Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


martes, 5 de junio de 2012

CARTA ESCRITA EN 2001

Yo a principios de 2003 en Los Jameos del Agua, Lanzarote



Hoy encontré esta carta que escribí en 2001. No sé porque la publico en el blog. Quizás un poco porque me entró cierta nostalgia de lo que yo era en 2001. O quizás por presentarles a aquella que yo era, y las cosas que cruzaban mi mente hace algo más de 10 años, y de paso recordarlas yo misma.Quizás por desentrañar cuánto de verdad hay en una carta. O cuánto de mí misma había ya en aquella que yo era....





Sobre el cristal las nubes, tras él las máquinas emiten sus voces que el recuerdo de una película aúna en una canción. Ya nunca podré escucharlas sin pensar en Cvalda, pero sobre todo en Selma (porque como te dije para mí Björk es Selma, al menos hasta que ella lo desmienta) y por supuesto en ti.
Hoy Sara surgió tras una columna (al menos era lo que ella pretendía) como una lágrima de carne. Antes había pensado en pasarse por tu casa para dejarte una señal, dejarse caer como las huellas de Carlota, pero a diferencia de esta poniendo cuidado de que ninguna guitarra las fuese borrando. Con su mismo pañuelo rojo Verónica, por primera vez, se siente como verdadero origen de ellas dos y tiembla. Algo de lo mismo debió sentir dios cuando vio a Adán moviéndose por entre los árboles del Edén (adán, edén, idín, odón, udún). Me pregunto si morderán la manzana o si cuando ya sean más construirán una torre de Babel para huir del papel al que las he relegado. Entonces yo confundiría sus lenguas y leer sus historias sería algo como resolver quebrados durante el duermevela.
Algo que debía ser un sueño. Los cimientos arrepiando, la explosión por encima de sus cabezas, el calor abriéndose paso desde los mismísimos infiernos...  Embocando la salida que no era tal si no un acceso a otra salida que no era tal si no un acceso a otra salida que no era tal si no...... Aquello de verdad tenía todas las trazas de ser un sueño. Se topó de frente con el rostro de alguien y no era ya un rostro si no una hoja blanco buscó en el bolso un lápiz con el que escribir la palabra MIEDO pero el bolso se había quedado colgando de algún pasamanos. Cuántos peldaños habría bajado, sus piernas protestaron “despierta ya, no pensamos movernos”. Pero le costaba despertarse. Lo único que se puede hacer en estos casos es seguir las premisas del sueño. Vio una ventana algunos sueños acaban así en una vertiginosa contracción. Retrocedió angustiada  pero  una voz al borde del delirio la empujó. Así fue como se precipitó desde el piso 62.
¿Qué otra cosa puede hacer que alguien se arroje desde semejante altura, por mucho que el edificio esté en llamas, a menos que crea estar dentro de un sueño? Los hombres no tenemos alas. Y no creo que pensasen en una mano recogiéndoles en   su caída a no ser que esa fuese un despertar bien mullidito. O en realidad todo esto me lo estoy inventando por no deshojar la flor mustia de su desesperación.     
Ese algo que convierte una mosca bailando en el canto de la taza, en tu cabeza tras los barrotes subiendo las escaleras del Áncoras. Pero puedo afirmar que a pesar de estas confusiones soy capaz de reconocer el sonido de tus pasos saltando por encima del hilo musical. La espera agudiza  los sentidos. Primero una nube informe de ruidos. A ratos la voz de la cantante parece desperezarse hasta que por fin obtiene esa consistencia ocre del idioma portugués. Las palabras de los otros se recortan como un enjambre de avispas. Finalmente tus pisadas caen blandas sobre los escalones.
