Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


domingo, 26 de junio de 2011

Y LA POSTA ES....






La imagen se la robé a Daniel. Hace demasiado calor así que verla es como un simulacro de frescura




Cuando bien temprano en la mañana decido asomar la cabeza de entre las sábanas me encuentro con este regalo de mi querida Emma Gunst. Sin duda son el tipo de cosas que te proporcionan un feliz despertar.
La verdad es que yo siempre soñé que escribía, y hace muchos años lo intenté muy tímidamente. Tras cinco años de sequía absoluta, algo se movió en mi interior, y volví a necesitar soñar que escribía. Y un día hablando con mi amada-amiga Blanca me sugirió la idea de hacerme un blog. Así que comencé con el Kibbutz, muy titubeante en un principio...Hasta el momento que llegué a Emma. Sería muy largo precisar las razones, pero un día necesité demorarme más y más en su casa. Y entonces comenzó esa necesidad de comentar, largo (lo reconozco, me cuesta ser breve), y la interacción con los visitantes de la casa. Y una comienza a viajar de casa en casa, y los otros te devuelven las visitas, y definitivamente ya tenemos una intensa vida social bloguera. De ese modo también llegaron los lectores (amigos) al kibbutz y pude comprobar como algunos de ellos se sentían cómodos(que es lo único que se le puede pedir al kibbutz) y decidieron frecuentarme. Ahí fue cuando empezaron a aflorar los escritos. Y ya no me limito a soñar que escribo....
A todos ¡¡¡¡GRACIAS!!!!

Arrojo el testigo que ya me toca...

Y el post es:

Para Curiyú
Su blog http://elnidodeserpientes.blogspot.com/: Porque Darío fue el primero que me dijo que en aquellos poemas-que yo escribía escéptica, como alguien que se encuentra un objeto inesperado en el bolsillo-estaba yo. Recuerdo el modo sibilante y argentino con el que la serpiente susurró a mi oído "esa de los poemas sos vos". Por elegir una cosa.... Además la exaltación de sus letras es la dosis indispensable de testosterona para un mundo mayormente (al menos a mí me lo parece...) habitado por mujeres. Beso querido.


Para Sentimentiras
Su blog http://lacafeteradeeinstein.blogspot.com/ : Por su increíble talento y por su maravilloso sentido del humor (tú haces mucho más interesante mi menú inicio del facebook). Y por volver....Beso mi niña.

viernes, 24 de junio de 2011

MODERNA SALOMÉ



Imagen: Representación de Salomé por el Centro Dramático Galego




Siempre fui una niña de ojos grandes
de boca alegre
de encantadores mofletes
sexo inocente
y pechos infantiles

Como todas las niñas

Pero al crecer
los ojos se me tornaron turbios
la boca se volvió sensual
a los mofletes les llamaron mejillas
el vello cubrió mi sexo
y los pechos se me llenaron

Hasta ahí todo normal

Y entonces fue cuando vi
el rostro de Jocanan
alzado
mirando al cielo

Al momento
los ojos se tornaron deseo
la boca se volvió saliva
a los mofletes les llamaron pómulos
el agua cubrió mi sexo
y los pechos me reventaron

¡Qué carnicería!

De nuevo miré
la bella faz de Jocanan
y sus ojos consagrados
al dios de las alturas

Icé mi cabello al viento
descubrí mi cuerpo a la tarde
asomó mi lengua entre los labios
y aposté mi virginidad a un beso

Pero Jocanan continuaba
con la mirada perdida
atisbando en la lejanía
signos de divinidad

Una sola mirada!!!
GRITÉ
La más mínima curva
de tu boca…

Jocanan
silencioso
luciendo estampa de mártir..

Al regresar a casa
naufragada de deseo
encontré a Herodes
que tiempo ha moría de amor por mí

Había apostado mi virginidad a un beso
Perdí!!!
La vendí por una cabeza

Ahora cada noche
antes de acostarme en lecho incestuoso
me dirijo al tocador
peino parsimoniosa mis cabellos
unjo mi cuerpo con afeites
y de vez en cuando dirijo la vista
a la cabeza de Jocanan
Y en bandeja de plata
sus ojos por fin me miran
sus labios ya no reniegan mi boca

Mientras mis oídos
se embelesan en los ronquidos
de Herodes
que rendido de sexo
duerme

jueves, 23 de junio de 2011

LA LLAMA DE AMOR


Imagen: "Fuego y viento" José Carlos Ibarrola


Al amor...


En un tiempo muy lejano, en algún lugar desconocido, brotó una preciosa y pequeña llama de amor. La chica que la encontró en su camino, la acomodó sorprendida en su mano. Le acarició delicadamente los cabellos, que galoparon sus dedos como corceles de fuego. Se embriagó de un pequeño dolor, como la quemadura que deja sobre los labios el azote del primer beso. Y sin más corrió a mostrar aquel descubrimiento a su amigo.

-¿Para qué sirve eso?- dijo él mientras con una piedra se esforzaba en dar forma a una herramienta de madera.

-No sé,…Da calor y reconforta- contestó ella insegura.

