Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 1 de junio de 2012

ÓBOLO


Remedios Varo



Aunque pronuncie amor
en tu boca
ignorarás quién eres
Aunque alumbre estrellas
sobre triángulo de mar oscuro
temerás mi noche
Aunque te sientes a la vera
de este hogar que es mi cuerpo incendiado
no ahuyentarás la intemperie
Aunque ceda mi útero
para que ensayes tus hijos
vivirás irremediablemente solo
e, irremediablemente, desaparecerás a tu muerte
A veces te preguntas
para qué amar
si amor no es sabiduría,
valor,
vestido,
o trascendencia
No, amor no es ninguna de esas cosas
Amor es amor
y no moneda de cambio
u óbolo para el barquero

miércoles, 30 de mayo de 2012

NIEVE

Eternal sunshine of the spotless mind





Devoré tus besos sazonados de lágrimas. Era febrero y el frío barría las calles. Yo veía las lágrimas deslizándose como icebergs bajo tus párpados cerrados. El barco de mis labios embestía las olas de tus mejillas y colisionaba kamikaze contra ellas. Pero era yo quien se hundía en las aguas heladas de tu mar proceloso a cada nuevo impacto. 


Te encontré una mañana de diciembre cuando salía para trabajar.  Estabas sentada en el peldaño que hay en la entrada a mi edificio. Llegaba tarde y con las prisas no te vi, casi tropiezo contigo. Por esquivarte en el último momento a punto estuve de caer. En el lapso de soltar algún improperio te miré. La luz reverberó sobre tu piel, cegándome. Esta impresión es difícil de explicar a alguien que jamás ha contemplado la palidez extrema de una piel como la tuya. O quizás a mí me falten las palabras. Puedo decir que tu piel se confundía con el abrigo blanco que con ternura se posaba sobre ella, como si tú cuerpo fuera la arquitectura delicada de una flor y el abrigo los pétalos que amorosamente la cubren. Tus cabellos, de un rubio tan desvaído que ensayaban la blancura del plumaje de algunas variedades de palomas. Pero de todo esto lo más inverosímil era la transparencia de tus ojos azules, que parecían simular la claridad del alba.  En esa primera mirada se aplacó mi enfado, y hechizado te pregunté quién eras. Dijiste que te llamabas Nieve. Y yo pensé admirado en el poder que tienen algunos nombres, los cuales parecen evidenciar el destino y las características de aquéllos a quienes nombran. 


Como decía, llegaba tarde al trabajo, pero este hecho perdió importancia en cuanto te miré. Me senté junto a ti, parecías triste. Te pregunté qué te pasaba y te lamentaste de haber llegado demasiado pronto, pues todavía los días no eran lo bastante fríos. Culpaste de todo a tu inexperiencia. Desesperada me contaste que no tenías a dónde ir, y que no sabías cómo regresar a casa. Aunque todo esto debería haber sonado delirante a mis oídos, me parecieron las palabras que uno podía esperar de los seres como tú-si existen otras como tú, cosa que me permito dudar-. De modo espontáneo te invité a subir a mi casa y, cuando ya estaba a punto de arrepentirme por tal proposición, me sorprendiste aceptándola. Te vi levantarte alta y majestuosa, cuando sentada me habías parecido menuda y extremadamente frágil. Al entrar en mi modesto apartamento te desprendiste del abrigo blanco. Mientras te lo quitabas, con gesto decidido, me pareció que aleteaba en el aire, y por un momento temí que echaras a volar. Con la excusa de que hacía frío fui a asegurarme de que todas las ventanas estavieran bien cerradas, por si acaso.


Fueron aquellos días felices. Tú apenas hablabas y yo siempre he sido hombre de pocas palabras. Para mí el único lenguaje válido era el de la luz enredándose en tus cabellos mientras observabas la calle a través de la ventana. Permanecías muchas horas de aquel modo y en silencio. Sólo una vez dijiste:


-El frío está perezoso este año. Los niños pasean sus rostros tristes porque no pueden jugar conmigo- Y luego añadiste por segunda vez algo acerca de tu inexperiencia. 


