Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 10 de agosto de 2011

PENELOPE

A Blanca y a María



Tiene
los ojos perdidos en el ayer
los cabellos peinados de pasado
viste con las ropas de otro tiempo

No tiene
un hombre en su cama
un hábito masturbatorio
Le ha crecido una virginidad nueva

Tiene
una canción de Serrat
un hijo
que conserva en alcanfor
intacto
Fantasma en la medianoche del amor
agita las cadenas de la ausencia

Le gusta coleccionar
flores secas
entre las páginas de un libro viejo
Huelen a  los gritos
de una juventud perdida

No tiene
oídos para los rumores
chismes para el comadreo
la veo vestir chándal y tacones

Me la imagino desandando
(silenciosa en la noche)
los pasos que anda cada día
Para nunca alejarse
de aquel último beso

Dándole la espalda
Hurtándole los ojos
él le dijo
“mañana volveré”

Me pregunto
si alguna vez ha llorado
pensando en que hay días
que se distancian del mañana
en una vida completa
En que una mujer
que se sustrae del tiempo
no es más que una marioneta
con los hilos segados
Un trozo de tela mal cortada

Supongo
que ese es un secreto
que oculta con mimo
entre las plumas de su almohada
sobre la que siempre duerme sola





Hoy creo que me voy a poner sentimental.  Ayer mismo decía que no suelo evocar el pasado, pero a veces me sobreviene. Esta mañana he leído una entrada en Yuyo del suburbio y el pasado se me ha tirado encima (perdona Malena que te haya copiado el tema…Gracias)…

