Fotografía: Silvia Camporesi
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
"El Despertar" Alejandra Pizarnik
Por fin toda ella era mar, con los brazos extendidos, crucificada en las aguas. Dejarse balancear ingrávida, en el maternal regazo de una nube. La sal penetrando por las aletas de su nariz, ardiente y amorosa. Las olas de infinitos dedos, recorriendo su cuerpo, desandándolo. Se siente retornar a su forma de niña. Los pechos se le deshinchan, el sexo se vuelve virgen, el vello cae como hojarasca, aterido. Cada gota doliente de cada una de sus menstruaciones regresa al lugar de partida. Es la lágrima por cada uno de sus hijos no nacidos.
Debe ser la caída del sol, siente sobre los párpados una presión escarlata. Quizás aquella tarde se postre, definitivamente vencido, para nunca más levantarse. Entretanto aquel mar enjuaga cada uno de los besos, cada una de las caricias, cada uno de los orgasmos(ese instante en el que una le arranca los ojos al cielo, y juega con ellos como dios a los dados). Entiende que ella nunca quiso ser escupida del útero de su madre. Y que se agarró a sus paredes con aquellas uñas blandas, y mordió con sus encías, a falta de dientes. Dentro aun podrían verse las cicatrices. Escrito con letras bien claras un “Ofelia estuvo aquí”.
La arrojaron a un mundo sin amor. Donde el hecho de inventarse un amor era síntoma de una tara. Preludio de una locura. Pero siempre caía presa de aquella fascinación de inventarse amores. Amores en las fauces de una estrella (o en sus cenizas). Amores con los zapatos rotos y los cordones desatados(por lo que al final siempre caminaba descalza. Al único amparo de sus huellas). Amores tejidos de lluvia, y de rocío. Preludios de aquel último amor. El que le había cosido el corazón a balazos. Le tomaba la mano y la aproximaba a su pecho, pidiéndole que extrajera el plomo de sus agujeros. “Cada uno de ellos es la muerte de uno de los dioses antiguos”-le decía. Él se echaba a reír. Aquello la desconcertaba. Ella nunca pudo entender de qué se ríen los hombres.
Y ahora, semidormida en aquel mar sin nombre, se dice que nunca es necesario entender nada. Que ambos sabían que un corazón cosido a balazos nunca deja de sangrar hacia dentro. Que los proyectiles alojados en la herida son compuertas, y al extraerlos con aquella precisión de cirujano, la herida queda abierta, desnuda. Que nunca mana tanta sangre como de las heridas que nos infligen los tiempos felices….Abre los ojos y ve que el sol continúa alto, impasible. Que estaba errada y apenas habrán transcurrido minutos, y no horas desde que ella se hizo mar, y todavía no es el ocaso. Aquel rubor escarlata, es sólo su propia sangre, que se desliza sobre el agua, y acabará por diluirse. Ella le regala sus venas al océano, y éste las rellena con su milenario plasma acuático. Sabe que cuando él vaya a reconocer su cadáver de dermis espesas, por los centímetros de mar cobijados en cada uno de sus átomos, se preguntará a dónde habrá ido a parar toda aquella belleza, incapaz de reconocerla en aquel cuerpo hinchado. Cuán voluble ante la muerte el cuerpo amado.... Mujeres ahogadas vendrán a despertarlo en la noche de los tiempos, con el rostro de Ofelia. Y perseguirá durante siglos los vestigios de aquella belleza que fue. La buscará en el sexo de las caracolas. En la cosquilla del sol sobre las horas. En la branquia del pez. En los suspiros del coral. Y nunca más hallará descanso ni consuelo. Porque a partir de aquella tarde él también tiene un corazón que sangra hacia dentro, con las heridas que infligen los tiempos felices. Y nadie con la precisión de un cirujano para extraerle las balas….