Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 14 de marzo de 2012

FANTASÍA CON CORNISA

Imagen extraída de la web. Desconozco autoría



A veces, en la noche, sale hasta la cornisa. Y deja que el viento se le amarre a la cintura. Lleva un vestido de flores. Debajo no hay ropa interior. El viento ondea los campos de su vestido. Ella cierra los ojos y permite que se lo suba. De vez en cuando asoman piezas de vello púbico. Después de unas cuantas noches, el hombre de la ventana ya es quien de completar el puzzle de su sexo. Ella sale a la cornisa, mientras el marido y los niños duermen. El hombre de la ventana se la encuentra alguna mañana cuando sale por el portal. Ella siempre va con prisas, aun así siempre se toma su tiempo para mirarle, y su mano traza un saludo, que se queda flotando en el aire, hasta que cae con la lentitud de una hoja seca. Él desearía que ese saludo realmente fuera una hoja seca, para poder tomarlo, y llevárselo a casa. Lo guardaría entre las páginas de uno de sus muchos libros. Sí, le gustaría tener cada una de las páginas de sus libros marcada por una hoja seca. A ello podría dedicar el resto de su vida. Y a mirar a la mujer que en la noche asoma a la cornisa con un liviano vestido de flores. El hombre de la ventana ha imaginado en varias ocasiones las razones por las que la mujer está ahí. Una vez concluyó que la mujer era amante del aire. Y ahora el aire hincha la falda de la mujer, como si debajo de ella olisqueara, mordiera, bebiera ese puzzle que el hombre de la ventana sería capaz de reconstruir. Entonces el viento asciende y ondea los cuellos de su vestido, la zona del escote, y asoma de improviso el nacimiento del pecho. El pelo de la mujer cae hacia atrás y luego hacia delante. Como un mar que indeciso se aproxima y se separa de la playa. Y el hombre de la ventana anticipa el momento en el que, indefectiblemente, la mujer con tiento da media vuelta y se va. Y es engullida por la oscuridad de su apartamento. Ya lamenta esos pasos que a la altura del séptimo piso acabarán por alejarla de él. Ya paladea la ansiedad que precede al encuentro siguiente, cuando en mitad de la noche ve levantarse una  persiana del edificio de enfrente, como la rendija abriéndose en el cuerpo de una mujer. Pero esta vez ella se queda quieta,  y abre los ojos. Él tembló porque le pareció que había dirigido una mirada a su ventana. Enseguida la mujer vuelve a cerrar los ojos, y tantea el lateral de su vestido. Con mano experimentada desliza la cremallera. Y en un movimiento certero se despoja del campo de flores por los hombros. Y lo deja a su vera en la cornisa. Por primera vez el hombre de la ventana contempla la desnudez de la mujer de la cornisa. Y se dice que con razón aquélla era una noche sin luna. Estaba escrito que la luna habría de asomar en un séptimo piso. La mujer comienza a deslizar las manos por su cuerpo, siempre con los ojos cerrados. Y el hombre de la ventana comienza a sentir en las suyas la forma de los senos, la curva del vientre. Sus manos aprietan, hasta que asoman los pezones. Son unos pechos grandes, maternales, pero también firmes. El vientre ligeramente abombado. Deliciosa en sus dedos la cosquilla del fino vello. Las manos, ahora sí, bajan hasta el sexo y comienzan a componer el puzzle. Se llenan de humedad, de olor, de sabor. La mujer, con las piernas ligeramente abiertas y los ojos cerrados, oscila peligrosamente en la cornisa. El hombre de la ventana siente el vértigo del abismo que se abre ante ella, ese abismo devorador, ávido de tomar él también para si ese cuerpo. Los músculos de la mujer ganan tensión, los movimientos de sus manos cada vez más frenéticos. Las piernas bailan en precario equilibrio. El hombre  la toma más y más con sus manos. Ahonda en su carne para sostenerla. No dejará que se caiga. Los gemidos de la mujer quemándole el oído. Su saliva dejando la estela de un caracol en la mejilla. Y escapa un último aullido que mata a una estrella en la noche.


Ahora sí, la mujer dirige la mirada hacia su ventana, con una peculiar sonrisa ladeada en su rostro. Sólo en ese momento el hombre de la ventana se percata de la sustancia pringosa en sus manos. De sus pantalones ridículamente arremangados en los tobillos. Y del abismo que se abre ante él, parado peligrosamente en su propia cornisa. Y mientras el hombre se sube los pantalones, la mujer es engullida, una vez más, por la oscuridad del apartamento de enfrente.