-¿Calor?. Pero si estamos en verano!! Para cuando llegue el invierno esa llama se habrá extinguido-contestó el chico tajante, y sin más volvió a concentrarse en la tarea que tenía entre las manos.

La chica se puso triste, y tuvo un momento de duda. Pero al ver como la llamita se contorsionaba en su palma, mostrando todas sus lenguas desnudas-rojo intenso, azul lunar, cítrico amarillo, crepuscular naranja…-, la chica mostró piedad y decidió esforzarse para que aquella llama sobreviviese hasta el invierno. En aquella época, seguramente, él le otorgaría más valor.

Para protegerla la ubicó en un lugar de su pecho, adyacente al corazón, porque sabía que aquella era la zona más resguardada de su ser.

Una noche, mientras ella le contaba al chico una vieja historia que había escuchado de los labios de la misma luna, intuyeron una inquietante presencia en la oscuridad. Descubrieron unos ojos despiadados y salvajes refulgiendo en la noche. El chico se levantó como un resorte, y tomó el arma, que siempre descansaba a su lado. Pero instintivamente ella se llevó la mano al pecho y asió la llama prendida junto al corazón. Al exteriorizarla, el aire la avivó, y pronto comenzó a arder como un buen fuego. El animal que oteaba a lo lejos, emitió un gemido, y pareció volverse, pues sus ojos fueron engullidos por la negrura.

-¿Ves?-dijo la chica- La llama también sirve para ahuyentar a las bestias…

-No era necesario-replicó el chico amargamente-Yo ya tenía mi arma dispuesta. Me has estropeado la diversión…

En otra ocasión, mientras hablaban, sus cuerpos se fueron aproximando más y más en la oscuridad-como si se hubiesen tornado en dos polos opuestos, atraídos con violencia-,hasta que pudieron respirar el aliento que se desprendía de las palabras del otro, y sus olores se mezclaron en embriagante amalgama. Cada movimiento era un roce que agudizaba el filo de serpenteantes estrellas, que esa noche jugaban a desclavarse del firmamento. Con violencia se arrojaron el uno sobre el otro, mezclando sus cuerpos como corrientes del océano. De pronto, ella tembló entre sus brazos y el le preguntó si tenía frío. Pero enseguida se llevó la mano al pecho, y sacó la llama que allí guardaba. Al aflorar de nuevo a la superficie incluso se invistió de más brío que en la última ocasión. Gozaron entonces, en frenesí ,de las fiebres de sus cuerpos, que estallaron al calor y el crepitar del fuego. La luna no tuvo más remedio que enmascararse entre unas nubes para ocultar sus rubores.

-¿Lo ves?-dijo ella-esta llama sirve para que la escarcha no paralice nuestros cuerpos, ni entumezca nuestros miembros a la hora del sexo. Y así poder amarse tal y como nos encontró el mundo en la hora de nuestro nacimiento.

-Pero no era necesario hacerla crecer. Porque ahí, entre los árboles, conservo las mullidas pieles de los animales salvajes que he cazado, corriendo un gran riesgo para mi vida. Me has robado la ocasión perfecta para estrenarlas- Y sin más decir le volvió la espalda.

Y así transcurrió el tiempo que les separaba de la llegada del invierno al inicio de esta historia. Por fin los días se acortaron, y el sol parecía alejarse más y más en el cielo. Ella le mostró el fuego, y comenzó a espolearlo con su soplo. Él en un principio se mostró altivo, y lució con orgullo sus pieles de caza. Pero finalmente, como hacía demasiado frío, sopló junto a ella. Y aquel fuego lució hermoso con todas las carnes encendidas.

Un día en el que ambos se habían alejado para cazar, les sorprendió una tormenta, y cuando regresaron el fuego se había extinguido totalmente.

-Míralo-le reprochó él amargamente-, aquello a lo que tu llamabas preciosa llama de amor, finalmente ha resultado ser apenas humo.

Ante estas palabras, ella prorrumpió en sollozos, y corriendo se alejó, hasta adentrarse en el bosque. El chico estuvo días buscándola. Preguntándole por ella al sol. Recriminándole su indiferencia a la impávida luna. Hasta que por fin la encontró, allí donde brota el manantial. La llamó por su nombre y ella le contestó con triste sonrisa. El chico se sintió desconcertado, nadie le dijo qué se debía hacer en estos casos. No es algo que se escuche en el canto de los pájaros. Ni algo que esté inscrito en el envés de las hojas, que caen como palabras con la llegada del otoño. Por lo que se limitó a hacer aquello que hacía tiempo había querido, pero que por alguna razón no supo hasta ahora. Sin más dilación se llevó la mano al pecho, y sustrajo, para mostrársela, la llama de amor que en él había brotado. Su sola visión iluminó la triste sonrisa. Era una llama de amor preciosa-tierna y de muy vivos colores-que flotaba alegremente sobre las manos de ambos que inexplicablemente se habían enlazado. Se miraron cómplices y felices, y al unísono comenzaron a soplar…

CONTRAHECHIZO

Un poema cayó sobre nosotros
con sus alas de palabras extendidas
Creí que era poema de amor
cuando lo vi arrojarse desde el cielo

