Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 6 de mayo de 2011

MI VIDA EN VERSO

Probablemente soy una Electra atípica
Yo siempre he querido matar a mi padre
y que mi madre se follara a otros
(simplemente por placer)
Pero esas cosas no pasan
al menos NO en familias como la nuestra
de las de supremacía del apellido paterno
orgasmo masculino
y cabeza de familia
(Lo cual es siempre sinónimo
de familia descabezada)

Curiosamente de niña yo iba para santa
pero un buen día me enteré de que eso implicaría
dejar de tener clítoris
aceptar que sólo hay una verdad
hacer la señal de la cruz cuando se me cruzara un gato negro
en el camino
Y sencillamente dejé de aplicarme
Y dedicarme a escribir textos sacrílegos
incendiarios
de esos que te abren directamente las puertas del infierno
y hacen que las viejas te escupan
cuando pasas a su lado
Ahora aquí estoy
cubierta de su saliva corrosiva

jueves, 5 de mayo de 2011

CUPIDO

Imagen: Mi Ruruk


Cada noche, en lo más profundo del sueño, viajaba hasta su cuarto…

No podía precisar cuándo había comenzado, pero deducía que aquella secuencia tenía relación con la presencia del gato negro, que desde hacía unos meses la rondaba…

Una tarde, al regresar del trabajo, con el cansancio acumulado sobre sus caderas, se lo encontró recostado sobre el alfeizar de su ventana. Al percatarse de su presencia se irguió, imitando en apostura a las esfinges, y la miró desde la efervescencia de su brillantes ojos amarillos. Ella pensó que aquellos ojos poseían la respuesta a una pregunta nunca formulada. Y cuando se sentía a punto de descifrar el secreto de aquella mirada, el gato serenamente apartó la vista, para fijarla en algún ser invisible. Condenándola a la nada…

A partir de aquel día, solía encontrarse al gato recostado en su ventana, enredado en los últimos rayos de sol. Con los que parecía jugar como si se trataran de las hebras desprendidas de un ovillo de lana.

Aquel verano se presentó caluroso, y pronto necesitó abrir la ventana para dormir. La primera noche cuando estaba separando las contras, se asustó al ver rasgada la oscuridad por el fulgor impávido de las dos pupilas amarillas. Se llevó la mano al pecho para calmar a su corazón. Después se rio, con la misma risa cantarina que las hadas le conceden a los niños, en la primera ocasión en que descansan en el regazo de sus madres, y que van perdiendo a medida que crecen y permanecen menos tiempo entre sus brazos. Contenta pensó que aquella era una noche hermosa, puesto que dos estrellas se habían dignado a visitarla. Y acarició el lomo lustroso, elástico, que en aquella caricia pareció arrancarse al cieno de la noche.
Cuando volvió a acostarse no la sorprendió ver la silueta negra asomar por la ventana entreabierta, y deslizarse como una sombra, silenciosa, hasta la silla que se encontraba junto a su cama. A medida que sus párpados se entrecerraban, invadidos por el cansancio, se sintió afortunada, porque probablemente era la única persona en el mundo a la que velaba un ángel negro…

Los sueños transcurrían todos de manera similar. Se veía a si misma en su lecho, y de repente, como respondiendo a la llamada de alguien, sus ojos se abrían. Entonces se incorporaba, se deslizaba hacia un lateral de la cama, y estiraba sus piernas fuera de los límite de la misma, posando sus pies descalzos sobre el suelo. En aquellos momentos se volvía para contemplar, siempre con la misma sensación de sorpresa distante, como su cuerpo permanecía sobre las sábanas, dormido, con la inconsistencia de una cáscara vacía, de una marioneta a la que le han cortado los hilos. Con paso firme se dirigía hacia la puerta en cuyo umbral, iluminado por una luz cuya procedencia ignoraba, veía al gato negro que la miraba de modo irresistible, como instándola a que lo siguiera. Al salir tras él, hacia la calle, se encontraba en un barrio desconocido, muy distinto al suyo. El suelo empedrado con pequeños adoquines, en nada le recordaba al asfalto descascarillado de su calle. Las casas bajas, de piedra algunas, otras, la gran mayoría, pintadas de alegres colores. Las farolas antiguas, de bronce, coronadas por delicadas tulipas de cristal satinado. Entonces el gato se volvía y la miraba apremiante. Se había parado frente a una casa de dos plantas y color violeta. El gato se subía a la ventana del segundo piso y ella con endiablada agilidad lo imitaba. Como si su sola presencia hubiese bastado para dotarla de sus mismas habilidades. Siempre al compás del gato, se introducía por la ventana entreabierta. Invariablemente, cada noche, la estancia aparecía inundada por el resplandor de la luna. Miraba a su alrededor y no sabría decir por qué, pero aquella habitación con sus muebles, prendas de ropa colgando negligentemente y los vinilos de colección desperdigados por los alrededores del tocadiscos, le hacían pensar en los restos de un naufragio. “Quizás los restos del naufragio de una vida”-se decía.
Después de ese pensamiento miraba el lecho, donde descubría una figura inocentemente dormida, ignorante de esa presencia que cada noche venía a visitarla. Bajo las sábanas se dibujaba el cuerpo de un hombre. A descubierto sólo se hallaba su rostro, hermoso y pálido bajo el influjo lunar. Se quedaba un rato contemplándolo, arrobada. Entonces iba a sentarse en una silla próxima a la cama, y el gato negro corría a recogerse en su regazo. No tardaba mucho en quedarse traspuesta, hasta que en la hora próxima al amanecer, algo, probablemente el frio que precede al nacimiento del sol, la perturbaba. En esos instantes veía como los párpados cerrados comenzaban a titubear en el rostro a punto de despertarse. En ese último minuto de incertidumbre, era ella la que despertaba, sola en su cuarto.

Tras unas semanas de repetirse el mismo sueño comenzaron las cábalas. Se preguntaba si aquel rostro, que siempre se repetía, habría sido rescatado de su rutina por su subconsciente. Quizás se trataba de alguien con el que se cruzaba por la calle camino del trabajo, y en el que sus ojos todavía legañosos no parecían haberse fijado. Quizás era un hombre con el que habría mantenido alguna breve relación laboral y al que ahora no lograba recordar. Y aquel barrio que parecía sacado de un cuento…. De eso estaba segura, ella nunca había estado en un lugar así para luego olvidarlo.

En una ocasión que se encontraba sentada al sol, en el alfeizar, observando al gato negro que se debatía bajo su caricia, se le acercó una vecina, una ancianita agradable con la que solía cruzarse por las mañanas, cuando salía para ir a trabajar.

-Buenas tardes guapa, veo que finalmente Cupido te ha elegido…-le dijo con voz amable

-Buenas tardes Doña Gloria, que bonito día se ha quedado…-respondió balanceando juguetonamente las piernas que colgaban en el aire

-Sí, niña,….una tarde hermosa. Casi tanto como aquellas de mi juventud. Con esta temperatura nuestro amigo Cupido no debe caber en si de gozo..-dijo señalando al gato, que ahora había comenzado a lavarse con parsimonia.

-¡Ah!¿ Se llama Cupido? …¡Qué nombre más curioso!

-¿No conocías a nuestro amigo Cupido? …Todas las muchachas del barrio sueñan con que Cupido elija su ventana. Muchas lo persiguen tentándolo con chucherías, pero Cupido no se deja seducir. Él es de los que escogen…eres una joven afortunada.

-¿Si?-la interrogó poniendo menos interés en su pregunta que en hacerle carantoñas al gato.

-Sí, claro… Tú eres nueva aquí por eso no conoces la historia que circula sobre él. Pero se dice que aquel por quien se deja acariciar Cupido, está a un paso de encontrar al amor de su vida. Por eso las gentes le llaman así.

-Pues esta vez la leyenda se equivoca…Créame Doña Gloria, seguramente soy la persona de este barrio que más lejos está de encontrar el amor-respondió entre risas

-Ríe, ríe….Ya sé que ahora no tienes amor. El día que lo encuentres te percatarás, porque ese día Cupido se dispondrá a abandonarte. Pero estoy segura, te anda rondando. El olfato de Cupido es infalible. Lleva décadas ejerciendo su don-dijo con rostro risueño

-¿Décadas? Mírelo, si este es un gato joven. Con este pelo tan brillante, las patas tan recias, y esta línea sutil por vientre. Como mucho tendrá dos años

-Bueno, bueno…ya me contarás dentro de unos meses. Ahora me voy a casa niña, que me empieza la novela-Y con un gesto de la mano, sin más, se despidió

Todavía permaneció un rato, allí, en la ventana. Observando como se ocultaba el sol que teñía las casas con el naranja de su último aliento. “Que manera más hermosa de irse-pensaba. En mi día ¿seré yo capaz de irme así?”. Se rio para sus adentros. Seguramente si Doña Gloria la escuchase la reprendería, porque una muchacha tan joven no debe estarse pensando en esas cosas. No, ella debería pensar en el amor….Precisamente por eso había acudido la muerte a su mente. Eros y Thanatos siempre de la mano…. “¿Enamorarme yo?-gruñía en silencio-si mi idilio más largo es el que mantengo con un hombre al que observo dormir en sueños….No hagas caso Marta, que sólo son historias de viejas…”

Transcurrieron las semanas, y todo seguía igual. El gato Cupido aparecía puntualmente sobre el alfeizar, en la hora de su regreso a casa. Y volvía cada noche a colarse por la ventana de su cuarto. Aunque ya estaba comenzando a refrescar, se negaba a cerrarla por miedo a que sin la presencia del gato ella fuera incapaz de viajar en sueños. A veces se sentía ridícula, al pensar en el lugar preeminente que ocupaba en su vida la escena que se repetía cada noche. Y que invariablemente terminaba en el momento en que el hombre estaba a punto de despertar. Y si alguna vez por fin él llegaba a tiempo ¿sería capaz de desentrañar la lógica que debía esconderse en aquel sueño?

Una tarde Cupido no acudió a la ventana. Recordó las palabras de Doña Gloria, pero tristemente en su vida nada había cambiado. Y ahora sin aquella presencia elegante y oscura sobre el alfeizar, se sintió definitivamente sola. Aquella noche no soñó, o si soñó no fue capaz de recordarlo. Abatida, decidió llamar por teléfono a la oficina para decir que no acudiría porque estaba mala, y aprovechar el día en buscar a Cupido.

Por la mañana estuvo registrando el barrio, la carnicería, las cercanías del restaurante en el que seguramente estaba habituado a recibir sobras,…. Pero nada. Los vecinos decían que llevaban por lo menos dos días sin verle. Al doblar una esquina reconoció la figura familiar de Doña Gloria. También a ella la interrogó.

-Ya estás a punto mi niña…-le dijo haciendo referencia a la conversación que habían mantenido anteriormente. Pero debió ver en el rostro de Marta que se hallaba a punto de perder los nervios, así que finalmente añadió-Mira en la estación de trenes. Suele rondar por allí.

