Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 5 de junio de 2013

EL ESCORPIÓN



Llegado a un punto Aldo Guerra detuvo su coche y, aparcándolo en el arcén, salió de él. Pasó una y otra pierna por la valla de seguridad, comenzando enseguida a caminar sobre la hierba. Poco había avanzado cuando encontró un grupo de piedras que relucían al sol. Aldo se sentó en la de mayor tamaño. Fue entonces cuando comprendió que para él, que había estado durante tanto tiempo dando tumbos de un lugar a otro, ahora el camino continuaba por la vía de permanecer parado. De este modo estuvo horas embobado con aquella brisa que dulce le acariciaba el rostro, hasta que por fin pudo discernir los sonidos del bosque que se veía a lo lejos. 
El bullicio de los coches, que continuamente circulaban a su espalda, parecía habitar algún espacio-tiempo contiguo. Los sentidos de Aldo estaban absortos en aquello que había enfrente suya. Si alguien le hubiese preguntado en aquel instante cómo se llamaba, Aldo apenas hubiera balbuceado. También su nombre había sido desterrado a aquella otra contigüidad. Quiénes eran sus padres, en qué colegio había estudiado, cuál era su empleo, todas ellas certezas que correspondían a su pasado. De lo único que se sentía capaz de hablar era de la inminencia de la hierba bajo sus pies descalzos, y la humedad posicionándose poco a poco en su piel. “La muerte es un frío que te repta por los pies”…, “pero es un frío seco”, se dijo Aldo. La noche anterior había llovido. Aldo llevaba horas quieto, sin embargo la naturaleza no cesaba de moverse a través suya. El cielo se descosía entre sus manos, el viento iba esparciendo semillas junto a sus cabellos. El día se oscurecía, mientras una mano invisible iba prendiendo, una tras otra, estrellas como cirios. 

En algún silencio de la noche Aldo se quedó dormido. Anticipándose al día, el ruido de un motor irrumpió en su sueño. Se sobresaltó. La mañana era helada, y de una transparencia cortante. Se llevó las manos a los ojos, y temió encontrárselas llenas de sangre. Era como si de pronto un cuchillo hubiese rasgado sus párpados, insertando por primera vez la luz en sus pupilas. El espesor del aire era distinto. Columbraba por sus pulmones de un modo al que no podría llamar dolor. Era otra cosa. Algo así como un delirio. Qué inexactas siempre las palabras, pensó. 

El familiar olor del humo de un cigarro llegó hasta su nariz. Aquello a su espalda volvió a cobrar existencia en su misma dimensión. Detrás suyo una mujer fumaba con fruición, paseándose de derecha a izquierda. Como en respuesta a alguna orden, de repente se paraba, y girándose cambiaba el sentido de su paseo. Siempre a la misma altura. A ambos lados de la mujer parecía existir un tope, del mismo modo que ocurre con los jugadores de futbolín. Sólo cuando descubrió el rostro de Aldo Guerra observándola desde la distancia, dio por terminada la partida, y comenzó a caminar enérgica hacia él. Aldo se volvió, dándole la espalda, tratando de confundirse con el entorno. Pero pronto la mujer estuvo a su lado, y al levantar los ojos ya sólo pudo ver sus largas e intimidantes piernas. En el momento en que sus rostros se enfrentaron ella tomó asiento en la piedra más próxima a él. Para ello se arremangó la ajustada falda de tubo un buen palmo por encima de sus rodillas.  Luego, una vez sentada, lentamente se quitó los zapatos de tacón. Aldo se sorprendió del acariciador sonido que hicieron cuando aquella mano los despojó de sus pies. El roce del cuero contra la fina media, el culmen final como un descorcharse. Habían sido unas cuantas las mujeres que delante suya se habían quitado los zapatos. Incluso a muchas de ellas se los había arrebatado él.  Pero el goce que anticipaba había limitado a sus ojos la elegancia y la armonía de aquel gesto. Como aquellos tobillos que jugueteaban inconscientes a su lado. En otra época habían sido una zona tabú y codiciada. Pero, socialmente, terminaron por ser eclipsados por otras desnudeces. Cada zona del cuerpo tiene su propia desnudez, pensó Aldo.

Ahora aquella mujer se recogía el cabello y le mostraba su nuca. El lugar donde la tierra del cuerpo da  comienzo a la hierba. Hubiese querido acariciar la tersura y el orden de la piel, para luego seguir acariciando la rebeldía y concupiscencia del pelo. Por primera vez se percató de que aquella mujer, aunque no era lo que se dice bonita, sí le resultaba inquietante. 

-Me llamo Isis-le dijo-mientras extendió con firmeza su mano. 

Sus dedos eran huesudos, y se deslizaban con la agilidad de algunos reptiles. Aldo se percató de que no llevaba alianza. Entonces sintió la opresión de aquélla que lucía en su dedo anular. 

-¿ Y tú? ¿no tienes nombre?

-Supongo que podría decirte que me llamo Osiris-sonrió Aldo, enseguida avergonzado por haber caído en la fácil licencia-. Pero no…Tenía un nombre, creo que eso fue hasta ayer….Hoy no.