Pero el destino lo llevó a aterrizar
sobre la superficie angosta de tu pecho
y comenzó a picotearte el corazón
transformándote en moderno Prometeo
castigado por el terrible acto
de entregar fuego de amor a una mujer
YO

Le arrojé piedras a ese pájaro
Consagré mis esputos a sus plumas
Le corté los hilos cual la Parca
Pero el poema seguía ahí
vivo
Arrancando pedazos de tu corazón
Regocijándose en ellos el afilado pico
Alzándolos triunfal contra la noche
Y yo impotente

Entonces me dediqué a la desesperanzada búsqueda
del poema antídoto
Aquel que fuera capaz de enmendar
la maldición que pesa sobre el primer poema
Enviado por los dioses

Y mientras

Continúas con el ave sobre el pecho
Alzando el rostro contrito
En la agonía de un corazón que crece
durante la noche
Para que un ave lo devore al nuevo día

Yo me dedico sin descanso
a la escritura
A la elaboración de ese habilidoso poema
que como el canto de una sirena
condene al pájaro silente bajo las aguas

Y mientras cincelo versos
Enmiendo palabras
Entorno adjetivos
Requiebro verbos
Ensayo esa ficción ritual
de olvidar que esa olímpica tortura
en realidad es a mí a quien le duele

miércoles, 22 de junio de 2011

POEMA PARA UN IDIOTA

Cuando un amor se acaba
En algún lugar hay una rosa que muere
Una estrella se apaga en el cielo
La cuenca de un ojo ha quedado vacía

Mi corazón es grande
Casi enorme
Pero mal que me pese
No existe ni el más mínimo espacio
Para un nuevo idiota en él
Así que sin piedad
Te arranco
Ahí te quedas

Postdata: Devuélveme mis gemidos!!!

EL ZAHORÍ (o sobre los manantiales interiores)


Imagen de la película "El Sur" de Víctor Erice

La idea para este cuento tiene su origen en un delirio producido por el último poema del Nido de Serpientes. http://elnidodeserpientes.blogspot.com/2011/06/mision.html
Particularmente en estos dos versos:
"dale agua de tu íntima corteza
a toda esta sed"

Sería tedioso establecer la concatenación de pensamientos que hicieron que tales versos derivasen en esta prosa. Simplemente (como considero es de recibo) detallo y agradezco su origen...

A Darío



El Zahorí era un hombre oscuro. Ojos oscuros, tez oscura, el largo pelo lacio y oscuro….Como contraste, sus ropas eran claras y holgadas, de un desvaído color arena, y flotaban al viento con la apariencia de una tormenta en el desierto. Se sentía merodear un halo de taciturnidad en torno a su persona, y había un rescoldo salvaje en el fuego de su mirada. Silencioso, casi se podría decir de él que era un “hablador de gestos”. Si estaba conforme esbozaba una amplia sonrisa, mostrando una hilera de blancos y relucientes dientes, que resaltaban entre los gruesos labios casi de color marrón. Si las sensaciones eran negativas aquel rescoldo salvaje de sus ojos parecía contraerse, hasta apagarse. Entonces le miraban a uno como espectros en vez de ojos. Y sabido es que si esto sucede, repetidas veces, uno corre el riesgo de terminar exiliado, del lado de las sombras.

Por estas, entre otras razones, cuando el padre ordenó a Diego que acompañase al Zahorí, bien temprano en la mañana, para transportar el instrumental necesario en el desempeño de sus tareas, trató de desembarazarse balbuceando inconexas excusas, a pesar del respeto del que se investía el padre en esas ocasiones. Claro que después de haber sido expulsado temporalmente de la escuela por haber marcado rabiosamente sus dientes en la mejilla del hijo del Señor Alcalde, no había excusa válida para el escaqueo. Cada mañana, bien temprano, partía junto con el zahorí, a examinar concienzudamente las tierras que estaban del otro lado del Río Seco.
El pozo que utilizaban para regar las huertas y los pastos que producían el alimento del ganado, parecía a punto de exhalar su último y húmedo aliento. Aquel era un territorio agreste. Los campos de color parduzco semejaban repeler el agua de la lluvia, que nada más caer parecía evaporarse, en vez de filtrarse, y nutrir aquella tierra que permanecía tan agrietada y árida como habitualmente. Diego pensaba que era impermeable. Cuando la observaba presentaba el mismo aspecto que la piel de los lagartos.

Durante los primeros días todas las horas resultaron estériles e improductivas, tanto como aquellos campos sedientos. Diego se dedicaba a seguir al Zahorí, quien sosteniendo una vara metálica, analizaba cada centímetro de suelo, en silencio y transido, como escuchando los signos de un lenguaje oculto y desconocido. Sólo en las ocasiones en que los pasos de Diego se elevaban, torpes y audibles sobre el silencio -que parecía indispensable para la comunión entre el Zahorí y las ondas electromagnéticas-este se volvía a mirarle, con aquellos ojos en los que los rescoldos semejaban carbunclos. En esos momentos Diego se quedaba inmóvil, como atravesado por la mirada petrificadora de Medusa.