Así que a la estación se dirigió. Afortunadamente en ese momentos no había trenes en el andén, y no había mucha gente por los alrededores. En la zona principal no estaba, por lo que se dirigió a la parte donde estaban ubicados los vagones de mercancías, porque pensó que esa sería la zona a dónde ella se dirigiría si fuera gato. Ya casi había perdido la esperanza cuando le pareció escuchar un sonido similar a un maullido. Comenzó a indagar por la zona de procedencia, y al rato, detrás de unos vagones en desuso, por fin encontró a Cupido, que se relamía los bigotes degustando los restos del banquete con el que se acababa de festejar. Estaba a punto de abalanzarse sobre él, cuando se percató de la figura que permanecía de pie, a su lado. Mientras se volvía hacia ella, sintió como una impresión, algo semejante a un presentimiento. Y cuando por fin auscultó su rostro , pudo disimular la impresión que le produjo el mirar, cara a cara, el rostro despierto del hombre de sus sueños.

Se llamaba Elías, y vivía en un pueblo del interior. Aproximadamente una vez al mes viajaba hasta allí, para visitar a una tía a la que le profesaba especial cariño. En cada ocasión se acordaba de llevar algo de pescado para el gato negro, que siempre daba la impresión de estar esperándole.

-Es agradable saber que se va a encontrar a alguien aguardándole a uno en una ciudad donde apenas nadie te conoce….-le dijo sonriéndole-Lleva años acudiendo puntual a la cita…

-¿Años?, pero si parece muy joven

-Lo sé,…Este granujilla debe poseer el secreto de la eterna juventud-se rio mientras le prodigaba a Cupido toda una serie de arrumacos.

“Quizás ese es el secreto que ocultan sus ojos amarillos”-reflexionó ella.

A partir de ese día también ella iba a esperarle a la estación, hasta que un día Cupido dejó de aparecer. Ya no la aguardaba en el alfeizar de su ventana. Ni tampoco aparecía durante la noche por la rendija entreabierta. Así que afortunadamente pudo comenzar a cerrarla, pues ya había llegado el invierno. Aun así cada noche la miraba con nostalgia.

Por fin un día Elías la invitó a conocer su pueblo. Fue un viaje bonito, atravesando enormes extensiones de campo verde, en las que alternativamente se encontraban y desencontraban con la cinta serpenteante de un rio. Llegaron de noche a la estación, y cuando caminaron por el pueblo no la sorprendió contemplar la misma estampa de casitas enternecidas, de tan bonitos colores que parecían dibujadas por una mano infantil. Las farolas parecían más gráciles de lo que recordaba. Y el color violeta de la casa de Elías era todavía más vivo que en sus sueños.

Tras haberse conocido, durante las primeras semanas, dudó en contarle aquella historia tan fantástica, pero finalmente decidió no hacerlo, al fin y al cabo el nunca había acabado por despertarse, y seguramente pensaría que se trataría de una invención de ella para tratar de dotar a su relación de un extraordinario romanticismo. Y ahora por fin había subido las escaleras que la llevaban a aquella habitación en la que se había introducido tantas veces como una intrusa, por la ventana. Besó, mordió, arañó, aquel cuerpo que cada noche se dibujaba indolentemente bajo las sábanas, en las que acabaron enredados, intercambiaron pieles, la lava de los sexos, muescas de su sangre….Y finalmente descansaron, el uno sobre el otro, mezclando piernas y brazos, proyectando conjuntamente el vaho de sus bocas.

En medio del sueño se despertó. Procuró no molestar al hombre que dormía a su lado, y corrió a sentarse en la silla del mismo modo que lo hacía en sus viajes, dispuesta a observarle, a la espera de que esta vez al fin abriese los ojos. A pesar de que se sentía feliz, enseguida supo que algo no andaba bien. El rostro que se dibujaba sobre la cama no estaba pálido, sino que era oscuro, y la ausencia de esa palidez le otorgaba un carácter masculino y algo fiero. Buscó por la habitación y a través de la ventana, descubrió la ausencia de la luna y aquel mágico resplandor que en sus sueños inundaba la estancia. Pero lo que la hacía sentir más incómoda era la ligereza de sus piernas, libres del peso de Cupido, el gato negro, y aunque siempre llevaba una caricia suya prendida a sus dedos, añoraba sentir la suavidad de su pelo, el acento musical del ronroneo sobre su regazo. Y se dijo que el amor nunca es como en los sueños. Lo mismo que ese instante, en el que el rostro dormido comenzaba a titubear, y por fin con el gesto con el que la mariposa hiende la crisálida, abrió los ojos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

LA CARRERA


Pintura: "Como pompas de jabón" Gonzalo Ruiz Navarro



A Rocío, que en una conversación me dio la idea para este cuento



Al comenzar el curso sus padres le prometieron que si ese año sacaba buenas notas, por fin le comprarían el deseado Scalextric. Así que el último día, tras las clases, marchó triunfal hacia su casa, blandiendo marcialmente contra el aire el boletín con la evaluación. Cuando llegó, como era habitual, entró por la puerta de atrás, que conducía directamente a la cocina. Al traspasar el umbral sorprendió el rostro de su madre, quien al verle se volvió de espaldas, enjugando en sus ojos lo que a él le pareció un mar de lágrimas.

-Mamá-dijo tratando de evitar traslucir lo que había visto-, traigo las notas.

Se las tendió y ella las tomó sin siquiera darse la vuelta. Aquello acabó de confirmarle que había llorado. Se estuvo un rato mirándolas y finalmente se volvió hacia él. En sus ojos intentó dibujar una sonrisa que le recordó a un vidrio roto... Hasta aquel día había sido tan inocente como para pensar que los adultos no lloran, como si las lágrimas fueran un privilegio de la infancia…. En eses momentos sintió como algo acababa por romperse, y sólo pudo escuchar el sonido de unos cristales rotos. Trastabillando trató de regresar al momento anterior…

-Mamá- dijo titubeante-¿Ahora me compraréis el Scalextric..?...Lo prometisteis!!!

Ella se levantó como un resorte de la silla en la que se había sentado, y corrió hacia su cuarto ejecutando un gesto con la mano, advirtiéndole que no la siguiera. Aun así fue tras de ella, pero sólo pudo llegar a tiempo de ver como la puerta se cerraba en sus narices, con un golpe seco, y escuchar el sonido del pestillo. Sintió como por primera vez le cortaba el acceso a su corazón. Acercó su oído a la madera, imaginando que se trataba de su pecho. Por todo latido sólo pudo oír el sonido áspero y entrecortado de sus sollozos. Comenzó a golpear la puerta, rogándole que saliera, pero la única respuesta que obtuvo fue el silencio. Así que se dejó resbalar hasta el suelo, exánime. Se descalzó y empezó a arrancarse las astillas que tenía clavadas en los pies, sangrantes. Eran los fragmentos del corazón de la madre …Aquello que ante sus ojos se había quebrado con aquel estruendoso sonido de cristales rotos

No sabría decir cuánto tiempo continuó allí, rendido. Pudieron ser minutos, o quizás fueron horas. En ningún momento se apercibió de la presencia que permanecía al fondo del pasillo, vigilante. Hasta que tuvo la necesidad de moverse, y comenzó a indagar en las sombras que ya se cernían sobre la casa. En la oscuridad vio brillar dos ojos, acuosos, profundos, como si estuviesen cincelados en las simas del océano. En aquella mirada líquida pudo reconocer a su abuelo Tomás. Se apresuró a levantarse, y en el tiempo que emplean las palabras para desplazarse por el aire, recorrió la distancia que mediaba entre ellos y se arrojó a sus brazos.

Aquella noche fue la primera que su padre no pasó en casa.

Al día siguiente, inaugurando las vacaciones, el abuelo Tomás lo llevó de paseo. Una vez acabada la escuela, durante una semana, los vendedores ambulantes apostaban sus puestos cargados de mercadorías-como árboles rebosantes de frutos maduros, a los que el abuelo y él se referían con el secreto nombre de “surtidores de maravillas”- en el paseo que va a dar al mar. Pero aquella mañana, mientras el abuelo iba señalando uno u otro objeto fantástico, Nicolás caminaba a su lado, sin apenas prestarle atención. Ahora que ya se había emborronado la tristeza del día anterior se sentía enfurruñado por la cuestión del Scalextric. Iba rumiando para sí que los adultos nunca cumplen sus promesas, y que bien tonto había sido por hacerse ilusiones. Sus padres en nada se parecían al abuelo Tomás, quien , debido a la timidez de Nicolás, se había convertido en su único amigo. En ese preciso instante, intuyendo sus pensamientos, le dijo:

-¿Sigues enfadado por lo del Scalextric?-Enseguida los ojos de Nicolás comenzaron a empaparse de lágrimas- Venga, no llores….Lo fundamental es que has sacado buenas notas. No deberías realizar las cosas como un medio para conseguir algo, sino simplemente por el placer y la satisfacción que te produce realizarlas...-Cuando el padre de Nicolás estaba enfadado con el abuelo Tomás por algún motivo, cosa que sucedía con frecuencia, solía referirse a él como “el filósofo”. A su madre le molestaba el acento sarcástico que empleaba, y la mayoría de las veces este era germen para alguna de sus habituales discusiones…

-Pero ellos lo prometieron…-dijo con la voz entrecortada

-Nicolás, a veces las cosas no son tan sencillas como lo parecen. Es algo de lo que te percatarás cuando sea mayor….

-¿Para que quiero ser mayor?-le interrogó apretando los puños-¿Para dejar de cumplir mis promesas?

-Vaya…-dijo el abuelo desviando bruscamente la atención-este sí que es un objeto mágico….-dijo mientras señalaba una artilugio, de forma cilíndrica y de alegres colores.-¿Cuánto cuesta esto, amigo?-dijo dirigiéndose al hombre que con aspecto bonachón les sonreía tras el mostrador. Este susurró unas palabras que Nicolás no llegó a escuchar, y de inmediato su abuelo sacó unas monedas de su cartera y se las ofreció al risueño comerciante. Tras un pequeño rife y rafe con el precio, una vez el trato se hubo formalizado-con apretón de manos incluido- su abuelo le mostró aquel objeto y apremiándole para que lo sujetase, misteriosamente le dijo:

-Míralo, aunque te parezca un artefacto insignificante, con esto te estoy regalando el mundo

-Puede ser-replicó vehemente Nicolás-pero no es un Scalextric

-Si tu quieres-dijo mientras con su dedo índice le daba unos ligeros golpecitos en la parte superior de la cabeza- puede ser un Scalextric y muchas más cosas…

Al llegar a casa su madre estaba cocinando. Había preparado su plato favorito, spaghetti, como un gesto de reconciliación. Cenaron los tres en silencio. Luego fueron un ratito a ver la televisión, y Nicolás se sorprendió echando en falta, presidiendo el salón, la escopeta de caza favorita de su padre, la cual había sido disparada progresivamente por tres generaciones de su familia. Se puso a rastrear las paredes, los muebles,… y se percató de que también faltaban el viejo tocadiscos y sus vinilos de los Beatles. Tampoco estaban los trofeos que había ganado cuando practicaba atletismo, en los tiempos del instituto, de los que siempre se sentía tan insultantemente orgulloso. “Si no hubiese sido por aquella inoportuna lesión en la rodilla-se lamentaba-, yo habría estado destinado para hacer algo grande”. A lo que el abuelo Tomás contestaba implacable que “precisamente porque no estaba destinado para hacer algo grande, se había lesionado la rodilla”….Aunque procuraba no mencionarlo en un principio había esperado que su único hijo fuera quien llevan a buen puerto sus frustradas expectativas. Pero él había salido torpón y algo enclenque. Más aficionado a los libros que a los deportes al aire libre. Y en aquellos momentos, reflexionando acerca de la decepción silenciosa del padre, de pronto encontró explicación al llanto surcando el rostro de la madre, durante el día anterior. Se la imaginó llorando toda la noche, y pensó que todavía se apreciaban los surcos de las lágrimas sobre aquella piel tersa y querida, como una pared estriada por el agua y la humedad tras un largo invierno. Sí, la tristeza es como un invierno, en el que uno se pone a la vera del fuego, pero es incapaz de entrar en calor. Sólo le queda sobrevivir hasta que regrese la primavera.

