Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 9 de marzo de 2012

ENSAIO DE CANTIGA EN GALEGO+TRADUCCIÓN





O orballo dun bico nos beizos
vaise volvendo quente,
paseniño,
hata que acende o lume
dun sorriso
Teu corpo de pel de lúa
róuballe a luz
ás estrelas,
que só semellan
buracos podrecidos
na mazá envelenada da noite
Enriba de ti
tórnome ingrávido
e cando piso o teu chan
os meus pes lixeiros
non deixan pegada
Polo cal
unha e outra vez
véxome na obriga de pasar
polos mesmos lugares
para poñerlles novos nomes
e bendecilos
ca bautismal choiva
deste corpo





La llovizna de un beso en los labios
se calienta,
lentamente,
hasta que enciende la lumbre
de una sonrisa
Tu cuerpo de piel de luna
roba la luz
a las estrellas
que sólo semejan
agujeros podridos
en la manzana envenenada de la noche
Encima tuya
me torno ingrávido
y cuando piso tu suelo
mis ligeros pies
no dejan huella
Por lo cual
una y otra vez
me veo obligado a pasar
por los mismos lugares
para inventarles nuevos nombres
y consagrarlos
con la bautismal lluvia
de este cuerpo

jueves, 8 de marzo de 2012

PAPIROFLEXIA






Tus dedos
plegando mi cuerpo
en la geometría simple
de un pájaro
que un niño esculpe con un folio
Tu índice
repasando un ángulo aquí,
una doblez allá,
cada una de mis formas perfilando
Observas con ojos ingenieros,
mides el coeficiente aerodinámico
y asientes satisfecho al comprobar  
la aparente solidez de la estructura
Soplas
y soplas,
dándole cuerda
al reloj del viento,
llenas de cielos mis alas,
el vientre de blancas nubes

-agárrate fuerte a mis riendas,
no temas,
yo te respaldaré en la caída-

Propulsados,
ascendemos en vertical
la garganta ciega de la noche
Desnudos sobre el halo de la luna,
consagrados a la lúdica tarea
de recitar hemistiquios de estrellas
Llega entonces la auspiciada lluvia
que gota tras gota
reblandece mis alas
Nuestro vuelo de papel
termina en  tirabuzón sobre el lecho

Nos miramos

-cruzando el rostro
los pies descalzos
de una sonrisa-

sabiendo
que todo vuelo en pájaro de papel
es efímero
pero a la vez
es el único viaje
que nos lleva más allá del horizonte

lunes, 5 de marzo de 2012

HOMBRES DE NIEBLA






El hombre de niebla llega hasta mi cama en la noche solitaria. Y me toma, sin previo aviso, del mismo modo en el que me tomaría el sueño. Se acerca sigiloso y húmedo. Hasta que su cuerpo cae sobre mí, red mágica que contiene infinita sed de mar. Me retuerzo entre sus cuerdas, y boqueo desesperada. Soy la agonía de un pez plateado. El cielo se desploma sobre la tierra barriendo las montañas. En su caída arrastra a la Osa Mayor. La contemplo en toda su desesperación, mientras la engullen con fruición los océanos. Su luz, como un grito gimiente, incendia las profundidades. Tan solo halla un eco fosforescente en la espuma encabritada de las olas.
Las manos del hombre de niebla siembran mi piel de aljibes. Su boca de aire arranca de mi sexo la hojarasca. Su verga inmaterial se clava en mi carne hasta las raíces. Yo soy la tierra que se abre,  el espasmo del que crece la hierba. El hombre de niebla comienza a extender sus ramas. Pájaros vienen a posarse en ellas, haciendo un alto en su camino al sur. En la intercesión del goce reconozco a este hombre sin rostro y sin sombra que viene a nutrirse de mí. Brotan hojas en su pleamar. Sus innúmeras ramas me atraviesan a la coz del viento. Mujer de placer germinada, ya no tengo ni voz ni nombre. Soy el envés de la oscuridad última. Un balcón al corazón del cosmos. Y es tan solo en la apoteosis donde logro alcanzarme. De los pocos triunfos que conozco en esa laberíntica carrera que corro contra mí misma. Por eso, antes de que se retire, al hombre de niebla doy las gracias.