De vez en cuando el Zahorí parecía advertir una anomalía, como una rugosidad en el aire, y podía ver como acariciaba su lomo invisible con la mano, y entonces le pedía que sacara un nuevo instrumento de su bolsa. Se trataba de un extraño péndulo dorado, que sostenía en el aire, durante varios minutos, que a veces circundaban la hora. Pasado un tiempo que sólo el Zahorí sabía determinar, los rescoldos de sus ojos parecían apagarse, y entonces Diego procuraba apartarse de su vista, no fuera ser que aquellos ojos sin luz acabaran por condenarle definitivamente a las sombras.

Todo continuó de este modo, sin apenas ningún cambio aparente, y sin que la ansiada veta de agua asomara, hasta el día en que Diego presenció el encuentro del Zahorí con la prima Julia.

La prima Julia casó joven. Y enviudó, joven también, a los pocos meses de haber casado. El marido murió en el frente. Y a la prima Julia la vistieron con un sudario-al menos eso es lo que había sentido la madre de Diego al verla tornar sus ropas habituales por aquellas que únicamente se veían, en ocasiones, cubriendo los cuerpos de las mujeres más ancianas del pueblo- negro, de luto. Aun así era bella, con aquel rostro pálido, casi etéreo, resaltando entre la fúnebre vestimenta. Aquella tristeza que conmovía, que la convertía ante los ojos de Diego en una virgen, en una mártir, no conseguía oscurecerle el rostro. Como si en ella estuvieran bien delimitadas las zonas de sombra de las zonas de luz. En la inocencia de sus doce años, la prima Julia encarnaba para Diego todo lo divino, venerable y milagroso que hay en la mujer con la que descubrimos el primer y silencioso amor.

La prima Julia salía todas las noches, hasta bien entrada la madrugada. Todo el mundo sabía que iba a rezar a la tumba del marido muerto. Por eso a Diego no le extrañaba escuchar el sonido de la puerta abriéndose, en la habitación contigua a la suya. Sólo con el tiempo comenzaron a distraer sus pensamientos aquellas ausencias, al percatarse de que cada día eran más prolongadas.

En una ocasión se despertó en medio de la noche. Algo entrevisto en el propio sueño le había perturbado. Volvió la vista hacia la ventana y contempló la pequeña casa en la que vivía el Zahorí-casa que en tiempos más prósperos había sido asignada al servicio, pero que en la actualidad, al estar vacía, era ocupada por eventuales huéspedes-durante el tiempo que durase la estadía con su familia. Aunque era muy tarde, a través de los cristales podía ver el siniestro resplandor que arrojaban la luz de varios candiles encendidos en la habitación donde sabía que dormía el Zahorí, pues el mismo iba allí cada mañana a recoger la bolsa con los aparejos. Se precipitó fuera del lecho y tanteó en la oscuridad en busca de sus zapatos. Preso de un impulso febril bajó las escaleras y salió de la casa, procurando no despertar a los durmientes de las habitaciones vecinas. Una vez fuera se dirigió hacia la casa del Zahorí. Era una noche calurosa, y como aquella casa solía caldearse excesivamente, la puerta principal, o por descuido o para dejar que penetrara el fresco de la noche, estaba entornada. Diego no dudó en mirar a través de ella. Lo que vio, en un primer momento, le hizo retroceder. Pero a continuación su curiosidad se sobrepuso a su sorpresa. En el lecho iluminado por multitud de velas encendidas a su alrededor, recostada, se hallaba una mujer desnuda, cuya blanca piel refulgía como la luna, en cuyo resplandor virginal e inmaculado pudo reconocer los inconfundibles rasgos de la prima Julia. Incorporado, junto a ella, vio el cuerpo oscuro y elástico del zahorí, también desnudo, sosteniendo el péndulo dorado que tan bien conocía, a cierta distancia del vientre sinuoso de su prima. Diego se quedó observando un rato el péndulo oscilante sobre aquella piel que ahora lucía dorada, como contaminada por el brillo del metal. Al instante siguiente sintió una punzada de emoción en el pecho, y al alzar el rostro pudo ver los ojos del Zahorí clavados en su rostro. Pero enseguida éste se volvió, pareciendo relegarlo al olvido más absoluto. El péndulo en continuo movimiento, iba descendiendo lentamente. El cuerpo de la prima Julia estaba inquieto, y por momentos daba la sensación de debatirse en espasmos. Si no fuera porque estaba embargado de miedo, hubiese traspasado el umbral y se habría arrojado sobre el Zahorí, para impedir que continuase con lo que fuera que estaba haciendo. Sin embargo, en un momento en el que un movimiento del Zahorí puso a su alcance la visión del bello rostro de su prima, le sorprendió ver una expresión de éxtasis que le era desconocida en ella. Tal vez aquello que estaba ocurriendo ante sus ojos no era malo, pensó. El movimiento del péndulo comenzó a ralentizarse, y por fin, se paró sobre el lugar donde Diego intuía que estaba el sexo velludo de la prima Julia. El Zahorí murmuró algo de lo que Diego apenas logró entender las palabras “sed” y “agua”. Y sin más sumergió la cabeza en esa grieta tan desconocida y misteriosa para él, de la que en algunas ocasiones hablaba a hurtadillas y entre risas con los compañeros de escuela. Las manos negras del Zahorí sujetaban las piernas separadas de la prima Julia, que parecían erguirse como los dos pilares de un puente, o como el umbral de una puerta nunca antes franqueada. Y por un momento pensó que estaba presenciando un combate, o un ritual de canibalismo, en el que la oscuridad vencedora parecía arrojarse sobre la luz para engullirla. O quizás fuera al revés, se dijo…