De golpe se dio cuenta de que su padre no volvería.

Aquella noche los spaghetti no le sentaron bien…El regalo de su abuelo fue a parar al fondo de un cajón, sin que nadie le hubiera siquiera quitado el precinto protector.

Transcurrieron semanas sin que él lo recordara, pero un buen día, rebuscando en procura de un comic de Spiderman, escuchó el ruido de un objeto rodando sobre la madera y de pronto en el frente del cajón asomó tímidamente el alegre artefacto cilíndrico. Entonces se sintió un poco culpable por el ostracismo al que lo había condenado, ignorando el entusiasmo de su abuelo. Decidió salir al jardín a probarlo. Aunque aquel artilugio no estaba en boga en aquellos momentos, a individuos de generaciones precedentes no les sería difícil reconocer en él uno de esos aparatos que los niños emplean para hacer pompas de jabón. Con algo de curiosidad, Nicolás giró la tapa y la sustrajo. Enseguida vio que el cilindro estaba hueco y contenía un menjunje que olía a una mezcla entre Geniol y Champú Jhonsoms, que lo remontó a los baños de burbujas con su madre, durante los sábados de su primera infancia. Esta sensación lo puso de buen humor, así que decidió darle una oportunidad... Durante un tiempo sostuvo ante sus ojos, sin saber que hacer, el tapón con el apéndice amarillo rematado en un redondel. Vio que el jabón se le quedaba prendido, adquiriendo la apariencia de una lente, y el mundo le pareció esponjoso y sin aristas, cuando lo vio a través de ella. Tal y como indicaba un pequeño dibujo en su superficie, comenzó a soplar, suavemente. Al momento aquella lente que resplandecía al sol, como si tuviese un retazo de arco iris por corazón, comenzó a palpitar, dudando entre crecer o encogerse definitivamente, hasta volatizarse con un pequeño aspaviento. En la siguiente ocasión Nicolás sopló mas fuerte, con decisión, y el delicado pétalo de jabón comenzó a hincharse, atravesado por aquel corazón de arco iris, que simultáneamente se hacía más grande. Sopló más, y más, como el Eolo al que antaño se encomendaban los navegantes para que convirtiese en alas sus velas, y así regresar lo antes posible al abrazo del hogar. La pompa de jabón aumentaba de tamaño, y temió que aquella membrana en apariencia tan frágil, terminara por quebrarse. Por un momento contuvo el aliento y le pareció que comenzaba a arrugarse, como afectada por una vejez prematura. Cerró los ojos y sintiendo un impulso temerario, sopló de nuevo, con todo el arrojo de sus 12 años. Cuando los abrió la pompa era tan grande que la vio cernirse sobre su cabeza, y a ambos lados. Se dio la vuelta y pudo ver su rostro reflejado en aquella piel transparente, justo allí donde la atravesaba el arco iris…Ahora lo envolvía todo, como si se lo hubiera tragado. Y en efecto se dio cuenta de que encontraba dentro de la pompa de jabón, que aquellos instantes comenzaba a despegarse del suelo. Miró pidiendo ayuda a las margaritas del jardín que comenzaron a empequeñecerse, como si hubiesen ingerido algún brebaje menguante, y le pareció que le contemplaban con nostalgia.
Pronto se encontró a la altura de los tejados de las casas. Y el vértigo gateaba por su pecho, como si fuera una araña. Se lo sacudió y se armó de valor. Desde los árboles, los pájaros lo miraban con curiosidad. Descubrió que por fin las crías de gorrión habían roto sus huevos, y quizás en aquellos instantes, así como él, estaban iniciando su primer vuelo. En el parque los niños jugaban al futbol y las niñas tenían que contentarse con mirarlos desde los bancos, porque nunca les dejaban jugar. Una de ellas, Carolina, tenía el rostro enfurruñado, y de vez en cuando se agitaba como una veleta contra las estúpidas reglas. Las casas parecías pequeños paralelepípedos de diversos colores. Y todo era atravesado por una triste vena de asfalto, por la que en ese momento los coches de los padres de familia circulaban lentamente, en un atasco, impacientes en su vuelta a casa desde el trabajo, accionando las bocinas. Es lo que tienen las venas, que acaban convirtiéndose en varices, y duelen.... Tan diferente al río que podía ver en la distancia, bruñido, travieso y chispeante. Como la arteria que transporta el oxígeno a todas las zonas del cuerpo…
Pasó cerca de la iglesia en el instante en que repicaba la campana. Las ondas sonoras rebotaron contra la burbuja, haciéndola vibrar. Aquello pareció darle impulso y comenzó a ascender con mayor rapidez. De pronto vio como el cielo estaba al alcance de su mano. Algo que le pareció un ángel pasó velozmente a su lado. A medida que ascendía, las nubes parecían esquivarle, arrastrando sus enaguas, temerosas de que las atropellara en su camino. Y de pronto por encima de su cabeza divisó un resplandor. Era la luna que comenzaba a asomar en el cielo, enmadejada en la luz del sol. Miró hacia el oeste justo a tiempo de ver como este terminaba de ejecutar su danza de espalda a las montañas. Poco a poco el brillo de las estrellas comenzó a invadir la noche. En la tierra eran imitadas por las luces de las casas. “Pobres bombillas-pensó-, soñando con ser estrellas”. Comenzó a preguntarse hasta donde llegaría… Quizás hasta aquel lugar misterioso al que llamaban “Las Antípodas”. Permaneció ensimismado por lo que no percibió que un objeto se le acercaba, hasta que éste se hubo colocado a su altura. Allí, dentro de una pompa de jabón tan grande como la suya, había otro niño, que como él permanecía admirado por todo lo que ocurría a su alrededor. Ambos se miraron, examinándose, retándose, y como en respuesta a una señal previamente acordada, fijaron los ojos al frente y las pompas se propulsionaron a gran velocidad. En el poco tiempo que llevaba dentro de la burbuja, Nicolás se había percatado de que ésta se conducía como en respuesta a algún pensamiento, anticipándose incluso a que su mente lo esbozara. Si había ascendido ¿no se correspondía esto con su único deseo durante la últimas semanas? ¿El deseo de alejarse, de desaparecer, que asolaba su vida desde que su padre ya no vivía en casa? Y ahora al ver el rostro desafiante del otro niño ¿la burbuja no había respondido como si se hallaran en medio de una carrera, de una competición? La velocidad le erizaba el vello, tensaba sus músculos, aceleraba el ritmo de sus pulsaciones. Aquello era mejor que manejar un Scalextric. Ambos pilotos iban muy igualados, pero de vez en cuando, alternativamente, como resultado de un supremo esfuerzo, uno de los dos despuntaba. Atrás iban quedando planetas, nebulosas, galaxias... Los satélites les jaleaban como si les fuera la vida en ello. A punto estuvieron de estrellarse contra un cometa que apareció vertiginosamente de la nada. Aliviados vieron alejarse su resplandeciente cresta de fuego. Permanecieron unos minuto atrapados en su telaraña de humo, cuyo olor le recordaba a Nicolás al del tabaco para pipa de su abuelo. Aprovechando ese momento de distracción, el otro niño sustrajo del bolsillo de su pantalón un enorme tirachinas, tanto que resultaba imposible entender cómo algo así podía haber estado alojado en un pequeño bolsillo. E ignorando el grito de súplica que se escapó de la boca de Nicolás, tomó aquella imagen del recuerdo, su abuelo Tomás fumando en pipa, y la utilizó como proyectil, disparándola contra la superficie impoluta de su pompa. Apenas un pequeño estallido, como el último latido del corazón de un pájaro antes de que definitivamente se pare; como el último aliento de una estrella momento antes de apagarse.
Y de nuevo fue el vértigo. Pero esta vez fue el vértigo de la caída…

Despertó en su cama. Lo primero que vio fueron los ansiosos rostros de papá y mamá. Después se encontró con su abuelo, los cabellos de plata tan parecidos al halo que rodea la luna, las acogedoras arrugas, la cómplice sonrisa infantil-en la vejez parece que nos sentimos más cercanos a la infancia, quizás porque está próximo nuestro regreso al lugar que habitábamos antes de existir,y ser niños…-,y el humo dulce de su pipa.Al fondo, en su mesa de estudio, pudo ver el ansiado Excalextric, las curvas negras de la carretera de plástico…Uno de los mandos en la mano de su padre, ofreciéndoselo. Había estado enfermo, con fiebre muy alta desde la noche de los spaghettis. Incluso deliraba, lo que había acabado por asustar a su madre. Pero ahora tan sólo tenía unas décimas, por lo que el doctor no se enfadaría si jugaban una partida. Pudo ver el mando negro, tentador, una serpiente deslizándose por la muñeca de su padre.

-Gracias-dijo agitando su cabeza en un gesto de negación-pero, si no os importa, prefiero el juguete que guardo en el cajón. Abuelo ¿me lo alcanzas?-y señaló con el dedo el lugar donde, según recordaba del sueño, lo había guardado.

De nuevo, como entonces, escuchó el sonido de un objeto rodando por el cajón, al que enseguida acompañó la exclamación de sorpresa de su abuelo. A Nicolás casi le pareció que las lágrimas humedecían sus ojos, mientras vio como su mano temblorosa se introducía en el cajón para arrancarle con un gesto de triunfo el artefacto mágico, surtidor de maravillosas pompas de jabón.