El momento más feliz del día era cuando regresaba del trabajo, embargado por el temor de que ya no estuvieras, y con alivio te descubría sobre el sofá, como un aliento de luz en la boca oscura de la habitación. Contento iba a sentarme junto a ti en el sofá, y ambos permanecíamos bastante rato así, contemplándonos. Yo no podía evitar ver en todo aquello una metáfora de mis sentimientos hacia ti, pues el resto del mundo se había sumido en la tiniebla desde el momento en que te encontré sentada en aquel peldaño de mi vida.


Y llegó Febrero. Trajo consigo el frío, a rastras y pataleando. Por primera vez me dijiste que deseabas salir a la calle. Y aunque temí lo que pudiera acontecer, tampoco me sentía capaz negarte nada. Te ayudé a ponerte el abrigo blanco sobre los hombros, y en ese momento me percaté de que en realidad se trataba de un manto. Ciertamente el día era frío, pero aquello no parecía molestarte. Tenías una sonrisa luminosa cosida a los labios. Llegamos al parque próximo a casa, y apoyaste tu cuerpo en el tronco de un árbol. Respiraste profundamente y dirigiste tu mirada hacia el cielo. Pude ver en la transparencia de tus ojos unas nubes que presagiaban lluvia, y la sonrisa de tu boca comenzó a tambalearse. Amanecieron lágrimas tan delicadas como rocío. Interpreté un ruego o un mandato cuando tus pupilas las atravesaron hacia mi rostro, y  las besé, sorprendiéndome por hallar en ellas la frialdad y la dureza del hielo. Frenético besé tus párpados, tu frente, tus mejillas, tus cabellos. Y me amansé en tus labios, cuyas líneas insinuaban la curvatura de la tierra. Podrá parecer locura, pero en aquel instante viví una epifanía de eternidad en tu boca. Y luego un espasmo de frío me convulsionó hasta el alma. 


Cuando me recuperé de aquella impresión descubrí mi cuerpo cubierto de copos de nieve. Lo único que quedaba de ti era aquel rastro de diminutas estrellas de hielo derritiéndose entre mis manos, sobre mis hombros, en mi rostro y boca.  Como agua te fuiste. Y al mirar a mi alrededor me di cuenta de que por fin nevaba, y de manera copiosa. Me pareció que el árbol donde hasta hace un instante te apoyabas se había pasado tu abrigo blanco por los hombros. Fue entonces cuando te reconocí. En la nieve que caía se dibujó tu cuerpo. En la luz que incendiaba las constelaciones de hielo vislumbré tus cabellos. En el aire que las atravesaba me conmovió la transparencia de tus ojos. Bandadas de niños enfundados en sus bufandas y gorros invadieron el parque como pájaros de colores. Uno de ellos, con una mueca de travesura enmascarándole el rostro, de un bolazo en plena espalda a otro niño que tenía un aire soñador, dio por comenzada la primera batalla de nieve de aquel invierno. Y me sonreí ampliamente pensando en lo feliz que te debía hacer todo aquello. 


No paré de buscarte entre la nieve mullida mientras duró el frío. Tu presencia todavía se intuía, aun cuando la nieve comenzó a volverse sucia y desvaída. Sólo cuando las temperaturas subieron y las calles comenzaron a derretirse, cayó sobre mí la evidencia de tu ausencia. El mundo se ve desnudo ahora. Y yo sólo aguardo a que el tiempo pase, y llegue el invierno traqueteando de frío. Mantengo en pie la esperanza de encontrarte algún día sentada en el peldaño de entrada a  mi edificio. Aunque sé que la tierra habrá dado una vuelta entera alrededor del sol, lo que significará que tú habrás sumado un año de experiencia. Y me temo que esta vez no llegarás a mi invierno antes que el frío.

