Imagen del blog HILL OF CARNATION
Llegaste haciendo escombros la oscuridad, bajel de luz
penetrando su palpitante y cálido sexo de olas negras. Tinieblas agónicas
revolvían tus cabellos tratando de asir un único pensamiento de amor que gestar
en su vientre. Cayendo al suelo con sus barrigas laxas al ritmo de tu manotear
inconsciente, deshojando al aproximarte la flor rendida de la noche. El
corazón está más cerca de la mente de lo que se suele pensar, umbilicalmente
unido al hemisferio del sueño. Es en la vigilia cuando nos desembarazamos de
él, por eso persistimos en nombrar. Digo tus ojos como si en ese interregno
verbal pudiera aprehender su color, su forma, el sesgar de lo vivo en su
retina. Nombro tu boca como si al nombrarla pudiera articular el aire que se
aspira, el sabor que se manifiesta, el beso que se graba. Digo viento como si
trasladara mi aliento a la copa de ese árbol, e inaugurase el baile de sus
ramas. Pronuncio mar como si al hacerlo pudiera abarcar entre mis brazos su
devenir inabarcable, como si al ponerlos en cruz yo fuese la medida justa del
horizonte. Y todo ello tratando de irrigarle sangre a esta mi indigencia:
el silencio. Pero durante el sueño el corazón bombea y se pronuncia. Y
ese lenguaje que en posteriores hilachas examinaré como equívoco y delirante ha
de ser tan manifiesto como el golpeteo de la lluvia en el cristal, tan legítimo
como el inaudible motor de la raíz abriéndose paso a través de la
tierra. Así que cuando en absoluta hegemonía mi corazón te llama, tú vienes
aunque nadie haya dicho tu nombre. Y con tus dientes y uñas rasgas ese útero
que me envuelve cada noche, y me arrancas del tronco que me florece y en el que
algún día habré de secarme, antes de que una mano amorosa me recoja-ni
siquiera la tuya podrá. Ya no-. A pesar de la oscuridad conoces el
lugar exacto que me oculta, porque fue en esa misma oscuridad en
la que tiempo atrás me inseminaste, es esa misma oscuridad la
que me gestó, y también en ella me nací tantas y tantas veces. Y aunque no
lo hablemos, ni lo argumentemos, y a veces lo obviemos, la oscuridad es tan
afuera, pero también tan adentro. Y quizás por eso vienes hasta mí a
arrojar en la noche interior de mi cuerpo las estrellas blancas que
prenden en tu pubis, y así compartir ese instante de luz mutua, de
certeza momentánea, de prescindencia del lenguaje, puesto que todo lenguaje se
vuelve accesorio cuando el que habla es el torrente de la sangre.