-¿Y el Scalextric?-interrogó su padre, estupefacto

-Esto que ves aquí, por insignificante que parezca, contiene el mundo. Si tu quieres puede ser un Scalextric y muchas cosas más-dijo mientras le guiñaba un ojo cómplice a su abuelo…

jueves, 28 de abril de 2011

LA CAZA

Imagen Daria Endresen



Desde el momento en el que conseguí localizarlo, me consagré por completo a la tarea de espiarlo desde las esquinas. A los pocos meses me conducía por las aristas de los tejados, los anónimos quicios de las puertas, y el rostro colectivo de la multitud, con la sutileza del camaleón. Como si desde siempre la ciudad hubiera constituido el único escenario de mi vida. En ocasiones él se volvía, y yo confundía mi fisonomía con la de las paredes, por lo que no me sorprendió mucho cuando, con el tiempo, me percaté de que era capaz de tornar mi carne de barro en cemento…..
No creí que me fuera tan fácil adaptarme a esta vida, pues subestimaba las posibilidades que tenía, un ser errante como yo-quien incluso tenía que meterse plomos en los bolsillos para no salir volando-, de tornar su actitud por la de una sombra condenada a la gravedad de un cuerpo; por el ostracismo de la brisa pegada a las alas de un pájaro; por la oscuridad de la imagen que se esconde en el envés rosado del párpado. Mientras gozaba de esta situación cercana a los límites de la invisibilidad, mi mente era constantemente invadida por alguna de los millares de fábulas que, tiempo atrás, el Anciano nos contaba durante la noche, con las lenguas rojas de la hoguera lamiendo su rostro, y el crepitar del fuego desfigurando su voz. Según decía, aquello que alguna vez el mundo conoció con el nombre de “amor”, había sido arrancado de su faz, del mismo modo que a un jardín se le arrancan las malas hierbas. Del mismo modo en el que finalmente había sido aniquilada nuestra tribu…. En aquellos tiempos se pensaba que nuestra supervivencia dependía directamente de la transmisión de nuestras leyendas. “Mientras haya alguien que necesite escucharnos, nuestro corazón seguirá latiendo”, decía en respuesta a mis preguntas acerca de nuestro origen, mientras apoyaba el peso de su cuerpo marchito sobre mis hombros, fingiendo que por un instante no precisaba de su inseparable cayado. “Aquellos que ostentaban el poder, concluyeron que el “amor” frenaba el progreso. Lo tildaban de superstición, de herejía inventada por los libros. Comenzaron a perseguir a los poetas”….
-“¿Nosotros somos poetas, Anciano?”-le pregunté una de aquellas noches.
-“Ya no quedan poetas. Acabaron por languidecer, hasta su extinción….- dijo con voz desmadejada y triste-Nosotros somos meros contadores de historias”
-“¿Entonces por qué nos escondemos?-preguntó Ruk, con su oscuro rostro clavado en el anciano”
-“Porque continuamos poniéndole voz a aquellos que ya no la tienen….Nuestro corazón nunca calla….”
En aquellos momentos nos llevábamos la mano al pecho y de él extraíamos un pequeño latido, que juguetón se deslizaba por el tobogán de nuestros dedos, y tomando el impulso de sus diminutas piernas, se elevaba hacia el cielo, hasta que en el último momento lo veíamos brillar, atravesando el claro de luna.
Ante semejante espectáculo, al unísono, todos suspirábamos.
-“Hubo en tiempo en el que nuestra función la realizaban los libros…Un día, siguiendo las órdenes de aquellos que ostentaban el poder, todos los pueblos del mundo quemaron los suyos. Las bibliotecas se mostraron frágiles e impotentes en su desnudez. Sólo los de nuestra estirpe salieron en su defensa. Por supuesto, fueron masacrados. Todo terminó a las pocas semanas, pero las cenizas acamparon durante meses en los bordes de las aceras. Hasta que una última ráfaga de viento-cuando todavía el sol no había secado la última de nuestras lágrimas- acabó por llevárselas lejos, muy lejos…, a un lugar de donde ni siquiera regresan los recuerdos…”
Había más como él, encargados de adiestrar a los muchachos de otras tribus. Por supuesto los elegidos eran siempre niños perdidos, sin familia, a los que nunca se le hubiese llevado a cabo la “sustracción”. Aunque durante nuestros tiempos de novicios desconocíamos el significado de tal palabra, cada vez que la escuchábamos no podíamos evitar cerrar los ojos con un estremecimiento, y pronunciar para nuestro coleto la palabra amuleto. La palabra amuleto era personal e intransferible, y para que causara efecto nunca podía decirse en alto. La mía era “arpegio” y tenía un inmediato efecto balsámico. En cuanto la pronunciaba, aun ausente el sonido, el latido de mi corazón se acompasaba.
De todo esto nos enteramos porque Ruk lo había escuchado a hurtadillas, mientras El Anciano conversaba con un colega de una tribu vecina. Creo que antes me referí al rostro de Ruk con el calificativo de “oscuro”. Pero esa cualidad no se limitaba al color de su piel. Cuando durante el día, me dedicaba a deambular por el bosque, percibía la presencia de Ruk, aun antes de que este se encontrara a mí lado. En los instantes previos, sentía como el canto de los pájaros enmudecía, y el viento en los árboles parecía agitarse nervioso. El sol en ese preciso momento era atravesado por alguna nube que amortiguaba la luz dorada de sus rayos, y todo parecía invadido por la sombra alargada de Ruk- a mí siempre me sorprendía que un muchacho tan menudo fuera capaz de proyectar su sombra a tanta distancia-, que se extendía hacia el horizonte. Entonces él me miraba con el negro flequillo serpenteándole en los ojos, y yo pronunciaba para mis adentros la palabra amuleto. Sospechaba que de haberse enterado de esa circunstancia, no se hubiera molestado, sino que, más bien, mi reacción le hubiese parecido motivo de orgullo. Alguna vez le hablé al Anciano de esta sensación en lo relativo a Ruk. Entonces el movía la cabeza pensativo y me comentaba que habíamos permanecido demasiadas noches alrededor de la hoguera, y las sombras que dibuja el fuego se habrían alojado dentro de mi pecho, oscureciendo el cielo de mi imaginación. Lo que yo ignoraba es que, en secreto, él nos estaba preparando para que uno de los dos tomara su testigo, e interpretó aquellos comentarios que yo inocentemente le hacía, como producto de una supuesta rivalidad, que en realidad no existía.

