Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 9 de mayo de 2012

PEQUEÑOS DIVERTIMENTOS










POEMA ACCIDENTAL
Dibujé un plano
incluyendo los ángulos muertos de mi vida
uní con un bolígrafo los puntos
y cuál no sería mi sorpresa
cuando de la tinta emergió un corazón
Justo en el centro escribí con buena letra:
“he aquí donde acontece el trauma”




 
POEMA A MI EGO
Fue en el poema
donde me arranqué la piel del grito
y mudé el frontispicio de mi garganta
por las cuerdas vocales de un pájaro





POEMA CURSI
Tengo tanto amor
que lleno con él
valijas de futuro
y les pago el billete para trenes
de los que desconozco el destino
En sueños
una de aquellas valijas
-la que tiene la piel tatuada
con el nombre de los lugares
en los que nunca he estado-
lo encuentra
y él la abre
Un dragoncito verde
se vuela hasta el techo
del vagón
y comienza a llover
flores de almendro
sobre su cara




martes, 8 de mayo de 2012

CADENA DE FRÍO





¿Quién recoge los besos marchitos,
aquellos que maduran demasiado tiempo
en el árbol de la boca?
No permitas que mi caricia se vuelva otoño
-te dije mientras partías-
ni que mi voz se desnude
hasta el silencio
En los meses siguientes
amortajé mi cuerpo en tu ausencia
y prendí unos cirios aromáticos
para camuflar el hedor putrefacto de esta espera
No quise creer a aquellos que me advirtieron
“el amor tiene fecha de caducidad”
Hasta que encontré mi corazón en la nevera
cubierto de verde moho,
bajo la escarcha,
y con el día de hoy
inscripto al dorso

lunes, 7 de mayo de 2012

PARTO

Gracias a Noelia Palma por regalarme esta imagen...





Preñarme de un poema
-sin intercesión del padre-
nutrirlo con agua de lluvia
y el barro de los zapatos
-morir de amor en mayo-
Gestarlo en el temblor
y en la rosa,
acunarlo entre las lunas del cuerpo,
avistar su ecografía en la piel del aire
-enmudecer ante la mancha oscura y palpitante
de su diminuto corazón-
Al fin su cabecita
propinando aldabonazos en mi útero
y saberme clausurada
Rasgarme el vientre
con el filo envenenado de la lengua
y sustraerlo sanguinolento,
anónimo de restos placentarios
El cordón umbilical alrededor del cuello,
comprobar que no respira
-tantos poemas nacen suicidados-
Poner mis labios corruptos
sobre su boca inocente,
consagrarle mi pulmón sano,
hasta restituirle el aire
Y cuando berrea
con la voz violenta de la vida que se abre
mostrarlo ante los ojos agnósticos
y decir:
“He aquí el hijo”


