, algo, probablemente el frio que precede al nacimiento del sol, la perturbaba. En esos instantes veía como los párpados cerrados comenzaban a titubear en el rostro a punto de despertarse. En ese último minuto de incertidumbre, era ella la que despertaba, sola en su cuarto.
Tras unas semanas de repetirse el mismo sueño comenzaron las cábalas. Se preguntaba si aquel rostro, que siempre se repetía, habría sido rescatado de su rutina por su subconsciente. Quizás se trataba de alguien con el que se cruzaba por la calle camino del trabajo, y en el que sus ojos todavía legañosos no parecían haberse fijado. Quizás era un hombre con el que habría mantenido alguna breve relación laboral y al que ahora no lograba recordar. Y aquel barrio que parecía sacado de un cuento…. De eso estaba segura, ella nunca había estado en un lugar así para luego olvidarlo.
En una ocasión que se encontraba sentada al sol, en el alfeizar, observando al gato negro que se debatía bajo su caricia, se le acercó una vecina, una ancianita agradable con la que solía cruzarse por las mañanas, cuando salía para ir a trabajar.
-Buenas tardes guapa, veo que finalmente Cupido te ha elegido…-le dijo con voz amable
-Buenas tardes Doña Gloria, que bonito día se ha quedado…-respondió balanceando juguetonamente las piernas que colgaban en el aire
-Sí, niña,….una tarde hermosa. Casi tanto como aquellas de mi juventud. Con esta temperatura nuestro amigo Cupido no debe caber en si de gozo..-dijo señalando al gato, que ahora había comenzado a lavarse con parsimonia.
-¡Ah!¿ Se llama Cupido? …¡Qué nombre más curioso!
-¿No conocías a nuestro amigo Cupido? …Todas las muchachas del barrio sueñan con que Cupido elija su ventana. Muchas lo persiguen tentándolo con chucherías, pero Cupido no se deja seducir. Él es de los que escogen…eres una joven afortunada.
-¿Si?-la interrogó poniendo menos interés en su pregunta que en hacerle carantoñas al gato.
-Sí, claro… Tú eres nueva aquí por eso no conoces la historia que circula sobre él. Pero se dice que aquel por quien se deja acariciar Cupido, está a un paso de encontrar al amor de su vida. Por eso las gentes le llaman así.
-Pues esta vez la leyenda se equivoca…Créame Doña Gloria, seguramente soy la persona de este barrio que más lejos está de encontrar el amor-respondió entre risas
-Ríe, ríe….Ya sé que ahora no tienes amor. El día que lo encuentres te percatarás, porque ese día Cupido se dispondrá a abandonarte. Pero estoy segura, te anda rondando. El olfato de Cupido es infalible. Lleva décadas ejerciendo su don-dijo con rostro risueño
-¿Décadas? Mírelo, si este es un gato joven. Con este pelo tan brillante, las patas tan recias, y esta línea sutil por vientre. Como mucho tendrá dos años
-Bueno, bueno…ya me contarás dentro de unos meses. Ahora me voy a casa niña, que me empieza la novela-Y con un gesto de la mano, sin más, se despidió
Todavía permaneció un rato, allí, en la ventana. Observando como se ocultaba el sol que teñía las casas con el naranja de su último aliento. “Que manera más hermosa de irse-pensaba. En mi día ¿seré yo capaz de irme así?”. Se rio para sus adentros. Seguramente si Doña Gloria la escuchase la reprendería, porque una muchacha tan joven no debe estarse pensando en esas cosas. No, ella debería pensar en el amor….Precisamente por eso había acudido la muerte a su mente. Eros y Thanatos siempre de la mano…. “¿Enamorarme yo?-gruñía en silencio-si mi idilio más largo es el que mantengo con un hombre al que observo dormir en sueños….No hagas caso Marta, que sólo son historias de viejas…”
Transcurrieron las semanas, y todo seguía igual. El gato Cupido aparecía puntualmente sobre el alfeizar, en la hora de su regreso a casa. Y volvía cada noche a colarse por la ventana de su cuarto. Aunque ya estaba comenzando a refrescar, se negaba a cerrarla por miedo a que sin la presencia del gato ella fuera incapaz de viajar en sueños. A veces se sentía ridícula, al pensar en el lugar preeminente que ocupaba en su vida la escena que se repetía cada noche. Y que invariablemente terminaba en el momento en que el hombre estaba a punto de despertar. Y si alguna vez por fin él llegaba a tiempo ¿sería capaz de desentrañar la lógica que debía esconderse en aquel sueño?