Si pudieras ver el reflejo de este cielo...  Los molinos cortan el aire sin aspavientos. Inconscientes de estos otros que en el cristal imitan sus movimientos, tan cerca de mí como lo están las nubes en los charcos. Pocos conocen la tarea que acometen. Darle forma al viento..... Casi como soplar el cristal. Hilanderas incansables, sus dedos atinan desvistiéndole de lo que le sobra, si no fuese así éste caería a  sus pies y el rostro frío golpeando la tierra.
Un grupo de tres recuerda a las míticas parcas. Pienso en los destinos que sin saberlo estarán tramando.
Como ese motorista al que veo barrer el capó de un coche. Derribado,  un camión evita su cuerpo de una frenada. Le veo levantarse y trastabillar hasta la acera más próxima. Se sienta aferrándose a una pierna, en el rostro una mueca dolorida aguarda que las gentes acudan en socorro.
Evito curiosear y en casa le cuento a mi madre eso que apenas se sostiene ya. Las palabras dejan de narrar hechos para ser PALABRAS, sin más, por bulerías.
Por eso cualquier ficción tiene la misma consistencia de lo real. Como aquel episodio del “Pequeño Cid”, en el que teniendo hambre se sienta ante una mesa  vacía, recreándose en la degustación de los más exquisitos manjares que la imaginación le sirve. Claro que al rato el pobre está más hambriento si cabe. Lo mismo ocurre con los libros, que uno sale a la calle más hambriento de vida.
Porque la vida por si  misma nos harta sin apenas saciarnos. Y los libros nos dan la oportunidad  de desprendernos de esa nuestra vida que es a la vez mortaja y  asesina de todas aquellas otras vidas. Penosa carga la individualidad. ¿Cuándo surge? ¿Cuándo el hombre deja de ser uno con el aire? . Supongo que en algún rincón de la infancia, como ponerse el delantal del colegio no vaya a ser que uno se manche con las pinturas la ropita que a nuestros padres les suda tanto la frente. En definitiva que los libros hacen menos penoso eso de ser uno e impide que nos conformemos presentándonos situaciones que nos impulsan a encaramarnos al cielo.
El amor también lo hace menos penoso.
Que cada vez que leo a Julio me desgañito deplorando mi vida. Y a veces nos parecemos a sus personajes y cuando escribimos los encarnamos tontamente.
Me justifico porque el mundo que nos rodea no es la mejor circunstancia. ¿Cómo compararlo con un mundo en el que Julio es dios? Y el verbo se hizo carne. Puede que vivamos atrapados en la ficción de alguien. Y para ese alguien sólo seamos eso que una vez se le ocurrió. Por eso el mundo va como va. Porque es una ficción que a alguien se le olvidó encauzar. Y lo que es peor, pensar en  todos esos personajes que alguna vez hayan salido de nuestras mangas quizás errantes por un mundo con menor consistencia que la tinta y el papel. Y Sara y Carlota que no son más que dos voces sonando dentro de una botella vacía. Qué puedo decirles. Cómo disculparme. Supongo que el único modo de redimirme es dándoles una historia.
Y ahora debería empezar.
Carlota, el pie en el aire. En ese intervalo que le separa de la acera la imagen fosforescente de una mujer atropellada por las prisas del conductor. Siempre al apearse del autobús la misma historia dibujándose en los talones de aquello que había escuchado a través de la radio. Sentía como  era su cuerpo el que se astillaba bajo las ruedas.
Regreso a casa, cuesta arriba. Alejada de todos aún antes de  marcharse el desnivel habría aumentado con  la ausencia. A nadie quería ver, allí estaba sin embargo, las manos enrejadas al muro. 
Hacia el mediodía tendían las sábanas y su perfume amable entibiaba las reprimendas de la abuela y tía Celia. Ya por entonces sabía Carlota que no les gustaba, al menos como les gustaban la prima y los demás primos. Los azotes  se repartían en desigual proporción lo cual ella misma achacaba a su carácter endemoniado.