jueves, 3 de mayo de 2012

LO QUISO TODO DE ELLA

Imagen sustraída de la web. Desconozco el autor




Lo quiso todo de ella.
Por querer quería  aquel bigotito de leche que se ovillaba sobre su labio superior, y que al amalgamarse perfectamente a sus movimientos parecía dibujar ante sus ojos la más embriagante de las palabras, “bésame”.  También aquel rubor que encendía sus mejillas cuando él le insinuaba la existencia de dicho bigotito blanco, y el modo en el que ella miraba casi subrepticiamente en derredor, como tratando de adivinar en los rostros de los otros si habrían sospechado siquiera la existencia de aquel cerco de leche avergonzante.  En apariencia ella rechazaba la estampa absolutamente encantadora que ofrecía mientras sorbía la leche caliente del vaso, y él asistía al impulso manifiesto en sus ojos de limpiarse el bigotito rebelde con la manga, impulso que extrañamente parecía no estar exento de coquetería. Aquello le provocaba un fuerte deseo de lamer y lamer la leche rebosante directamente del cuenco de su boca, pero siempre se contenía. Sin embargo fue analizando este tipo de detalles aparentemente nimios, estas conductas seductoras que ella parecía querer encubrir de un pudor fingido, como comenzó a sospechar la existencia de otra Diana. Estaba la Diana que se dejaba tomar de la mano, y que de modo simbólico cementaba las líneas de su palma derecha con las líneas de su propia vida.  Pero después estaba aquella otra que se quedaba atrás en sus paseos mirando el mundo a través de un charco de lluvia, o perseguía los pasos de un desconocido en el reflejo de un escaparate, aunque Diana continuara allí, pegada a él, dejándose abrazar amorosamente, deshaciéndose en armoniosas risas. Siempre había escuchado hablar acerca de la proverbial afectación de las mujeres, pero él estaba dispuesto a desenmascarar a la suya. Porque él, tal y como dijimos al principio, lo quiso todo de ella.  
Se propuso perseguir a la Diana furtiva en el envés de cada gesto, en la cara oculta del beso. Enseguida identificó a aquella Diana que se le mostraba, a aquella que se le acercaba con un gesto de aparente rendición y entrega, como “la cazadora”. Porque él intuía que cada acto, cada sonrisa, incluso la más risueña modulación de sus frases, habían sido forjados para complacerle. Eran puro señuelo y, detrás de todo, él era capaz de ver asomar a aquella otra Diana esquiva e ignota.  La Diana que como la presa más codiciada huía de su cazador. Aquel descubrimiento le ocasionó una frustración insospechada, porque, repetimos, él lo quiso todo de ella. Debido a lo cual, a los pocos meses, cuando aquella sospecha se hubo extendido por el pantanal de su conciencia, él se vio incapaz de dormir. Porque sólo durante el sueño él sentía como aquella Diana, que en la vigilia estaba siempre alerta, bajaba la guardia. Y entonces perseguía con fruición el movimiento de sus ojos bajo el párpado cerrado y  a través de ellos se sentía arrastrado al vasto territorio de aquella Diana. O iba anotando en una libreta las palabras que Diana mascullaba durante el sueño, componiendo noche tras noche el más extraño y rocambolesco de los jeroglíficos. Y cuando tras alguno de aquellos superfluos logros se sentía enardecido e imperiosamente excitado, con uno de sus brazos se aferraba a la cintura de Diana, mientras con la mano libre se masturbaba de una manera un tanto desabrida debido a la urgencia de su deseo. Y en el momento de eyacular él susurraba de manera gutural a su oído: “eres mía, toda mía, todas mías, todas todas mías…”
Pero era  durante el sexo cuando él sentía que más y más se estrechaba el cerco entorno a Diana “la presa”.  La buscaba y la buscaba dentro de su coño. Se sumergía en ella como pez abisal, sondeando sus profundidades. Y se sentía triunfante cuando su esperma luminoso se proyectaba hacia aquella oscuridad, tanto que solía pensar en él como en un cometa incendiándolo todo. En aquellos instantes, entre el humo, la Diana salvaje no tenía lugar alguno donde esconderse.  Y sin duda era ella la que acudía a retorcerse de placer bajo su cuerpo.
Pero pronto tuvo la necesidad de ir más allá y sus relaciones sexuales comenzaron a adquirir cierto cariz violento. En un principio trató de refrenarse. Pero pronto comprendió que a Diana no le asustaban sus excesos, es más, parecía excitarse ante ellos. Por lo que concluyó que era allí, en el límite, donde se manifestaba aquella otra Diana. Y en la cama con sus dos cuerpos oscilando entre la tenue línea que a veces divide el placer y el dolor, él, de un modo enfebrecido y salvaje, la buscaba. Sin embargo, una vez acababan, aquella Diana que él creía haber atrapado entre sus brazos como un cepo, parecía esfumarse, y regresaba la Diana actriz, aquella que interpretaba a la perfección la ficción de una vida juntos.
Y así sus juegos sexuales fueron evolucionando más hacia el lado del dolor, camino por el que, sorprendentemente, Diana siempre lo secundaba. Y quizás por esto ella no se asustó el día que él le mostró la hoja reluciente de su cuchillo de caza, y comenzó a deslizar la punta metálica sobre su piel, inscribiendo un sendero en el que de vez en cuando asomaba un casi imperceptible rastro de sangre.  Y sintió incrementar su excitación a medida que el cuchillo iba ascendiendo hasta su cuello, mientras él con su otra mano la empujaba hacia un orgasmo que debió confundir con aquella catarata roja que brotó bajo su barbilla cuando la hoja afilada hendió su carne. La misma hoja con la que después desolló triunfante su cuerpo, como si de la más codiciada y esquiva presa de caza se tratara. Porque él la quiso toda, la despojó de aquella piel apenas reconocible una vez vacía, apenas una máscara yaciendo arrugada y chorreante sobre el suelo. También del corazón que estrechó entre sus manos todavía caliente.  La despojó de aquella voz meliflua que tanto lo atormentaba. De su sonrisa aviesa. De lo estudiado de sus movimientos. La privó de cualquier lugar donde pudiera esconderse. Y a pesar de eso, a pesar de haber separado cada una de las partes de su cuerpo, aun así la seguía buscando cuando la policía acudió  a la llamada de los vecinos alertados por los gritos. Puesto que, según el informe de la investigación, lo habían hallado registrando el laberinto de sus tripas, pronunciando insistentemente estas palabras: “¿Dónde estás, dónde te escondes Diana..?