martes, 29 de mayo de 2012

ARMONÍAS





Decimos soledad al borde del camino, donde hallamos un único árbol. Olvidamos que un árbol es un bosque de ramas viajando hacia la luz. En su estar anclado a la tierra nunca cesa de fluir, y es la demostración de la movilidad de lo vivo, aunque el movimiento sea muchas veces interior e imperceptible. Apenas vibración. Pero donde ahora hay silencio, antes se suspendió la nota. Miro la tierra bajo mis pies, todavía húmeda y me pregunto hacia dónde tienden sus raíces. Simpatía de agua. Los soñadores somos aquellos en los que se confunden raíces y ramas. Tenemos las ramas cargadas de agua, y las raíces llenas de sol. Es en nuestros subterráneos donde se maquina el espasmo de la estrella. Y aunque no lo parezca, basta que yo me siente al borde del camino, para que él venga a sentarse a mi lado. La misma marca oscura en los ojos. Reconocimiento. Nos comunicamos con un lenguaje de piel, a pesar de ni tocarnos. Él mira esa luz que trenza los cabellos del árbol. Sus ojos iluminan la oscuridad para un niño que tiene miedo en la noche. Acompasa en su gesto el crecer de la hierba. Si no me equivoco el amor es esto. Y si me equivoco apenas tendrá importancia. A veces siento que la vida no es más que un acto de fe. Fe, esa palabra tan manida que se adjudican para sí las religiones. Yo tengo fe en la corteza del árbol, coloco mi palma izquierda sobre ella y la siento respirar. Ese aliento del árbol insufla vida a mi mano. El corazón late pájaros que echan a volar por mi boca. Él me mira con ojos de tierra que brillan bajo una pátina de rocío, el alma de una emoción. En él también tengo fe. Hombre de pocas palabras, su existencia es pura música. El árbol es música. Sus músicas me envuelven, mi cuerpo vegetal respira. Tierna y en eclosión, soy. Mujer musgosa solapándose al hombre de tierra, reptando el tronco del árbol. Ellos me respiran. Árbol, hombre y mujer, en armonía, rompen la quietud vibrando al unísono el arpa del aire.

viernes, 25 de mayo de 2012

PEQUEÑAS ELUCUBRACIONES




Abrían sus brazos para trazar puentes, pero emergían muros. Se enviaban besos como mariposas, estampándose con sus alas desplegadas contra la imperturbable roca. Sus caricias caían fulminadas como pájaros al impacto del cristal. Recogían sus cuerpecillos todavía tibios, y los depositaban en exiguos túmulos que luego decoraban con ramitas de arbusto y las hojas cobrizas que se desprendían del tocado del viento. Las colocaban con mimo, imitando la disposición de las estrellas en las que arropaban su cuerpos al llegar la noche. Les dieron el nombre de poemas.  




A ti,
Quizás el poema nace de un intento de comunicación frustrado, del beso roto, de la cáscara vacía del amor que echó a volar. De los brazos del frío envolviéndonos en la mañana de nuestro nacimiento. “El frío es tan silencioso, su voz en nada se parece al latido de tu corazón, madre”. Del oxígeno ensartándose dolorosamente en nuestro primer aliento, en un traumático paso hacia nuestros pulmones. Escribimos como peces que boquean espasmódicamente para agarrarse a la vida. Escribimos con nuestro primer llanto. Nuestras letras son puro instinto de supervivencia. Nacimos solos y moriremos solos. La vida es el lapso entre esas dos soledades. Escribimos para el olvido, o el exorcismo. Escribimos como quien tiende puentes a la espera de que el otro recorra el camino desde su propio lado. Por la mera posibilidad de que esto suceda, aunque nunca sepamos. Te escribo a ti, por todas esas razones que tú ya sabes y que a veces finges no saber. Por todas esas razones que se resumen en una. A ti que a veces te sientes como una mera excusa para mi escritura, pero tú mejor que nadie deberías saber que vida y escritura son para nosotros como las aguas de un río confundiéndose con las del mar en la desembocadura. ¿Cómo separarlas?. Escribo aquello que podría decir con un suspiro, un balbuceo, una carcajada, o una mirada(pero no, no puedo).Escribo desnudez porque no tengo pudor en la palabra. Escribo amor mientras mi sangre fluye. Y mientras escribo soy viento, lluvia, mar, tu pelo negro. Escribo para alcanzar esa comunión del sueño cuando me leas.

jueves, 24 de mayo de 2012

FESTEJOS



  

A mis amigas Bego, y Marta, y para mí misma porque cuando estamos juntas nos festejamos. Por cierto, aceptaré cualquier penitencia que me sea impuesta por haber usurpado el verso de Walt Whitman