Cuando vivíamos en Compostela Blanca, María y yo compartíamos cuarto. Yo era la única gallega, así que cada viernes regresaba a mi casa, para volver el domingo con los pormenores del fin de semana. Ahora que lo pienso, aquellas historias no debían de tener demasiada sustancia, pero como yo las narraba intercaladas de suspiros, y miradas emotivas al aire, ellas siempre las esperaban con expectación. En aquellos tiempos yo era una persona de una timidez enfermiza, por lo que a pesar de convivir con un montón de jóvenes a nuestro alrededor, mi mundo se reducía a las paredes de aquella habitación y a mi amor por mi maña (María) y mi mallorquina (Blanca). Soy un tanto fatalista en cuanto a la amistad. No suelo esforzarme con la gente, pienso que la conexión ha de surgir. Con ellas fue desde el primer momento. Y es curioso, porque en un principio no íbamos a compartir habitación, pero los hechos se encadenaron de esa manera. Me gusta pensar que existió una mano que tergiversó los hilos, porque en realidad no podía haber sido de otra manera. Sin ellas mi vida no sería la misma. Yo no sería la misma.
A mí, que nunca me faltan las palabras,  me resultaría difícil explicarlas. La nostalgia que me invade en este momento. Cómo desde el recuerdo escucho una voz llamándome “portento”(que era el mote cariñoso que me daban, y que siempre me hacía sentir como alguien único en sus vidas). O “ya está Verónica con su posición musa”, que era como decir que el mundo de pronto estaba en equilibrio, y girando para el lado correcto, porque yo estaba recostada en mi cama, de lado, con el codo apoyado, y mi cabeza sobre él, dándole alimento a las musarañas que viven en mi cabeza. El entusiasmo y la dulzura de Blanca. Su boca siempre llena de palabras cariñosas. El ritual de cada noche, poniéndose un guante de tela en la mano, sujetándolo con esparadrapo, porque desde pequeña se chupaba el dedo en sueños, e  incluso en ocasiones amanecía con el guante arrancado.  María siempre haciéndose la dura, al principio bastante reacia a mostrarse. Recuerdo el día en el que tras burlarnos de ella(en broma, sin mala intención) nos sorprendió haciendo las maletas, y tomando el primer autobús a Zaragoza. Blanca y yo, desconsoladas, nos fuimos con Marisa a tomarnos una crema de whiskey al Pepa Loba, recurso a mano en nuestras noches tristes. Hace unos años volví al Pepa Loba, y en vez de Ópera o Jazz, por sus altavoces sonaba Shakira. Sé que ya no volveré... María sí volvió, más nuestra de lo que nunca había sido. También siempre sentimos nuestros a su familia, a su pueblo de Castilla, llamado Sienes. Nos fuimos una Semana Santa, con el espíritu de aquellos que por fin van a conquistar El Dorado. El padre, Jaime, nos preparó torrijas de vino y leche, y unos riquísimos buñuelos. Paseábamos al perro, Lau, al que le gustaba morder piedras. Le pusimos rostro a tantos y tantos nombres, y caracteres... Vivimos la noche de Sigüenza. Pero sobre todo recuerdo el cumpleaños de María, en Zaragoza, hará unos tres años. Y cómo canté tangos en aquel restaurante, a pesar de que estaba afónica, para más tarde marcarnos unas jotas en un garito típico, Jaime y yo. Él siempre estaba cantando. Su casa estaba siempre llena de su voz grave, y vibrante, tan maña. Me cuesta imaginar ahora, aquellas paredes tan vacías....
Ya pocas cosas son iguales en Compostela. Las superhamburguesas del Galeón, se han vuelto escuetas, casi villanas....  La última vez que fui con Blanca nos encontramos cerrado O Galo Negro, así que no pudimos tomarnos aquel dulzón licor de mora ni poner una canción en la Juke Box. Y aunque podamos tomarnos en el Airas Nunes la tarta de chocolate, o las tortitas, seguramente no nos encontraremos al hombre que recoge los tickets en los cines Valle Inclán, con su pila de libros de filosofía en la mesa, fumándose con deleite su puro, asombrándonos ante unos carrillos veleidosamente hinchados. Ya no se puede fumar en los bares...El hombre de los cines merece una historia. Él convertía el simple acto de cortarte una entrada en un acto cirujano. La tomaba cortésmente de entre tus dedos, y la colocaba con cuidado y a la vez con seguridad, sobre la palma de su mano. Justo en el lugar exacto, encima de las otras entradas de la tarde. Entonces, muy despacio, la recortaba, por la línea del ecuador, el lugar en donde el alma se  repartía en dos mitades. Y tú entrabas en la sala con un trocito de entrada exactamente igual al que ahora él tenía en sus manos. Y por un momento, otra vez, el mundo giraba hacia el lugar exacto. Hace poco me sorprendió averiguar que el hecho de “encontrarse al hombre que recoge los tickets del Valle Inclán fumando un puro en el Aires Nunes” está catalogado como una de las 100 cosas que uno no ha de perderse cuando estudia en Compostela. Ilusas de nosotras, que pensábamos que éramos las únicas que habíamos concebido a aquel hombre y su importancia.
Encontrarse a Tosar bajando la Cuesta de Las Camelias, y confesar con los carrillos sonrojados que lo amo desde que lo vi en “Flores de otro mundo”. Mirar la Quintana desde la ventana del café Literarios. Sentarse al sol en las escaleras de la Quintana, o en el parque del Bonaval. Ir al Iacobus y que nos sirva café la mujer mayor que tanto nos gustaba con aquella voz  que parecía hecha de orujo. Pasear por la Rua Nova y encontrarse con los acordes del Moon River, a los que le sigue la silueta oscura del Jazzman of Santiago, con el rostro cubierto con una media negra, y unos labios de cartón rojo, en lugar de boca. Le echamos una moneda y siempre nos agasaja con “A Garota de Ipanema”. Cartas que llegaban al buzón. Yo expectante por recibir las de aquel chico del que estaba enamorada, y que me escribía cada semana. Creía que a través de aquellas líneas más bien oblicuas podría leer su corazón. Blanca recibiendo un montón de ellas, en sus primeros momentos de amor con Pedro. Siempre ilusionándonos las unas con las otras. Ir a La Rana a bailar música española. Salir por Galerías. Acabar desayunando en el Galicia, o en la pensión cuando había sándwich vegetal, que nos guardaba Marisol.
Podría enumerar, y enumerar hasta el infinito. Pero nada podía hacer desaparecer la nostalgia que hoy me invade desde el momento que leí a Malena, y recordé que el primer año, en la época de exámenes, descansábamos para comer yogurt con cereales y escuchar Penélope de Serrat en una versión de Diego Torres. No sé por qué aquella canción nos gustaba tanto, ni por qué parecía poner las cosas en su sitio. Recuerdo que cuando la escuchaba yo siempre decía “en mi pueblo hay una Penélope. En cada pueblo siempre tiene que haber una Penélope….”
Hoy me pregunto si dejaré que el año termine sin volver a verlas. Pero sé que después del tiempo transcurrido desde la última vez , nada habrá cambiado entre nosotras. Porque cuando estamos juntas somos sustancialmente las mismas, o no, y en realidad somos distintas, pero nos amamos del mismo modo. Pero de seguro que cuando las vea les diré que me deben un “día sabático” en Compostela. Y ellas sonreirán…..




