El amor se acaba ¿y bien? A todas luces, eso es lo de menos...
Si algo me dolió pequeña Clementine, fue que borraras mis caricias de tu pelo naranja. O de tu pelo azul. Porque recuerdo que en una época tu pelo fue azul, y parecías de juguete. Olías a gominola, como las muñecas. Y a mí me gustaba jugar a vestirte y desvestirte, y mordisquearte en la barriguita y en las nalgas.
Al borrar mis caricias de tu pelo naranja, fue como si borrases el tacto de tu pelo naranja de la aureola de mis dedos. Y ahora sólo son dedos vacíos, como agujeros negros que han engullido tu tacto, y ya no lo recuerdan. Mis dedos hacen memoria en otros cabellos, en otras pieles. Así como mis dientes inventan nuevos mordiscos en nalgas resplandecientes, turgentes y recién compradas. En algunas ocasiones, no llego a quitarles el plástico. Porque algo me dice que no tienen aquella caída tan especial de las tuyas.
A veces incluso siento como si mis dedos fueran de aire, transparentes. Como si yo no fuera otra cosa que un dibujo que has ido borrando del folio de tu vida con una goma. Y no puedo ver mis dedos, ni asir otras cinturas. Trato de abrir las puertas que permanecen cerradas, hasta que otra mano caritativa las abre por mí. Lo peor es cuando esto me ocurre en casa, porque entonces me paso días enteros encerrado.
Otras veces son mis ojos, porque los borraste mientras te miraban. En todas esas ocasiones que yo te veía, sonriente, auténtica, desnuda, lúdica, lacerante, estrella, sirena, rocío, guitarra, mujer. Todo eso lo hurtaste a mis pupilas. Te miraba y tú encarnabas todas las ciudades, Londres, París, Barcelona, Roma, Compostela, Buenos Aires, Tokio, Lisboa….Fregaste el suelo de esas imágenes y dejaste grandes territorios vírgenes en mis atlas. Cuando veo a un niño por la calle, lo señalo y le pido que me diga cómo se llama ese país, en el que se ve sólo un roto sin nombre. Por supuesto echan a correr pensando que soy un loco peligroso.
Y en algunos momentos ya nada puedo ver porque me arrancaste los ojos cuando te llevaste tu imagen. Ya la luz no encuentra su lugar en mis pupilas. ¿En qué lugar se recoge toda esa luz que me sobra? ¿En qué oscuridad será bien recibida?
Hay días en los que no tengo piel, porque tú la borraste de la tuya. Camino por el mundo como un idiota invisible. Llevo ropa de abrigo en verano, y voy semidesnudo en invierno. Ya no sé qué es el frío, ni el calor. Duermo cada noche sobre un lecho de hielo. Con todas mis estructuras a la intemperie. Hay animales que me acechan en la oscuridad, pero se alejan convencidos de que soy sólo un espectro.
Y bueno, luego está el tema del sexo. Tras haber tachado de mi lista todos nuestros coitos ( salvajes, aburridos, románticos, simpáticos, ardientes, de tu la llevas, de jueguitos, o a la carrera…) juraría que vuelvo a ser virgen. Ni siquiera puedo ampararme en ellos para masturbarme. Pero sucede que tras haber borrado mis caricias, mis dedos, mis mordiscos, mis miradas, mi tacto, mi sexo, has borrado mi deseo. Y con mucho trabajo, tengo que hurgar en mi mente, para rescatar un destello, un pequeño atributo de ti sobre el cual volver a erigirte, nuevamente inventarte. Y entonces te veo de nuevo, alegre, caprichosa, coqueta, neurótica, cantarina, pajarito,…y por fin un mechón de pelo naranja vuela a reencontrarse con mis dedos.
Si algo me dolió pequeña Clementine, no fue tanto que trataras de borrarme de ti, sino que trataras de borrarte de mis propios recuerdos.