martes, 13 de marzo de 2012

LA MUJER Y LA NOCHE





Cae la noche en azules
sobre tus hombros gitanos,
cae
ofrendando en bandeja
su desnudez de cenizas
La urgencia de tu piel volatiliza
la blanda noche
que cae
en estrépito de luciérnagas
Gime la noche un orgasmo
al oído de la luna,
canta la noche un olvido
pintado en pájaro negro
Vuelve la noche en cascada
sobre tu carne rendida,
derrama mares de estrellas,
caricias en nebulosa
Cae
y vuelve a caer
esta noche suicidada
y con su mano enlutada
busca
tantea
exprime
el precipicio escondido
en la ebriedad del cuerpo
Y por fin esta vez cae
hasta esa noche inflamada
que en horizonte de mujer
sueña

lunes, 12 de marzo de 2012

viernes, 9 de marzo de 2012

ENSAIO DE CANTIGA EN GALEGO+TRADUCCIÓN





O orballo dun bico nos beizos
vaise volvendo quente,
paseniño,
hata que acende o lume
dun sorriso
Teu corpo de pel de lúa
róuballe a luz
ás estrelas,
que só semellan
buracos podrecidos
na mazá envelenada da noite
Enriba de ti
tórnome ingrávido
e cando piso o teu chan
os meus pes lixeiros
non deixan pegada
Polo cal
unha e outra vez
véxome na obriga de pasar
polos mesmos lugares
para poñerlles novos nomes
e bendecilos
ca bautismal choiva
deste corpo





La llovizna de un beso en los labios
se calienta,
lentamente,
hasta que enciende la lumbre
de una sonrisa
Tu cuerpo de piel de luna
roba la luz
a las estrellas
que sólo semejan
agujeros podridos
en la manzana envenenada de la noche
Encima tuya
me torno ingrávido
y cuando piso tu suelo
mis ligeros pies
no dejan huella
Por lo cual
una y otra vez
me veo obligado a pasar
por los mismos lugares
para inventarles nuevos nombres
y consagrarlos
con la bautismal lluvia
de este cuerpo

jueves, 8 de marzo de 2012

PAPIROFLEXIA






Tus dedos
plegando mi cuerpo
en la geometría simple
de un pájaro
que un niño esculpe con un folio
Tu índice
repasando un ángulo aquí,
una doblez allá,
cada una de mis formas perfilando
Observas con ojos ingenieros,
mides el coeficiente aerodinámico
y asientes satisfecho al comprobar  
la aparente solidez de la estructura
Soplas
y soplas,
dándole cuerda
al reloj del viento,
llenas de cielos mis alas,
el vientre de blancas nubes

-agárrate fuerte a mis riendas,
no temas,
yo te respaldaré en la caída-

Propulsados,
ascendemos en vertical
la garganta ciega de la noche
Desnudos sobre el halo de la luna,
consagrados a la lúdica tarea
de recitar hemistiquios de estrellas
Llega entonces la auspiciada lluvia
que gota tras gota
reblandece mis alas
Nuestro vuelo de papel
termina en  tirabuzón sobre el lecho

Nos miramos

-cruzando el rostro
los pies descalzos
de una sonrisa-

sabiendo
que todo vuelo en pájaro de papel
es efímero
pero a la vez
es el único viaje
que nos lleva más allá del horizonte

lunes, 5 de marzo de 2012

HOMBRES DE NIEBLA






El hombre de niebla llega hasta mi cama en la noche solitaria. Y me toma, sin previo aviso, del mismo modo en el que me tomaría el sueño. Se acerca sigiloso y húmedo. Hasta que su cuerpo cae sobre mí, red mágica que contiene infinita sed de mar. Me retuerzo entre sus cuerdas, y boqueo desesperada. Soy la agonía de un pez plateado. El cielo se desploma sobre la tierra barriendo las montañas. En su caída arrastra a la Osa Mayor. La contemplo en toda su desesperación, mientras la engullen con fruición los océanos. Su luz, como un grito gimiente, incendia las profundidades. Tan solo halla un eco fosforescente en la espuma encabritada de las olas.
Las manos del hombre de niebla siembran mi piel de aljibes. Su boca de aire arranca de mi sexo la hojarasca. Su verga inmaterial se clava en mi carne hasta las raíces. Yo soy la tierra que se abre,  el espasmo del que crece la hierba. El hombre de niebla comienza a extender sus ramas. Pájaros vienen a posarse en ellas, haciendo un alto en su camino al sur. En la intercesión del goce reconozco a este hombre sin rostro y sin sombra que viene a nutrirse de mí. Brotan hojas en su pleamar. Sus innúmeras ramas me atraviesan a la coz del viento. Mujer de placer germinada, ya no tengo ni voz ni nombre. Soy el envés de la oscuridad última. Un balcón al corazón del cosmos. Y es tan solo en la apoteosis donde logro alcanzarme. De los pocos triunfos que conozco en esa laberíntica carrera que corro contra mí misma. Por eso, antes de que se retire, al hombre de niebla doy las gracias.