Una tarde Cupido no acudió a la ventana. Recordó las palabras de Doña Gloria, pero tristemente en su vida nada había cambiado. Y ahora sin aquella presencia elegante y oscura sobre el alfeizar, se sintió definitivamente sola. Aquella noche no soñó, o si soñó no fue capaz de recordarlo. Abatida, decidió llamar por teléfono a la oficina para decir que no acudiría porque estaba mala, y aprovechar el día en buscar a Cupido.
Por la mañana estuvo registrando el barrio, la carnicería, las cercanías del restaurante en el que seguramente estaba habituado a recibir sobras,…. Pero nada. Los vecinos decían que llevaban por lo menos dos días sin verle. Al doblar una esquina reconoció la figura familiar de Doña Gloria. También a ella la interrogó.
-Ya estás a punto mi niña…-le dijo haciendo referencia a la conversación que habían mantenido anteriormente. Pero debió ver en el rostro de Marta que se hallaba a punto de perder los nervios, así que finalmente añadió-Mira en la estación de trenes. Suele rondar por allí.
Así que a la estación se dirigió. Afortunadamente en ese momentos no había trenes en el andén, y no había mucha gente por los alrededores. En la zona principal no estaba, por lo que se dirigió a la parte donde estaban ubicados los vagones de mercancías, porque pensó que esa sería la zona a dónde ella se dirigiría si fuera gato. Ya casi había perdido la esperanza cuando le pareció escuchar un sonido similar a un maullido. Comenzó a indagar por la zona de procedencia, y al rato, detrás de unos vagones en desuso, por fin encontró a Cupido, que se relamía los bigotes degustando los restos del banquete con el que se acababa de festejar. Estaba a punto de abalanzarse sobre él, cuando se percató de la figura que permanecía de pie, a su lado. Mientras se volvía hacia ella, sintió como una impresión, algo semejante a un presentimiento. Y cuando por fin auscultó su rostro , pudo disimular la impresión que le produjo el mirar, cara a cara, el rostro despierto del hombre de sus sueños.
Se llamaba Elías, y vivía en un pueblo del interior. Aproximadamente una vez al mes viajaba hasta allí, para visitar a una tía a la que le profesaba especial cariño. En cada ocasión se acordaba de llevar algo de pescado para el gato negro, que siempre daba la impresión de estar esperándole.
-Es agradable saber que se va a encontrar a alguien aguardándole a uno en una ciudad donde apenas nadie te conoce….-le dijo sonriéndole-Lleva años acudiendo puntual a la cita…
-¿Años?, pero si parece muy joven
-Lo sé,…Este granujilla debe poseer el secreto de la eterna juventud-se rio mientras le prodigaba a Cupido toda una serie de arrumacos.
“Quizás ese es el secreto que ocultan sus ojos amarillos”-reflexionó ella.
A partir de ese día también ella iba a esperarle a la estación, hasta que un día Cupido dejó de aparecer. Ya no la aguardaba en el alfeizar de su ventana. Ni tampoco aparecía durante la noche por la rendija entreabierta. Así que afortunadamente pudo comenzar a cerrarla, pues ya había llegado el invierno. Aun así cada noche la miraba con nostalgia.
Por fin un día Elías la invitó a conocer su pueblo. Fue un viaje bonito, atravesando enormes extensiones de campo verde, en las que alternativamente se encontraban y desencontraban con la cinta serpenteante de un rio. Llegaron de noche a la estación, y cuando caminaron por el pueblo no la sorprendió contemplar la misma estampa de casitas enternecidas, de tan bonitos colores que parecían dibujadas por una mano infantil. Las farolas parecían más gráciles de lo que recordaba. Y el color violeta de la casa de Elías era todavía más vivo que en sus sueños.