Al día siguiente, cuando bien temprano tuvo que emprender el largo camino hacia sus tierras, junto con el Zahorí, todavía tenía prendidas en las retinas las imágenes hurtadas a la noche. Iba cabizbajo, avergonzado por lo que había presenciado, y temeroso de las represalias que el Zahorí pudiera tomarse. Cuando ya les separaba una cierta distancia de la casa, éste-cosa poco habitual en él- entabló conversación.

-¿Sabes muchacho? En este mundo no existe nada más parecido a la madre tierra, tanto en sustancia como en materia, como el espíritu y el cuerpo de una mujer.... Por eso la mujer, entre todas las criaturas debería ser venerada. Sin embargo el hombre, y sus miedos, han tenido la necesidad de dominarlas a ambas. Ha talado sus bosques y arrasado sus montes. Ha construido diques y presas. Le ha comido terreno al mar para construir sus ciudades, sus casas, sus caminos…Todo esto lo ha hecho tanto con la mujer como con la madre tierra. ¿Entiendes?- le preguntó, y esta vez sus ojos tenían de nuevo aquel resplandor vivaz y llameante.

-Sí-dijo titubeante-creo…

-Lo que los hombres ignoran, en ese afán supremo de dominación es que, así como en la tierra, lo más bello y estimable de una mujer no está solamente en la superficie. En el cuerpo de una mujer, lo mismo que en las distintas capas de la tierra, existen corrientes subterráneas, manantiales escondidos, y un núcleo hirviente en estado líquido. La mayoría de los hombres, debido a sus miedos, y sus torpezas, desconocen cómo han de hacer para llegar a la fuente. Lo mismo que permanecen ciegos y sordos a los sonidos y cambios en la superficie de la tierra, y necesitan al zahorí para hacer brotar sus pozos. Pero el zahorí no es un ser extraordinario, esos son supersticiones de viejos…. Solamente heredó los ojos y los oídos que tuvieron los primeros hombres. Es conocedor del secreto que hace aflorar el agua de las entrañas de la tierra, y el manantial fecundo escondido en el cuerpo de una mujer. Y de esta última fuente, créeme, brota la más dulce y sabrosa de todas las aguas. La única que calma la más torturante e infranqueable de todas las sedes.

Después le explicó que existían mujeres como su prima Julia en las que las circunstancias de la vida provocaban el enfriamiento del núcleo, hasta casi su solidificación. Si esta situación se prolongaba demasiado en el tiempo, corrían el riesgo de agrietarse y volverse tan yermas como aquellas tierras que tenían alrededor. Aquello era una auténtica tragedia. Como una fuente que se seca, o como el inerme cauce sin agua del Río Seco. Por eso era importante que los hombres aprendieran a escuchar, y a ver…

Y una vez dicho esto, recuperó su estado de mutismo habitual.

A partir de aquel día, Diego observó las andanzas del zahorí con otros ojos. Ya no le resultaba aburrido ni monótono el día. Aquel hombre era poseedor de una sabiduría que no era conocida ni por su padre, ni por su tío, y casi se atrevía a decir, que por ningún otro hombre del pueblo. Porque no conocía mujer en la que hubiese tenido lugar una transformación tan evidente como la de la prima Julia. Tanto que él no entendía como aquella podía pasar inadvertida para el resto. Pero para él cada día era más obvio que aquellos ojos que le rodeaban se habían cansado de ver, y aquellos oídos se habían cansado de escuchar. Los únicos ojos que parecían mirar las cosas, eran los ojos del Zahorí, por eso quizás a veces refulgían como carbunclos, y otras parecían apagarse.

Aunque no todas las noches, sí que en bastantes ocasiones volvió a la pequeña casa del Zahorí, y observaba el del péndulo y otros misteriosos rituales desde la puerta-así como durante el día observaba al Zahorí en su búsqueda de las corrientes internas de la tierra-, que curiosamente siempre estaba entornada.

Así transcurrió el tiempo, hasta que un día, mientras el Zahorí manipulaba el péndulo sobre la tierra-y Diego fantaseaba con aquella visión del metal dorado contaminando con su dorado resplandor la blanca piel desnuda de la prima Julia-, sorprendió una mirada que nunca antes había visto iluminar sus ojos. Fue un destello muy breve, de satisfacción y de júbilo. Pero al momento pudo entrever una pequeña sombra que acabó por apagarlos.

Al día siguiente comenzaron las tareas de extracción, y en breve el pozo estuvo funcionando. Por supuesto el Zahorí no había errado, y venía bien surtido de agua.