lunes, 4 de junio de 2012

CANCIÓN



Dime “amor”,  bien chiquito
Dímelo, con la voz en puntillas
Dímelo, en triquiñuela de aire
Dímelo aquí
en la arruga más profunda de mis labios,
donde un hombre clavó
la estrella palpitante de un beso

Voy y te digo
“amor bien chiquito”
lo digo en alas de colibrí
lo digo en pandemia de caricias
lo digo con la flor del cuerpo en tallo
y los pétalos en lecho
“Amor bien chiquito”
en la arruga más profunda
que un dedo juguetón
señala
“Amor bien chiquito”,
espumas en el vientre
mareas de sangre hacia tu boca,
vientos erosionando, limando las aristas
de goces anteriores
“Amor bien chiquito”
y llenar tu sonrisa de olvido
y del tiempo del gato
“Bien chiquito”
-digo-
hasta regresarnos en silencio,
y ver tus labios clarear,
redibujarse las aristas de goces anteriores,
el socavón marino donde un hombre clavó una estrella

Y déjame volver a cada instante
a  tu delicioso “amor bien chiquito”
y que queden para la eternidad
y las novelas
el resto de “amores bien grandes”

viernes, 1 de junio de 2012

ÓBOLO


Remedios Varo



Aunque pronuncie amor
en tu boca
ignorarás quién eres
Aunque alumbre estrellas
sobre triángulo de mar oscuro
temerás mi noche
Aunque te sientes a la vera
de este hogar que es mi cuerpo incendiado
no ahuyentarás la intemperie
Aunque ceda mi útero
para que ensayes tus hijos
vivirás irremediablemente solo
e, irremediablemente, desaparecerás a tu muerte
A veces te preguntas
para qué amar
si amor no es sabiduría,
valor,
vestido,
o trascendencia
No, amor no es ninguna de esas cosas
Amor es amor
y no moneda de cambio
u óbolo para el barquero

miércoles, 30 de mayo de 2012

NIEVE

Eternal sunshine of the spotless mind





Devoré tus besos sazonados de lágrimas. Era febrero y el frío barría las calles. Yo veía las lágrimas deslizándose como icebergs bajo tus párpados cerrados. El barco de mis labios embestía las olas de tus mejillas y colisionaba kamikaze contra ellas. Pero era yo quien se hundía en las aguas heladas de tu mar proceloso a cada nuevo impacto. 


Te encontré una mañana de diciembre cuando salía para trabajar.  Estabas sentada en el peldaño que hay en la entrada a mi edificio. Llegaba tarde y con las prisas no te vi, casi tropiezo contigo. Por esquivarte en el último momento a punto estuve de caer. En el lapso de soltar algún improperio te miré. La luz reverberó sobre tu piel, cegándome. Esta impresión es difícil de explicar a alguien que jamás ha contemplado la palidez extrema de una piel como la tuya. O quizás a mí me falten las palabras. Puedo decir que tu piel se confundía con el abrigo blanco que con ternura se posaba sobre ella, como si tú cuerpo fuera la arquitectura delicada de una flor y el abrigo los pétalos que amorosamente la cubren. Tus cabellos, de un rubio tan desvaído que ensayaban la blancura del plumaje de algunas variedades de palomas. Pero de todo esto lo más inverosímil era la transparencia de tus ojos azules, que parecían simular la claridad del alba.  En esa primera mirada se aplacó mi enfado, y hechizado te pregunté quién eras. Dijiste que te llamabas Nieve. Y yo pensé admirado en el poder que tienen algunos nombres, los cuales parecen evidenciar el destino y las características de aquéllos a quienes nombran. 


Como decía, llegaba tarde al trabajo, pero este hecho perdió importancia en cuanto te miré. Me senté junto a ti, parecías triste. Te pregunté qué te pasaba y te lamentaste de haber llegado demasiado pronto, pues todavía los días no eran lo bastante fríos. Culpaste de todo a tu inexperiencia. Desesperada me contaste que no tenías a dónde ir, y que no sabías cómo regresar a casa. Aunque todo esto debería haber sonado delirante a mis oídos, me parecieron las palabras que uno podía esperar de los seres como tú-si existen otras como tú, cosa que me permito dudar-. De modo espontáneo te invité a subir a mi casa y, cuando ya estaba a punto de arrepentirme por tal proposición, me sorprendiste aceptándola. Te vi levantarte alta y majestuosa, cuando sentada me habías parecido menuda y extremadamente frágil. Al entrar en mi modesto apartamento te desprendiste del abrigo blanco. Mientras te lo quitabas, con gesto decidido, me pareció que aleteaba en el aire, y por un momento temí que echaras a volar. Con la excusa de que hacía frío fui a asegurarme de que todas las ventanas estavieran bien cerradas, por si acaso.


Fueron aquellos días felices. Tú apenas hablabas y yo siempre he sido hombre de pocas palabras. Para mí el único lenguaje válido era el de la luz enredándose en tus cabellos mientras observabas la calle a través de la ventana. Permanecías muchas horas de aquel modo y en silencio. Sólo una vez dijiste:


-El frío está perezoso este año. Los niños pasean sus rostros tristes porque no pueden jugar conmigo- Y luego añadiste por segunda vez algo acerca de tu inexperiencia. 


El momento más feliz del día era cuando regresaba del trabajo, embargado por el temor de que ya no estuvieras, y con alivio te descubría sobre el sofá, como un aliento de luz en la boca oscura de la habitación. Contento iba a sentarme junto a ti en el sofá, y ambos permanecíamos bastante rato así, contemplándonos. Yo no podía evitar ver en todo aquello una metáfora de mis sentimientos hacia ti, pues el resto del mundo se había sumido en la tiniebla desde el momento en que te encontré sentada en aquel peldaño de mi vida.