martes, 9 de agosto de 2011

SIEMPRE SOMOS FELICES EN LISBOA

Creo que es una versión del cuadro "O fado" de Jose Malhoa pero desconozco el autor



Siempre somos felices en Lisboa. Será porque nos pasamos el día subiendo y bajando cuestas, y sentimos que, de algún modo metafórico y misterioso, allí la vida se dibuja en la trayectoria que voluntariamente le hemos querido dar: la de una montaña rusa. Será porque degustamos el sabor enmohecido de las casas decrépitas, y que, como nosotros mismos , se caen a cachos, cuando estamos el uno junto al otro. Será porque un día de tanto besarnos se nos olvidó la hora de la sesión del planetario, con las entradas sacadas, y no nos importó. Decidimos forjarnos un nuevo universo todo poblado de besos como centellas … Será porque yo, entre sonrisas, mastico “prego no pao”, y te digo que su sabor sólo es comparable al que preparan en ese bar del “casco vello ourensán”, y que tanto nos gusta. “Y además aquí, hay mar” matizo, y entonces una de mis sonrisas se me atraganta y tengo que beberme un trago de ese vino que convulsiona fugazmente mi rostro, habitualmente sereno, y entonces caigo brevemente en la morriña. Porque un gallego puede ser feliz en cualquier lugar del mundo pero caerá inevitablemente  en la morriña. Una y otra vez, y otra vez, y otra vez….Será  porque en Lisboa asistimos al duelo de dos divas del fado venidas a menos. Tú te inventas su historia para mí. Dibujas el carácter de una de ellas por el oscuro maquillaje de sus ojos, y el brillante rouge de los labios. Su modo de cantar es incontestable, autoritario. Mira a su compañera de soslayo, y sostiene las notas con manifiesta superioridad. No sabrías decir si canta mejor. Pero lo hace con más brío, consciente de que alguna vez la adornó el fulgor de una estrella. La otra sin embargo se mueve con una timidez y grisura un tanto enervante para una mujer de su edad. En alguno de los tiempos de su vida debió ser una Eva Harrington, pero finalmente, quizás se consumió esperando su momento, quizás el momento sí llegó, y tuvo miedo. Entonces las contemplamos con la sensación de estar escuchando cantar a una mujer, y a su sombra. También en  Lisboa escuchamos el fado en la voz temblorosa y el arrastrar delicado de erres de un francés tan anciano que sus ojos parecían brillar desde ultramar a través de las arrugas. Nos gustó imaginar que el Fado es el nombre de la única mujer que amó en su vida. Que abandonó Francia por Portugal, la isla de la Cite por las colinas de Lisboa. Pero para nosotros esa música jamás volverá a sonar tan pegada al corazón como en aquel momento. Tuvimos que aprisionarnos el pecho para que no doliera. Tan abatidos de amor que ya sólo pudimos abrazarnos en aquella noche.  En Lisboa también fuimos tan osados como para desafiar a uno de los tranvías que subían al Barrio Alto, en un recorrido tan empinado que tuve que descansar con mi rostro de derrota cara a la pared. Tú te burlabas de mí, sin piedad, cosquilleándome la nuca con tus risas. Decidimos que nos iríamos a vivir, precisamente allí, al Barrio Alto. En unos pocos meses volveríamos a desafiar al tranvía, y entonces “sabría lo que era bueno”, amenazamos mientras realizaba el trayecto de vuelta. Aunque pensamos que mejor no malquistarnos con él, porque seguramente en multitud de ocasiones le haríamos compañía en su viaje, por puro placer. Nos faltaron noches para cenar en tantos restaurantes encantadores. Para tomar vinho verde en tantas típicas tabernas portuguesas. Para quejarnos entre nosotros del escandaloso comportamiento de los españoles, de esa actitud de reafirmamos en nuestro europeísmo cuando vamos a Portugal.  Nos faltó el invierno en Lisboa. Nos empapó la lluvia. Nos enamoró el otoño. Y esa familiaridad de los portugueses, siempre dispuestos a dejarte atravesar el umbral de su casa….Nos faltan tantas cosas que son invitaciones a volver a Lisboa, donde siempre somos felices. Pero sé que sobre todo volveremos, por todas esas cosas que no faltaron, y por algunas que no menciono….