lunes, 30 de abril de 2012

REPETICIÓN DEL GÉNESIS

Daría Endresen


Asunción de la poesía

Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.

Establezco mi origen y termino
porque sí, para nunca, por lo tanto.
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.

Mi corazón estoy elaborando:
ordeno sufrimiento a su medida,
educo al odio y al amor lo mando.

Me autorizo a morir sólo de vida.
Me olvidarán sin duda pero cuando
mi enterrado capricho lo decida.
María Elena Walsh





En el primer aliento
la luz
se hizo dolor
Picos de pájaros blancos
desfloran el ojo virgen
Caer del útero
en hoja de otoño
abortaría la angustia,
pero caí a la intemperie
con toda mi carne abierta
CRUDA
Madre
en sueños regreso
a la lumbre de tu vientre
y continúo horneándome
Despierto
-siempre-
en arrojo a esa luz de espinas
y  a cara de perro,
progenie de esa otra luz
que me ensartó a la cruz de la vida
Pero ahora sus clavos me lloran
gotean campos,
reflejan rostros
-abrigo mi intemperie en el poema-
Placentarios me envuelven
los cuerpos de mis amantes,
y en el orgasmo me reduzco
a mi génesis ciega
La luz recompone el gesto
-veintitrés de Septiembre
de mil novecientos setenta y seis-
Esta vez soy yo
la que empuja
la que gime
la que se abre
Y ME NAZCO

viernes, 27 de abril de 2012

DUELE Y ASÍ HA DE SER

Sophie Thouvenin




A Noelia Palma que dotada de la gracia del alquimista 
convierte el dolor en belleza. Sus poemas conmueven
del modo en el que a la flor conmueve la gota de rocío 
(para mí el máximo punto de de expresión del amor y la belleza)





El mundo se duele
y es sobre eso
que riman las fuentes
Un bosquejo de poema
enmudece al alba,
bajo la tiranía de la luz
El subterfugio del verso
es la sombra
Hoy quiero recoger
mis alas al dorso,
otear la piel del aire,
y dejarla pasar
Hoy es el día
en el que la brisa se decide suspiro
y los vientos del cuerpo
se amarran
Y es que el mundo se duele
y es rocío
y yo
me deseo flor
para  acoger esa tristeza,
gota a gota,
blandirla en rebelión
ante la luz
Porque la vida se duele
a pesar
de los comerciantes de panaceas,
de la felicidad encapsulada
Hombres y mujeres se duelen,
yo me duelo,
pero no reivindico el dolor
sino la vida
con su sucesión de ecuaciones irresolubles
y  las intermitencias de la fe
El amor no se explica,
la sonrisa de un niño no tiene precio,
y a veces
como con los árboles
ha de venir el otoño
a tirarnos las hojas
y nos dejamos componer
a manos de la intemperie

lunes, 23 de abril de 2012

DESPERTARES

 Alyssa Monks


Una grave afonía en la piel
me impide espantar a gritos el mañana,
mi llanto rebota cadáver
contra diques de silencio

-anota la medida exacta
del diámetro de tu corazón-


La luz del alba desvirga el párpado,
el globo ocular
yace sangre
Pugno por conservar
un sedimento del sueño
en la retina,
lo rescato in extremis,
exánime,
entre hemorragia de imágenes
y margaritas decapitadas

-y ahora
experimenta  cuánto duele
recortar las cuatro esquinas
de este amor tan cuadrado
ensayando la utopía de encajarlo
en la redondez del pecho-


Sólo el hambre de mis noches
es quien de poner
carne a tu rostro