Y llegó Febrero. Trajo consigo el frío, a rastras y pataleando. Por primera vez me dijiste que deseabas salir a la calle. Y aunque temí lo que pudiera acontecer, tampoco me sentía capaz negarte nada. Te ayudé a ponerte el abrigo blanco sobre los hombros, y en ese momento me percaté de que en realidad se trataba de un manto. Ciertamente el día era frío, pero aquello no parecía molestarte. Tenías una sonrisa luminosa cosida a los labios. Llegamos al parque próximo a casa, y apoyaste tu cuerpo en el tronco de un árbol. Respiraste profundamente y dirigiste tu mirada hacia el cielo. Pude ver en la transparencia de tus ojos unas nubes que presagiaban lluvia, y la sonrisa de tu boca comenzó a tambalearse. Amanecieron lágrimas tan delicadas como rocío. Interpreté un ruego o un mandato cuando tus pupilas las atravesaron hacia mi rostro, y  las besé, sorprendiéndome por hallar en ellas la frialdad y la dureza del hielo. Frenético besé tus párpados, tu frente, tus mejillas, tus cabellos. Y me amansé en tus labios, cuyas líneas insinuaban la curvatura de la tierra. Podrá parecer locura, pero en aquel instante viví una epifanía de eternidad en tu boca. Y luego un espasmo de frío me convulsionó hasta el alma. 


Cuando me recuperé de aquella impresión descubrí mi cuerpo cubierto de copos de nieve. Lo único que quedaba de ti era aquel rastro de diminutas estrellas de hielo derritiéndose entre mis manos, sobre mis hombros, en mi rostro y boca.  Como agua te fuiste. Y al mirar a mi alrededor me di cuenta de que por fin nevaba, y de manera copiosa. Me pareció que el árbol donde hasta hace un instante te apoyabas se había pasado tu abrigo blanco por los hombros. Fue entonces cuando te reconocí. En la nieve que caía se dibujó tu cuerpo. En la luz que incendiaba las constelaciones de hielo vislumbré tus cabellos. En el aire que las atravesaba me conmovió la transparencia de tus ojos. Bandadas de niños enfundados en sus bufandas y gorros invadieron el parque como pájaros de colores. Uno de ellos, con una mueca de travesura enmascarándole el rostro, de un bolazo en plena espalda a otro niño que tenía un aire soñador, dio por comenzada la primera batalla de nieve de aquel invierno. Y me sonreí ampliamente pensando en lo feliz que te debía hacer todo aquello. 


No paré de buscarte entre la nieve mullida mientras duró el frío. Tu presencia todavía se intuía, aun cuando la nieve comenzó a volverse sucia y desvaída. Sólo cuando las temperaturas subieron y las calles comenzaron a derretirse, cayó sobre mí la evidencia de tu ausencia. El mundo se ve desnudo ahora. Y yo sólo aguardo a que el tiempo pase, y llegue el invierno traqueteando de frío. Mantengo en pie la esperanza de encontrarte algún día sentada en el peldaño de entrada a  mi edificio. Aunque sé que la tierra habrá dado una vuelta entera alrededor del sol, lo que significará que tú habrás sumado un año de experiencia. Y me temo que esta vez no llegarás a mi invierno antes que el frío.

martes, 29 de mayo de 2012

ARMONÍAS





Decimos soledad al borde del camino, donde hallamos un único árbol. Olvidamos que un árbol es un bosque de ramas viajando hacia la luz. En su estar anclado a la tierra nunca cesa de fluir, y es la demostración de la movilidad de lo vivo, aunque el movimiento sea muchas veces interior e imperceptible. Apenas vibración. Pero donde ahora hay silencio, antes se suspendió la nota. Miro la tierra bajo mis pies, todavía húmeda y me pregunto hacia dónde tienden sus raíces. Simpatía de agua. Los soñadores somos aquellos en los que se confunden raíces y ramas. Tenemos las ramas cargadas de agua, y las raíces llenas de sol. Es en nuestros subterráneos donde se maquina el espasmo de la estrella. Y aunque no lo parezca, basta que yo me siente al borde del camino, para que él venga a sentarse a mi lado. La misma marca oscura en los ojos. Reconocimiento. Nos comunicamos con un lenguaje de piel, a pesar de ni tocarnos. Él mira esa luz que trenza los cabellos del árbol. Sus ojos iluminan la oscuridad para un niño que tiene miedo en la noche. Acompasa en su gesto el crecer de la hierba. Si no me equivoco el amor es esto. Y si me equivoco apenas tendrá importancia. A veces siento que la vida no es más que un acto de fe. Fe, esa palabra tan manida que se adjudican para sí las religiones. Yo tengo fe en la corteza del árbol, coloco mi palma izquierda sobre ella y la siento respirar. Ese aliento del árbol insufla vida a mi mano. El corazón late pájaros que echan a volar por mi boca. Él me mira con ojos de tierra que brillan bajo una pátina de rocío, el alma de una emoción. En él también tengo fe. Hombre de pocas palabras, su existencia es pura música. El árbol es música. Sus músicas me envuelven, mi cuerpo vegetal respira. Tierna y en eclosión, soy. Mujer musgosa solapándose al hombre de tierra, reptando el tronco del árbol. Ellos me respiran. Árbol, hombre y mujer, en armonía, rompen la quietud vibrando al unísono el arpa del aire.