COMO UNA GATA RECOSTADA EN TUS CORNISAS

Edipo y la Esfinge: Gustave Moreau

Para Le Bossu...



Soy una mujer
toda llena de agujeros
Un colador
que la vida atraviesa
sin pedir disculpas

Sólo unas pocas cosas
permanecen
Una sonrisa flotando
una caricia prohibida
una porción de luna
hurtada a la noche
el epíteto manchado de tu boca

Formo un cuenco con mis manos
para aquietar el momento
Es como un mar calmo
del que se suspende una gaviota
Con impotencia
los veo  aniquilarse
Ni siquiera bracean
mientras se deslizan
por el sumidero
del ayer

Trato de agarrar al tiempo
por los pelos
pero huye
dejando tan solo
un rastro de cabellos
enredados a mis dedos
mutilándolos
Me embriaga
su olor a paja
y a verano

Escribo poemas
con cara de perro
Versos
que asesinan las horas
Otros son
migas de pan
que me orientarán
en mi retorno a casa
A esa mujer
de la que cada día
me alejo
sin saberlo

En ocasiones
cuando estamos juntos
logramos cincelar la tarde
Como a una estatua
que sobrevivirá
bella y joven
en la intemperie de los años

que cuando me cuelgo
de las cornisas de tu cuerpo
me sustraigo a la rotación de la tierra

De ese modo
pasaré a la eternidad
Como una gata
que imita a las esfinges
recostada en tus cornisas

lunes, 8 de agosto de 2011

UN POEMA HECHO DE SOBRAS


Imagen: Grette Stern




En días como hoy
mi cuerpo se despierta gritando
Mis manos
Mis senos
Mis cabellos
se agitan
con los pulmones hirviendo

Todos mis miembros
cada uno con una boca
abierta de par en par
en la que se puede ver
una gran amígdala inflamada
congestionada
estrangulada
en un alarido

Incluso arrojo gritos por los ojos
como si fueran fuego
que convierten en cenizas
todo objeto que miran

Grito
por este hombre
que cada día duerme a mi lado
A la hora del beso de buenos días
temo que este aullido incontenible
se le clave en la garganta
como un cuhillo
y la boca se me inunde de sangre

Quédate
dice esa voz
Quedémonos para siempre
en este cuarto
Aniquilemos el mundo viejo
que vive ahí fuera
y construyamos un mundo nuevo
que viva en nuestras pieles

Grito
por ese otro hombre
que ni un solo día
ha dormido a mi lado
Aquel que desconoce
a esta que se desnuda
mientras le piensa
A esta que frota su piel
mientras le sueña
A esta que viste con bragas blancas
el deseo oscuro de su cuerpo

Ven
dice esa voz
dejemos durante un tiempo
de ser desconocidos
Desnúdame
Frótame
Viste mi deseo oscuro
con tu cuerpo callado
y arroja lejos de mí
el pudor de estas bragas blancas

Grito
por el niño
que nunca anidará en mi vientre
grito
por las cuerdas rotas
de todas las guitarras
grito
por la vida breve de las flores
grito
por la impiedad de los días y las horas
grito
porque siempre hay un cañón apuntando
por un dios que no existe
grito
por aquellos que ya no gritarán

Qué oídos escucharán la voz
de tanto grito silencioso…

De vez en cuando escribo poemas
con los despojos de esos gritos

domingo, 7 de agosto de 2011

ME DUCHO

Mujer en el agua. Toni Frissell




Me ducho
Mientras tú duermes
el agua corre sobre mí
y forma un charco
a mis pies
donde chapotea mi deseo