Diego lamentó la partida del Zahorí. Por él, porque se había habituado a los días silenciosos y serenos, transcurridos calzándose las huellas de aquel hombre de piel oscura, que a veces parecía preservar la calma que conceden siglos de vida, para de noche convertirse en torbellino indisciplinado en aras de otro cuerpo. Y sobre todo lo lamentó por la desaparición de la prima Julia.
La noche del día en el que el Zahorí se marchó a continuar con su labor en tierras lejanas-tierras que Diego se propuso secretamente conquistar en un futuro-la prima Julia salió a dar uno de sus habituales paseos en la oscuridad, para no volver. Diego, como ocurría habitualmente, escuchó el sonido de la puerta de la habitación contigua al abrirse, y una nueva emoción, distinta a la que le embargaba en los últimos tiempos cada vez que escuchaba aquel sonido, se abrió paso en su pecho. Y aunque estuvo toda la noche despierto espiando los pasos de regreso, desde el primer momento supo que ya no la vería de nuevo.

Jamás llegó a averiguar si la prima Julia se había ido tras el Zahorí. Algo le decía que no. Que aquel manantial tanto tiempo dormido en el interior de su ser, y que el Zahorí había despertado, finalmente se habría encabritado, llevándola muy lejos. Y si en algún punto del camino compartió cauce con el Zahorí, ni aquel mismo podría dominar aquel caudal de aguas desbordadas.

Aquel año, al regresar a la escuela, vino un hombre de la universidad a darles una charla sobre orientación laboral. Parecía un hombre sabio, de grandilocuentes argumentos, pero este no supo que contestar cuando Diego, alzando la mano, preguntó si para ser zahorí había de estudiar una carrera de ciencias o una de letras….

domingo, 19 de junio de 2011

LA JOVEN ATRAPA SUEÑOS

Imagen extraída de la web

Hacía años que no tenía un buen sueño. En ocasiones incluso dudaba de que hubiera tenido un buen sueño alguna vez. Ahora sólo le invadían imágenes de pesadilla. Largos pasillos alumbrados con una luz artificial y mortecina, en los que permanecía atrapado, una noche tras otra, buscando desesperadamente una salida. Aunque en el poso del sueño sabía que la salida no existía. Y nunca habría de existir, porque algo le decía que él se había marginado voluntariamente en aquel laberinto de corredores, con la intención de escapar al mundo, a los sueños de una vida jamás soñada. Y así se había visto atrapado en la paradoja-limbo de soñar que se busca algo, cuando en realidad se huye de aquello que supuestamente se busca.
Nunca habría salida porque, sencillamente, el soñador no quería soñarla.

Aquellos pasillos estaban habitados por siniestros moradores. Jinetes sin cabeza, serpientes de fuegos fatuos, aves que portaban en el pico sus alas arrancadas, corceles exhaustos que jamás podrían dejar de cabalgar… Pero lo que realmente le inspiraba pavor era la serie infinita de habitaciones contiguas a los corredores, y que parecían deslizarse a ambos lados, en un movimiento vertiginoso, con la misma inercia de la bola en la ruleta -o más bien a él le parecía el tambor de un revolver, al que se hace girar, consciente de la existencia de una única bala, destinada a alojarse en su cerebro-. Finalmente el movimiento cesaba y una de aquellas puertas abiertas se detenía ante él. Encima del marco se podía leer con letras iluminadas la palabra EXIT, en color de sangre. Entonces él, consciente de su verdadero lugar en lo onírico, se veía impelido a traspasar el umbral. Generalmente aquellas eran habitaciones de paredes grises, en las que apenas había espacio, porque estaban casi totalmente ocupadas por unas estanterías en las que se veían infinidad de carpetas marrones -como aquellas que utilizaban en su trabajo-. Aunque él sabía que no debía hacerlo, finalmente acababa por tomar una de aquellas carpetas y leer el expediente guardado en ella. Los expedientes estaban todos numerados, pero había llegado a la extraña conclusión de que sólo escogía de entre todos, los expedientes cuya numeración correspondía a un número primo. Aquellos expedientes constituían por si mismos los mayores horrores de sus sueños. Pesadillas dentro de su propia pesadilla. En ellos podía verse las imágenes de niños desollados, falanges diseccionadas que contenían en su propia carne corrupta el alarido de dolor que su antiguo huésped había emitido en el momento de haberle sido arrancadas, antiguos y sofisticados instrumentos de tortura desde los cuales los espíritus de aquellos que habían perecido en sus garras le narraban detalladamente las circunstancias de su tormento… Pero los peores de todo eran aquellos sueños en los que su cuerpo mismo se constituía en aquellas estanterías, porque en estos casos se convertía en ser omnisciente en lo que respeta a los contenidos de aquellos funestos expedientes.

Así que finalmente había dejado de dormir. Por las noches leía libros, veía viejas películas europeas, iba apilando montones de pequeñas libretas en las que garabateaba los versos de un poema épico que llevaba años escribiendo y que recomenzaba una y otra vez -esta circunstancia había hecho que sus íntimos se refirieran a él con el dulce y evocador nombre de Penélope. Pero a pesar de sus esfuerzos por mantenerse distraído podía ver como el sueño le acechaba. Y a veces el amanecer lo encontraba acorralado, sobre la cama, con una mano crispada en lo alto como tratando de evitar la irrupción del sueño. Que definitivamente siempre vencía.