Una noche mientras, según era costumbre, dormíamos sobre las ramas de los árboles, nos sorprendió un ataque del enemigo. Nosotros nunca habíamos sido guerreros, pero nuestros sentidos, contrariamente al resto de los hombres, no se hallaban embotados por la vida confortable en un hogar cálido, por lo que confiábamos la vigilancia nocturna a la sutileza de nuestro oído, aun durante las horas de sueño. Se podría decir que generación tras generación habíamos desandado el camino de la civilización, regresando a un estado primitivo-muy animal- en lo que a nuestras capacidades físicas se refiere. Así como los gatos, éramos capaces de distinguir los cuerpos en la oscuridad-pues al reino de las sombras nos habíamos habituado- , moviéndonos en ella con elegancia felina. Además éramos capaces de conducirnos durante largas distancias siguiendo únicamente el dictado de los astros que dominan el cielo. Carecíamos de apego a la tierra, y nada poseíamos, excepto el legado oral del que cada uno de nosotros era depositario. Nuestro hogar era siempre transitorio y se constituía allí donde encendíamos nuestro fuego, cosa que hacíamos no por frio o miedo, sino impelidos por algún sentimiento de índole más bien romántica. La mayor parte del tiempo nos la pasábamos brincando de árbol en árbol, e incluso podían transcurrir semanas sin que nuestros pies hubiesen rozado el suelo. Sólo descendíamos cuando debíamos desarrollar nuestra actividad de “contadores de historias”. Teníamos gran número de seguidores, localizados sobre todo en los arrabales de las ciudades. Supongo que en aquella penosa vida que arrastraban, tenían la necesidad de creer en la posibilidad de un mundo mejor, pero no después de esta vida-pues aquello es lo que les ofrecían los que ostentaban el poder, con la evidente intención de que esas gentes se resignaran a la existencia gris que llevaban-, sino en algún momento futuro de ésta. Era significativo, para hacerse una idea del lugar que ocupaban en la sociedad, el hecho de que a la mayoría de ellos no se les había realizado la sustracción, y quizás por esta misma razón eran capaces de empatizar con nosotros, tarea que nos resultaba especialmente ardua en nuestras raras incursiones por la ciudad, y las gentes que en ellas habitaban. Como siempre que nos encontrábamos enfrascados en nuestra tarea de contar historias se formaba un corro a nuestro alrededor, alguna llamada de algún espía civil, ponía sobre nuestra pista a los agentes de la ley-pues estaba terminantemente prohibido que se constituyeran grupos o corrillos, aun en los aledaños de las ciudades-, por lo que finalmente nos veíamos obligados a huir, poniendo tal destreza en ello que algunos en vez de correr nos deslizábamos a cierta distancia del suelo. Tal capacidad provocó que entre aquellas gentes poco instruidas, pronto se nos conociera con el estrambótico nombre de “los hombres con alas en los pies”, y paradójicamente esta cualidad hubo de conseguirnos más adeptos, que nuestra propia habilidad en el arte de contar historias.
A cuentagotas llegaban a nuestra provisional morada individuos que huyendo de aquella miserable vida, querían unirse a nosotros. Casi siempre chiquillos que decidían escapar antes de que se les realizase la sustracción, porque como la mayoría nacían fuera de los hospitales, no se la habían efectuado en el momento de su llegada a este mundo, así que cuanto mayores eran, más reacios se sentían a sufrirla.
Así había sido como hacía algunos años, siendo todavía muy niño, había llegado Ruk, el oscuro, junto a nosotros.
Siento que la congoja me invade al recodar los acontecimientos de aquella noche en la que-según os decía-fuimos sorprendidos por el enemigo. Tengo que traer en mi socorro a mi palabra amuleto-“arpegio, arpegio, arpegio…”-para serenar los latidos de mi corazón. Si continúa desbocado él acabará por descubrir mi presencia.
Como contaba anteriormente, nuestra confianza en la propia destreza y en nuestra movilidad-no había dos noches seguidas en las que pernoctáramos en un mismo lugar-, hicieron que bajáramos la guardia. Seguramente, siguiendo el curso natural de las cosas, habría llegado un tiempo en el que nos hubiésemos visto emboscados por nuestros perseguidores, pero aquel momento estaría aun muy lejano si nuestro relajamiento no hubiese sido acompañado de la vergonzosa circunstancia de una traición. Cuando escuché el clamor de los atacantes, me volví hacia el árbol contiguo en busca de Ruk. Me sentí muy preocupado cuando no pude descubrir su presencia, aunque inmediatamente me dirigí al gran roble, epicentro del bosque, donde rodeado por todos nosotros, descansaba el Anciano. En la oscuridad pude ver que, de repente, su rostro se había tornado más viejo y ajado de lo que era habitual. Yo no sabía qué edad tenía, pero debía haber nacido en un tiempo muy lejano, cercano a aquella era en la que el amor había sido extirpado del mundo, y se habían extinguido los poetas. Con tristeza, sus ojos, que parecían hundidos como si contuvieran las imágenes de todos los siglos transcurridos, me miraron mientras decía “ya todo está perdido para mí Yacek. Sólo tú puedes salvarte”
-“Pero Anciano-le dije, y por primera vez en tanto tiempo de convivencia mi voz se elevó, como si súbitamente le hubiese perdido el respeto-, no podemos rendirnos sin luchar”
-“Yacek, querido, has de entender que si han sido capaces de sorprendernos ha sido porque cuentan un aliado del todo inesperado. Pero por encima de todo has de entender, que nuestra vida sólo es importante en el grado que lo es para nuestra misión, y este cuerpo anciano ahora ya sólo puede ser un lastre”
-“¿De qué aliado me hablas?-pregunté sin querer entender sus últimas palabras
-“Escucha pequeño e impulsivo Yacek ¿cuántos corazones escuchas a tu alrededor?
Cerré los ojos para dejar a un lado mi miedo y concentrarme en el sonido de los latidos. Conté. Uno, dos, tres, cuatro………Pronto me percaté de que faltaba uno. El Anciano percibió en mi rostro esa circunstancia
-“¿Cuál falta Yacek?-dijo-Descríbeme ese latido tan familiar que esta noche escapa a nuestros oídos
Todavía incrédulo respondí “echo en falta un latido desbocado, salvaje,…. como el rugido de una montaña, como el sonido que emiten las entrañas de la tierra al respirar, como el bramido que tiene su origen en la cópula del rio y el mar. El ruido del impetuoso y oscuro corazón de Ruk”
-“Y ahora que lo has adivinado, mira hacia abajo”-me dijo señalando con el dedo un pequeño claro que se distinguía en lo garganta frondosa del bosque. En él podía verse como un grupo de hombres corrían en formación marcial, liderados por uno de estatura más baja, rápido, de movimientos felinos, quien daba la impresión de realizar la labor de rastreador. Enseguida, pese a mi estupefacción, reconocí en él a Ruk. Pero por mucho que agucé el oído, por mucho que diluyera en el silencio el ritmo vertiginoso de mi respiración, no pude distinguir su latido.- “En efecto-dijo el anciano-. A Ruk le han realizado la sustracción”. Y por fin en mi mente se hizo la luz acerca del sentido de aquella escalofriante palabra. Instintivamente me llevé la mano al pecho para corroborar que mi corazón seguía latiendo en él. Dolía…”Arpegio, arpegio, arpegio…”Esta vez la palabra talismán, la palabra ungüento, parecía no surtir efecto. Seguía doliendo…
-“Pero ¿por qué?-le dije-¿quién entre nosotros podría desear que le arrancaran…?-No pude continuar. El anciano me cogió de los hombros y me dijo “Siento no haberte escuchado cuando me comentabas tus presentimientos acerca de Ruk. En él, entre todos vosotros, yo supe ver el “don”, pero me negué a ver la cruz que muchas veces lo acompaña. Ahora entiendo que desde los primeros tiempos Ruk no fue más que un infiltrado…..Pero no hay tiempo que perder. Tienes que huir y continuar nuestra labor. Pero si hasta ahora nuestros esfuerzos subrepticios y periféricos han fracasado, habrá que ser más osado y realizarlo en el epicentro, y la columna vertebral del sistema. En la capital misma. Para ello tendrás que pasar desapercibido. Deberás aprender a silenciar la voz de tu corazón, hasta que los demás la confundan con el murmullo de la brisa. No será fácil, pero ellos tienen el oído adormilado por culpa de la contaminación sonora que sufren en sus ciudades. Toma esto-me dijo, depositando unos plomos en la palma de mi mano-, te ayudarán a caminar a ras de suelo, ya sé que tienes tendencia a colgarte de las nubes, y la que es tu mayor cualidad, en determinadas situaciones, se puede convertir en tu mayor pecado. Además el material de estos plomos posee la rara cualidad de amortiguar el sonido de tu corazón cuando estés cerca de uno de esos medidores de frecuencia que a tantos de nosotros han desenmascarado. Pero vete ya, amado Yacek, asciende a la copa de los árboles, para que mientras se entretienen con el resto de nosotros no puedan seguir tu rastro”- diciendo esto depositó un último beso sobre mis cabellos y sin más se desembarazó de mi abrazo, comenzando a descender con una agilidad poca veces vista en un anciano. Yo permanecí por un instante con los puños apretados, y una lágrima ardiente asomándose a mis ojos. Pero pronto mi instinto de supervivencia-que en un grado más elevado que el resto de los humanos, compartimos todos los de nuestra tribu-se apoderó de mí. Y comencé a desplazarme empleando las ramas de los árboles. Sólo cuando sentí que me encontraba lo bastante lejos, volví mi rostro a aquellos que había dejado, y que hasta hacía un instante habían sido mis hermanos, y mi única familia. A pesar de la distancia, pude ver como la mayoría permanecían retenidos, dentro de un círculo formado por los hombres armados. En el exterior de este, pude ver dos figuras. Una de ellas la identifiqué con el Anciano, la otra era Ruk que sostenía algo que brilló contra el cielo, como un puñal, dispuesto a alojarse en el pecho de aquel a quien yo tanto quería. En unos segundos todo hubo concluido. A mi venerado maestro le habían realizado la sustracción. Triste haber vivido tantos años como prófugo para llegar a contemplar como de tu corazón ya viejo y arrugado, se desprende el último latido sobre la palma de la mano de aquel que había sido tu discípulo. Mi boca se desgarró en un alarido y pude ver como el rostro de Ruk se volvía hacia mí. Sentí como nuestros ojos se enfrentaban en la oscuridad y la distancia. En aquel momento juré-no podía decir a quién, pues somos una tribu que no consta de dioses, tan sólo mártires-vengarme.
Y ahora camino cabizbajo, con los plomos que me sujetan al suelo en los bolsillos, imitando los andares robóticos de esta gente que me rodea, cuya sangre es bombeada por el sofisticado mecanismo de un reloj de pulsera, que todos llevan en su muñeca izquierda. Sin él no sobrevivirían mucho tiempo. Es lógico que para que sus vidas sean socialmente efectivas sea un reloj el objeto del que dependan cada uno de sus movimientos…
Soy consciente de que esta tierra que piso es mi castigo….No he seguido los dictados de mi maestro y ante mis propios ojos eso me convierte en un ser más ruin que el propio Ruk, del que me he transformado en sombra….
Quiso el destino que durante las primeras semanas de mi destierro en la ciudad, cuando yo me dirigía contrito aunque esperanzado a continuar con la labor encomendada a los de nuestra tribu, nuestros caminos se cruzaran. Aunque en el primer momento sospeché que me había visto, su comportamiento acabó por convencerme de que no había sido así. De todos modos durante los primeros días lo seguí, temiendo que en cualquier momento se volviera y se arrojara sobre mí. Soñaba que una vez por todas nos enfrentábamos en singular combate, mano a mano, como dos bestias. Sin embargo seguí tomando todas las precauciones, sabiendo que mientras esto fuera así, más tiempo estaría condenado a aquel limbo en el que se había convertido mi vida. Pasaron los años. Yo ya no era contador de historias, aunque cada día retazos de aquellas que alguna vez había escuchado, se confundían en mi mente. Entonces pasaba de perseguidor a perseguido. Yo era alguien que no podía relacionar el nudo con su desenlace correspondiente.
Por fin un día Ruk se volvió. Ante la mirada de sus ojos negros, desgajé mi cuerpo de la pared en la cual me ocultaba. Su rostro me pareció demacrado, como preso de las garras de alguna enfermedad, como si esta no fuera otra cosa más que un ave carroñera.
-“Nunca cambiarás Yacek, tu corazón es una chillona, y suena como un gato en celo-dijo despectivamente-…Tanto que nunca has escuchado al otro. ¿Sabes? Yo te pedí ayuda, pero tú no me oíste.”
Aquellas eran las últimas palabras que esperaba escuchar. Le miré sorprendido y otra vez, como cuando éramos niños, tuve miedo. “Arpegio, arpegio, arpegio….”
-“Ya estás otra vez con tu palabra talismán, como siempre que te enfrentabas a mí, y yo lo único que quería es que dejaras de tenerme miedo. ¿Por qué no acudiste en mi ayuda?. Yo sólo quería que me amaras como amabas al anciano y a los otros chicos….Pero no, tú no podías, eras demasiado etéreo, demasiado liviano…. Y yo era oscuro y complejo y mi corazón batía con el sonido de una tormenta. Así que finalmente decidí continuar con el plan original-sí, supongo que ya lo habrás adivinado, fui enviado a vosotros por aquellos que ostentan el poder, con la misión de infiltrarme y terminar de aniquilaros-. Si no podíais aceptarme como uno de vosotros, me pareció que más valía que me arrancaran el corazón”
“Arpegio, arpegio, arpegio…”
-“Pero ven, acércate….ahora que estás aquí te brindo la oportunidad de que acabes conmigo…..¿No has venido para eso, acaso?. De todos modos, a lo sumo, me quedan unos minutos de vida-dijo misteriosamente y con voz cansada.-Pero antes, tienes que hacer algo por mí”
Aquello que siempre me había resultado oscuro y siniestro en Ruk, de pronto se apoderó de mí. Era como si su voluntad se me apareciese como propia, por eso cuando tomó mi mano y la acercó a su pecho no supe reaccionar. Al instante mis dedos se estuvieron deslizando a través del agujero que tenía en aquel lugar en el que años atrás latía su corazón. Un corazón cuyo latido era como un barrunto.
-“Así que este es el tacto de la nada”-le dije, y traté de taponar con mis palabras aquel agujero que tenía en el pecho.
-“¿Sabes?-dijo- en una cosa se equivocaba el maestro. Tú sí que eres un poeta. Puede que el último. Siempre lo he sabido”
-“¿Te duele?-de pronto ya no lo odiaba, no sé si porque intuía la proximidad de su muerte, pero sentía que tal como él lo había hecho, yo siempre lo había amado- Si vienes conmigo, tal vez podría conseguir que mis palabras suplantasen al latido de tu corazón”
Sonrió tristemente
-“Eso ya no es posible. Estoy demasiado enfermo y agotado, y a pesar de que ya no tengo corazón, cada día sufro por lo que hice…. ¿Sabes? Fui consciente de que me seguías desde el día que comenzaste a hacerlo”
-“Pero ¿por qué consentiste?”-pregunté
-“La verdad es que a punto estuve de abalanzarme sobre ti y asesinarte allí mismo, porque denunciarte habría resultado demasiado fácil…..pero de pronto mi primer impulso se vio frenado…¿quieres saber qué lo frenó?- y sin darme a tiempo a encajar una respuesta, cogió mi mano que todavía reposaba en el agujero de su pecho y la deslizó del suyo al mío-Esto….¿lo sientes? Claro, cómo no lo ibas a sentir, pero lo que no sabes es qué se siente cuando se tiene un agujero en el pecho. Pero yo sí, y te lo voy a decir…Nada en este mundo tiene el poder de destrucción que tiene el vacío. Ni el amor, ni el odio, esos dos sentimientos que se consideran supremos. Este agujero-dijo señalándose el pecho-aunque no parezca muy grande acaba por devorarte por dentro. Así que cuando estuve a punto de darte muerte, de pronto el sonido de tu corazón pareció encajar en mi agujero, y poco a poco sentí como si hubiera enraizado en él. Así que he decidido que los últimos instantes de mi vida sean medidos por el sonido de un corazón de verdad, aunque sea el tuyo-y metiendo la mano en uno de los bolsillos de su pantalón sustrajo su reloj de pulsera, mostrándomelo-y no éste-con rabia, antes de que yo pudiera evitarlo lo arrojó con fuerza contra el suelo
-“Noooo”-grité sin poder impedirlo. Sólo tuve tiempo para recoger el cuerpo de Ruk que en ese preciso momento se derrumbaba en el suelo. Todavía respiraba cuando con él entre mis brazos me senté en la acera. Apoyé su cabeza contra mi pecho, para que escuchara los latidos de mi corazón
-“Oh, sin duda la más dulce de todas las melodías”- dijo en un tono tierno en el que yo nunca habría reconocido su voz, y sin más expiró.
Después de acomodar su cuerpo lo mejor que pude, saqué de mis bolsillos los plomos que me mantenían pegado al suelo, y ascendí a los tejados. No sé si alguien me vio, pero al instante comencé a correr tan rápido que habrían pensado que se trataba de un espectro. Quizás no anden muy equivocados….Un espectro al que los hombres ya no pueden ver, pero que, cuando se sienten hastiados-cosa que les ocurre con frecuencia-,les susurra una historia al oído. A veces sucede que alguno de ellos coge pluma y papel, y comienza a escribir…

martes, 19 de abril de 2011

CASTILLOS EN EL AIRE


Imagen: JACEK YERKA


Tenía fama de ser el mejor constructor de castillos en el aire de todo el reino. Gentes de los más lejanos confines, acudían en tropel, para que les diseñara su propio castillo, a partir de las imágenes de sus sueños. Y se congratulaban de que, aunque los castillos de piedra eran únicamente patrimonio de reyes y príncipes, aquellos palacios en el aire estaban al alcance de todos, fueran campesinos o artesanos, ganaderos o comerciantes, villanos o nobles, niños o ancianos….Por eso nunca se lamentaban de caminar tan largas distancias para llegar a él. Una vez allí simplemente tenían que sacudirse el polvo del camino, y permitir que el constructor los durmiese. Por medio de un extraño artefacto de cristal, al que denominaban “el alambique maestro”, extraía sus sueños. Podía verse como las imágenes bullían a fuego lento en el vientre transparente, se distorsionaban, se amalgamaban, se estiraban cual chicle para luego concentrarse, y finalmente eran eructadas en nubes de los más extraordinarios colores. A este proceso se le llamaba “el destilado”.