Me ducho
e imagino mi cuerpo
asaltando tu cuerpo
como un océano
que se golpea
contra la pared rocosa
de un acantilado
Una y otra vez
Y ya no ha de hacer
otra cosa

Me ducho
con los senos en punta
y mi carne bien despierta
enjabonada
Friego
froto
con saña
La esponja restregando
bajo mi piel
de mujer adulta
Buscando
mi antigua piel
adolescente
y el amar gimnástico
de los dieciocho

Me ducho
Pienso en tu sexo en mi sexo
En tu boca en mi sexo
En tu sexo en mi boca
Y me preparo para ser
la intrépida
salteadora de tu inconsciencia

Pensarás que un ángel vengador
ha venido
a posarse sobre ti
todo cubierto de espuma
para cabalgar los ensueños
a horcajadas de tu cintura

Me arrancaré las alas
Vestiré mi carne de barro
Ensortijaré mi lengua
con tus vellos
y me quedaré enredada

Entonces despertarás
Y me voltearás sobre la cama
Fingiré
un teatral conato de resistencia
Patalearé
y gritaré
Hasta dejarme reducir
Tus manos cerradas
sobre mis muñecas
Tu sexo encadenándose
a mi sexo
oxidándose
hasta el último resuello
Tus dientes clavándose en mi hombro

Y tras arrancarte
mi sexo florece
con una flor de sangre
de la que te llevas
unos pétalos pegados

De camino a la ducha
un hilo rojo comienza
a volverse mar entre mis piernas
aquellas que apenas me sostienen

Se le acaba de caer encima
el cielo a la cariátide

Me ducho....

viernes, 5 de agosto de 2011

TAN SOLO TENGO

Imagen: Nanoo-G





Tan solo tengo
palabras enmohecidas
escarchadas
estrábicas
escuálidas
arrítmicas
indolentes

Palabras que visten harapos
sobre sus miembros anoréxicos
Palabras útiles para componer
una serie infinita
de poemas esqueléticos
descarnados
Un ejército de fantasmas imberbes
Un racimo de rosas muertas
con el cuerpecillo de un ruiseñor
colgando de cada espina

De vez en cuando
una palabra beligerante
concupiscente
pero con el alma de un logaritmo
y el ala rota

Cuando abren la boca
lo único que veo
son sus dientes cariados
Infectados sus besos
por el herpes labial

Me rasco las palabras
como si fueran varicela
como un perro la sarna

Me pregunto a dónde han ido a parar
las palabras de los días feriados
Las que llevan puntillas
encajes
vestidos de blanco satén
Aquellas famosas por su vanidad
y sus andares
sobre imposibles tacones lujuriosos
Las palabras que bambolean
sus caderas
y esas nalgas tan firmes
y victoriosas

Palabras tan dulces
que quizás terminaron
devoradas por hormigas

Y ya sólo me quedan
palabras con el vientre caído
y los senos descosidos
Palabras alopécicas
Palabras muertas de hambre


Eso sí
de vez en cuando encuentro en mi bolsillo
un nombre propio
Un nombre forjado en la luz de una estrella
TU NOMBRE










jueves, 4 de agosto de 2011

SABOR A LIMÓN

Hylas y las ninfas de Waterhouse






Decían de ella que dejaba un rastro a limones en la boca






Existió una vez una ninfa cuya piel estaba hecha con jugo de limón. Al caminar se desprendía de su cuerpo una fragancia ligeramente ácida, muy grata al olfato. Allí, a donde ella llegaba, parecía arribar la primavera, el sol, el canto alegre de los pájaros. A los trasgos les gustaba formar corros a su alrededor, abrazarse a su cintura, y aspirar su embriagante olor. Por lo que casi nunca estaba sola.