viernes, 2 de marzo de 2012

DE LO QUE ACONTECE CUANDO DEL CIELO SE CAEN LAS NUBES






Empezaron a caer nubes del cielo, y ya no pudimos vernos. El mundo se volvió blanco. Tu rostro también. Yo lo palpaba a través de aquella blancura. Era como estar acariciando un sueño. Busqué tus ojos cerrados. Las yemas de mis dedos repasaron la tersura del párpado. Pensé en alas de mariposa lloviendo sobre mí. En pétalos de carne. A través de tu piel sentí el respirar de tus ojos. Y fue como tocar los cielos que alguna vez habían mirado. La primera imagen de tu vida fue una luz. Una luz que reptaba como el mar y hendió tu corazón.  Desde entonces de la herida no ha dejado de manar sangre. Y de pronto sentí el rugir de mi propia herida, la sangre descerrajándose a tropel. Me reconocí en tu dolor como si fuera un espejo. Vertí besos sobre tus párpados para curarlos de estrellas. Mientras, mis dedos pintaban el arco de tus cejas. Como un reguero de pólvora a punto de estallar en pensamientos. Un huidizo ejército de hormigas. Perseguí la línea de tus cejas hasta las entrañas de un verde prado. Nos acostamos sobre la hierba y nos contemplamos por dentro. Te pregunté si alguna vez habías mirado en el interior de mi sexo. “Ahora mismo”-me dijiste. “Es como una noche llena de ríos y corrientes de aire. Atravesada por un resplandor de alas de pájaros. Hay un dragón dormido, a la espera de ser despertado. Su incandescencia tiene origen en el núcleo de la tierra, y por lo tanto está investido de la misma fuerza de atracción. Los hombres no cesamos de gravitar alrededor de él. Anhelamos el despertar del dragón, pero nuestro deseo no está exento de miedo. Porque sabemos que siempre hay una muerte aguardando entre sus fauces”

“El dragón también-dije yo-. El dragón sabe que al despertar le aguarda la aniquilación. Las partículas de su ser esparcidas hasta los confines del universo. Y después la lenta labor de reagrupamiento”

“Todo ser reproduce en su curso vital el movimiento de la naturaleza.  La vida es expansión. La muerte ha de ser el retorno al inicial estado larval. Durante el orgasmo, por un momento, nos sentimos regresar a dicho estado”-contestaste.

Transmigré al dorso de mi mano. Mis nudillos explorando tus mejillas. Un rubor encendiéndose en ellas. El rubor y la sonrisa se conectan al corazón. Rubor y sonrisa palpitan. Recorrer esas mejillas es un viaje por tu corazón. Y yo también llevo mi corazón a mi mano. Mano y mejilla se acompasan. Sístole-diástole. Uni-sono.

Bajo hasta tu mandíbula. Aprendo su arquitectura. Es una fortaleza, un bastión. Admiro esa tensión  que a veces coquetea con la arrogancia. Has urdido miles de peligros para aquel que quiera asaltar tus muros.  Y el que por fin penetre, lo hará con el tesón de una canción. De esa canción que nos corre por dentro. “¿Existe el amor?-te pregunto-¿O por el contrario lo único que existe es la intuición del amor?”. “No importa-dices-Lo que existe  “es”, con independencia del sujeto. Sólo nuestra intuición nos ofrece al objeto”.

Arrimo. Invoco a mis vientos para caer a tu boca. En espiral paseo tus labios de luna llena. Dedos crepitan besos. La fina piel que los contiene está agrietada del frío. Me sobrecoge la temporalidad, la fragilidad de tu ser. A estos labios algún día se les desinflará la carne. El tiempo se escurre, no puedo desperdiciar un solo beso. Voy con mi boca hacia tu boca, atravesando las nubes. Hilachas blancas entre mis dientes. El paladar ávido. La lengua hinchada de deseo. Con las alas bien abiertas busco. Tanteo. Emigro. ¿Quién inventó el beso? ¿Qué civilización? ¿Estaba el beso en la naturaleza? Lo sexos se unen por la perpetuación de las especies. Pero las bocas lo hacen para sorberse el alma. Me alimento de tu saliva y ya puedo caminar por el desierto cuarenta días con sus cuarenta noches. Quién ha de temer la ira de dios si cuando te beso en mi cuerpo florecen anticristos. Demos a luz un nuevo pecado. Pensemos que la palabra humano apela a nuestra animalidad por encima de todas las cosas.

Sin vernos, nos arrojamos a la tierra con la voluntad de desatarnos a dios. Arranca a dios de mi cuerpo y de mis partes íntimas. Aunque duela. Abre en mi piel heridas por las que mane la sangre putrefacta de dios. Libérame de toda su ponzoña. Aniquilemos al dios de los cielos para que se extingan aquellos que entre los hombres se dicen dioses, aquí, en la tierra.