viernes, 25 de mayo de 2012

PEQUEÑAS ELUCUBRACIONES




Abrían sus brazos para trazar puentes, pero emergían muros. Se enviaban besos como mariposas, estampándose con sus alas desplegadas contra la imperturbable roca. Sus caricias caían fulminadas como pájaros al impacto del cristal. Recogían sus cuerpecillos todavía tibios, y los depositaban en exiguos túmulos que luego decoraban con ramitas de arbusto y las hojas cobrizas que se desprendían del tocado del viento. Las colocaban con mimo, imitando la disposición de las estrellas en las que arropaban su cuerpos al llegar la noche. Les dieron el nombre de poemas.  




A ti,
Quizás el poema nace de un intento de comunicación frustrado, del beso roto, de la cáscara vacía del amor que echó a volar. De los brazos del frío envolviéndonos en la mañana de nuestro nacimiento. “El frío es tan silencioso, su voz en nada se parece al latido de tu corazón, madre”. Del oxígeno ensartándose dolorosamente en nuestro primer aliento, en un traumático paso hacia nuestros pulmones. Escribimos como peces que boquean espasmódicamente para agarrarse a la vida. Escribimos con nuestro primer llanto. Nuestras letras son puro instinto de supervivencia. Nacimos solos y moriremos solos. La vida es el lapso entre esas dos soledades. Escribimos para el olvido, o el exorcismo. Escribimos como quien tiende puentes a la espera de que el otro recorra el camino desde su propio lado. Por la mera posibilidad de que esto suceda, aunque nunca sepamos. Te escribo a ti, por todas esas razones que tú ya sabes y que a veces finges no saber. Por todas esas razones que se resumen en una. A ti que a veces te sientes como una mera excusa para mi escritura, pero tú mejor que nadie deberías saber que vida y escritura son para nosotros como las aguas de un río confundiéndose con las del mar en la desembocadura. ¿Cómo separarlas?. Escribo aquello que podría decir con un suspiro, un balbuceo, una carcajada, o una mirada(pero no, no puedo).Escribo desnudez porque no tengo pudor en la palabra. Escribo amor mientras mi sangre fluye. Y mientras escribo soy viento, lluvia, mar, tu pelo negro. Escribo para alcanzar esa comunión del sueño cuando me leas.

jueves, 24 de mayo de 2012

FESTEJOS



  

A mis amigas Bego, y Marta, y para mí misma porque cuando estamos juntas nos festejamos. Por cierto, aceptaré cualquier penitencia que me sea impuesta por haber usurpado el verso de Walt Whitman







En el curso del ciclo lunar
el cuerpo de mujer
cae en otoño
El árbol femenino
pierde hojas,
retornando al estado larval
Se le vuelve la carne
del revés,
viste su útero
como un bolsillo por fuera
Esos días
-por los siglos de los siglos-
camina encorvada
bajo el peso de la sospecha:
vida y muerte confluyen
en la sangre que ella mana

Y YO RECLAMO
mi cuerpo de mujer
PRIMAVERA
Porción de tierra
que en surco se abre,
la nombro latencia,
podría clamar brote

Y YO ME CELEBRO:
Celebro mi cuerpo y sus estados,
agua en la naturaleza
estado líquido,
sólido,
gaseoso
Celebro el cuerpo del hombre
sea cuenco,
abrazo,
nube migradora de lluvias
Celebro
la continuidad de la vida
de la que mi cuerpo es
perfecta metáfora