Blog sobre libros donde voy dejando mis lecturas de poesía, novela y cualquier texto literario que me haya interesado, para extender la conversación que mantenemos con los libros durante la lectura.
Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
No me gustan los poemas que definen, ni que explican, ni que van cargados de razonamientos. Me gustan los poemas que tienen el olor de las flores, o pican como las ortigas. Los que son como una cajita de música, con una bailarina condenada a girar. Los que puedo aplastar contra el paladar como si fueran un quesito. Los que me queman en la piel, los que se columpian, sin piedad, de mi corazón. Los que esconden una sorpresa, o una bomba. Los que devienen en un orgasmo travieso y clitorial. Los que me manchan las ropas, o me mojan las bragas. Me gusta tomar el mundo de las manos del poeta. Así como se toma una caricia. El otro se desviste de esa caricia que es suya, y que sobre mi piel se hace mía. Me gusta beber el poema de su boca. Que me cure esa sed que no tenía, y los pezones se me pongan en flecha al leerlo. Sentir una erección no siendo hombre. Vivir una vida que nunca tuve. Amar a una mujer a la que nunca amé. Y sin preverlo ser yo y ser otro. Me gusta pasar por el poema como una gata curiosa. Husmear entre los versos. Recostarme en su regazo, y dejar que me viajen en una lenta caricia. En definitiva hacer el amor con el poema(pero no con todos. Sólo con los que me provocan estas cosas…)
En fin, es extraño, pero estos días me apetece escribir cualquier cosa que se me pasa por la cabeza. Me pasaría el rato escribiendo entradas, como pequeños trozos de mí. Como si fuera desvistiéndome despacio. Será porque de nuevo me invade esa felicidad que es tan mía, un poco tonta y tierna a la vez. Y vuelvo a ser, y vuelvo a existir, y vuelvo a amar….Bueno, estas entradas que son como minucias, son sobre todo para aquellos que pasan por aquí a quienes quiero (en algunos casos mucho, mucho….)
Hoy creo que me voy a poner sentimental. Ayer mismo decía que no suelo evocar el pasado, pero a veces me sobreviene. Esta mañana he leído una entrada en Yuyo del suburbio y el pasado se me ha tirado encima (perdona Malena que te haya copiado el tema…Gracias)…
Cuando vivíamos en Compostela Blanca, María y yo compartíamos cuarto. Yo era la única gallega, así que cada viernes regresaba a mi casa, para volver el domingo con los pormenores del fin de semana. Ahora que lo pienso, aquellas historias no debían de tener demasiada sustancia, pero como yo las narraba intercaladas de suspiros, y miradas emotivas al aire, ellas siempre las esperaban con expectación. En aquellos tiempos yo era una persona de una timidez enfermiza, por lo que a pesar de convivir con un montón de jóvenes a nuestro alrededor, mi mundo se reducía a las paredes de aquella habitación y a mi amor por mi maña (María) y mi mallorquina (Blanca). Soy un tanto fatalista en cuanto a la amistad. No suelo esforzarme con la gente, pienso que la conexión ha de surgir. Con ellas fue desde el primer momento. Y es curioso, porque en un principio no íbamos a compartir habitación, pero los hechos se encadenaron de esa manera. Me gusta pensar que existió una mano que tergiversó los hilos, porque en realidad no podía haber sido de otra manera. Sin ellas mi vida no sería la misma. Yo no sería la misma.
A mí, que nunca me faltan las palabras, me resultaría difícil explicarlas. La nostalgia que me invade en este momento. Cómo desde el recuerdo escucho una voz llamándome “portento”(que era el mote cariñoso que me daban, y que siempre me hacía sentir como alguien único en sus vidas). O “ya está Verónica con su posición musa”, que era como decir que el mundo de pronto estaba en equilibrio, y girando para el lado correcto, porque yo estaba recostada en mi cama, de lado, con el codo apoyado, y mi cabeza sobre él, dándole alimento a las musarañas que viven en mi cabeza. El entusiasmo y la dulzura de Blanca. Su boca siempre llena de palabras cariñosas. El ritual de cada noche, poniéndose un guante de tela en la mano, sujetándolo con esparadrapo, porque desde pequeña se chupaba el dedo en sueños, e incluso en ocasiones amanecía con el guante arrancado. María siempre haciéndose la dura, al principio bastante reacia a mostrarse. Recuerdo el día en el que tras burlarnos de ella(en broma, sin mala intención) nos sorprendió haciendo las maletas, y tomando el primer autobús a Zaragoza. Blanca y yo, desconsoladas, nos fuimos con Marisa a tomarnos una crema de whiskey al Pepa Loba, recurso a mano en nuestras noches tristes. Hace unos años volví al Pepa Loba, y en vez de Ópera o Jazz, por sus altavoces sonaba Shakira. Sé que ya no volveré... María sí volvió, más nuestra de lo que nunca había sido. También siempre sentimos nuestros a su familia, a su pueblo de Castilla, llamado Sienes. Nos fuimos una Semana Santa, con el espíritu de aquellos que por fin van a conquistar El Dorado. El padre, Jaime, nos preparó torrijas de vino y leche, y unos riquísimos buñuelos. Paseábamos al perro, Lau, al que le gustaba morder piedras. Le pusimos rostro a tantos y tantos nombres, y caracteres... Vivimos la noche de Sigüenza. Pero sobre todo recuerdo el cumpleaños de María, en Zaragoza, hará unos tres años. Y cómo canté tangos en aquel restaurante, a pesar de que estaba afónica, para más tarde marcarnos unas jotas en un garito típico, Jaime y yo. Él siempre estaba cantando. Su casa estaba siempre llena de su voz grave, y vibrante, tan maña. Me cuesta imaginar ahora, aquellas paredes tan vacías....