La gama de nubes siempre era diferente, según el soñador, y en todos los años en los que llevaba ejerciendo su profesión no se había dado la circunstancia de encontrar dos gamas iguales. Con ayuda de las manos, arremangado hasta los codos, tomaba las nubes y proyectándolas en el aire levantaba la torre del homenaje, las almenas, el adarve y todo el entramado arquitectónico del castillo….Luego, mediante un artilugio de oro las iba cincelando, esculpiendo formas que hasta ese momento habían permanecido ocultas, del mismo modo que un escultor descubre la figura escondida en las entrañas de la roca a la que desnuda.
Escogía de entre todas, las más volátiles y de material más ligero, para componer las vidrieras. Colocaba la elegida en el extremo de un tubo de metal y comenzaba a soplar a ritmo constante, hasta que la nube acababa por adquirir una forma esférica. En ese momento era cuando cesaba el soplido y la nube, desprendiéndose del tubo, alzaba el vuelo. Desde la distancia el constructor dirigía sus movimientos con las manos, cual un director de orquesta. Derecha, izquierda, arriba, abajo…Entonces sus manos parecían pájaros, torneando las alas, moldeadas por el viento. Hasta que la nube era colocada en el lugar precisado de antemano por él, y emitiendo un chasquido, como el de una pompa de jabón al estallar, se descomponía la esfera y se prendía al marco de aire, como una nueva piel, irisada y caleidoscópica, en la que los traviesos rayos del sol se dedicaban a hacer cabriolas. A esta fase se le llamaba “la construcción”.
Una vez finalizada, el constructor extraía unos polvos que guardaba en una bolsa de terciopelo rojo, y los espolvoreaba sobre el castillo. En ese momento, ante los asombrados ojos de todos, éste comenzaba a menguar, hasta que cabía en la palma de su mano, sobre la que dócilmente se posaba. Entonces lo tomaba y con cuidado lo introducía en el corazón del soñador, que desde aquel día resplandecía iluminado por una nueva luz. Esto era así, porque, según palabras del constructor, a pesar de lo que todos creen, la verdadera raíz de los sueños no está en nuestro cerebro, sino en nuestro corazón. A este proceso, que era el proceso final, se le llamaba “condensación”.
Entonces el soñador podía retornar a su hogar. Una vez en este, la primera noche tras su regreso, durante el sueño, el castillo que anidaba en su corazón emergía a la superficie. Y podía vérsele flotando sobre su vivienda, como una estampida de colores y fuegos de artificio. Era un maravilloso espectáculo ver los pueblos cada vez más florecientes de castillos, sobrevolando las casas de los durmientes, durante la noche.

Un día su majestad serenísima llegó de un reino muy lejano hasta la casa del constructor, precedido del más pomposo séquito que jamás se haya visto por aquellos lares. En ese preciso instante el constructor se hallaba descansando, y como no le gustaba que perturbaran su sueño, a aquel que pasaba tantas noches en vela, su mujer dudó si avisarle o hacer esperar a tan ilustre visita. Un vistazo al filo de las espadas que empuñaba la guardia real, la persuadió de que mejor le iría despertando a su marido de inmediato. Refunfuñando el escultor se compuso las ropas y salió a recibir a tan excelso huésped. Una vez intercambiadas las pertinentes muestras de cortesía, el rey le expuso que tanto y tan bien había escuchado hablar acerca del constructor, que había decidido que era hora de que él- que tenía el más hermoso castillo en piedra que arquitecto alguno hubiera imaginado, habiendo mejorado y engrandecido el que en su día en herencia le legara su difunto y amantísimo padre-tuviera un castillo en el aire, como las gentes vulgares. Pero siendo como era su majestad coronada, veía lógico que su castillo superara en rango, belleza y tamaño a los que cada noche veía ondeando en las casas del pueblo.

-Eso no es posible-dijo tajante el constructor. Esta respuesta fue acompañada de inmediato por el rechinar de los dientes reales. Pero serenándose, no en vano le llamaban su majestad serenísima, mostró el más amable de los rostros e inquirió los motivos que según el constructor impedirían la realización de sus deseos.

-Sencillamente a que los castillos en el aire tienen que ver más con la calidad del soñante y la materia soñada, que con la destreza y el virtuosismo que yo pueda desplegar en tal materia. Y si mi humilde persona tratara de engrandecerlo artificiosamente, finalmente terminaría por enquistarse, o derrumbarse, originando tal catástrofe que ni yo mismo sabría predecir las consecuencias.

-Bah! Ridículo….Siendo yo rey, lógico es que la calidad de mis sueños sea en todo superior, y que estos sean a su vez más elevados. Tanto es así que por las noches puedo escuchar las risas de las estrellas complacidas al sentir como estos las cosquillean...
Ante este alarde de lirismo, los cortesanos estallaron en vivas y aplausos, que afortunadamente amortiguaron los improperios que entre sus dientes no pudo evitar dejar escapar el constructor, quien opinaba que durante la vigilia existiría rey y monarca, pero durante el sueño cada uno es su dueño y señor.

-Lamentablemente- continuo diciendo aviesamente su majestad-, si se diera el caso de que tras practicar conmigo el arte que tan divinamente ostenta-según en mi reino se atestigua-el resultado no es lo esperado, se derivará que hasta el día de hoy el señor constructor nos habrá estado engañando vilmente. Por lo que nos veremos precisados a llevar a cabo la desagradable tarea de pasar a cuchillo tanto a él como a su adorable esposa, y a esa cuadrilla de chiquillos cuyos dorados rizos veo sobresalir bajo la mesa.
Digamos simplemente que todo el ímpetu inicial del constructor se vio diluido ante tal amenaza. Si bien el nunca hubiera malversado su arte por el bien propio, no en vano lo haría por evitar el riesgo ajeno, cuando la palabra ajeno incluía a su dulce mujer y sus bienamados hijos. Así que no tardó en decidirse y cambiando el gesto por una mueca imperturbable, condujo al rey al llamado “salón onírico”. Previamente a que tomara asiento, los lacayos colocaron una enorme tela de seda, a modo de protección-pues quien sabe cuántas posaderas vulgares se habrían sentado anteriormente en él-, sobre el “sillón duermevela”. Y el rey, como el resto de los humanos, nada más recostar su cuerpo contra el respaldo, cayó preso de las hilanderas del sueño. El alambique, con más esfuerzo de lo habitual, comenzó a sustraer las imágenes. Enseguida el constructor se percató de que para aquel castillo sería necesario un buen número de jornadas, cuando por regla general con una noche bastaba. Se dijo que quizás los que todo lo poseen, pierden la costumbre de soñar… Y sin perder más tiempo comenzó a avivar el fuego que calentaba el alambique, para apurar el ritmo de la captura y el destilado. Tras muchas horas por fin comenzaron a aflorar las nubes, que en vez de ser veteadas y risueñas, como eran habitualmente, eran oscuras y malhumoradas. Entonces tuvo que recurrir al plan b. Y le pidió a su hijo mayor que fuera a por un bote de “pintura caleidoscópica” y la brocha que guardaba en el sótano. Pronto este regresó y su padre pudo comenzar la ardua tarea de ir ciñéndole colores a las nubes. Aquella pintura tenía la extraordinaria cualidad de que tras sumergir la brocha, aparecía goteando un color distinto en cada ocasión. Así que poco a poco, aquellas nubes opacas y tristonas, fueron adquiriendo los matices más vivos y resplandecientes.
Una vez que gran parte de las nubes estuvieron pintadas, comenzó a componer la torre del homenaje. Entonces se dio cuenta de que, aunque tenían una estupenda apariencia, las nubes carecían de consistencia, y aquello que iba construyendo, enseguida parecía reblandecerse, y mustiarse, como las flores cuando hace demasiado calor y llevan tiempo sin ser bendecidas con la lluvia. Entonces le pidió a su hijo mediano, que fuera al sótano a buscar el “material para el apuntalamiento de sueños”. El hijo mediano regresó enseguida, y el constructor comenzó los duros trabajos de apuntalamiento. Era este material tan extraordinario, que una vez apuntalada la estructura deseada, se hacía invisible a los ojos de cualquier humano, excepto, claro está, a los del constructor. Así pasaría desapercibido a los ojos del monarca, por mucha clarividencia real que tuviera.
Cuando llegó la hora de cincelar las nubes ocurrió que, si bien estas habían resultado blandas e inermes al confeccionar las distintas arquitecturas del castillo, se mostraban ahora rígidas e impenetrables. Tuvo que pedirle a su hijo pequeño que fuera al sótano a buscar el cincel de diamante. El hijo pequeño era el más rápido de entre sus hijos, así que en el tiempo de un suspiro regresó con su preciada carga, y el padre pudo ponerse enseguida a la sofisticada y precisa tarea de tallar la piel de las nubes. El cincel de diamante tenía cualidades mágicas por las cuales, cuando el constructor daba un golpe seco sobre las nubes, enseguida estas se veían invadidas por las más delicadas flores. Cuando daba varios golpes, de manera continuada, bandadas de los más bellos pájaros eran sembrados por sus carnes.
Llegó el turno de los vitrales. Pero para desgracia del constructor, cuando soplaba las nubes a través del tubo, éstas explotaban antes de tomar la forma esférica adecuada. Tuvo entonces que echar mano de su último recurso y el mismo fue a buscar los cristales de arco iris que guardaba en el sótano. Estos tenían la increíble capacidad de que una vez eran arrojados por el constructor sobre la porción de aire que debían cubrir, amoldaban su tamaño a la misma y entonces comenzaban a danzar los colores que se combinaban para dar lugar a las más bellas formas.
Cuando terminó concluyó que, sin duda, aquel era el de mayor rango, belleza y tamaño, entre todos los castillos que había construido. Sin embargo nunca anteriormente, se había sentido menos satisfecho ante su obra. Con más suavidad de la que le hubiese gustado emplear, despertó al rey, quien llevaba tantos días durmiendo que su real figura se levantó renqueante. A pesar de todo el lujo y la magnificencia que anteriormente se habían desplegado ante aquellos ojos reales, permaneció enmudecido durante varios minutos al contemplar el castillo. Después aplaudió y no pudo evitar espetarle al constructor la frase real- que a su interlocutor le pareció harto vulgar- ¿qué te había dicho yo? Cuando el rey se cansó de admirar aquel maravilloso castillo en el aire, por fin el constructor pudo extraer de su bolsita roja los polvos menguantes. Y cerrando los ojos-temiéndose que ocurriese algún imprevisto más-los espolvoreó sobre el castillo. Afortunadamente esta vez todo ocurrió según lo convenido, y pronto pudo depositar la luz de los sueños, sobre el corazón del rey, a la par que recorría su espalda un escalofrío.
Después de tanto tiempo el séquito abandonó su casa y las inmediaciones, dejando tras de sí el mismo paisaje que tiene lugar tras un asedio. Aun así el constructor y su familia se sintieron felices, porque por fin podían descansar sin sentir el filo de aquellas espadas suspendido sobre sus cuellos.
Al fin un día, el rey, tras largas jornadas de viaje, iba a hacer noche en su castillo. Después de la ceremonia habitual, se dispuso a rendirse al sueño, festejando mentalmente-y de vez en cuando en voz alta para todo su séquito-la fortuna que suponía para él tener los dos castillos más bellos jamás conocidos. Uno sobre la tierra, y otro sobre el aire. Pronto quedó completamente dormido y comenzó a emerger el hermoso castillo, en el que tan largas jornadas de trabajo empleó el constructor. Gentes de todos los rincones del reino habían acudido a las inmediaciones del mismo para tal acontecimiento. Los espectadores se admiraron ante las almenas tan bellamente construidas, ante los arcos tan exquisitamente tallados...Lo que hizo crecer su entusiasmo fueron los colores desplegados en las llameantes vidrieras, que parecían haber sido construidas con las aristas de un arco iris. Pero de pronto, en el interior del castillo vieron latir un corazón de fuego, cuyo palpitar horadaba los oídos, y cuyo calor comenzó a derretir los muros, que salpicaban con sus alegres pinturas los tejados del castillo de piedra. Cuando por fin las paredes quedaron desnudas, vieron que aquel corazón palpitaba en la caverna del pecho del más espeluznante y majestuoso de los dragones, cuya boca comenzó a escupir llamas, sobre el castillo en el que tan plácidamente dormía el rey. Las gentes del mismo, comenzaron a correr despavoridas, hacia la salida, olvidándose de que tan augusta figura, permanecía ignorante en la cama. Así que pronto todo el castillo se vio pasto del fuego, y el único ser que habitaba en él ya no debía ser más que cenizas, cuando las alas del mismo dragón, que enfebrecido volaba a su alrededor, fueron alcanzadas por las llamas, cayendo en picado sobre las ascuas ardiente de lo que había sido el castillo, pereciendo así, los dos, en el mismo infernal abrazo.

