Imagen: Marcela Bolívar
En este Septiembre, aunque todavía soleado, la temperatura comienza a acompasarse con el otoño. A la hora en la que el día se abre, un escalofrío recorre la espalda del mundo, y comienzo a tiritar bajo la ligera colcha. Tú, a punto de irte hacia el trabajo, vienes a despedirte con el beso de rutina. Y yo pienso que sin ese beso-tan de todos los días, tan automático, tan apenas labio-no podría vivir, al menos no contigo. Entonces trato de despejar mi cerebro, me sacudo los jirones de sueño que todavía sobrevuelan, y quiebro el silencio en el acto de pronunciar estas cinco palabras “que tengas un buen día”. Siempre las mismas. Palabras que nos colocan al uno al lado del otro, en un transitar de despedidas y reencuentros. De vernos esta noche, o quizás no. Porque disfrutamos de la compañía mutua, pero también disfrutamos de nuestro propio espacio. Y hoy, encogida bajo la colcha te he escuchado decir: ¿tienes frío? ¿quieres que vaya a por una manta? Y es tan fácil reconocerte en esas preguntas, tú, siempre tan pendiente de mí, cuando conmigo estás. Tú tan olvidado de mí en esa soledad que a veces te inventas…Te digo que no, y me finjo la fuerte. Te estás yendo, y cuando atravieses esa puerta me habrás dejado sola ante el amanecer y el frío, y no importará, porque bajo esta colcha, tan ligera, soy libre para ir en busca del Hombre del Sueño….
He llegado al bosque donde suelo esperarle. El bosque donde lo encontré por primera vez. La temperatura es fría, quizás porque estoy en la cama, desnuda bajo las sábanas, en la intemperie del amanecer. Pienso que es lógico que la hora en la que el día nace sea tan fría. Como si a él también lo hubiesen expulsado del útero, que es el tiempo. Un parto. Y se me ocurre que el orden es negrura, y la luminosidad sería un desorden, una alteración, como una grieta en la pared. Quizás, cuando nacen, los niños lloran porque por primera vez sienten la inmensa soledad del hombre. Antes todo era oscuridad y calor. Ahora todo es frío, y esa luz que ciega. El latido del corazón de la madre es una brújula. Cuando comienza a ser eco, uno se siente perdido, desgajado del todo. Pienso en una música que es latido, un poema como un enorme corazón.... En los brazos del hombre del sueño fui de nuevo uno con el todo. Fui su piel alrededor de mi cuerpo. Sus ojos ahogándose en los míos. Sus labios abriendo mi boca. El corazón desbocándose en su garganta. Mano-caricia-seno…de modo simultáneo. Y en esa sensación desaparecieron las fronteras del ser, en un mero existir. Ambos en perfecta comunión. El cielo se estremeció sobre nuestras cabezas. Las hojas de los árboles se agitaban al ritmo frenético de nuestra sangre. El bosque no era más que una extensión de nuestros cuerpos, el aliento del uno enredándose en el otro. Y cada noche, cuando me acuesto hay una mujer en mí que corre a esperarle, a ese bosque. Aunque sé que él no ha de llegar. Porque desconoce cuál es el camino que lleva a mi sueño. El camino que una vez supo andar. Le aguardo cantando una canción que no tiene melodía, ni sonido, destejiendo la armonía para que se parezca en lo posible al corazón de la madre. Los pétalos de una margarita se ahogan en un río. Lloro por las flores que mueren. Sonrío por las flores que nacen….