Ya pocas cosas son iguales en Compostela. Las superhamburguesas del Galeón, se han vuelto escuetas, casi villanas.... La última vez que fui con Blanca nos encontramos cerrado O Galo Negro, así que no pudimos tomarnos aquel dulzón licor de mora ni poner una canción en la Juke Box. Y aunque podamos tomarnos en el Airas Nunes la tarta de chocolate, o las tortitas, seguramente no nos encontraremos al hombre que recoge los tickets en los cines Valle Inclán, con su pila de libros de filosofía en la mesa, fumándose con deleite su puro, asombrándonos ante unos carrillos veleidosamente hinchados. Ya no se puede fumar en los bares...El hombre de los cines merece una historia. Él convertía el simple acto de cortarte una entrada en un acto cirujano. La tomaba cortésmente de entre tus dedos, y la colocaba con cuidado y a la vez con seguridad, sobre la palma de su mano. Justo en el lugar exacto, encima de las otras entradas de la tarde. Entonces, muy despacio, la recortaba, por la línea del ecuador, el lugar en donde el alma se repartía en dos mitades. Y tú entrabas en la sala con un trocito de entrada exactamente igual al que ahora él tenía en sus manos. Y por un momento, otra vez, el mundo giraba hacia el lugar exacto. Hace poco me sorprendió averiguar que el hecho de “encontrarse al hombre que recoge los tickets del Valle Inclán fumando un puro en el Aires Nunes” está catalogado como una de las 100 cosas que uno no ha de perderse cuando estudia en Compostela. Ilusas de nosotras, que pensábamos que éramos las únicas que habíamos concebido a aquel hombre y su importancia.
Encontrarse a Tosar bajando la Cuesta de Las Camelias, y confesar con los carrillos sonrojados que lo amo desde que lo vi en “Flores de otro mundo”. Mirar la Quintana desde la ventana del café Literarios. Sentarse al sol en las escaleras de la Quintana, o en el parque del Bonaval. Ir al Iacobus y que nos sirva café la mujer mayor que tanto nos gustaba con aquella voz que parecía hecha de orujo. Pasear por la Rua Nova y encontrarse con los acordes del Moon River, a los que le sigue la silueta oscura del Jazzman of Santiago, con el rostro cubierto con una media negra, y unos labios de cartón rojo, en lugar de boca. Le echamos una moneda y siempre nos agasaja con “A Garota de Ipanema”. Cartas que llegaban al buzón. Yo expectante por recibir las de aquel chico del que estaba enamorada, y que me escribía cada semana. Creía que a través de aquellas líneas más bien oblicuas podría leer su corazón. Blanca recibiendo un montón de ellas, en sus primeros momentos de amor con Pedro. Siempre ilusionándonos las unas con las otras. Ir a La Rana a bailar música española. Salir por Galerías. Acabar desayunando en el Galicia, o en la pensión cuando había sándwich vegetal, que nos guardaba Marisol.
Podría enumerar, y enumerar hasta el infinito. Pero nada podía hacer desaparecer la nostalgia que hoy me invade desde el momento que leí a Malena, y recordé que el primer año, en la época de exámenes, descansábamos para comer yogurt con cereales y escuchar Penélope de Serrat en una versión de Diego Torres. No sé por qué aquella canción nos gustaba tanto, ni por qué parecía poner las cosas en su sitio. Recuerdo que cuando la escuchaba yo siempre decía “en mi pueblo hay una Penélope. En cada pueblo siempre tiene que haber una Penélope….”