Tras haberse conocido, durante las primeras semanas, dudó en contarle aquella historia tan fantástica, pero finalmente decidió no hacerlo, al fin y al cabo el nunca había acabado por despertarse, y seguramente pensaría que se trataría de una invención de ella para tratar de dotar a su relación de un extraordinario romanticismo. Y ahora por fin había subido las escaleras que la llevaban a aquella habitación en la que se había introducido tantas veces como una intrusa, por la ventana. Besó, mordió, arañó, aquel cuerpo que cada noche se dibujaba indolentemente bajo las sábanas, en las que acabaron enredados, intercambiaron pieles, la lava de los sexos, muescas de su sangre….Y finalmente descansaron, el uno sobre el otro, mezclando piernas y brazos, proyectando conjuntamente el vaho de sus bocas.
En medio del sueño se despertó. Procuró no molestar al hombre que dormía a su lado, y corrió a sentarse en la silla del mismo modo que lo hacía en sus viajes, dispuesta a observarle, a la espera de que esta vez al fin abriese los ojos. A pesar de que se sentía feliz, enseguida supo que algo no andaba bien. El rostro que se dibujaba sobre la cama no estaba pálido, sino que era oscuro, y la ausencia de esa palidez le otorgaba un carácter masculino y algo fiero. Buscó por la habitación y a través de la ventana, descubrió la ausencia de la luna y aquel mágico resplandor que en sus sueños inundaba la estancia. Pero lo que la hacía sentir más incómoda era la ligereza de sus piernas, libres del peso de Cupido, el gato negro, y aunque siempre llevaba una caricia suya prendida a sus dedos, añoraba sentir la suavidad de su pelo, el acento musical del ronroneo sobre su regazo. Y se dijo que el amor nunca es como en los sueños. Lo mismo que ese instante, en el que el rostro dormido comenzaba a titubear, y por fin con el gesto con el que la mariposa hiende la crisálida, abrió los ojos.
Cada noche, en lo más profundo del sueño, viajaba hasta su cuarto…
No podía precisar cuándo había comenzado, pero deducía que aquella secuencia tenía relación con la presencia del gato negro, que desde hacía unos meses la rondaba…
Una tarde, al regresar del trabajo, con el cansancio acumulado sobre sus caderas, se lo encontró recostado sobre el alfeizar de su ventana. Al percatarse de su presencia se irguió, imitando en apostura a las esfinges, y la miró desde la efervescencia de su brillantes ojos amarillos. Ella pensó que aquellos ojos poseían la respuesta a una pregunta nunca formulada. Y cuando se sentía a punto de descifrar el secreto de aquella mirada, el gato serenamente apartó la vista, para fijarla en algún ser invisible. Condenándola a la nada…
A partir de aquel día, solía encontrarse al gato recostado en su ventana, enredado en los últimos rayos de sol. Con los que parecía jugar como si se trataran de las hebras desprendidas de un ovillo de lana.
Aquel verano se presentó caluroso, y pronto necesitó abrir la ventana para dormir. La primera noche cuando estaba separando las contras, se asustó al ver rasgada la oscuridad por el fulgor impávido de las dos pupilas amarillas. Se llevó la mano al pecho para calmar a su corazón. Después se rio, con la misma risa cantarina que las hadas le conceden a los niños, en la primera ocasión en que descansan en el regazo de sus madres, y que van perdiendo a medida que crecen y permanecen menos tiempo entre sus brazos. Contenta pensó que aquella era una noche hermosa, puesto que dos estrellas se habían dignado a visitarla. Y acarició el lomo lustroso, elástico, que en aquella caricia pareció arrancarse al cieno de la noche.