En el trabajo se sentía cansado y distraído. El agotamiento le había dibujado dos enormes ojeras alrededor de los ojos. En ocasiones estaba irritado, aunque su temperamento era por naturaleza dulce. Y a pesar de que siempre había sido un ser apasionado, la falta de descanso había terminado por desdibujar los contornos de aquellas cosas que en su día habían fomentado su pasión. Siempre le habían gustado mucho las mujeres. Sobre todo lo que le gustaba era la seducción. Pero ahora ya no recordaba la última vez que había sufrido uno de aquellos enamoramientos, en otra época tan frecuentes. Era como si las circunstancias de sus noches fueran invadiendo sus días. Y finalmente no había días, ni pasión, ni vida…

No podía precisar cuando había sido la primera vez que le habían hablado de ella. Quizás fue alguien de la oficina. Seguramente López que dándole una palmadita en la espalda el habría dicho “tienes mala cara. Debes hacer lo posible por dormir. Ponerte en manos de una profesional. Una de esas jóvenes “atrapa sueños””. La verdad es que a él todo aquello le sonó a brujería, o vudú. Y además del abusivo importe del que le informaron en la agencia, no le apetecía tener a una extraña viviendo en su casa. Llevaba muchos años habituado a aquella soledad, a la armonía establecida a través de un desorden minuciosamente elaborado por los días y las cosas. No quería que nadie rompiera aquella armonía, pero estaba desesperado. Así que llamó, y un día la “chica atrapa sueños” llamó a su puerta. Era una joven alta, flaca, con mirada escrutadora y un color de ojos inquietante. Permanecieron en silencio, mientras ella parecía examinarlo todo. Los muebles, los armarios, las fotos, la vajilla…Cuando él la condujo al lugar destinado como habitación, ella le contestó que no era necesario, que debían dormir en la misma cama. Estuvo a punto de echarse atrás, de decirle que lo sentía, pero que ya no requería sus servicios. Sin embargo se quedó atrapado por la luz cambiante de su mirada. Por la movible superficie de su pupila que le recordaba a la turbación del agua cuando se ve invadida por una brisa; o alguien le arroja una piedra, y entonces estalla en múltiples círculos concéntricos. Ella adivinó, y el esquivó cobardemente su mirada.

-No se preocupe, a todos les ocurre lo mismo. A mis ojos asoman los sueños de los otros, aquellos que alguna vez hube atrapado. Una amalgama de imágenes oníricas da esta extraña apariencia a mis pupilas. Pero eso no debe producirle desconfianza, ni desasosiego-dijo ella-. Es lo peor que puede ocurrir en casos como el suyo.

Le explicó que su labor consistía en hacerse con el sueño negativo y dejar que los sueños positivos afloraran con naturalidad. Las pesadillas actuaban como un tapón que conseguía que las imágenes hermosas que viven en el subconsciente permanezcan atrapadas, aisladas. Seguramente habrían aparecido subrepticiamente, y poco a poco se habían posesionado en todos sus flancos. Y ahora ejercían de tiranas en sus sueños, y finalmente en su vida.

La joven era agradable. Pidieron unas pizzas y cenaron juntos, charlando en el sofá. Ella le informó de que las imágenes del sueño eran privadas, y jamás podrían ser reveladas a los otros. En el contrato existían terminantes clausulas de confidencialidad, al respecto. Si lo hacía perdería su don. Recordaba tenerlo desde niña. Como cada noche le había sido más y más difícil conciliar el sueño, y aquellas imágenes que la cercaban en la oscuridad. Al principio se había sentido aterrorizada ante las formas espantosas. Pero también era capaz de ver otras hermosísimas, que le producían éxtasis y arrobamientos. En especial le habían desazonado las imágenes eróticas de algunos sueños. Normal en una mente infantil como la suya. Tardó un tiempo en hablar con sus padres. Pero la madre, viendo el estado febril y casi sonámbulo en el que permanecía durante el día acabó por adivinar lo qué le pasaba. Había una tía suya que tenía el mismo don. Parece ser que no hay mucho que hacer en esos casos. Cuando una joven manifiesta los síntomas ha de viajar hacia el lugar donde le ayudan a dominarlo, y le enseñan a hacer ovillos con las imágenes de pesadilla de algunos sueños, y así permitir que las imágenes positivas pasen al soñante. Ella no era otra cosa que un filtro, o un tamiz. No eran muchas las que poseían este don, pero se tenían datos que parecían confirmar que no era algo exclusivo de la era moderna-aunque sí, con el advenimiento de la industrialización se sabía que las pesadillas habían aumentado, tornándose cada vez más sofisticadas, posesionándose de la vida inconsciente de las personas. Que inevitablemente redundaba en la propia consciencia-. Así que a medida que las pesadillas iban arraigando en la sociedad, habían comenzado a descubrirse un mayor número de "jóvenes atrapa sueños". En otras épocas muchas portadoras del don-aunque ignorantes de sus atributos y finalidades- se habían trastornado,enloquecido, recalando en hospitales psiquiátricos. O incluso algunas habían terminado siendo pasto de las llamas en la época oscura de la Caza de Brujas.