Sin embargo la ninfa cuya piel estaba hecha con jugo de limón, se sentía triste. Pues si su olor parecía despertar el apetito de todas las narices, su sabor no era apto para todos los paladares. A la ninfa, quien respondía al nombre de Citria, le placía especialmente la compañía de los humanos y su mayor gozo lo experimentaba en las  horas en las que podía retozar con alguno de ellos dedicada al juego carnal. Al principio todo parecía transcurrir normalmente. La habitual melé de caricias, suspiros, desgarrones…Cuando el humano probaba su piel, ella podía percibir como el cuerpo masculino era sacudido por un imperioso estremecimiento. Entonces la buceaba con su boca, buscando los recovecos donde se concentraba la mayor cantidad de su jugo, tan cítrico. Y aspiraba, bebía, absorbía, hasta que ella se sentía vacía y seca como una hoja, y se imaginaba que en su cuerpo por fin se había instalado el otoño, y su piel se le figuraba entonces de un color parduzco, y aguardaba sin más a que se la llevara el viento, lejos, muy lejos…. En ese momento por fin el humano parecía saciado. Permanecían durante un tiempo acostados el uno junto al otro, enlazados, los cuerpos radiantes al sol, resplandecientes bajo aquella pátina de limón que adornaba sus pieles al mezclarse. Sin embargo pronto ella, al mirarle, se percataba de que un extraño matiz iba mutando su rostro. La sonrisa se le descosía de la boca. Su frente se plegaba en pequeñas arrugas de preocupación. Los ojos parecían desvestirse de todo rastro de luz. Entonces ella sabía que la amargura había llegado. Desde aquel día el hombre se volvía taciturno y triste. Pasaba por la vida cabizbajo, y errabundo. Incapaz de borrar aquel rastro a limones que le había dejado en la boca. La amargura era el precio que los hombres pagaban por saborear su piel.

Las demás ninfas le repetían entre risas que pasara por alto este detalle, y continuase retozando con hombres si tanto le placía-cosa que le pasaba a casi la totalidad de las de su especie, puesto que en aquella época, en la que el mundo todavía era joven, eran famosas por su concupiscencia y lubricidad-. Sin embargo Citria no soportaba ver cómo todos aquellos con los que había compartido gemidos y risas, piel y fluidos, arqueo y cadencia, se volvían seres grises, sin rastro de color ni de alegría. Por lo que poco a poco dejó de seducir a los humanos con su perfume, y rehuyó su compañía. Resultando que entonces fue ella la que comenzó a volverse taciturna y triste. Hasta los trasgos dejaron de seguirla a todas partes, y ya no formaban corros saltimbanquis a su alrededor. Pues pensaban que aquel delicioso olor a limón ya no compensaba tanta tristeza.

En un lugar muy lejano, existió un hombre cuya saliva estaba hecha de azúcar. Sus palabras eran siempre dulces y almibaradas. Tanto era así que las gentes le llamaban “El Poeta”, y decían de él que con sus poemas sería capaz de conquistar a la irreductible luna. El Poeta era apasionado y entusiasta, pero la misma gente decía de él que era demasiado inconstante en sus pasiones. Tenía la costumbre de construir altares de versos que parecían derretirse en la boca de aquel que los escuchaba,  para elevar en ellos a la mujer de su elección. Su Diosa de la Noche, o su Diosa de la Mañana, según las circunstancias. Lo que la gente ignoraba es que el dulzor de su saliva le impedía saborear cualquier manjar, cualquier caldo de uva, la piel de toda mujer. De ahí procedía la inconstancia de sus pasiones, pues nada era capaz de despertar a su paladar de su sueño de azúcar.