-Ah, ya veo-asintió la mujer pensativa-. Oye, ¿tú no serás uno de esos suicidas? ¿no irás a tirarte encima de mi coche en cuanto se ponga en marcha?. Porque olvídate, ese trasto viejo no arranca-Aldo negó con su cabeza-. ¿Entonces que haces aquí?

-No sé-dudó- supongo que es el lugar donde quiero estar-Al instante se estremeció por haber pronunciado esa palabra. Quiero, se dijo, quieeeeeerooooooo. Se volvió para mirar a Isis. Quiero, en silencio, y definitivo.  

-Eres un tipo raro-le dijo ella, arqueando la ceja de un modo más interrogante que afirmativo.

-No creas. Siempre he sido un tipo de lo más normal. De hecho una mujer me acusó de eso. “Te acuso de normalidad”, dijo. Hasta me condenó, y se fue cerrándome la puerta. La suya, claro. Las mías siempre han estado cerradas. De ahí mi normalidad. 

- Pues no te voy a llevar la contraria. Eres un tipo normal que permanece aquí sentado, en medio de ninguna parte 

- Sí. Eso es. La mayoría somos tipos y tipas normales. Lo insólito deben de ser las circunstancias. O quizás lo insólito son los otros. 

-Ummmm…eso es bastante sartriano. Pero no está mal…¿Sabes a quién me recuerdas, aquí, sentado de este modo?. A aquel pianista que vivió toda su vida en el barco en el que había nacido, y que cuando iban a destruirlo aguardó sonriente en su interior, sobre una caja de dinamita.

-Baricco….

-Sí, Baricco. Y si no me equivoco tú serías Novecientos. Mira, ¿ves?, ya tienes de nuevo un nombre.

-Quizás. Pero yo he de ser la energía negativa de Novecientos, su antimateria. Él pertenecía a  un lugar. Yo, sin embargo, no pertenezco a lugar alguno. Entonces no hay diferencia entre este o cualquier otro.

-Sí. Tiene su lógica -dijo Isis mientras despacio iba deslizando sus pantis a lo largo de sus piernas, hasta que se los hubo quitado. Otra vez ese sonido sutil y subyugante, ahora era el roce de la carne contra la media, el estremecimiento-, pero yo creo que tú sí sabes por qué estás precisamente en este lugar-y mientras pronunciaba estas palabras inclinó su rostro sobre el de Aldo, y lo besó de ese modo intenso con el que aquella mujer parecía hacerlo todo, y que resultaba tan inquietante. Una vez se separaron sus bocas, Aldo se percató de que tenía algo alrededor de su cuello. Entonces fue cuando regresaron a su mente los artículos en los periódicos, las fotografías de los hombres que habían aparecido en los alrededores de la autopista, siempre mostrando los mismos signos: un juego de pantis en torno al cuello, y uno de sus miembros mutilados, aunque nunca el mismo. Ella era Isis y estaba en lo cierto cuando afirmaba que él sabía las razones por las cuales se había sentado sobre esa piedra cerca de la carretera a esperar . Por eso mismo no forcejeó, y se dejó envolver en aquella oscuridad que le atenazaba la garganta, mientras un frío seco comenzó a reptar desde sus pies.

"Lástima, Novecientos, lástima"-murmuraba Isis mientras le seccionaba  con un cuchillo el dedo anular de la mano izquierda, justo por encima de la alianza.-"Creo que realmente habrías podido llegar a gustarme,... pero ya lo dice la fábula: un escorpión siempre será un escorpión."

lunes, 3 de junio de 2013

TU BOCA Y SUS APENAS(+ CANCIONCILLA)

Para Andre, que esta tarde me hizo acordarme de una boca besable a la que escribí un poema, tan besable que navegable se diría....




Apenas puede llamársele piel
a la efervescencia de la ola
cubriendo tanta rojez.
Dime tú si hay palabra
que siendo apenas llanura
pueda nombrar este vértigo.


Bordeando tu boca
con la prudencia de la gata
en torno al charco,
y la fascinación del niño
por los muertos.




 Canción

Sonríes y asoma mi corazón,       
desmoldado de tus labios
sufre destierro en mi pecho.

Sonríes y colmas mi corazón,
la rama cruje madura
vuelve a caer en el cesto.



 Cantiga(libre versión en galega)


Sorrís e asoma o meu corazón,
recortado dos teus beizos
paga cárcere no peito.

Sorrís e colmas o meu corazón,
a rama quebra madura
outra colleita na cesta

viernes, 31 de mayo de 2013

DIVISIONES



Qué cosa extraña este espíritu
que en otra carne se apacigua
y  no sabe más certeza
que el tránsito de lo palpable

El pesar por delimitar
el territorio de lo salvaje
al otro extremo de la planicie
allí donde comienza lo escarpado

Levantar una alambrada dentro de una
es como ordenarle al corazón que suspenda
todo palpitar que duele
y pretender seguir viva

El amor lo inaugura
una estampida de corceles
por tus pulmones
El fuego que nos quema
a la primera bocanada de vida

lunes, 27 de mayo de 2013

jueves, 23 de mayo de 2013