Cuando volvió a acostarse no la sorprendió ver la silueta negra asomar por la ventana entreabierta, y deslizarse como una sombra, silenciosa, hasta la silla que se encontraba junto a su cama. A medida que sus párpados se entrecerraban, invadidos por el cansancio, se sintió afortunada, porque probablemente era la única persona en el mundo a la que velaba un ángel negro…
Los sueños transcurrían todos de manera similar. Se veía a si misma en su lecho, y de repente, como respondiendo a la llamada de alguien, sus ojos se abrían. Entonces se incorporaba, se deslizaba hacia un lateral de la cama, y estiraba sus piernas fuera de los límite de la misma, posando sus pies descalzos sobre el suelo. En aquellos momentos se volvía para contemplar, siempre con la misma sensación de sorpresa distante, como su cuerpo permanecía sobre las sábanas, dormido, con la inconsistencia de una cáscara vacía, de una marioneta a la que le han cortado los hilos. Con paso firme se dirigía hacia la puerta en cuyo umbral, iluminado por una luz cuya procedencia ignoraba, veía al gato negro que la miraba de modo irresistible, como instándola a que lo siguiera. Al salir tras él, hacia la calle, se encontraba en un barrio desconocido, muy distinto al suyo. El suelo empedrado con pequeños adoquines, en nada le recordaba al asfalto descascarillado de su calle. Las casas bajas, de piedra algunas, otras, la gran mayoría, pintadas de alegres colores. Las farolas antiguas, de bronce, coronadas por delicadas tulipas de cristal satinado. Entonces el gato se volvía y la miraba apremiante. Se había parado frente a una casa de dos plantas y color violeta. El gato se subía a la ventana del segundo piso y ella con endiablada agilidad lo imitaba. Como si su sola presencia hubiese bastado para dotarla de sus mismas habilidades. Siempre al compás del gato, se introducía por la ventana entreabierta. Invariablemente, cada noche, la estancia aparecía inundada por el resplandor de la luna. Miraba a su alrededor y no sabría decir por qué, pero aquella habitación con sus muebles, prendas de ropa colgando negligentemente y los vinilos de colección desperdigados por los alrededores del tocadiscos, le hacían pensar en los restos de un naufragio. “Quizás los restos del naufragio de una vida”-se decía.
Después de ese pensamiento miraba el lecho, donde descubría una figura inocentemente dormida, ignorante de esa presencia que cada noche venía a visitarla. Bajo las sábanas se dibujaba el cuerpo de un hombre. A descubierto sólo se hallaba su rostro, hermoso y pálido bajo el influjo lunar. Se quedaba un rato contemplándolo, arrobada. Entonces iba a sentarse en una silla próxima a la cama, y el gato negro corría a recogerse en su regazo. No tardaba mucho en quedarse traspuesta, hasta que en la hora próxima al amanecer, algo, probablemente el frio que precede al nacimiento del sol, la perturbaba. En esos instantes veía como los párpados cerrados comenzaban a titubear en el rostro a punto de despertarse. En ese último minuto de incertidumbre, era ella la que despertaba, sola en su cuarto.
Tras unas semanas de repetirse el mismo sueño comenzaron las cábalas. Se preguntaba si aquel rostro, que siempre se repetía, habría sido rescatado de su rutina por su subconsciente. Quizás se trataba de alguien con el que se cruzaba por la calle camino del trabajo, y en el que sus ojos todavía legañosos no parecían haberse fijado. Quizás era un hombre con el que habría mantenido alguna breve relación laboral y al que ahora no lograba recordar. Y aquel barrio que parecía sacado de un cuento…. De eso estaba segura, ella nunca había estado en un lugar así para luego olvidarlo.
En una ocasión que se encontraba sentada al sol, en el alfeizar, observando al gato negro que se debatía bajo su caricia, se le acercó una vecina, una ancianita agradable con la que solía cruzarse por las mañanas, cuando salía para ir a trabajar.
-Buenas tardes guapa, veo que finalmente Cupido te ha elegido…-le dijo con voz amable
-Buenas tardes Doña Gloria, que bonito día se ha quedado…-respondió balanceando juguetonamente las piernas que colgaban en el aire
-Sí, niña,….una tarde hermosa. Casi tanto como aquellas de mi juventud. Con esta temperatura nuestro amigo Cupido no debe caber en si de gozo..-dijo señalando al gato, que ahora había comenzado a lavarse con parsimonia.
-¡Ah!¿ Se llama Cupido? …¡Qué nombre más curioso!
-¿No conocías a nuestro amigo Cupido? …Todas las muchachas del barrio sueñan con que Cupido elija su ventana. Muchas lo persiguen tentándolo con chucherías, pero Cupido no se deja seducir. Él es de los que escogen…eres una joven afortunada.