Pero un día El Poeta, escuchó hablar de Citria, la ninfa cuya piel estaba hecha con jugo de limón. Y decidió recorrer la gran distancia que les separaba-pues El Poeta procedía de un lugar más al este de Samarcanda, y la ninfa vivía en los bosques de la Europa más occidental-, para ir al encuentro de ésta. Tras viajar durante meses por las vastas zonas desérticas, y traspasar fronteras de países de los que la mayoría de sus antepasados ni había escuchado hablar, por fin El Poeta llegó al bosque en el que vivía Citria. Una vez allí hallarla fue mucho más sencillo de lo que nunca hubiese imaginado. Los trasgos-conocedores de su llegada por los susurros del viento, quien, como todo el mundo sabe, es impaciente, y no había querido evitar callarse los pormenores de aquella visita-no dudaron en guiarlo hasta la ninfa, pensando que quizás un hombre de características tan peculiares, y que había venido desde tan lejos, pudiera devolverle su alegría habitual. Citria en eses momentos se encontraba disfrutando de un placentero baño. El Poeta se estuvo largo rato observándola, mientras ella, de espaldas a él, derramaba sobre su cuerpo el agua que le sustraía al río por medio de una gran concha marina, con la que hacía mucho tiempo la habían obsequiado sus amigos los trasgos. Pronto las palabras de azúcar se amontonaron en la garganta del Poeta, quien no tuvo más remedio que dejarlas salir, llenando el aire con aquella dulce fragancia. Citria se volvió despacio, orientando hacia él su torso desnudo. Hacía tanto tiempo que no hallaba a hombre alguno en las cercanías, que todas las reconvenciones de los últimos años se vinieron abajo. Por lo que con paso firme comenzó a desprenderse de las aguas, como si fueran tan sólo una vestidura sobre su desnudez. Él la vio aproximarse, con aquellos cabellos rubios, largos y lacios, que se desplazaban armónicos a su cuerpo, como si simplemente se tratasen de una melodía, o un compás.  Vio sus brazos deslizándose a través de la luz. Sus senos llenos, rebosantes. Su cintura como un amanecer. Y percibió aquella fragancia a limones, que desde su nariz parecieron invadirle la boca, la garganta, y todo el cuerpo. Cuando ella estuvo cerca sólo dijo:

-Por fin viniste

El viento tampoco había querido evitar decirle a Citria que no estuviera triste. Pues pronto habría de llegar el consuelo a su desdicha.

Y esta vez, tal y como había sospechado, El Poeta pudo conocer el sabor de una mujer. La piel de Citria restallaba alegre en su boca, inundando su paladar de azúcar. El dulce y el cítrico se conjugaban en deliciosos ósculos.  El bosque olía a éxtasis y a gloria. Se amaron con avidez, como auténticos posesos. El cielo se estremecía con el atronar de sus jadeos, con el retozar de sus gemidos. Él se alimentó de aquel jugo de limón sin escatimar ni una sola gota. El azúcar de su saliva se solidificaba sobre el cuerpo de ella, como pequeñas y finas escamas que cubrían su piel. Estalactitas de limón y de azúcar. Nadie podría decir cuanto tiempo pasó, porque en un bosque como aquel nadie llevaba la cuenta del paso del tiempo. Claro que los árboles se desvistieron varias veces de sus hojas. E infinidad de nuevas mariposas abandonaron sus crisálidas, tantas como para oscurecer la bóveda celeste con sus alas. Gozaron tanto, lamieron tanto, bebieron tanto el uno del otro, que de pronto un día, tras un beso, se percataron de que ella se había llevado la última gota de azúcar de su saliva. Y él había sustraído la última gota de jugo de limón de su piel. Citria, en ese preciso instante, supo que se había convertido en mortal.

Sólo entonces descansaron, con sus cuerpos tendidos al sol. Y arribó la noche….

Nadie sabría decir que es lo que ocurrió después, pues es un secreto que la oscuridad se llevó en sus entrañas. Pero al día siguiente Citria y El Poeta habían desaparecido. El único rastro era un misterioso charco que ocupaba el lugar donde sus cuerpos se habían tendido. Los trasgos, embargados de tristeza por la desaparición de la ninfa y aquel humano de palabras de azúcar, se aproximaron en silencio. Permanecieron durante un tiempo sin saber que hacer, hasta que uno  se envalentonó y aproximó un dedo al charco. Estuvo durante un tiempo examinando y aspirando el olor de aquel jugo, y viendo que era éste grato a su nariz, lo llevó a la boca. Enseguida se embriagó con aquel sabor, que era como de limones y azúcar comulgados, y animó a sus compañeros para que probaran. Al instante toda la tristeza y la melancolía desaparecieron de sus rostros. Y celebraron una gran fiesta.

Al pasar los meses, una vez que el charco hubo desaparecido, floreció un arbusto en aquel preciso lugar. Con el tiempo, de los frutos de aquel arbusto, los dioses del Olimpo, extraerían aquel néctar con el que tanto se deleitaban…