Hoy me pregunto si dejaré que el año termine sin volver a verlas. Pero sé que después del tiempo transcurrido desde la última vez , nada habrá cambiado entre nosotras. Porque cuando estamos juntas somos sustancialmente las mismas, o no, y en realidad somos distintas, pero nos amamos del mismo modo. Pero de seguro que cuando las vea les diré que me deben un “día sabático” en Compostela. Y ellas sonreirán…..
Creo que es una versión del cuadro "O fado" de Jose Malhoa pero desconozco el autor
Siempre somos felices en Lisboa. Será porque nos pasamos el día subiendo y bajando cuestas, y sentimos que, de algún modo metafórico y misterioso, allí la vida se dibuja en la trayectoria que voluntariamente le hemos querido dar: la de una montaña rusa. Será porque degustamos el sabor enmohecido de las casas decrépitas, y que, como nosotros mismos , se caen a cachos, cuando estamos el uno junto al otro. Será porque un día de tanto besarnos se nos olvidó la hora de la sesión del planetario, con las entradas sacadas, y no nos importó. Decidimos forjarnos un nuevo universo todo poblado de besos como centellas … Será porque yo, entre sonrisas, mastico “prego no pao”, y te digo que su sabor sólo es comparable al que preparan en ese bar del “casco vello ourensán”, y que tanto nos gusta. “Y además aquí, hay mar” matizo, y entonces una de mis sonrisas se me atraganta y tengo que beberme un trago de ese vino que convulsiona fugazmente mi rostro, habitualmente sereno, y entonces caigo brevemente en la morriña. Porque un gallego puede ser feliz en cualquier lugar del mundo pero caerá inevitablemente en la morriña. Una y otra vez, y otra vez, y otra vez….Será porque en Lisboa asistimos al duelo de dos divas del fado venidas a menos. Tú te inventas su historia para mí. Dibujas el carácter de una de ellas por el oscuro maquillaje de sus ojos, y el brillante rouge de los labios. Su modo de cantar es incontestable, autoritario. Mira a su compañera de soslayo, y sostiene las notas con manifiesta superioridad. No sabrías decir si canta mejor. Pero lo hace con más brío, consciente de que alguna vez la adornó el fulgor de una estrella. La otra sin embargo se mueve con una timidez y grisura un tanto enervante para una mujer de su edad. En alguno de los tiempos de su vida debió ser una Eva Harrington, pero finalmente, quizás se consumió esperando su momento, quizás el momento sí llegó, y tuvo miedo. Entonces las contemplamos con la sensación de estar escuchando cantar a una mujer, y a su sombra. También en Lisboa escuchamos el fado en la voz temblorosa y el arrastrar delicado de erres de un francés tan anciano que sus ojos parecían brillar desde ultramar a través de las arrugas. Nos gustó imaginar que el Fado es el nombre de la única mujer que amó en su vida. Que abandonó Francia por Portugal, la isla de la Cite por las colinas de Lisboa. Pero para nosotros esa música jamás volverá a sonar tan pegada al corazón como en aquel momento. Tuvimos que aprisionarnos el pecho para que no doliera. Tan abatidos de amor que ya sólo pudimos abrazarnos en aquella noche. En Lisboa también fuimos tan osados como para desafiar a uno de los tranvías que subían al Barrio Alto, en un recorrido tan empinado que tuve que descansar con mi rostro de derrota cara a la pared. Tú te burlabas de mí, sin piedad, cosquilleándome la nuca con tus risas. Decidimos que nos iríamos a vivir, precisamente allí, al Barrio Alto. En unos pocos meses volveríamos a desafiar al tranvía, y entonces “sabría lo que era bueno”, amenazamos mientras realizaba el trayecto de vuelta. Aunque pensamos que mejor no malquistarnos con él, porque seguramente en multitud de ocasiones le haríamos compañía en su viaje, por puro placer. Nos faltaron noches para cenar en tantos restaurantes encantadores. Para tomar vinho verde en tantas típicas tabernas portuguesas. Para quejarnos entre nosotros del escandaloso comportamiento de los españoles, de esa actitud de reafirmamos en nuestro europeísmo cuando vamos a Portugal. Nos faltó el invierno en Lisboa. Nos empapó la lluvia. Nos enamoró el otoño. Y esa familiaridad de los portugueses, siempre dispuestos a dejarte atravesar el umbral de su casa….Nos faltan tantas cosas que son invitaciones a volver a Lisboa, donde siempre somos felices. Pero sé que sobre todo volveremos, por todas esas cosas que no faltaron, y por algunas que no menciono….