-¿Si?-la interrogó poniendo menos interés en su pregunta que en hacerle carantoñas al gato.
-Sí, claro… Tú eres nueva aquí por eso no conoces la historia que circula sobre él. Pero se dice que aquel por quien se deja acariciar Cupido, está a un paso de encontrar al amor de su vida. Por eso las gentes le llaman así.
-Pues esta vez la leyenda se equivoca…Créame Doña Gloria, seguramente soy la persona de este barrio que más lejos está de encontrar el amor-respondió entre risas
-Ríe, ríe….Ya sé que ahora no tienes amor. El día que lo encuentres te percatarás, porque ese día Cupido se dispondrá a abandonarte. Pero estoy segura, te anda rondando. El olfato de Cupido es infalible. Lleva décadas ejerciendo su don-dijo con rostro risueño
-¿Décadas? Mírelo, si este es un gato joven. Con este pelo tan brillante, las patas tan recias, y esta línea sutil por vientre. Como mucho tendrá dos años
-Bueno, bueno…ya me contarás dentro de unos meses. Ahora me voy a casa niña, que me empieza la novela-Y con un gesto de la mano, sin más, se despidió
Todavía permaneció un rato, allí, en la ventana. Observando como se ocultaba el sol que teñía las casas con el naranja de su último aliento. “Que manera más hermosa de irse-pensaba. En mi día ¿seré yo capaz de irme así?”. Se rio para sus adentros. Seguramente si Doña Gloria la escuchase la reprendería, porque una muchacha tan joven no debe estarse pensando en esas cosas. No, ella debería pensar en el amor….Precisamente por eso había acudido la muerte a su mente. Eros y Thanatos siempre de la mano…. “¿Enamorarme yo?-gruñía en silencio-si mi idilio más largo es el que mantengo con un hombre al que observo dormir en sueños….No hagas caso Marta, que sólo son historias de viejas…”
Transcurrieron las semanas, y todo seguía igual. El gato Cupido aparecía puntualmente sobre el alfeizar, en la hora de su regreso a casa. Y volvía cada noche a colarse por la ventana de su cuarto. Aunque ya estaba comenzando a refrescar, se negaba a cerrarla por miedo a que sin la presencia del gato ella fuera incapaz de viajar en sueños. A veces se sentía ridícula, al pensar en el lugar preeminente que ocupaba en su vida la escena que se repetía cada noche. Y que invariablemente terminaba en el momento en que el hombre estaba a punto de despertar. Y si alguna vez por fin él llegaba a tiempo ¿sería capaz de desentrañar la lógica que debía esconderse en aquel sueño?
Una tarde Cupido no acudió a la ventana. Recordó las palabras de Doña Gloria, pero tristemente en su vida nada había cambiado. Y ahora sin aquella presencia elegante y oscura sobre el alfeizar, se sintió definitivamente sola. Aquella noche no soñó, o si soñó no fue capaz de recordarlo. Abatida, decidió llamar por teléfono a la oficina para decir que no acudiría porque estaba mala, y aprovechar el día en buscar a Cupido.
Por la mañana estuvo registrando el barrio, la carnicería, las cercanías del restaurante en el que seguramente estaba habituado a recibir sobras,…. Pero nada. Los vecinos decían que llevaban por lo menos dos días sin verle. Al doblar una esquina reconoció la figura familiar de Doña Gloria. También a ella la interrogó.
-Ya estás a punto mi niña…-le dijo haciendo referencia a la conversación que habían mantenido anteriormente. Pero debió ver en el rostro de Marta que se hallaba a punto de perder los nervios, así que finalmente añadió-Mira en la estación de trenes. Suele rondar por allí.
