Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 19 de octubre de 2011

INFANTIA INTERRUPTUS*

Imagen Larissa Kulik





Tras una lluvia de sangre,
ante los ojos de una niña,
el cielo se coagula en un arco iris
Al final del mismo encontrará
el canto quebrado de un gorrión
y una olla llena de lágrimas






*Perdón por el incorrecto latinajo....

ENREDOS

Imagen extraída de la red. Desconozco el autor




No descansaré
hasta enredarme en la maraña de tu cuerpo
Y allí permaneceré
como un insecto a la espera de ser devorado



martes, 18 de octubre de 2011

APLAZAMIENTOS

Imagen: Anka Zhuralev






El amanecer escuece
mientras se alfombran de luz las calles
Visten mis ojos
furia de ángeles
Forjo con la piel un látigo,
mis pasos se deshojan en un herrumbrar de pólvora
A cada despertar sólo anhelo saltar por los aires
y jugar a la comba con el viento,
agitar los dedos en meandros de colores,
sangrar mis bolsillos de océano y palabras

Entonces,
¿por qué insisto en abuhardillar  mi espíritu?

Contemplo con desdén la propia cobardía
arrullo en la brisa el maldecido cuerpo de sonámbula
Quiero morar allí donde la hierba crece
y la luna se recuesta entre un canto de pájaros
El vórtice de mis venas
en azul utopía
La cresta de mi mirada
enjugándose en el reventar de una ola



POEMA CON UN POSO DE SANGRE

Imagen: Barbara Bezina






Nos amamos en picado
como dos aves que con las alas extendidas
se estrellan contra un ventanal de lujuria
De nosotros quedó
un estallido de plumas al viento
y una araña de sangre
que lentamente se seca al sol

lunes, 17 de octubre de 2011

ENTREGAS

Fotografía Sally Mann








Es en tu lengua donde mi mar se orilla
Es la tempestad de tu beso
la que desbanda mis olas







Dame tu abrazo
vestida con él volará este pájaro de alas rotas
Dame tu noche
mi cuerpo la acribillará en infinitas estrellas






Tu piel tembló
en el filo de mi caricia
¿Por qué soy yo la que yace partida?
¿Por qué tanto peso en mi corazón desmantelado?
Tu temblor fue el sismo
que a la mujer agrieta
Ahora aguardo
a que regreses
una y otra  vez
hasta volverme escombro

domingo, 16 de octubre de 2011

DESPERTARES I, II Y III

Imagen Lyllia Cornelli






Darse de bruces con el día
a la manera de la flor,
palpitantes de tembloroso rocío…




En la gota de rocío
se destila la noche,
cuajada de líquidos sueños
Al posarse sobre ella
en nuestros ojos reverbera
un destello de desterrada infancia




Al amanecer
se evaporó sobre mi piel
cual gota de rocío

EL HOMBRE EN LA VENTANA

El hombre observa desde la ventana, su mirada cae como un ave rapaz sobre los transeúntes, sus desprevenidas presas. Las piernas ligeramente abiertas, en actitud afirmativa. Todo su cuerpo es un “SÍ”, mayúsculo y sin interrogantes. No se esconde tras las cortinas, sino que las ha recogido, como si fueran el telón de un escenario, y recién hubiera comenzado la función. Ahora se pregunta de qué lado se encuentra el espectador y dónde el actor. ¿Acaso entre aquellos que caminan no existen muchos que lo hacen cómo si fueran meros espectadores de su propia vida? O quizás no sean más que actores siguiendo los dictados de un guión ya definido. Sin demasiado margen para la improvisación. Desde su posición casi se siente como el director de aquella obra, o mejor, un dios que sostiene entre las manos los hilos del absurdo guiñol que es su creación. Por un momento lo comprende, los humanos han de ser tan pequeños a sus ojos que no es de extrañar que apenas repare en ellos. Allí mismo, para él es evidente la insignificancia de ese hombre que ahora camina embutido en su Armani, con un móvil pegado a la oreja al que no para de chillarle órdenes. Condenado a repetir esa misma escena cada día, pero creyendo ciegamente en un simulacro de libre albedrío. ¿Sustancialmente qué le diferencia de aquel otro que con su mono de trabajo, se dirige presto al cambio de turno en la fábrica? A los ojos del mundo la calidad de su traje y la tecnología de su teléfono elevan al primero sobre el segundo. A los ojos del hombre de la ventana, imbuido de la majestad de un dios, ambos hombres son igualmente peones en un juego en el que cada movimiento es repetición del anterior. Creándose una falsa sensación de desplazamiento en el que nadie avanza. En realidad poco habría importado que el hombre se hubiera quedado anclado en las cavernas. Esencialmente es el mismo. La supuesta sofisticación de su civilización es un señuelo, la puesta en escena de un plan de marketing bien trazado. Basta con poner un foco iluminando las zonas oscuras, para dejar expuesto el decorado de cartón piedra. La vida, siempre escondida tras bastidores. Sólo cuando el hombre de la ventana presiona el interruptor del pequeño mando que tiene entre sus manos, y los vehículos en los que estratégicamente ha colocado los explosivos saltan por los aires, la vida parece pasar a un primer plano. Porque es ante la presencia de la muerte cuando la vida fluye con mayor intensidad por nuestras venas, y el cuerpo nos tiembla de amor y deseo de agarrarnos al mundo. Nuestro instinto de supervivencia clama por sexo y goce. Aquel hombre que corre por el asfalto, hasta que topa con una joven a la que ayuda a levantarse del suelo, sólo piensa en agarrarla y llevársela a la cama. En estos momentos siente un irrefrenable deseo de sodomizarla. Y no es que él sea uno de esos hombres que se entrega de un modo salvaje al placer carnal, sus encuentros sexuales suelen ser programados y bastante asépticos. Pero el tigre dormido en su pecho ruge libre, y mientras ambos huyen, el cuerpo de ella apretado confiadamente al de él-su salvador, su caballero andante- a través del campo de batalla, él sólo piensa en tomarla en la intimidad de cualquier callejón, aunque haya de ser por la fuerza. Sintiendo a cada paso el imperioso latir de una erección, su pene desplegándose rotundo, la carga de semen dispuesta para dispararse en ese agujero de bala que es el origen mismo de la vida, la implacable cavidad oscura de la mujer. Apenas tiene tiempo para mirar a la ventana vacía del quinto piso, y recordar la imprescindible necesidad de deshacerse lo antes posible del mando a distancia que todavía guarda en el bolsillo. Sobre el suelo sus ojos se topan con el cadáver del ejecutivo, que casualmente ha ido a parar junto al del hombre del mono. Como ratificando esa idea previa de que sustancialmente son el mismo el hombre. Ante esta visión la joven se aprieta con más fuerza a su cuerpo. Su piel escuece sobre la suya, su olor envenena el aire que inhalan sus pulmones. Por última vez contempla aquel horror henchido de satisfacción ante la perfecta puesta en escena. Siente deseos de mostrárselo y con actitud seductora decirle “nena, todo esto ha sido por ti. Este es el sacrificio que se merece tu cuerpo”. Pero claro está, no lo hace. Tal vez más tarde, sobre la cama, su voz a través del humo de un cigarro ondeando como la bandera de su victoria. Momentos antes de quebrar aquel precioso cuello blanco en el que de modo perfecto se transparenta el latido de una vena. “He ahí la vida en primer plano”, piensa…