En el curso del ciclo lunar
el cuerpo de mujer
cae en otoño
El árbol femenino
pierde hojas,
retornando al estado larval
Se le vuelve la carne
del revés,
viste su útero
como un bolsillo por fuera
Esos días
-por los siglos de los siglos-
camina encorvada
bajo el peso de la sospecha:
vida y muerte confluyen
en la sangre que ella mana

Y YO RECLAMO
mi cuerpo de mujer
PRIMAVERA
Porción de tierra
que en surco se abre,
la nombro latencia,
podría clamar brote

Y YO ME CELEBRO:
Celebro mi cuerpo y sus estados,
agua en la naturaleza
estado líquido,
sólido,
gaseoso
Celebro el cuerpo del hombre
sea cuenco,
abrazo,
nube migradora de lluvias
Celebro
la continuidad de la vida
de la que mi cuerpo es
perfecta metáfora

miércoles, 23 de mayo de 2012

LA PARTIDA

La imagen la tomé de aquí Naranja Bleue



Como el sol
atravesando celosías
visto con mi luz
tu piel de sombra
Dos cuerpos ajedrezados
conforman un tablero
por el que se impone
nuestro espíritu combativo,
siempre en guardia
Peones abren el juego
con estrategia de caricias,
las torres secundan
a mandobles de besos,
alfiles avanzan
en oblicuas de deseo,
y caballos cabalgan
con la heroicidad de la sangre
Pero es mi reina
en libertad de movimientos
quien irrumpe
con su talante temerario y belicoso
para cambiar el designio de esta partida
Y ya no retrocederá
a pesar de las heridas
ni del plomo incandescente hendiendo su carne,
hasta que tus ejércitos
caigan en su celada
y al fin derribe victoriosa
a tu absolutista y arrogante
rey negro

lunes, 21 de mayo de 2012

ESTAMPA DE LLUVIA

Imagen sustraída de la red. Desconozco autor. 



He de ser yo, pero hoy llueve puro amor en las calles. Hace calor y el cielo nos sonríe gotas frescas sobre la cara. Me regenero victoriosa como la flor a la que le faltaba un milímetro de sequedad para mustiarse.  De igual modo mis labios inánimes recuperan el color a cada pincelada de tu saliva. A veces parece que vivimos en un mundo de ocres, o de grises, y existen casos de personas que se constituyen en un mundo de sepias. No hay cosa que me cause mayor melancolía que la gente sepia.  Y es curioso, porque de vez en cuando me planteo si la gente sepia en realidad lamentará su situación. Seguramente el hecho de mencionarles esa tristeza que me invade al verles despertaría su hilaridad, y quizás alguna que otra impertinencia. Pero cuando me los encuentro yo sólo deseo que caiga una lluvia como esta de hoy y les dé brillo con su vivo barniz. Del mismo modo tonto con el que acostumbro a dejar caer alguna pregunta de la que no busco respuesta, te cuestiono: ¿qué es lo que la gente teme del agua? Para quitarles el miedo podría escribir que cuando llueve los árboles del cielo se despojan de sus hojas. Gritar que cada charco es la piel del firmamento que se escama. O definir las gotas que golpean el cristal como la luz de las estrellas lejanas, condensada y líquida. Las veo brillar sobre tu pelo y es como si te hubiese coronado una galaxia. A veces también me gusta pensar que esta lluvia que cae llegó hasta mí atravesando océanos, y tiene su origen en lugares lejanos. Quizás esta lluvia que me moja es la misma que hace un tiempo despertó de su sueño a las flores rezagadas en el balcón de mi amiga. O si me apuras quizás es la misma que hace unos días se deslizaba por la nuca del hombre del sueño, y en este preciso momento sobre mi piel prolonga una caricia que se augura más allá del tiempo y de la distancia. Lo que quiero decir-si es que quiero decir algo, porque sencillamente lo único que estoy haciendo es tirar y tirar de uno de esos hilos que a veces cuelgan del aire-es que esta lluvia es puro amor, y que bajo sus húmedas enaguas se circunscriben de igual modo árboles, hombres, gatos y mares.  Y ante mis ojos y en ella veo renovarse ese mundo que a veces es ocre, otras gris, y, lamentablemente, de vez en cuando sepia. Y como por milagro todo es de un intenso y vívido color lluvia. Y, de un modo extraño, todo “es” más…