Entre las nubes hombres y mujeres hacen el amor. Puedo escuchar sus gemidos extasiados. Son tantos que con sus alas de cuervo podrían oscurecer el cielo. Y en esta ceguera blanca de nubes llego a vislumbrar a hombres y mujeres que, sin verse, por primera vez se miran.

jueves, 1 de marzo de 2012

1936-1939









La memoria de España
es herida subterránea
a la que el presente niega
la luz
y el oxígeno
Mana la sangre
asfixiada de muertos,
inundados de tierra
los ojos,
las bocas
Roja,
oxidando arquitecturas
de innúmeros esqueletos
blancos y anónimos

-se les acusa
de tener el corazón
bajo el ala izquierda del pecho-
Cadáveres expoliados
de identidad y nombre
-negada  así
la última dignidad
que se reserva a los muertos-
Hay tanta sangre bajo la corteza
que coagula una distancia infinita
entre hombres
que pisan un mismo suelo
Sangre que,
restituida a sus legítimos dueños ,
comenzara a lavar
la vergüenza de un país
que lleva esa misma sangre en su bandera,
y quizás
le irrigara el valor
para erguirse y exclamar
“¡Sí! Una vez fui Caín
y sin motivo
levanté contra mi hermano
la mano
que debí haber ofrecido”

Aunque es probable
que voces digan
que invento ese país
del que ahora hablo
y que no es la sangre del propio pueblo
la que vertió su historia

miércoles, 29 de febrero de 2012

EL COSMOS DE AXIS, MI COSMOS, NUESTRO COSMOCITO...

Fotografía de Axis




A la maravillosa Andrea 
con todo el cariño que soy capaz de reubicar en palabras






Ella me ofrece el primer brote del cosmos, y yo me entretengo, con los ojos vueltos hacia mí-hacia ella-deletreando esta palabra. La saboreo, despacito, tanteo el intersticio, cimbreo mi lengua por sus afiladas aristas, la aplasto impunemente contra el paladar. Espuma del mar en la boca, efervescente, embravecida, jabonosa. Es la palabra la que germina de inmediato en el jardín de mi corazón.  Y ya sueño con el primer brote de su cosmos naranja. Lo sueño anunciación, presagio irrevocable de un big bang floral.  Cosmos medular y atávico. ¿Qué sonido hace el cosmos cuando brota? Será como un descorche, o el estallar de un beso, o el gemido del goce de un ángel. También me lo imagino como la risa tierna de ella, cuando mientras hablamos me dice que “se descostilla”.  No sé si se da cuenta pero me conmueve al regalarme el pálpito de esa vida que nace de sus manos. Esa flor atesora sus cuidados, su oficio, su modo singular de hacer magia. Ella no lo dice, pero creo que tiene un arco iris viviendo en su balcón. Se paró entre sus plantas un día de lluvia, y ya no quiso marcharse a ese lugar donde nacen los arco iris. O quizás, al mirarla a los ojos se le olvidó el camino. Y entonces pienso en una historia, que quizás algún día llegue a escribir: la de la mujer a la que amó un arco iris.

Y ya ven, yo he sido la agraciada con la primera flor de ese cosmos al que nunca habré de tocar, ni oler. No convertiré sobre él, en rocío la sal de mis lágrimas-¿es el rocío la lágrima de la flor? ¿al abrirse las flores, del mismo modo que los seres humanos, lloran?- , ni veré como se regocija exultante bajo el agua de la lluvia. Pero no por ello es para mí menos cosmos. Como tampoco es menos amor el que siento por aquel otro hombre con el que nunca compartiré mi vida. La única diferencia es que tanto ella como nuestro cosmos, al contrario de lo que ocurre con ese amor, carecen de filo.