Así que a la estación se dirigió. Afortunadamente en ese momentos no había trenes en el andén, y no había mucha gente por los alrededores. En la zona principal no estaba, por lo que se dirigió a la parte donde estaban ubicados los vagones de mercancías, porque pensó que esa sería la zona a dónde ella se dirigiría si fuera gato. Ya casi había perdido la esperanza cuando le pareció escuchar un sonido similar a un maullido. Comenzó a indagar por la zona de procedencia, y al rato, detrás de unos vagones en desuso, por fin encontró a Cupido, que se relamía los bigotes degustando los restos del banquete con el que se acababa de festejar. Estaba a punto de abalanzarse sobre él, cuando se percató de la figura que permanecía de pie, a su lado. Mientras se volvía hacia ella, sintió como una impresión, algo semejante a un presentimiento. Y cuando por fin auscultó su rostro , pudo disimular la impresión que le produjo el mirar, cara a cara, el rostro despierto del hombre de sus sueños.
Se llamaba Elías, y vivía en un pueblo del interior. Aproximadamente una vez al mes viajaba hasta allí, para visitar a una tía a la que le profesaba especial cariño. En cada ocasión se acordaba de llevar algo de pescado para el gato negro, que siempre daba la impresión de estar esperándole.
-Es agradable saber que se va a encontrar a alguien aguardándole a uno en una ciudad donde apenas nadie te conoce….-le dijo sonriéndole-Lleva años acudiendo puntual a la cita…
-¿Años?, pero si parece muy joven
-Lo sé,…Este granujilla debe poseer el secreto de la eterna juventud-se rio mientras le prodigaba a Cupido toda una serie de arrumacos.
“Quizás ese es el secreto que ocultan sus ojos amarillos”-reflexionó ella.
A partir de ese día también ella iba a esperarle a la estación, hasta que un día Cupido dejó de aparecer. Ya no la aguardaba en el alfeizar de su ventana. Ni tampoco aparecía durante la noche por la rendija entreabierta. Así que afortunadamente pudo comenzar a cerrarla, pues ya había llegado el invierno. Aun así cada noche la miraba con nostalgia.
Por fin un día Elías la invitó a conocer su pueblo. Fue un viaje bonito, atravesando enormes extensiones de campo verde, en las que alternativamente se encontraban y desencontraban con la cinta serpenteante de un rio. Llegaron de noche a la estación, y cuando caminaron por el pueblo no la sorprendió contemplar la misma estampa de casitas enternecidas, de tan bonitos colores que parecían dibujadas por una mano infantil. Las farolas parecían más gráciles de lo que recordaba. Y el color violeta de la casa de Elías era todavía más vivo que en sus sueños.
Tras haberse conocido, durante las primeras semanas, dudó en contarle aquella historia tan fantástica, pero finalmente decidió no hacerlo, al fin y al cabo el nunca había acabado por despertarse, y seguramente pensaría que se trataría de una invención de ella para tratar de dotar a su relación de un extraordinario romanticismo. Y ahora por fin había subido las escaleras que la llevaban a aquella habitación en la que se había introducido tantas veces como una intrusa, por la ventana. Besó, mordió, arañó, aquel cuerpo que cada noche se dibujaba indolentemente bajo las sábanas, en las que acabaron enredados, intercambiaron pieles, la lava de los sexos, muescas de su sangre….Y finalmente descansaron, el uno sobre el otro, mezclando piernas y brazos, proyectando conjuntamente el vaho de sus bocas.
En medio del sueño se despertó. Procuró no molestar al hombre que dormía a su lado, y corrió a sentarse en la silla del mismo modo que lo hacía en sus viajes, dispuesta a observarle, a la espera de que esta vez al fin abriese los ojos. A pesar de que se sentía feliz, enseguida supo que algo no andaba bien. El rostro que se dibujaba sobre la cama no estaba pálido, sino que era oscuro, y la ausencia de esa palidez le otorgaba un carácter masculino y algo fiero. Buscó por la habitación y a través de la ventana, descubrió la ausencia de la luna y aquel mágico resplandor que en sus sueños inundaba la estancia. Pero lo que la hacía sentir más incómoda era la ligereza de sus piernas, libres del peso de Cupido, el gato negro, y aunque siempre llevaba una caricia suya prendida a sus dedos, añoraba sentir la suavidad de su pelo, el acento musical del ronroneo sobre su regazo. Y se dijo que el amor nunca es como en los sueños. Lo mismo que ese instante, en el que el rostro dormido comenzaba a titubear, y por fin con el gesto con el que la mariposa hiende la crisálida, abrió los ojos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)