"Laberinto" Leonora Carrintong
(cajas dentro de caja
y en la última
el laberinto,
y en el laberinto
yo)
el candado perdió su llave
no puede inventarse el olvido*
Fragmento de la última entrada de Rayuela en http://en-zigurat.blogspot.com/
Este texto tiene su origen en estos versos que escribió Silvia Zappa. Así que espero que le guste....
Él era un chico transparente. Su piel sabía a la sal que sucumbe en la cresta de una ola. Su sonido era el del mar resquebrajándose en la playa, desnudo, con todas las plumas caídas. Su cuerpo eran mil ríos desbocados que convergían en un arrullo, suave, como el enmudecer de una pompa de jabón. Su risa era de mercurio y servía para medir todas las fiebres de su alma. Nada era oscuro en él, ser de luz desmembrándose. Hasta su carne la habían tejido con los colores de un arco iris que había nacido durante el caer de una lluvia de amor. Una en cuyas gotas se escondían hermosos mensajes cifrados.
Pero aquellos mil ríos eran los que insuflaban vida a su corazón, el día que dejaran de fluir, su corazón ya no volvería a latir. Así lo habían tallado en su cuna de madera, nada más nacer. Así se lo repetía su madre. Siempre le advirtieron que amara con mesura, porque no sería al primero que le ocurre quedarse seco de amor.
Ella era una chica subterránea. Toda construida de laberintos y fosos con pequeños dragones, verdes, vigilantes. Sus cabellos eran narcotizantes, al olerlos uno caía sumergido en la profundidad de un ensueño. Su boca era de vértigo. Su sexo, parecía cavado en la tierra. Sus andares el imperceptible movimiento de dos placas tectónicas, uno siempre tenía la sensación de que estaba a un paso del seísmo. Para llegar a ella había muchas tapias que saltar, cimas que coronar, y demasiadas nubes de paso. Mirarla a los ojos era sondear el fondo de un abismo, tenían la oscuridad de un alma en el purgatorio. Pero de vez en cuando, en alguno de sus recodos, podía verse resplandecer una mota de luz, tímida y cambalache, sobre la que la mirada se paseaba y recorría el suntuoso desfiladero de su cuerpo.
Había nacido con el corazón dentro de una caja, que tenía un candado. El que quisiera llegar a él corría el riesgo de perderse en uno de los numerosos laberintos que lo rodeaban, y en todo caso la llave colgaba del collar del cancerbero. A ella también le advirtieron que amara con mesura. Porque corría el riesgo de que su corazón encontrase demasiado pequeña y opresiva la caja de madera en la que estaba encerrado.Tampoco sería la primera...
Un día ocurrió que el chico transparente y la chica subterránea se encontraron. Desde un primer momento se gustaron. Quizás ella pensó en esos mil ríos deslizándose por sus subterráneos, y no pudo evitar estremecerse. En algún lugar del mundo tembló la tierra, una ligera cosquilla en su corteza, bajo los pies de los hombres. Quizás hasta él llegó la fragancia narcotizante de sus cabellos y se vio subiendo en esa mota de luz tímida y cambalache, y conoció aquellos laberintos iluminados, aquellos abismos con las entrañas al aire, que ella era un ejército de pequeñas muñecas rusas a las que había que conquistar, capa por capa, hasta llegar a aquella última caja en la que estaba encerrado su corazón.
Por lo que a pesar de las advertencias acabaron por yacer juntos. Todos los ríos de él se desbocaron en ella como corceles en estampida, salvajes. Y derribaron todos los diques, inundaron todos los pozos, recorrieron todos los laberintos –porque no existe laberinto en el mundo en el que el agua no pueda encontrar salida, eso es algo que había olvidado tener en cuenta el arquitecto del complejo entramado de su cuerpo-, y reventaron la piel de todas esas muñecas rusas, hasta llegar a la caja donde su corazón se ocultaba. Como dijimos, la caja estaba cerrada con un candado, cuya llave el arquitecto había ocultado oportunamente en el infierno. Sin embargo, arquitecto tan previsor había olvidado impermeabilizar la caja. Y no existe caja tan hermética en la que el agua no pueda encontrar la entrada. Entonces penetró por las juntas y comenzó a inundar aquel sarcófago donde se recogía su corazón. Al instante él comprendió que sus aguas ya no regresarían al cauce del cuerpo, porque habían encontrado una nueva sima en la que ser océano. Sintió como los lechos de sus mil ríos se iban quedando secos. Y todo se tornó árido y desierto en torno a su corazón, hasta que no quedó una sola gota que le insuflara movimiento.
Justo en ese instante el corazón de ella quedó totalmente anegado dentro de su caja.
Él cayó sobre ella con el crujir de una rama seca. A pesar del peso del agua, en un esfuerzo postrero el corazón de ella continuó latiendo, el tiempo suficiente para tomar su cara entre las manos, y depositar en sus labios el beso final. En el abismo de sus ojos asomaran unas lágrimas, que se derramaron por el rostro, formando un pequeño arroyuelo, deslizándose hasta su boca, y de ésta a la boca del chico transparente. Y mientras ella se hundía en el vacío, en la nada, porque su corazón ya no tenía fuerzas para empujar bajo el agua, y estaba totalmente ahogado, tuvo tiempo, para escuchar, y sentir en su pecho del que escapaba la vida, como el cuerpo sobre ella emitía un débil primer latido. Y un segundo...