Llegó el momento de irse para cama. Ella vistió un pijama de color blanco. Le pidió que se acostara, y se sentó a su lado, en el lecho. Comenzó a hacerle preguntas con una entonación casi neutra, en la que sobresalía una cadencia amable, como de canción de cuna. Le inquirió acerca de su infancia, si había sido feliz... Sí, él recordaba haber tenido una infancia muy feliz, llena de mar y bosque.

Cuando despertó ya el sol asomaba por la ventana. La chica estaba a su lado y le miraba con una expresión dulce.

-¿Y bien?-dijo sonriente-. ¿Has dormido bien?

-Sí-contestó medio aturdido. Intentando recordar-,….. las imágenes regresan confusas. He soñado con mi infancia. Cuando cogíamos el remolque de mi abuela... Junto con mis primos nos turnábamos a ver quién tiraba, mientras los otros montábamos en él. Cuando veíamos a lo lejos un desconchado en el asfalto, nos poníamos a gritar “¡Que vienen las peripecias, las peripecias!!!”. Y sí, en el sueño había multitud de peripecias, y era el vértigo previo, y la sensación de libertad plena. Otra vez. Me sentía tan feliz….Hacía tiempo que no recordaba mi infancia. Demasiado tiempo. Ahora me doy cuenta.

Ella le congratuló porque ese era un resultado óptimo, pero aun debería permanecer unas semanas en la casa, con el fin de controlar las pesadillas y que estas no irrumpieran de nuevo del modo en el que lo habían hecho en el pasado. Lo cual no quería decir que no fuese a tener pesadillas nunca más. A los sueños había que dejarles libertad y sólo en casos extremos como el suyo, cuando el malestar onírico acaba invadiendo la vida, era conveniente mantenerlas a raya.

Así se sucedieron los días, las semanas, los meses….Las pesadillas no volvieron, y él se sentía más fuerte y más vivo. La convivencia con la chica, era muy agradable. Le gustaba charlar con ella, cenar juntos de manera informal, en el sofá. Le reconfortaba sentir la presencia de su cuerpo, y aquel peso tibio cada noche, sobre la cama. A veces a su boca asomaba la tentación de preguntarle hasta cuándo sería necesario que se quedara. Pero tenía miedo hacerla reparar en el hecho de que él ya estaba “curado”, y que decidiera marcharse. Y ahora sabía que ya no tenía miedo a dormirse. Seguramente nunca más lo tendría. Sólo tenía miedo al día en que ella se fuera.

Pero ocurrió que en medio de la noche despertó, con la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Sintió un cuerpo inmóvil, sólo alterado por el ritmo de la respiración, yaciendo entre sus brazos. Y en la penumbra,sólo mitigada por el resplandor de la calle filtrándose entre las rendijas de la persiana, pudo ver que la “joven atrapa sueños” milagrosamente dormía, y que algún momento de la noche, su inconsciente había decidido abrazarla. Aunque le desconcertaba el hecho de que estuviera durmiendo, todo le parecía relativo ante la presencia de aquel rostro relajado, con los párpados cerrados, como un par de alas que descansan tras la fatiga de innumerables vuelos. Tenía los labios ligeramente entreabiertos, por los que escapaba el aliento. Acercó su rostro que se dejó invadir por aquella sustancia caliente e ingrávida, sumamente deliciosa. Posó sobre ella sus labios. Sintió como si realmente se desprendiera de ellos en aquella experiencia íntima y lacerante de besarla. Los párpados de ella se abrieron. Él se percató, por primera vez, de que sus ojos ya no relucían con aquel extraño brillo. Sus pupilas ya no parecían los recipientes de las imágenes del espanto de los otros. Y sin más continuó besándola, atrayendo hacia si aquel cuerpo delicado y a la vez rotundo, que se insinuaba bajo las sábanas.

La primera noche que la joven atrapa sueños se dio cuenta de que se había dormido, se asustó. Después, cuando él despertó, comprobó aliviada que las pesadillas no habían vuelto. Pero al momento se percató de que finalmente se había curado, y que debía irse de la casa. Aquel pensamiento la hirió, anduvo unos días taciturna e incapaz de decirle nada al respecto. Cada noche volvía a dormir, y es más, cuando antes del sueño, él se dormía, las imágenes de sus sueños no acudían, para que ella las filtrara. Fue consciente de que había perdido el don. Al principio eso la desconcertó, desconocía qué es lo que debía hacer con su vida. Pero mientras en esto pensaba, le sobrevino el sueño. Afortunadamente se despertó antes que él. Se levantó y fue al baño, a mirarse en el espejo. Como había temido sus pupilas estaban vacías. Las pesadillas de los otros ya no eran sus moradoras. Pero sin embargo en su cabeza sintió la presencia de nuevas imágenes. Y supo que por primera vez en mucho tiempo aquellas imágenes se correspondían a las de sus propios sueños. Porque ahora ella tenía sus propios sueños. Y por eso durante días se había callado. Porque sus propios sueños tenían lugar en aquel lecho, y en aquel que cada noche dormía a su lado, y que ahora la despertaba con el dulce fragor de sus labios en los suyos, y que con aquellas manos la arrancaba del sueño y de las sábanas.