El otro día ante un poema de Nido de Serpientes, Emma Gunst planteó la pregunta de por qué no era suficiente, cosa que mi mente asoció a algo que venía pensando durante estos últimos días de un verano que está siendo proclive en nieblas. Supongo que mi pensamiento poco tiene que ver con lo que quería decir Darío, pero es así cómo lo desvirtuó mi mente. Os dejo aquí el enlace del poema para que cada uno juzgue
5/100. Por cierto, si esto resulta incoherente, desmañado y contradictorio es porque así es cuando se da libertad al pensamiento, y una trata de explicar algo que ciertamente se le escapa, sin la intención de demostrar nada...
El día se despierta al abrazo de
una tupida y delicada niebla. Todo es blanco. Árboles habitados por miríadas de
pájaros cuyo plumaje es luz y transparencia. El aire se debate en resolver la
ecuación de un ensueño. El cielo se manifiesta a ras de océano y casi no puedo
distinguirlos. Desde la lejanía diría que son la misma piel. Apenas una línea
se dibuja entre ellos, tan tenue como la caricia entre amantes. Pienso entonces
en la paradoja residual a cada caricia, que en el mismo gesto que acerca,
distancia. Te toco, y es la constatación de lo inabarcable, lo impenetrable. Mi
caricia es salvaje y omnívora, se alimenta de todo lo que encuentra a su paso,
sea vello, sudor, o pensamiento, pero la otredad le está vedada. A lo más que
podemos aspirar es a conjugarnos en presente. Por eso mi mano se desliza vestida de utopía
cuando aspira a la ubicuidad del dios en el otro, y puede que también a su
omnisciencia. En ocasiones viene a mí el recuerdo del hombre del sueño.
Entonces vuelvo a concebir el mundo a través de aquel abrazo, lo atestiguo desde
la turbina de sus ojos, y siento en mi pecho el retumbar de dos corazones.Nuestros costados atravesados por el temblor
de las ramas de los árboles- y a la vez las mismas ramas perímetro del abrazo-,
los pulmones acompasándose a la respiración de la hoja. Porosos, desnudos de la
hermeticidad de la piel. Nunca antes había sentido de ese modo la savia del
mundo recorriendo mis venas, hasta las raíces del ser, y a su paso iba
aniquilando todo odio, proclamando que es en el amor donde reside la armonía-¿o
será al revés y es en la armonía dónde reside el amor?-. ¿Acaso no lo ves? ¿No
ves cómo la naturaleza jamás calla? Una caja de música a la que el amor da
cuerda. Me va ganando la idea de que el
silencio es sólo un concepto que hallará su concreción definitiva en la muerte,
pero el oído humano es tan incapaz a la escucha, que en cierto modo la
anticipamos. Sin embargo cada ser vivo es música, como también lo son el
viento, o la misma lluvia. Y si reflexiono, quizás eso fue lo que sucedió y en
el sueño el mundo se orquestó a través de nosotros. Claro que ese “a través de”
es absolutamente incompleto, y apenas soslaya. El caso es que he de reconocer
que durante mucho tiempo la comunión del sueño se convirtió en la obsesión de
mi caricia, en la fijación obstinada del beso. Porque aquello fue el enunciado
de un problema que hasta ese momento sólo se había planteado a través del
balbuceo, y que de pronto tuve la necesidad de resolver. Piel con piel buscaba
la respuesta, y cuando eso no era posible construía puentes de palabras.
Cientos fueron los que tendí hacia el hombre del sueño. Muchos de ellos ni
siquiera llegaron alguna vez hasta su orilla. Están guardados en algún bolsillo
de mi alma, o en la memoria de mi portátil. Puse tanto empeño en trazar
aquellos puentes que obvié que él a cambio me tendía su mano. O quizás me
pareció que una mano no era suficiente, porque una mano al fin y al cabo es
sólo piel, sangre, gesto o sudor, pero no una respuesta..¿No??? Probablemente
una mano no es una respuesta para aquel que se hace las preguntas de manera
equivocada. Aquella mano no fue una respuesta para mí, y la mordí. Porque me
obstiné precisamente en eso, en que una caricia no es suficiente, pues-tal y
cómo escribí antes- acerca a la vez que distancia. No, no es suficiente, porque
jamás permaneceremos en el otro-del mismo modo en el que nunca permaneceremos
en la flor cuyo aroma nos traspasa, o en el reflejo de un espejo-, pero probablemente-y esto tiene más de
constatación que de resignación- se trate de lo más “en el otro” que podamos
estar. Tal y como ahora estoy en ese cielo bajo, conjugándonos con el océano en
la voz de la niebla. La voz de la niebla que tiene la misma cadencia de abrazo que
algunos sueños…