Cuando semanas después el constructor fue enterado por su esposa de lo acontecido, ante la mirada interrogante de esta no pudo otra cosa que contestar:

-Pero mujer, todo el mundo sabe que todo castillo en el aire, tiene en sus sótanos una mazmorra. Y que toda mazmorra de un castillo esconde un dragón que escupe fuego por la boca. ¿Qué le voy a hacer si aquel día ante tanta presión se me olvidó colocar la reja….? Yo ya le dije, ante su insistencia, que ni yo mismo sabría predecir las consecuencias......

miércoles, 13 de abril de 2011

INSPIRADO EN "FINAL DEL JUEGO"(JULIO CORTÁZAR)




Hará cerca de diez años cuando D. y yo fantaseábamos con la idea de realizar un guión para un corto basándonos en "Final del Juego" de Julio Cortázar. Ahora no podría decir de dónde salió tal ocurrencia, pero sí recuerdo que a ambos nos parecía que la visión propia era la mejor de las dos. Ahora dejo aquí la mía(que nada tiene de homenaje, pues me siento incapaz) en palabras, aun cuando en aquellos tiempos yo la veía más bien en fotogramas.



Lo último que vio, antes de entrar en el portal, fue un pájaro alzando el vuelo, solitario, con sus alas blandas ungidas de luz. Pensó que era una osadía perderse por los aires con este calor, tan próximo al sol, en vez de procurarse un oasis entre las hojas de los árboles…. Abrió la puerta. Se sintió a salvo al recibir un golpe fresco en la cara, como un aliento exhalado por alguna bestia mitológica, que habría sido amamantada por glaciares... En verano los portales son lugares consagrados. Se descalzó y dejó que sus pies se amoldaran a las baldosas. Si no fuera un portal público se hubiera desnudado, aplastando su carne contra el suelo, y así, ofrecida, aguardaría la caída de la noche. Abrió el buzón y allí encontró una paquetito que le enviaba la tía Ruth. “Pobre tía Ruth-pensó-tan mayor y tan solícita”. Lo agitó en el aire para escuchar su dulce gorjeo de cascabeles y comenzó a subir las escaleras. A cada peldaño iba enumerando objetos que podría contener aquella cajita. Quizás se tratara del corazón embalsamado del viejo gato José, que había perdido la última de sus siete vidas hacía un par de años, cuando ya debía de rondar los veinte. O algunos de los guijarros-oráculos sustraídos al lecho del río, y que utilizaban para efectuar el sorteo. Recordó que siempre tenían lástima de los guijarros, tan vivos y relucientes cuando los descubrían entre las enaguas del río, pero, una vez en la superficie, investidos de la pusilanimidad de las piedras. O tal vez no fueran más que los restos del temido bastón de los castigos, que tía Ruth le ofrendaba como muestra de buena voluntad……A medida que iba recitando, agitaba la caja que, contenta, le respondía con su sonido lisonjero. Una vez en su piso dejó el paquete sobre la mesa y comenzó a desembarazarse de la ropa, como si se tratase de una segunda piel totalmente accesoria, que al posarla en el suelo trataba de conservar la postura del cuerpo que había cobijado dentro, pero que poco a poco acababa por desinflarse como un globo. “Lo mismo ocurre con la muerte-pensó-Poco a poco nuestro cuerpo se va desinflando, carente del aire de la vida, que ha escapado por un agujero”
Se dio una ducha fría, sin prisas, disfrutando del agua que buscaba cobijo en las aristas de su piel. Cogió en el armario una camisa de asitas, y tela fina. Luego sacó la limonada del congelador y se bebió un trago largo con el rostro vuelto hacia el techo. Recordó el paquete que permanecía sobre la mesa, buscó unas tijeras en la cocina y sin más ceremonia cortó el cordel. Dentro encontró una serie de papeles plegados. Comenzó a desdoblarlos. Cada uno llevaba una tuerca en su interior, y estaban firmados por la misma persona, Ariel B. Estuvo un tiempo mirándolos con una sonrisa pegada a su boca. Después se acercó al piano y se sentó. Abrió la tapa y le quitó el retal verde que protegía las teclas, dejándolo caer. Sus dedos comenzaron a tantear, despacio. Primero un par de notas que se repetían dócilmente. Después comenzó a deslizarlos por toda la escala, desde los sonidos más agudos hasta los más graves, como si en ese recorrido de derecha a izquierda avanzara atrás en sus recuerdos. Sostuvo largo tiempo pulsado el do más grave,y súbitamente, como si por fin hubiese recordado una melodía largamente olvidada, comenzó a tocar. Sobre las notas se deslizaban con paso ligero las imágenes de la infancia. Un trino y veía como echaban a correr hacia las vías del tren, en un descuido de la tía Ruth y mamá. Una sucesión de notas a contratiempo, y habían efectuado el sorteo que dirimía quién iba a protagonizar el juego, y se encarnaría en actitud o estatua. Con la corona de un si bemol adornaron a Leticia, que aquel día había resultado agraciada. Era sin duda la mejor de las tres. La más grave en las actitudes, la más imperturbable de las estatuas. Tras ejecutar el mismo ritual de siempre, esperaban la llegada del tren, los adioses tras la ventanilla, con los rostros derretidos de expectación. Hasta el día en que comenzaron a llover los mensajes, lanzados desde uno de los vagones, con una tuerca por corazón, para anclarlos al suelo (sí, se decía, el corazón es el que nos ancla a la tierra, en el momento en el que deja de latir nos evaporamos, como la lluvia al contacto del calor). Firmados por Ariel B.
Desde ese día jugaron exclusivamente para él, y aquello fue el principio del fin…quizás porque los juegos, juegos son…y transcurren en una dimensión distinta a la vida. Sendas que se bifurcan y no se deben intercalar…

Sigilosamente, por las rendijas entreabiertas en la persiana, fluían las notas fugitivas, sin que ella hiciera nada por atraparlas. Al llegar a la cornisa se cogían de la mano, y temerarias se lanzaban al vacío, entre risas. Cada nota llevaba como paracaídas un fotograma de sus recuerdos.

En el piso inmediatamente inferior descubrieron una ventana descuidadamente abierta. El joven pintor que apenas unas semanas atrás se había trasladado allí, estaba tan enfrascado en el lienzo que se había olvidado de cerrarla. El calor había penetrado a hurtadillas en el cuarto, y un nimbo de sudor le perlaba la frente. Los ojos le ardían febrilmente, pues llevaba varias noches sin dormir, tratando de dar caza a la blancura indómita de la tela, a la que era incapaz de echar el lazo que es todo primer trazo. Era como si no parara de moverse frente a él y el no pudiera acertar a ensartar su carne, hasta desangrarla de múltiples colores.

Las notas, una a una, fueron penetrando en su cuarto y depositaron un presente en la cabellera de su pincel. Él las escuchó complacido, y de repente, como si la música hubiese activado un secreto resorte interior, comenzó a pintar. Los movimientos de su pincel armonizaban con la melodía. Si moderato, se deslizaba pausadamente. Si allegro, comenzaba a apretar el gesto. Si presto, el ritmo se tornaba delirante. Así continuó hasta bien entrada la noche, obviando que cada línea que goteaba su pincel coincidía con un dedo que suavemente pulsaba una tecla de marfil, en el piso superior.


Meses después ella descubrió una tarjeta roja en la garganta de su buzón. Era una invitación a la inauguración de una exposición de pintura que iba a tener lugar aquella misma semana. En el margen tenía escrita la siguiente frase “sería un placer que viniera, uno de los cuadros que se exhibe lo realicé mientras la escuchaba tocar el piano”. Iba firmada con las iniciales A. B. Recordó que alguien le había comentado que el vecino del piso inferior era pintor. Decidió que no sería cortés no acudir. Así que el viernes se encaminó hacia la galería un poco antes de la hora indicada. Cuando llegó lo primero que vio fue al autor, que sonreía tímido ante el objetivo de los fotógrafos locales. Había unas cuantas personalidades de las que se solían dejar caer por los eventos culturales, y que alguna vez habían acudido a alguno de sus conciertos. Por lo que no tuvo más remedio que saludar, omitiendo, cuando le preguntaban, que desconocía completamente la obra del pintor. La conversación comenzaba a tornarse incómoda, cuando el mismo autor acudió en su rescate. La tomó del brazo, y la condujo hacia uno de laterales de la sala. Ya desde donde estaban se le quedaron los ojos prendidos de un lienzo, que por alguna razón tomó distancia entre los demás. A medida que se aproximaba se percató de que en el la luz era tenue, destilada. Pero lo que realmente llamó su atención fueron las figuras humanas que comenzaron a definirse en la posición central, y una franja, como un río metálico que se dibujaba al fondo. Se llevó la mano al pecho como tratando de sujetar los latidos de su corazón, que brincaba como a punto de saltar de su cuerpo. Y sus ojos se lanzaron a bocajarro, no al cuadro, sino a la plaquita blanca que relucía en el lateral del mismo, y en la que esperaba descubrir el nombre del autor. A.B., recordó “Tiene que ser…tiene que ser”-se dijo.... Álvaro Berride, ponía la placa. Así que aquel no era Ariel B. El Ariel B. que arrojaba mensajes con una tuerca en su corazón desde aquel tren que, hacía tan solo un instante, ella había confundido con un río plateado, a aquellas tres figuras que cuando el espectador las miraba parecían componer tres estatuas en el centro del cuadro.

martes, 12 de abril de 2011

HIDRA




Heracles y la Hidra de Lerna, de Gustave Moreau



A mi madre-con mi más sincera admiración-, y a todas aquellas mujeres que hace que me cuestione cuántas cabezas tienen, porque yo en su lugar ya la habría perdido....(seguramente este no es la clase de cuento que una madre espera que le dedique una hija, pero en fin...)



