Barbara Bezina: Eclipse
"...Y he visto que mi sombra también derramaba lágrimas. Incluso se veía, nítida, la sombra de las lágrimas. Señor pájaro-que-da-cuerda, ¿has visto alguna vez la sombra de una lágrima? La sombra de las lágrimas no es una sombra cualquiera. Es muy distinta. Viene de un mundo lejano especialmente para nuestros corazones. O tal vez no. Quizá las lágrimas que derrame la sombra son las auténticas y las que derramo yo son sólo la sombra."
Haruki Murakami "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo"
Ella estaba en continuo movimiento. Incluso cuando se recostaba en su cama, con la cabeza apoyada sobre el brazo derecho, flexionado, y el rostro mirando al techo, observando como la luz atravesando la lámpara la dotaba con la apariencia de una medusa de cristal, ella se sentía un mar de encabritadas olas. A veces una risa como un pez se deslizaba por todo su cuerpo. En otras, una canción como una hoja a la deriva…. Cuando el pez o la hoja encallaban en su corazón ella tenía una necesidad imperiosa de extraviarse en el mundo. De refugiarse desnuda entre sus brazos, olvidando la sonoridad de su propio nombre. Ella soñaba con ser pájaro. Abrir sus enormes alas y fundirse con el cielo. O como un insecto aplastarse vertiginosamente contra el parabrisas de un coche. Y no es que deseara la muerte, precipitarse sobre el dorso dentado de la nada. Era más bien un anhelo de desvestirse la propia piel, y abandonarla como un harapo sobre el suelo. Ser fluido, ser aire, amalgamarse al espectro solar. Caer como lluvia sobre la tierra yerma. Tomar una piedra en su mano. Tantear sus bordes, sus aristas, sus tiernas rugosidades. Ser una mano que acaricia la piedra. Ser el tacto de la piedra en una mano. Una mano que pertenece a un viento…. Hablarle a los árboles en su mismo lenguaje. “Sí-se dice-alguna vez conocí el lenguaje de los árboles, pero es un conocimiento que ha adquirido la consistencia de una pequeña llama temblorosa. Cercada por la devoradora oscuridad…” Hacer de su ser una montaña, palpitando en un grano de arena. “¿Qué es lo que encierra este arcón de carne?” “¿Será mi ser una criatura abisal que habita en las aguas más profundas de un océano?” A veces siente todo el peso del mar sobre sí. “O quizás no soy más que una concavidad, un enorme vacío imposible de llenar”. Sobre la piel del mundo se balancean solitarias ínsulas sin una pauta común más que la propia insularidad. “El ser humano es el único animal enfermo de insularidad. Desgajado, errante…Por eso ha concebido esta sociedad de sofisticadas y herméticas arquitecturas. Un camino bien delimitado, por el que ha de caminar derecho, tieso, evitando el balanceo y el ensueño para no desplazarse hacia los márgenes. Pero es inconsciente de que los pilares de su obra se apoyan en un lecho de fango. Lo que provoca que esta arquitectura moderna, compleja, aparentemente sofisticada, sea en realidad una madeja con la que es imposible tejer un abrigo para el invierno. Un laberinto entre cuyas paredes se encuentra un hombre pequeño, solitario, desnudo, incapaz de comunicarse con otros hombres. Un hombre que sólo en ciertas ocasiones, en algún momento de milagrosa lucidez es capaz de vislumbrar que no existe extravío en el cielo ni en la tierra. Uno jamás está perdido al aire libre. Porque el verdadero extravío es el de aquel hombre que, mire donde mire, sólo encuentra frente a sí una pared, cuando lo que está buscando es el rostro de un semejante, o el propio rostro en el espejo, o quizás, simplemente, ver recortarse sobre el suelo la sombra de un pájaro”