viernes, 2 de marzo de 2012

DE LO QUE ACONTECE CUANDO DEL CIELO SE CAEN LAS NUBES






Empezaron a caer nubes del cielo, y ya no pudimos vernos. El mundo se volvió blanco. Tu rostro también. Yo lo palpaba a través de aquella blancura. Era como estar acariciando un sueño. Busqué tus ojos cerrados. Las yemas de mis dedos repasaron la tersura del párpado. Pensé en alas de mariposa lloviendo sobre mí. En pétalos de carne. A través de tu piel sentí el respirar de tus ojos. Y fue como tocar los cielos que alguna vez habían mirado. La primera imagen de tu vida fue una luz. Una luz que reptaba como el mar y hendió tu corazón.  Desde entonces de la herida no ha dejado de manar sangre. Y de pronto sentí el rugir de mi propia herida, la sangre descerrajándose a tropel. Me reconocí en tu dolor como si fuera un espejo. Vertí besos sobre tus párpados para curarlos de estrellas. Mientras, mis dedos pintaban el arco de tus cejas. Como un reguero de pólvora a punto de estallar en pensamientos. Un huidizo ejército de hormigas. Perseguí la línea de tus cejas hasta las entrañas de un verde prado. Nos acostamos sobre la hierba y nos contemplamos por dentro. Te pregunté si alguna vez habías mirado en el interior de mi sexo. “Ahora mismo”-me dijiste. “Es como una noche llena de ríos y corrientes de aire. Atravesada por un resplandor de alas de pájaros. Hay un dragón dormido, a la espera de ser despertado. Su incandescencia tiene origen en el núcleo de la tierra, y por lo tanto está investido de la misma fuerza de atracción. Los hombres no cesamos de gravitar alrededor de él. Anhelamos el despertar del dragón, pero nuestro deseo no está exento de miedo. Porque sabemos que siempre hay una muerte aguardando entre sus fauces”

“El dragón también-dije yo-. El dragón sabe que al despertar le aguarda la aniquilación. Las partículas de su ser esparcidas hasta los confines del universo. Y después la lenta labor de reagrupamiento”

“Todo ser reproduce en su curso vital el movimiento de la naturaleza.  La vida es expansión. La muerte ha de ser el retorno al inicial estado larval. Durante el orgasmo, por un momento, nos sentimos regresar a dicho estado”-contestaste.

Transmigré al dorso de mi mano. Mis nudillos explorando tus mejillas. Un rubor encendiéndose en ellas. El rubor y la sonrisa se conectan al corazón. Rubor y sonrisa palpitan. Recorrer esas mejillas es un viaje por tu corazón. Y yo también llevo mi corazón a mi mano. Mano y mejilla se acompasan. Sístole-diástole. Uni-sono.

Bajo hasta tu mandíbula. Aprendo su arquitectura. Es una fortaleza, un bastión. Admiro esa tensión  que a veces coquetea con la arrogancia. Has urdido miles de peligros para aquel que quiera asaltar tus muros.  Y el que por fin penetre, lo hará con el tesón de una canción. De esa canción que nos corre por dentro. “¿Existe el amor?-te pregunto-¿O por el contrario lo único que existe es la intuición del amor?”. “No importa-dices-Lo que existe  “es”, con independencia del sujeto. Sólo nuestra intuición nos ofrece al objeto”.

Arrimo. Invoco a mis vientos para caer a tu boca. En espiral paseo tus labios de luna llena. Dedos crepitan besos. La fina piel que los contiene está agrietada del frío. Me sobrecoge la temporalidad, la fragilidad de tu ser. A estos labios algún día se les desinflará la carne. El tiempo se escurre, no puedo desperdiciar un solo beso. Voy con mi boca hacia tu boca, atravesando las nubes. Hilachas blancas entre mis dientes. El paladar ávido. La lengua hinchada de deseo. Con las alas bien abiertas busco. Tanteo. Emigro. ¿Quién inventó el beso? ¿Qué civilización? ¿Estaba el beso en la naturaleza? Lo sexos se unen por la perpetuación de las especies. Pero las bocas lo hacen para sorberse el alma. Me alimento de tu saliva y ya puedo caminar por el desierto cuarenta días con sus cuarenta noches. Quién ha de temer la ira de dios si cuando te beso en mi cuerpo florecen anticristos. Demos a luz un nuevo pecado. Pensemos que la palabra humano apela a nuestra animalidad por encima de todas las cosas.

Sin vernos, nos arrojamos a la tierra con la voluntad de desatarnos a dios. Arranca a dios de mi cuerpo y de mis partes íntimas. Aunque duela. Abre en mi piel heridas por las que mane la sangre putrefacta de dios. Libérame de toda su ponzoña. Aniquilemos al dios de los cielos para que se extingan aquellos que entre los hombres se dicen dioses, aquí, en la tierra.

Entre las nubes hombres y mujeres hacen el amor. Puedo escuchar sus gemidos extasiados. Son tantos que con sus alas de cuervo podrían oscurecer el cielo. Y en esta ceguera blanca de nubes llego a vislumbrar a hombres y mujeres que, sin verse, por primera vez se miran.