Cosas que me recuerdan a cosas
En mi soledad no hay más que peces arremolinados, cercándome.
Por eso me pongo una escafandra, y los peces se estrellan contra el cristal
igual que insectos contra el parabrisas cuando viajamos por la autopista y
vamos enumerando las muescas, como a los enemigos caídos en una batalla. A mi
me apena cuando conectas el limpia y todas esas marcas esparcidas se amalgaman
en un pegote informe, que se resiste a
desaparecer. Pienso que ese es el
modo en que actúa la muerte. Despojándonos de nuestra individualidad nos engrosa en la madeja de los que ya no están.... El paisaje se torna turbio. Nuestros ojos
discurren perpendiculares al viento. Se clavan en él como un sueño
inmisericorde. El viento sangra. Su estado natural es la hemorragia. Y yo voy
atesorándolo en coágulos que mis manitas blandas introducen en tu boca.
Atraídos por la gravedad de tu corazón se tornan sus satélites.
Con un pie en otro lado
A veces pienso que la distancia no es una mera cuestión de
espacio. El uno enfrente al otro, y tengo la sensación de que nos damos la
espalda. Te pido por favor que me arranques de este vacío en el que habito, pero
debo parecerme demasiado al chimpancé que hace señales desde su jaula. Los peces vuelven a cercarme...Es
irritante este nunca estar del todo. Este vivir con un pie del otro lado. Pero
ese otro lado no es ni lugar, ni casa. Es una región donde no se proyecta mi
sombra. Por el contrario, tu cuerpo es ese espacio que me concreta. La silueta
de la que una vez me desmoldaron. Me acuno en él como la hojita que, después de
un tiempo a la deriva, de pronto se queda varada en un meandro. Hasta que una
corriente la desliga y por el río vuelve a errar, extrañando nuevamente su
pasado en la rama.