La primera vez que ocurrió fue poco tiempo después de haber nacido su primera hija. Una mañana al mirarse al espejo, se percató de que tenía una protuberancia en la zona próxima a su cuello. Al principio se asustó, pues le pareció que era demasiado grande como para tratarse de un lunar o una verruga. Fue a junto de su marido que todavía se encontraba en la cama, y procurando bajar la voz para no despertar al bebe, que por fin había vuelto a quedarse dormido, le pidió que la tocara. El contestó que no notaba nada, que probablemente sería el cansancio, o tendría inflamado algún ganglio. Pero no había nada de lo que preocuparse.
Sin embargo ella notaba como día a día aquella cosa no paraba de crecer y crecer…Y con el tiempo se dio cuenta de que iba adquiriendo la forma de una segunda cabeza. Lo curioso era que excepto ella nadie parecía darse cuenta. Al principio cuando salía de casa caminaba con el temor de que de pronto alguien se parase en frente suya, y la señalase con el dedo. Entonces la gente la rodearía y comenzaría a mofarse. Se veía a sí misma como un ser deforme a lo Quasimodo, o la mujer barbuda. Pero con el transcurrir de los días se dio cuenta de que para los demás seguía pasando tan desapercibida como habitualmente. Eso sí, cuando llegó la primavera y comenzó a sacar a su niña de paseo, constantemente la paraban por la calle para contemplarla. Todo el mundo coincidía en que era una muñequita, con aquella nube de pelo negro y unos expresivos ojos verdes que siempre llevaba inmensamente abiertos, como si ya desde la atalaya de su carrito no quisiera perderse un solo matiz del mundo.
Pronto se dio cuenta de las ventajas que suponía tener una segunda cabeza. Cuando su marido, quien era de temperamento fogoso, la apremiaba para que cumpliera con los deberes conyugales, a pesar del cansancio, ella podía satisfacerlo mientras la otra cabeza vigilaba el sueño del bebé, quien permanecía dormidito en la cuna. Lo mismo ocurría durante el día con las tareas del hogar. Podía planchar, cocinar, tender la ropa, mientras la segunda cabeza observaba a la niña que por aquellos días daba sus primeros pasos. Con el tiempo comenzó a sentirse cansada y unas cuantas semanas más tarde, se dio cuenta de que estaba esperando un segundo hijo. Le gustaba palparse la barriga para sentir las patadas del bebé contra su vientre. “Mira, mira…” apremiaba a su marido. “Con esas patadas, seguramente será un niño…y futbolista” le decía su marido esperanzado. Tuvieron otra niña. Cuando la pusieron entre sus brazos supo que el del sexo era un detalle sin importancia. Pero su alegría se disipó un poco al ver el rostro decepcionado de su marido. Seguramente esa misma mañana tendría pensado ir a dar de alta un nuevo socio del Madrid. Pensó en reprochárselo, lo importante era que el bebé hubiese nacido sanito, pero en parte también sentía que era culpa de ella.
A los pocos días de regresar del hospital, se percató que hacia el otro lado de su cuello comenzaba a asomar una nueva protuberancia. Enseguida concluyó que se trataba de una nueva cabeza. Esta vez no se alarmó. Hasta encontró lógico que aquella cabeza floreciera para ocuparse de su segunda hija. Las tareas de la casa discurrían mientras una de las cabezas vigilaba al bebé y la otra a la primogénita, quien afortunadamente era una niña obediente que se iba adaptando paulatinamente al rol de hermana mayor.
Un día su marido se dio cuenta de que en los números de la economía doméstica alguno desentonaba. Ella ya llevaba un tiempo apercibiéndose de este detalle, pero no había dicho nada porque temía que sintiese que le estaba echando en cara el que no gastase bastante. Decidieron que era fundamental que buscara un trabajo, y pedirle a la abuela que se ocupara de las niñas mientras permanecía fuera de casa. Se colocó en una gestoría administrativa, encargada de los trámites de matriculación de vehículos. Al mediodía apenas tenía tiempo para llegar y cocinar para la familia. Afortunadamente, mientras cocinaba, sus otras dos cabezas hablaban con las niñas, le preguntaban qué tal les había ido en la escuela, y las consolaban si habían tenido un mal día. Mientras, su marido leía el periódico, o sesteaba en el sofá, con la tele encendida.
Por las noches, tras alargar la jornada y dejar preparadas las matriculaciones del día siguiente, tenía que preparar la cena mientras ayudaba a la niña mayor a hacer los deberes. Así que entre cazos y sartenes veía por el rabillo del ojo a las otras dos cabezas discutiendo acerca del resultado de una suma, o el nombre de la capital de Ecuador. A medida que las tareas se fueron complicando las discusiones de las dos cabezas fueron subiendo de tono. Todo esto a ella acabó por provocarle migraña. Mientras, el marido permanecía en el sofá, dentro de su campanita de cristal-al menos ella intuía la existencia de esa campanita, pues tenía que preguntarle varias veces antes de que le respondiera si prefería filete o pollo para la cena-, mirando el canal de deportes en la televisión.
A la tercera llegó el ansiado varón. Si este no vino con un pan, al menos vino con una nueva cabeza debajo del brazo. Las migrañas acabaron por tornarse en crónicas. Ahora era extraño el día que no se levantaba con dolor. Una espesa niebla, apremiante, parecía oprimirla siempre en torno a las sienes. Menos mal que tenía a las otras tres que le permitían mantener el equilibrio en aquella vida cada vez más complicada. A medida que los críos iban haciéndose mayores, crecían los problemas. Las notas no eran todo lo buenas que el padre hubiese deseado. Al final, de alguna manera, todo acababa siendo culpa de ella, a la que siempre acusaba de ser demasiado blanda. Se sentía cansada para rechistar, así que permanecía callada con cara de aflicción. Sólo las otras tres cabezas protestaban airadamente. A ella en esos momentos le recordaban a unas serpientes, agitándose, buscando el momento idóneo para atacar, atravesando el aire con su viperina lengua amenazante. Por supuesto él no se daba ni cuenta. Ni por las mientes se le pasaba que alguien pudiera cuestionar su autoridad.
Cuando los niños se encontraban en sus camas, se colaba entre sus sábanas y los abrazaba tiernamente, tratando de compensar la escena de la tarde. Ellos entre lágrimas le susurraban que la próxima vez lo harían mejor. Aunque sabía que indudablemente al día siguiente sus promesas no pasarían de buenas intenciones, no podía evitarlo, su corazón estaba siempre del lado de sus hijos.
Con los años el padre iba hacinando decepción tras decepción, en un lugar bien visible del salón. Sin embargo ella no podía evitar sentirse orgullosa de los adultos en los que se habían convertido. A pesar de que alguno no había finalizado sus carreras. A pesar de que otro había renegado de la fe de sus padres, y se había ido a vivir con su pareja sin haber pasado por la vicaría. A pesar de que transcurrían sus días enfrascados en labores oscuras, grises. Para ella era inevitable concebir la luz cuando encontraba sus ojos. Y sólo ante ellos sentía que el mundo se llenaba de color.
Por lo demás las cosas apenas habían cambiado. Por razones de proximidad-según su marido más bien de comodidad-los hijos seguían comiendo en casa. Su salud era delicada y las migrañas la acuciaban como un ejército invasor e insaciable, que poco a poco se iba haciendo con todo el territorio. Había tenido que dejar el trabajo. Las otras cabezas se habían vuelto perezosas y se pasaban los días jugando al parchís y a las damas, mientras todo el peso de la responsabilidad caía sobre sus hombros. A pesar de eso a ella le gustaba la hora de la comida, porque de nuevo estaban todos juntos. A pesar de los cazos agitados. A pesar de la destreza necesaria para preparar de modo simultáneo tres comidas distintas. El que no quiere pescado, quiere huevo…que si tienes carne y yo prefiero pollo. El marido era el que se había vuelto más sibarita, y nunca consideraba necesario dar las gracias por la comida. O simplemente decir “que bueno te ha salido el plato de hoy”. No podía evitar escuchar los murmullos de reprobación de las otras tres. Ya no recordaba si en ese punto eran tres o cuatro. Lo que sí tenía claro era que cada día tenían un aspecto más parecido a las arpías.
Una noche mientras dormía soñó que las otras cabezas la devoraban. Comenzando por los dedos de sus pies, iban deglutiendo cada centímetro de su cuerpo. No podía moverse, ni gritar, ni hacer nada que impidiera que aquellos dientes pequeños y afilados, como los de una lamprea, rasgaran su carne, que ella misma podía sentir luego bajando por su garganta, porque al fin y al cabo aquellas cabezas eran suyas. En esos momentos, con gran asco, pudo sentir como las palmas de sus manos se disolvían en los jugos gástricos de su estómago. De pronto vio como las tres cabezas se abalanzaban sobre su corazón, al que arrancaron de cuajo, y aun así continuó latiendo en tres pedazos, dentro de sus bocas. No pudo evitar que se le escapara un gritó y las tres cabezas se volvieron hacia ella. La miraron enseñando sus dientes, del mismo modo amenazante que algunos felinos, y rápidamente se abalanzaron sobre su única y original cabeza.
Afortunadamente en ese instante se despertó. Aun temblorosa corrió a la cocina y en el cajón cogió el cuchillo más grande, el que utilizaba para desmenuzar la carne. Corrió al baño, prendió la luz y observó aquellas cabezas que la contemplaban con su mirada oblicua. Sin piedad hendió el cuchillo en la raíz de la primera de ellas, la que había nacido con la primera hija. Esta emitió un grito carente de sonido. Apenas un rasguño seco. La arrojó en el lavabo con el tallo goteando sangre. Procedió del mismo modo con la segunda. Esta sí que grito. El sonido era hiriente, como de piedra horadando el cristal. La dejó junto a su compañera, desangrándose sobre la porcelana del baño. La tercera, quien ya conocía su destino, la miró con ojos implorantes. Alzó sobre su cabeza el cuchillo, y cerró los ojos como para no sentir la estocada. Fue un golpe limpio. Únicamente un suspiro, como un espanto, atravesó su boca. Enseguida la mandó a reunirse con sus compañeras. Volvió a la cocina a coger una bolsa de basura. Cuando regresó, tomó, una a una, cada cabeza. Y las encerró en el sarcófago de plástico negro. Luego fue hasta su habitación y comenzó a preparar la maleta. No tenía ni idea de a dónde partiría.
A cualquier lugar lo suficientemente lejos que pudiera pagar su dinero.