Ahora pienso que toda mujer es un jardín. Pero pocas mujeres son capaces de derramar ese jardín sobre el mundo. Ella lo es(de un modo que ni ella misma imagina)….








domingo, 26 de febrero de 2012

EN LAS RAMAS

Desconozco la autoría de la imagen



Jugábamos juntos a regresar  a los árboles. Trepamos a sus ramas y obviamos la ventaja que nos concede el dedo prensil. Oteábamos la primavera y siempre éramos los primeros en sentirla llegar. El aire que trae a la primavera huele distinto, y era nuestro olfato el que nos advertía de su presencia. La recibíamos golpeándonos el pecho y propinándole al cielo alaridos de júbilo. Rechazamos el lenguaje que heredamos de nuestros padres. Nos comunicábamos a través de sonidos guturales, voces inarticuladas. Para decir “te amo”, llevabas mi mano hasta tu corazón, y la obsequiabas con un cálido latido. Para decir “te deseo” toda la humedad subía a tus ojos y yo podía ver tu vulnerabilidad en un fondo de sal. Igual que pájaros acompasábamos los movimientos de nuestros cuerpos al mecerse de las ramas en el regazo del viento. Hacíamos el amor en consonancia con la naturaleza. Desaprendimos el transcurrir del tiempo. Y cuando por fin lo logramos nos dimos cuenta de que no existe diferencia entre un instante y la eternidad. La noche siempre sucede al día, y el día siempre sucede a la noche. Qué sentido hierático puede tener medir esta alternancia. La vida es un constante deambular entre el surgimiento y la aniquilación. Todos somos como flores que se abren al sol y se mueren con la helada. Quizás por ello polinizábamos de caricias los rincones del otro, hasta los más recónditos y los prohibidos. Con el tiempo perdimos el miedo a caernos que nos atormentaba en un principio-no dolería la caída de aquellos cuerpos sembrados de pétalos-. Cuando eso ocurrió nos volvimos ingrávidos, y comenzamos a cantarle al alba como si fuéramos pájaros. Aparte del lenguaje que nos habían enseñado, también olvidamos el origen de las cosas, e inventamos un nuevo génesis. Cada estrella del cielo era concebida por nosotros durante el orgasmo. Nuestros gritos alzándose en la noche las colocaban con dedos cuidadosos en el lugar correspondiente. Nadie podría decir que las formas de las constelaciones no fueran aquellas que nosotros antes hubiéramos soñado. De nuestras sonrisas se escapaban mariposas. El tronco del árbol en el que vivíamos a veces aparecía cubierto de ellas. Nada poseíamos aparte de la piel, y aquello era suficiente. En la piel suceden todos los milagros. Incluso la piel se hace música cuando cae sobre ella la lluvia. Y a veces, el uno en el otro éramos sólo eso, música lloviendo en el silencio.
Pero un día, no sé ni cómo, ni por qué razón, nos encontramos con que habíamos bajado del árbol. No resultó desagradable el tacto de la hierba bajo nuestros pies, pero después sucedió que el camino que anduvimos estaba lleno de piedras. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, caían hasta el suelo, e iban a sumarse al número de piedras. Me tomaste de la muñeca, y  yo sentí un escalofrío al comprobar que me estabas asiendo con tu dedo prensil. Entonces supe que no habría un retorno juntos al árbol. Porque cuando quise hablar me percaté de que me faltaban palabras para decirte aquello que siempre te había dicho de un modo tan sencillo. Porque nuestro lenguaje siempre había sido un hilo partiendo de mí para ti, y de ti para mí. Y al bajar del árbol el hilo se había roto, y de nuevo las palabras se hicieron necesarias. Así que cayeron a nuestros pies, como plomo, las hermosas alas que habían brotado a nuestros costados. Y volvimos a ser parte de aquel desatino llamado humanidad. El mar sin olas donde se diluyen las personas. Y quise gritar, pero los gritos nacían en la garganta y no en la entraña. Y entonces tiré con fuerza y desanudé mi muñeca de tu dedo prensil. Corrí y corrí e ignorando tus gritos trepé de nuevo al árbol. Estuviste al pie, noche tras noche. Argumentando con millones de insuficientes palabras los motivos que había para que yo bajara. Pero me di cuenta de que el motivo fundamental lo habías olvidado, pues en ningún momento hiciste el ademán de subirte. Por lo que a la primera jornada de lluvia te fuiste para no volver. Desde aquel momento continúo sola en el árbol, tratando de desaprender las marcas que dejaron en mis talones las piedras del camino. Preguntándome por qué alguna vez los hombres bajaron de las ramas de las árboles para comenzar a caminar sobre dos patas. Bien podrían haberse quedado sobre ellas, mirando la noche, y esperar el momento en el que brotasen de nuevo las alas que se esconden en sus costados, para echarse a volar. Y mientras esperan acompasar sus cuerpos al balanceo de las ramas en el regazo del viento, y soñarse pájaros.